La Premonición

Capitulo 1

Published by La Premonición under on 16:56
El Encuentro


Algo la detuvo. Algo impidió que diera un paso más hacia su salvación y la obligó a detenerse a mitad del camino. ¿Por qué huía? ¿Debía confiar en lo que había visto o soñado? ¿Qué fue aquello, un sueño o una premonición?

Era cierto que estaba en el mismo lugar que en el sueño y que el joven que había visto hacia solo unos instantes fue él que le quitó la vida en dicha visión pero, ¿significaba eso que todo iba a pasar tal cual lo vio? De ser así, el joven ya estaría allí y ella no estaría pensando en esas cosas sin sentido, sino corriendo para salvarse; o mas bien para morir.

¿Quién le aseguraba que ese sueño o premonición no fue más que un truco para que se dirigiera a la otra linde del bosque? Quizás, en aquel lugar, no se encontraba su salvación sino todo lo contrario; su perdición.

Sintiéndose sumamente confundida, avanzó unos cuantos pasos hasta colocarse cerca de un gran árbol y con gesto cansado se apoyó en este. Cerró los ojos y empezó a pensar en lo que había visto hacía rato y en lo tonta que había sido al haber salido corriendo del salón, huyéndole a alguien que ni siquiera sabía que existía. Todavía estaba a tiempo de darse la vuelta y regresar a la fiesta; cuando llegara solo tendría que darle alguna tonta excusa a su amiga y listo, problema resuelto.

Pero ella sentía muy dentro de ella que no debía hacerlo. Sentía que si regresaba a la fiesta, pondría a todas esas personas en peligro. Él, si en verdad quería matarla, haría todo lo posible por encontrarla y cumplir su misión y un grupo de personas como esas no serían un gran problema para él. O por lo menos eso sentía.

“¿Y si me está buscando justo en estos momentos? ¿Y si le ha hecho daño a alguien?”

Después de unos minutos en los que pensó mejor las cosas, esbozó una sonrisa nerviosa y cansada. Toda esa situación era un completo absurdo y ella le estaba dando demasiada importancia. “Fue solo un sueño. Solo eso”, pensó, y luego dijo en voz alta:

—Lo mejor será que regrese a la fiesta.

— ¿Por qué tanta prisa?

A Anne se le heló la sangre en las venas y todo su cuerpo se paralizó al escuchar esa voz. No había necesidad de que se voltease para saber que a pocos pasos de ella, estaba el protagonista de su extraño sueño. Pero ella, de todas formas, giró un poco la cabeza para asegurarse de que no era una alucinación suya.

No lo vio por ningún lado y eso, en vez de relajarla, la asustó y preocupó aún más. Todo su cuerpo temblaba como reflejo evidente de su horror aun cuando ella trataba de convencerse de que él no estaba ahí y de que no le haría daño. Que todo era una mala jugada de su cansado cerebro. Se dio nuevamente la vuelta y un grito de sorpresa y horror salió de sus labios cuando lo vio justo frente a ella, con aquel hermoso rostro tan sereno, como si nada estuviese pasando. Se pegó aún más al árbol, instintivamente, como si de esa forma pudiese escapar de él y de su arrolladora mirada. Cómo si el árbol pudiese protegerla.

— ¿Cómo…?

No pudo terminar de formular la pregunta porque dos de sus fríos dedos se posaron sobre sus labios, callándola. A los pocos segundos, los dedos del joven abandonaron sus labios y se posaron en su barbilla para, con un delicado movimiento, levantarle el rostro lo suficiente como para mirarla directo a los ojos.

Ella estaba inmóvil, muda y completamente expectante y ansiosa. Sabía lo que iba a pasar, sabía que él la iba a besar y que ese beso sería el que le quitaría la vida pero, a pesar de eso, no tenía miedo. Una extraña sensación de paz y seguridad la envolvían en esos momentos. Entre los fuertes brazos de ese desconocido se sentía muy bien, pero sobre todo, segura. Y eso la aterraba.

¿Cómo podía ser eso posible? Se supone que ella debería estar gritando, llorando, o rogándole que no le hiciera nada, pero no, ahí estaba ella, sintiendo cosas que no debería sentir. Un escalofrío recorrió todo su ser cuando el empezó a acariciarle el cuello con los mismos dedos que la habían silenciado.

Al final, el tan esperado beso nunca llegó, lo cual dejó a Anne bastante desconcertada y, para que negarlo, decepcionada. Se suponía que él iba a besarla, se suponía que la mataría, entonces, ¿por qué no lo hacía? Esas preguntas, por muy extraño que parezca, pasaban por su cabeza una y otra vez. No era que deseaba que sucediera lo que había visto en el sueño, sino que le extrañaba el hecho de que las cosas estuviesen pasando a medias. ¿Qué estaba pasando?

Su extraño razonamiento se vio interrumpido cuando sintió una fuerte punzada en la cabeza, que la hizo gritar de dolor. Era una sensación molesta y extraña, como una especie de opresión, que fue acompañada por unos puntos negros que empañaron su visión y que se hacían más grandes a medida que el dolor incrementaba.

Anne se llevó las manos a la cabeza y apretó fuerte, como si de esa forma pudiese disminuir el dolor que sentía. No lo logró. Quiso alejarse del joven pero él no la soltó, mucho menos permitió que el contacto visual que mantenían se rompiese. Anne forcejeó con él, se retorció en sus brazos pero no logró huir. Al final, las fuerzas la abandonaron dejándola sofocada y adolorida. A los pocos segundos, todo fue oscuridad para ella, cayendo inerte en los brazos del joven.


***


Era tarde y, como era de esperarse, no había nadie merodeando por los pasillos de aquel gran castillo. Los fríos pasillos solo eran iluminados por la brillante luz de la luna que se filtraba por los altos vanos de aquellos muros de piedra y que se reflejaban en el suelo en forma de grandes cuadrados de luz blanca y luminosa. Sus pasos, rápidos y precisos, hacían eco rompiendo aquel doloroso silencio junto con el silbido que producía el ruedo de su capa al rozar el suelo.

Después de un rato de caminar por largos pasillos, algunos poco iluminados y otros completamente a oscuras, llegó a su destino: La Sala de Reuniones. La puerta de entrada estaba al final de un pasillo iluminado solo con dos antorchas colocadas a cada lado de la puerta. Frente a esta, flanqueándola, había dos enormes estatuas antropomorfas que servían de guardianes.

Sin perder un segundo de su preciado tiempo, mientras caminaba, sacó dos pequeñas llaves plateadas y las introdujo, cada una, en una pequeña ranura que tenían las estatuas en la parte de arriba de la cabeza. Giró ambas llaves al mismo tiempo y las estatuas, a los pocos segundos, empezaron a deslizarse hacia los lados haciendo un espacio para que el pasara.

Entró al lugar sin detenerse a tocar la puerta (que se abrió sin que nadie la tocase en el mismo instante en el que las estatuas empezaron a moverse) y cuando esta se cerró silenciosamente tras de sí, una a una, se fueron encendiendo las antorchas que se encontraban en toda la pared circular de la Sala.

—Me complace ver que has regresado antes de la hora límite. Debo suponer que cumpliste con tu trabajo, ¿verdad?

Dijo alguien con una atronadora voz que producía un escalofriante eco, desde algún lugar del fondo del salón. Desde donde se encontraba, pudo ver catorce enormes asientos y entre ellos, una enorme silla real; allí se encontraba el líder del grupo, precisamente, la persona que hablaba.

—Así es, mi señor— respondió con una reverencia— Las cosas resultaron más sencillas de lo que esperaba.

—Tu, como siempre, tan eficiente— dijo con orgullo otra persona del grupo en sombras, a lo que el joven respondió con un movimiento de cabeza.

—Bien, puedes retirarte— volvió a hablar el líder, con su retumbante voz haciendo eco— Cuando tenga una nueva misión para ti, te lo haré saber.

El joven no dijo nada, solo se limitó a hacer otra reverencia y a salir de la sala, con su típico andar firme y decidido. Con ese aire mortífero y letal que lo caracterizaba.

Cuando tuvo la perilla de la puerta en su mano derecha, la luz de las antorchas refulgió para después ir apagándose una a una hasta dejar el salón a oscuras y a él con una extraña sensación invadiendo su cuerpo.

Algo no había salido tan bien como él y todo el Consejo pensaba.


***


Como cada noche, Edna Williams y sus dos compañeros, Luke y Cecil, salían a hacer su trabajo, cada uno en su sector correspondiente. Su empleo, como la mayoría de los trabajos del mundo, no era la gran cosa y no ofrecía ningún tipo de beneficios, salvo el dinero que recibían cada semana. Era un trabajo tedioso, aburrido y detestable, pero tenían que hacerlo ya que si no lo hacían ellos ¿Quién mas lo haría?

Además, muy pocas personas sabían que ese trabajo existía; esas personas eran los mismos jefes. Así debía ser. Nadie más podía enterarse de que ellos tres eran los Encargados de la Limpieza, pero no de cualquier limpieza.

Su deber consistía en hacer desaparecer todos los cadáveres que aparecían en sus sectores y todo lo que tuviese que ver con las muertes. No podía quedar rastro ni de sangre, ni de lucha, ni de nada. Eso era lo que hacían cada noche, por lo que ver un cuerpo yaciendo entre los árboles del bosque no fue nada nuevo para Edna. Podría decirse que ya estaba acostumbrada a eso. Demasiado acostumbrada, y llegados a ese punto, eso podría llegar a ser, muy malo. Nadie debería acostumbrarse a tratar con los muertos.

Edna se acercó rápidamente al lugar mientras se ajustaba la capa y la capucha. Nadie debía verla. Ella debía ser invisible para los ojos de los demás. Una sombra más en la fría noche.

Quien yacía en el suelo era una joven de baja estatura, de complexión delgada y delicada, como la de una frágil muñeca de porcelana, con el rostro ligeramente redondeado y de rasgos suaves. Sí, era como una muñeca, de esas que su madre llegó a coleccionar una vez y que no la dejaba tocar.

Edna, después de una breve revisión visual, descubrió que no había sangre corriendo por debajo del cadáver, como solía ocurrir siempre. Este tampoco mostraba marcas de agresión física; el cadáver, si se podía decir, estaba en buen estado. Era obvio que quien realizó el trabajo era una persona que no necesitaba de la fuerza bruta para ejecutar a alguien. Era eso, o realmente no quería estropear el delicado cuerpo de la joven.

Dejando de lado suposiciones tontas e inútiles, se dispuso a hacerse cargo del cadáver cuando escuchó que la llamaban. Con movimientos veloces se dirigió al encuentro de quien la buscaba y, como quien no quiere la cosa, se colocó a espaldas al recién llegado para que este se diera la vuelta y quedara de espaldas al bosque. Por alguna extraña razón, no quería que nadie viese a esa chica.

Cecil, su hermano y compañero de trabajo, la buscaba para decirle que en su zona no había encontrado nada, y también para preguntarle si había encontrado algún cadáver. Iba a responderle que sí cuando escuchó débiles quejidos. Cecil giró rápidamente, alerta. Edna, rápida y eficazmente, se deshizo de su hermano con excusas tontas y luego con órdenes directas (era la hermana mayor, casi su madre, así que de algo debía servirle) para dirigirse hacia donde estaba “su cadáver”.

En efecto, los quejidos provenían de la joven que yacía supuestamente inerte en el suelo. Por primera vez en todos los años que llevaba en ese trabajo, se encontraba en esa situación. Hacía tanto tiempo que había dejado de desear que las personas que se encontraba estuviesen vivas porque sabía que eso nunca pasaría. Por algo estaban precisamente allí, y por algo le tocaba a ella deshacerse de sus restos.

Pero esta vez era diferente. La chica estaba viva, medio inconsciente, pero viva.
Se arrodilló al lado de la joven y verificó sus signos vitales. Como descubrió que su pulso y respiración eran normales, no dudó ni un solo segundo en pensar sacarla de ahí y llevarla hasta su casa. No era seguro para ninguna de las dos permanecer mucho tiempo en ese bosque.

Si algún miembro de la Guardia las veía ahí, no se detendría a preguntar y arremetería contra ellas con fiereza y determinación. Después, como era de esperarse, llamarían a los Encargados de la Limpieza para que se deshiciesen de los cuerpos y asunto resuelto.

Así eran las cosas en ese lugar: la Ley era lo más importante para ellos. No importaba que tan importante fueses ni que cargo desempeñases, si rompiste una regla, lo pagabas con sangre. Pero, a pesar de eso, no era un dictadura, mucho menos una tiranía, y todos ellos vivían bien y eran felices.

Pero eso no quería decir que las cosas siempre eran así. Y ella, en esos momentos, estaba haciendo cosas que afectarían el orden natural de las cosas. Aunque en esos momentos “el orden” era lo que menos le preocupaba. Su vida y la de la chica era lo más importante ya que no sólo tenían a la Guardia a sus espaldas.

También cabía la posibilidad de que alguno de sus compañeros llegase y la encontrasen en semejante acto delictivo. Ambos, al igual que los Guardias, no se lo pensarían dos veces para atacar. Habían sido educados para cumplir las reglas y seguir ordenes por sobre todas las cosas. Al igual que ella.

Por eso, bajo la fuerte convicción de que no debía dejar morir a nadie si estaba en sus manos salvarlo, y el fuerte deseo por mantenerse con vida, tomó una de las manos de la joven para, segundos después, desaparecer del lugar, silenciosamente, como una sombra.

1 Estrellas:

Pecosa dijo... @ 2 de diciembre de 2009, 23:55

Hola.

Esto sigue interesante, y por el momento no encuentro que necesite dinamismo. Las unicas cosas que yo corregiría, son detalles.

Por ejemplo, en un momento del principio, te estancás un poco con la palabra "muerte". Creo que habría que buscar alguna metáfora, como "oscuridad" o "avismo" y que se sobreentienda, o simplemente acomodar el párrafo para que la palabra solo se diga una vez y alcance.

Lo mismo sucede más abajo con la palabra "cadaver", podrías alternarla con "cuerpo" o "cuerpo inerte" o algo así. Para que no quede "traer el cadaver, ver el cadaver, llevar el cadaver".

Lo mismo pasa con la palabra "ella". Me parece perfecto que "el mortal hombre hermoso" no tenga nombre en un principio, y sea "el". Aunque podrían encontrarse sustitutos como "letal criatura" "ente de divinidad mortífera" o cosas así. Estoy exagerando con esos ejemplos, obviamente, peeeeeeeeeeeeero me parece que hay otros modos para referirse a alguien que no tiene nombre, más que "el". Porque con Anne a la que te referís como "ella", en suma, la historia termina sonando a "ella, el, ella, el, ella, el...". Después de un rato pudre un poco.

Más que nada, porque hay partes en las que decis:

"Pero ella sentía muy dentro de ella que no debía hacerlo."

Y son redundancias de las que se puede prescindir corrigiendo la redacción simplemente. Sin necesidad de apodos o nombres.

Otra cosa que se me ocurre que aportaría muchísimo a la historia es "el primer contacto". Es llamativo que algo que se hizo esperar tanto, pasara tan desapercibido. En el primer encuentro "real", él le pone un dedo en la cara. No se quedó a la distancia, ni la atrapó letalmente. Fue, simplemente, un dedo. Pero mencionas el miedo, el pánico, la muerte... pero el contzcto en sí, se pierde en un mar de palabras y para mí es importantísimo...

¿Cómo era su piel? ¿Era fría? ¿Suave? ¿Dura? ¿Cálida? ¿Húmeda? Además del miedo... ¿qué sintió? ¿Se le aceleró el corazón? ¿Le desagradó? ¿Fue repulsivo?

De repente, me imagino que hubiera sido muy interesante una ambivalencia. Que toda la situación pueda terrible, fuera trágica... sus ojos, su cercanía, el aroma de una muerte inminente, que podía palparse en todo el entorno... sin embargo, aquella piel, aquel rose... el contacto... fue adictivo. Agradable. Produjo una pasión embolvente, nubló todo pensamiento, dejando fantasía y erotismo a flor de piel. Pero de golpe... todo se apaga.

Esa dualidad, pidría ser recontra fuerte en toda la historia. Cuando algo asusta, cuando hay tanto temor, y los sentimientos se potencian, una dualidad puede ser una herramienta casi sustancial.

A mí entender... lógicamente, es tu historia.

¡Besos!

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