La Premonición

Capítulo 22

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Descubrimiento



Anne no recordaba cuando tiempo había pasado desde la primera vez que había puesto un pie en el hogar. Quizás habían sido sólo días, o quizás semanas, pero ella no estaba realmente segura de cuanto, en realidad. Lo único de lo que estaba segura era de despertarse cada mañana después de haber descansado sólo tres horas y salir rumbo al bosque, donde un animado Claus la esperaba con una nueva e inverosímil historia para contarle.

Cuando llegaba al Hogar, las cosas se ponían algo borrosas, aunque ella no sabía por qué.

Contrario al primer día, los niños no se mostraban tan asombrados y receptivos con Anne y ella a penas los veía. Con la única con la que hablaba —en contadas ocasiones y sólo para preguntarle cómo tenía que hacer las cosas—era con Amy, que siempre estaba allí para ordenarle qué hacer. Y con el pasar del tiempo Anne se percató de que el quehacer del Hogar parecía multiplicarse mágicamente y que sólo dos manos —las suyas, porque Amy decía que tenía cosas más importantes de las que encargarse aunque fuese mentira— no eran suficientes para poder con todo.

Así que, desde el segundo día que había pisado ese lugar, Anne se había convertido en una especie de sirvienta, la cual tenía que limpiar cada rincón del Hogar sin chistar, mientras Amy la miraba desde el lugar en el que se había sentado a descansar. Y no podía quejarse porque, en realidad, ella había ido a trabajar a ese lugar.

Pero si eso no era injusto, entonces Anne había olvidado el significado de esa palabra hacía mucho tiempo. Aunque debía estar acostumbrada ya, porque desde que había despertado en el Hellaven, nada era justo para ella.

—Hoy tienes que limpiar la habitación de Aileen y la cocina. —Amy, apoyada en el marco de la puerta y con los brazos cruzados en una pose altanera, le ordenó como si ella fuese su jefa y le estuviese pagando una alta suma de dinero por sus servicios. —Asegúrate de limpiar las paredes y cambiar las sábanas y cortinas. Espero no tener que repetírtelo.

Anne no respondió, porque sabía que era mejor evitarse un problema con la chica, pero igual le lanzó una mirada glacial antes de agacharse, tomar lo que necesitaba y salir de la habitación.

Cuando cruzó frente a la puerta del salón, la señora Jettkins la llamó. Anne, sorprendida, giró la cabeza hacia la izquierda y le lanzó una mirada a la puerta cerrada que la separaba de la mujer, como si esta fuese un extraño animal de tres cabezas. A veces, los dones y poderes de los hellavenianos le parecían realmente extraños y espeluznantes.

Dejando las cosas del aseo en el pasillo, Anne se limpió las manos en la ropa que se había convertido en su uniforme y abrió la puerta, adentrándose en el salón sin pedir permiso.

— ¿Me llamaba, señora Jettkins?

Preguntó cuando estuvo cerca, inclinándose ligeramente frente a la anciana en señal de respeto. La mujer hizo un gesto con la mano, invitándola a sentarse frente a ella. La miró con sus desvaídos ojos verdes durante un rato, antes de suspirar, llena de pesar.

—No te ves bien. ¿Estás descansando bien, linda?

Anne se sorprendió de que alguien —por fin— se hubiese dado cuenta de lo desgastada que estaba. Había perdido algunas libras de peso, hecho que había cambiado la forma de su redondeado rostro y hecho que su ropa le quedase casi dos tallas más grande, lo que la obligaba a tener que doblar la cinturilla del pantalón de su uniforme para que no se le cayese. Tenía sombras oscuras bajo los ojos, su piel se había puesto opaca, de un tono grisáceo y una expresión de cansancio que era difícil de disimular se había apoderado de su rostro y amenazado con quedarse allí.

Además, sus movimientos se habían vuelto más lentos y taciturnos debido a la falta de descanso por la que pasaba su cuerpo. Pero nadie, aparte de la mujer frente a ella, había notado eso.

Anne se vio tentada a responder su pregunta con un sí, que estaba descansando bien y que no le pasaba nada, pero estaba tan cansada que fingir no se le antojaba muy interesante en esos momentos; además, sería una pérdida de energía, porque era probable que la señora Jettkins supiese que mentía. Así que negó lentamente con un movimiento de cabeza y la anciana estiró una de sus manos para posarlas sobre las de Anne, las cuales la joven retorcía sobre su regazo hasta ese momento.

—Pobre niña— respondió con pena. —Tú deberías estar descansando en vez de estar haciendo el trabajo de Amy. —Chascó la lengua en señal de molestia. —Y dime, ¿cómo te están tratando mis niños?

—Bien— fue lo único que respondió a pesar de que no era cierto. Y la señora Jettkins sabía que eso estaba lejos de ser verdad porque la mirada que le lanzó estaba llena de entendimiento, como si ella supiese lo que los niños le hacían y sólo le hubiese preguntado para saber su respuesta. —En realidad… en realidad no los veo mucho.

Esto sí era cierto. Los niños se pasaban la mayor parte del tiempo escondidos en sus habitaciones, como si temiesen que ella les hiciese algo. Sólo salían (y la molestaban, de paso) cuando Amy estaba cerca, porque sabían que la otra chica los protegería de “la mala Hermana”.

Y a pesar de que la anciana estaba esperando que siguiese hablando sobre su relación con los chicos, Anne no se quejó ni empezó a enumerar las bromas pesadas realizadas por ellos. No valía la pena y, además, hacerlo no iba a ayudarla a sentirse mejor ni a olvidar el mal rato que pasó después de que Amy amablemente le lanzase un cubo de agua helada cuando se disponía a regresar al Oráculo.

Como Claus sólo se encargaba de llevarla al Hogar, el regreso a la Casa Dorada le tocaba hacerlo a pie y no era agradable, mucho menos cuando estaba empapada y el frío estaba congelándole los huesos. El collar ayudaba a disminuir los efectos del frío clima del Hellaven, pero no hacía milagros, mucho menos en una situación como esa.

—Las cosas mejoraran, Anne. Aunque pienses que cada día será peor que el anterior, habrá uno en el que despertarás y sentirás que todo por lo que pasaste valió la pena. Créeme.

Anne lo dudaba, porque desde que había llegado al Oráculo no le había pasado nada bueno. Excepto Adrian, pero él no se podía contar entre la lista de cosas buenas —todavía— porque el miedo a saber qué pasaría cuando él descubriese que era una terrana arruinaba todo.

— ¿Por qué no dejas lo que tenías planeado hacer y tomas un descanso en la habitación de Aileen? —Sugirió la anciana con una sonrisa— Yo me encargaré de que te despierten a la hora de la cena— La mujer le dio unas cuantas palmaditas en las manos antes de incitarla a hacer lo que le había dicho con un silencioso “Ve”.

Anne no le dijo que no. La idea de descansar aunque fuese una hora se le antojaba tan maravillosa que hasta le daba ganas de llorar. Teniendo semanas enteras en las cuales descansaba apenas unas tres horas como mucho por día, un ofrecimiento de ese tipo era como un regalo caído del cielo para ella; más agradecida no podía estar.

Después de dedicarle una ligera reverencia y una débil sonrisa de agradecimiento, salió del salón rumbo a la habitación de la pequeña y esquiva Aileen.

Cuando Anne abrió la puerta se percató de que Amy estaba en el pasillo, esperándola, y no parecía muy contenta de que Anne no siguiese actuando como su esclava ese día. “Esta mocosa…”, pensó, antes de cerrar la puerta detrás de sí y encararla.

— ¿Crees que porque fuiste a hablar mal de nosotros con la señora Jettkins te salvaste de hacer tu trabajo? ¿Crees que lograste algo con eso?

Le dijo agriamente y Anne pudo ver como los niños, que habían estado escondidos en las habitaciones a su alrededor, salían y se colocaban al lado de Amy en señal de apoyo. Parecían un ejército, dispuestos a dispararle ante el más leve movimiento. Y podían ser pequeños en tamaño, pero la magia que corría en sus venas los hacía diez veces más fuertes que una debilitada terrana.

—Yo no he hablado de ustedes…

— ¿Me estás llamando mentirosa? —Amy musitó con una expresión rabiosa que afeó aun más su rostro lleno de cicatrices. Anne no pudo evitar preguntarse, como cada vez que la veía, cómo se había producido todas esas marcas. Y las ideas que le llegaban a la cabeza eran más atroces que la anterior. —Yo lo escuché todo —prosiguió la joven, fingiendo emociones que en realidad no sentía. —Escuché como nos insultabas y te inventabas cosas para que la señora Jettkins nos castigara.

Los niños se movieron, incómodos y temerosos, y empezaron a mirarse entre ellos sin saber bien qué hacer. Amy, en cambio, esbozó una pequeña sonrisa retorcida, diciéndole con este gesto a Anne que tenía todas las de ganar y ella no.

—Yo no tengo tiempo para soportar tus ataques, Amy. —Anne hizo el amago de irse pero la más joven se lo impidió agarrándola del brazo y volviéndola a colocar en el lugar que había estado. Unos cuantos niños, los más grandes, le bloquearon el paso, con decididas expresiones en sus rostros.

Anne sólo los miró, pensando en lo bonitos que eran y en lo peligrosos que se veían al mismo tiempo. Le recordaban a alguien, pero en esos momentos no podía decir a quién.

— ¿Ven lo que les dije, niños? Ella sólo quiere destruirnos. — Amy tenía la cabeza girada hacia su izquierda y hablaba sin mirar a nadie en particular, pero los ojos de cada niño estaban fijos en ella, absorbiendo cada palabra que salía de sus labios. — Ella, al igual que los de su clase, no está conforme con alejarnos de la civilización sino que también quiere destruirnos. Pero nosotros no podemos dejar que eso suceda, ¿verdad?

Los niños asintieron al tiempo que un colectivo “Hum” salía de sus labios y Amy sonrió complacida. Anne se percató de que ni siquiera sonriendo Amy dejaba de ser aterradora. Y había algo en la expresión de su rostro o en sus ojos que la hacía ver demoníaca. Y Anne estaba segura de que no tenía nada que ver con las cicatrices (las cuales ayudaban bastante a resaltar este hecho).

Amy giró la cabeza y fijó sus ojos en Anne durante unos breves instantes, estudiándola, antes de dar un paso al frente, llevando a Anne a dar un paso hacia atrás. Anne, inconscientemente, miró hacia atrás, como si en la puerta a su espalda estuviese pegada la solución a su problema. Y técnicamente era verdad.

La señora Jettkins estaba en la habitación justo detrás de ella, pero esta vez no parecía estar haciendo uso de su magia, o de lo que sea que hubiese usado antes para saber que Anne estaba cruzando frente al salón, porque no había dado señales de vida desde que Anne había cerrado la puerta detrás de sí. Y Anne deseaba, necesitaba que la mujer detuviese a Amy antes de que la jovencita llevase a cabo lo que sea que estuviese cruzando su mente en esos momentos.

Amy volvió a dar otro paso hacia el frente, con la sonrisa retorcida aun bailando en sus labios, haciendo que el proceso anterior se repitiese hasta que tuvo a Anne acorralada contra la puerta.

—Ella, —apoyó ambas manos a cada lado de Anne y prosiguió con su discurso mientras miraba fijamente a la temerosa chica frente a ella— al igual que todos los demás, nos tiene miedo y desprecio. —Alzó su mano derecha para tocar el rostro de Anne y una mueca de desagrado se apoderó del suyo cuando sintió la suave y tersa piel bajo sus dedos. Anne se encogió ante su tacto. —Odia que la toquemos, como si temiese que vamos a infectarla.

—Nosotros la tocamos y ella no pareció disgustada—Musitó uno de los niños inocentemente, rompiendo momentáneamente la burbuja que había creado alrededor de ellos la tensión, y Amy dejó de mirar a Anne para girar un poco la cabeza y mirarlo por encima del hombro.

—Eso pasó porque estaba frente a la señora Jettkins. Ella se porta bien con nosotros delante de la anciana, niños. Recuerden que su plan es quedar como la buena, como la víctima.

“Yo soy la víctima”
, pensó Anne, dejando que esto se reflejase en su rostro como una mueca de disgusto.

El niño que había preguntado asintió y Amy le sonrió dulcemente. — ¿Por qué no me dejan a solas con la Hermana, niños? Ella y yo tenemos cosas que hablar en privado.

Los niños se dirigieron a sus habitaciones sin decir una palabra. Amy volvió a girar la cabeza y fijó sus ojos en los de Anne nuevamente, pero esta vez Anne podía leer una interminable lista de hechizos y maldades en ellos, todos dedicados a ella.

— ¿Por qué rayos estás haciendo todo esto? —Se quejó Anne tratando de quitar a la chica del lugar en el que se había colocado, frente a ella y muy cerca de su cuerpo. Delante de los niños no había querido actuar, pero ahora que Amy había comenzado con su jugada, no le quedaba de otra que atacar primero. — ¿Qué te he hecho para que te hayas dedicado a ponerlos en mi contra?

— ¿Qué me has hecho? —Amy se inclinó más hacia ella y apoyó la cabeza en la curva del cuello de Anne. La mayor dejó que un quejido saliese de sus labios y sus manos volaron rápidamente hasta posarse sobre los hombros de Amy, alejándola de sí. Amy sonrió, complacida. — ¿Quieres saber lo que me has hecho? Nada, en realidad. Pero tú eres una de ellos, así que mereces ser castigada también.

¿Castigada?, pensó Anne, confundida. ¿Castigada por qué?

—Yo… yo no soy una de ellos. Y ya déjame en paz. — Anne volvió a empujarla y a Amy no le quedó más remedio que dar otro paso hacia atrás. Pero la sonrisa no abandonó su rostro en ningún momento. Al contrario.

—Vamos, usa tu magia. Sé que te mueres de ganas por lanzarme un hechizo y deshacerte de mí. — Hizo una pausa en la que tocó la bufanda que Anne tenía en el pelo. — Anda, hazlo.

Su voz salió calmada, en un tono relajado y seductor, que hubiese empujado a Anne a hacer lo que ella le decía si esta hubiese tenido la capacidad de hacer magia. Anne sintió como sus palabras se metían dentro de su cuerpo y movían hilos invisibles para tratar de obligarla a hacer lo que quería. Y supo por la cara de confusión que Amy puso, que no le había resultado el plan.

¿Cómo podía resultarle si lo que Amy quería era obligarla a usar algo que ella no poseía?

¿Qué pasaba con esa chica? ¿Por qué le estaba haciendo todo eso? Anne no dejaba de hacerse esas preguntas, mientras la miraba con sus ojos azules bien abiertos. Amy no podía evitar mostrar su asombro ante lo que pasaba y eso le demostró a Anne que la chica había tratado de hacerle algo y no lo había logrado.

“Gracias a Dios”, pensó mientras exhalaba aliviada.

Aprovechándose del estado de la otra chica, Anne se deslizó por la pared hacia su izquierda y se encaminó rápidamente hacia la habitación de Aileen, en donde se encerró con llave. Y cuando exhaló, con la espalda apoyada en la puerta y una mano sobre su pecho, fue que se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento todo el camino hacia la habitación de la pequeña.

Qué situación más extraña
, dijo, antes de encaminarse a la cama y recostarse, totalmente abatida y completamente ajena al par de ojos que la miraban desde la esquina.

Cuando la persona que la estaba espiando se dio cuenta de que la intrusa había caído rendida ante los brazos abiertos de Morfeo a los pocos minutos de haberse recostado, salió de su escondite y se acercó lentamente hacia su cama, dejando su osito de felpa sobre el viejo sillón. Aileen, que se había mantenido la mayor parte del tiempo escondida para que Anne no pudiese verla, estaba ahora subiéndose a la cama y tocando el rostro de Anne con dedos curiosos.

Mientras lo hacía, tenía sus ojitos fuertemente apretados y una expresión de dolorosa concentración pintada en su rostro. Cuando sus deditos tocaron su frente, la niña tuvo que ahogar un grito; las imágenes que llenaron su cabeza eran demasiado brillantes como para que alguien acostumbrado a la oscuridad se sintiese cómodo.

Pero ella, dispuesta a conocer el misterio que envolvía a la Hermana, soportó el dolor que los recuerdos de Anne le provocaban hasta que este desapareció, y ella quedó temblorosa y agotada. Los recuerdos seguían apareciendo en su cabeza, los cuales eran una sucesión de imágenes, personas, colores, sonidos y sensaciones que la abrumaban y confundían. Era como ver una película, sin subtítulos o traducción, que estaba en un idioma que no conocías, y la cual pasaba a una velocidad tan rápida que era difícil seguirle el ritmo.

Cuando ya había visto suficiente, deslizó su temblorosa mano hasta posarla en el corazón de Anne. Sus parpados se movieron y permitieron que sus desvaídos ojos grises se posasen en la chica que tenía en frente, en su manita sobre su pecho. Aunque no podía verla realmente debido a su ceguera, su don le permitió tener una idea de cómo era la joven frente a ella y, por supuesto, saber lo que pasaba a su alrededor.

Su don, según le había dicho la señora Jettkins, era un regalo de los dioses por su perdida. Y se podía decir que era cierto, porque casualmente había aparecido para suplir su falta de visión.

Ella, a pesar de ser en apariencia aceptada por la sociedad, había nacido ciega, lo que la había convertido inmediatamente en una Abandonada. La partera que la había traído al mundo había tenido la amabilidad de reportarla inmediatamente la bebe había abierto los ojos y la mujer los había visto. Así que a sus padres, debido a esto, no les había quedado más remedio que dejarla en la puerta del Hogar con apenas horas de nacida.

Así que, cuando sus poderes comenzaron a salir a la edad de dos años, la señora Jettkins se había encargado de estudiarlos y de enseñarle de la manera más sencilla posible cómo usarlos. Ahora, con cuatro años, Aileen era lo suficientemente experta como para poder hacer uso de ellos sin necesitar la ayuda de nadie, lo que le facilitaba bastante las cosas.

Y en esos momentos, gracias a su don, ella pudo darse cuenta de los hilos que flotaban alrededor de Anne como movidos por el viento, de las cadenas que manejaban su voluntad, del bloqueo en su cabeza. Alguien estaba controlando a Anne, lo que sentía, hacía y pensaba. Y no era sólo una persona. Los colores de los hilos le decían claramente a la niña que por lo menos tres personas estaban involucradas en todo eso.

Que una niña de cuatro —casi cinco— años supiese eso no era nada nuevo ni raro, mucho menos cuando tenía un don tan particular y especial. Habiendo crecido bajo la tutela de una persona tan sabia como Agnes Jettkins, era de esperarse que para esa edad, la niña conociese todo lo relacionado con su don y la magia en general.


Aunque el Hogar era básicamente un lugar para los hellavenianos sin capacidades mágicas (la mayoría eran niños físicamente aceptables pero sin magia), también había niños que podían hacer magia, pero que debido a su apariencia no eran aceptados en la sociedad. Por tal motivo, Agnes se había encargado de estudiar las habilidades de cada uno de ellos inmediatamente estas empezaron a aflorar, concentrándose en los dones en el caso de los que los tuvieran, para educarlos y entrenarlos en base a ellos.

Los niños que no podían hacer magia, se conformaban con ver a los otros practicando, porque Agnes, ni nadie, podía hacer nada para solucionar su problema.

Así que, viendo el Hogar desde ese punto de vista, no era comprensible que los demás hellavenianos le tuviesen tanto miedo. La Casa de los Abandonados no era un mal lugar, al contrario, porque todos los niños recibían la atención y los cuidados que posiblemente no recibirían en sus hogares o en ningún otro lugar.

Pero como ellos eran intolerantes de la imperfección, el Hogar se les antojaba el lugar más desagradable de todo el mundo. Y lo mismo pasaba en los demás Reinos, en donde la palabra “Abandonados” era casi sinónimo de peste. Era algo que estaba en la idiosincrasia de los hellavenianos y eso nadie iba a poder cambiarlo.


Cansada de hurgar en la mente de Anne y de jugar con los hilos para ver hacia qué parte de su cuerpo se dirigían, Aileen dejó que un bostezo saliese de sus labios y se bajó de la cama de un salto. Se dirigió hacia donde había dejado al muñeco de felpa y volvió hacia la cama, recostándose al lado de Anne.

Descubrir quién era Anne —más bien qué era— la había dejado exhausta. Y habiendo pasado ya la barrera que había erigido ella misma para protegerse de la “brillante” terrana, no había razones para que ella se mantuviese alejada de la chica. Así que, quizás como una forma de acomodarse o de buscar la fuente de calor a su lado, la niña se pegó a ella y se dejó mecer por Morfeo hasta que estuvo acompañando a Anne en el país de los sueños.


***

Lo primero que sintió Anne cuando despertó fue el punzante dolor de su piel siendo quemada, lo que le arrancó un grito de dolor y la hizo abrir los ojos de golpe, para volver a cerrarlos fuertemente mientras apretaba los labios. Luego, todo lo que sintió fue una ligera presión sobre su pecho, junto con una sensación cálida y placentera. Lentamente, aun bajo los efectos del sueño, abrió los ojos y lo primero que vio fue una maraña de cabello dorado tapándole la vista.

Apoyando sus temblorosos brazos sobre la cama, y a duras penas, logró sentarse, haciendo que Aileen, la cual no había dejado de pasar sus manitas de arriba hacia abajo sobre su pecho, se alejara lo suficientemente de ella como para poder mirarla.

—Te estaba curando.

Fue lo único que salió de los labios de la niña en modo de aclaración y Anne, sorprendida de tenerla frente a frente después de que esta se hubiese escurrido de su alcance desde el primer día, no se dignó a responderle. Aileen no pareció molestarse por eso.

—Esas personas son malas.

Musitó la niña, quitándose el pelo de la cara con movimientos torpes, aun sin despegar sus ojos de Anne, como si de verdad pudiese verla con ellos. Anne sólo atinó a preguntar un tímido “¿Quiénes?”, a lo que la niña respondió:

—Los que te están haciendo esto— le señaló con su índice derecho el lugar sobre su clavícula en el que había una fea quemadura en una forma que se asemejaba ligeramente a su dije en forma de corazón.

Anne se llevó la mano al pecho instantáneamente y siseó cuando se tocó la herida. La niña se inclinó inmediatamente y le quitó la mano del pecho, en modo de reprimenda.

—No deberías hacer eso. Duele.

Ella no tenía que decírselo, Anne lo sabía a la perfección. El ardor que sentía en su piel era lo suficientemente real y fuerte como para que ella se hiciese una idea de lo fea que debía ser la quemadura. Pero de lo que no se hacia una idea era del hecho de cómo se había lastimado de esa manera. Y la pregunta “¿cómo rayos me hice esto?” estaba deseando salir de los labios de Anne, deseando poder encontrar una respuesta aunque fuese debajo de la cama.

Era poco probable que en esa casita alejada de la civilización, ella pudiese encontrar respuestas a sus preguntas debido a que sus habitantes no estaban allí precisamente por su amplio dominio y conocimiento sobre la magia. Además, ella no se atrevería a formular la infinidad de preguntas que tenía en mente en voz alta por miedo a que alguien, cualquiera, pensase que ella sabía muy poco para ser una hellaveniana.

Estando en su posición, no era recomendable dar paso a ese tipo de pensamientos.

—No te preocupes, sanará. —Anne alzó los ojos y los fijó en la pequeña que tenía en frente, la cual abrazaba protectoramente su viejo muñeco de felpa. —Pero te dejará una marca en el pecho. Espero que no te importe.

Llegados al punto en el que los sueños dejaban feas y dolorosas heridas sobre su piel en la realidad, a ella no le importaba en lo más mínimo que le quedara una marca. Lo único que le interesaba era que el final de su repetitivo sueño nunca se hiciese realidad.

— ¿Por qué estás aquí? —preguntó Anne de pronto, corrigiéndose rápidamente al darse cuenta de lo brusca y tonta que había sido la pregunta— Digo, sé que esta es tu habitación y que yo soy la intrusa aquí pero… teniendo en cuenta que me has estado esquivando e ignorando desde el principio…

—Ya no tengo por qué estar alejada de ti. Ya no brillas tanto.

Anne se miró los brazos y las manos, con gesto evaluador, y luego le dirigió una mirada cargada de confusión a Aileen.

— ¿Brillo? Yo nunca he brillado.

—Sí, sí lo haces. Todos los de tu especie brillan mucho.

Anne quiso preguntar a qué ella se refería con eso, pero la niña no le dio tiempo.

—Tú eres una terrana, y todos los terranos brillan. Por lo menos eso fue lo que me enseñó la señora Jettkins.

La niña se acomodó en su lugar como si nada estuviese pasando, como si de sus labios no hubiesen salido palabras que ponían en riesgo la vida de varias personas.

Anne quedó en shock al escucharla e inmediatamente se llevó una mano al pecho, agarrando fuertemente el dije de su collar como para asegurarse de que seguía allí y estaba ocultándola con su magia, ignorando el hecho de que volvió a lastimarse la herida. En esos momentos, el dolor que sintió no era nada comparado con el miedo que empezó a crecer en el mismo instante en el que la palabra “terrana” salió de los labios de Aileen.

— ¿Te-terrana? Yo no soy una terrana. —Negó, tratando de sonar convincente incluso para una niña de cuatro años, pero no lo logró.

—Sí, sí lo eres. —afirmó Aileen con toda la seguridad y el peso que te da el saber de lo que hablas. —No puedes ocultarlo; yo puedo verte como en verdad eres.

Esas palabras aterraron aun más a Anne. Se suponía que el collar estaba protegiéndola, ocultando completamente su identidad como terrana. Pero si una simple niña podía ver su verdadero yo con tanta facilidad, ¿qué pasaría con hellavenianos más experimentados?

El miedo, las dudas y la preocupación le oprimieron el pecho tan fuertemente que le sacaron un sollozo. Aileen se arrastró sobre la cama, arrastrando consigo al pobre muñeco de felpa por un brazo, y se subió en el regazo de Anne, rodeando su cuello con sus delgados bracitos y dándole un fuerte abrazo.

Si antes se mostraba esquiva y escurridiza, ahora no tenía reparos en acercarse y tocar a Anne como si esa no fuese la primera vez que interactuaban.

—No te preocupes. Ni Terry ni yo vamos a decir nada.

Anne giró la cabeza en dirección a la niña y la miró confundida. Aileen le sonrió como respuesta, mientras abrazaba al oso fuertemente.

Aileen era bonita, mucho. Era la niña más linda que Anne hubiese visto en toda su vida. Le recordaba a esas muñecas de porcelana de largo cabellos rizados, vestidas con delicados vestiditos blancos decorados con encajes y que usaban relucientes zapatitos de charol. Estaba segura de que su carita la había visto alguna vez en alguna de las muñecas que reposaban en un estante en su habitación. Pero era algo poco probable porque Aileen era real y estaba viva, y esas muñecas no.

Aileen tenía grandes ojos gatunos de un gris opaco que a Anne le recordaban a alguien, a una mañana nublada. Su piel era blanquísima, del color de la leche y el único rastro de color lo encontrabas en sus redondeadas y sonrosadas mejillas. Su boca era de labios carnosos, los cuales le daban la apariencia de que siempre estaba haciendo un puchero. Su largo cabello rubio estaba enmarañado pero Anne podía adivinar uno que otro rizo entre la maraña.

“Adorable”, era lo único en lo que podía pensar Anne al verla y quizás debido a eso no pudo evitar posar una de sus manos sobre la mejilla derecha de la niña y acariciar su piel. Aileen, que se había concentrado en acariciar la peluda cabeza de “Terry” con una mano, mientras se chupaba el pulgar de la otra, levantó la cabeza y la miró fijamente. Y fue justo en ese momento, así, sin los efectos del sueño y la magia de la niña atacándola, que Anne se fijó en esos enormes ojos desvaídos que tenía enfrente.

—Aileen tu… ¿tú estás…ciega?

Anne quiso golpearse por ser tan tonta y hablar sin pensar... otra vez. Ella, se suponía, era una chica muy inteligente; sus premios y calificaciones lo demostraban. Pero desde hacía un tiempo no parecía estar pensando correctamente. Estaba hablando sin pensar, haciendo preguntas que parecían ser más de un niño que de un adulto.

Por suerte, Aileen, contrario a los demás niños, no parecía tener motivos para querer utilizarla de muñeco de pruebas para su magia. Mucho menos después de haber hecho semejante pregunta.

—Sí, lo estoy.

Esa fue la tranquila y sencilla respuesta de la niña, la cual se removió en su lugar sobre el regazo de Anne y se acomodó como si nada estuviese pasando. Anne movió su brazo derecho para que ella pudiese apoyar su cabeza sobre él, como si fuese una niña pequeña.

— ¿Entonces… cómo es que ves?

—Mi don.

Después de esa corta respuesta, se hizo el silencio en la habitación. Anne asintió lentamente en señal de entendimiento, a pesar de que le hubiese gustado saber exactamente cómo funcionaba el don de la pequeña. Pero, lamentablemente, Aileen era de pocas palabras, por lo que las respuestas cortas y precisas era lo que iba a conseguir cada vez que preguntase algo.

Esa actitud le recordaba a alguien, pero ningún nombre o rostro venía claramente a su cabeza. Era todo una composición borrosa, como si la estuviese viendo a través de un cristal empañado, por lo que ella no se preocupó por indagar más en sus recuerdos.

Aileen cerró los ojos al tiempo que abrazaba a Terry con el brazo derecho y se llevaba el pulgar de esa misma mano a la boca. Anne, la cual estaba aun sopesando las palabras de la niña, recapitulando en todo lo que había pasado para ver si había hecho o dicho algo que pudiese haber puesto en peligro su identidad, empezó a moverse hacia delante y hacia atrás suavemente, aun con la niña recostada en su regazo.

A los pocos minutos Aileen estaba profundamente dormida por lo que cuando la puerta de la habitación se abrió y uno de los niños entró avisándole que era la hora de la cena, Anne no tuvo corazón de despertarla. Así que, cuidadosamente, bajo la atenta mirada del niño, recostó a Aileen delicadamente sobre la cama, la cubrió con la manta, y salió de la habitación después de darle un beso en la frente.

El niño, el cual no confiaba en ella a pesar de ver como había tratado a Aileen, lideró el viaje hacia la sala-comedor a una distancia prudente. De vez en cuando miraba hacia atrás, como si estuviese esperando descubrir a Anne preparada para lanzarle un hechizo. Anne no tuvo más remedio que esbozar una sonrisita triste, al notar lo desconfiados que se habían vuelto los niños gracias a Amy. La chica realmente había hecho un buen trabajo poniéndolos en su contra.

Cuando llegaron a su destino, la señora Jettkins le tendió amablemente un cuenco con estofado a Anne, la cual lo aceptó con un respetuoso movimiento de cabeza y se sentó en el único lugar vacio que quedaba en la larga mesa rectangular.

La cena pasó en silencio, siendo este roto a veces por los bajos murmullos de los niños, los cuales se habían dedicado a hablar en susurros cada vez que Anne estaba cerca. Terminada la cena, Anne se dispuso a recoger los platos para limpiarlos, pero la señora Jettkins la detuvo diciéndole que se cambiara de ropa y saliese, que ella tenía cosas más importantes que hacer.

Sin comprender lo que la mujer le había dicho, y haciendo lo que esta insistentemente le había ordenado que hiciera, Anne se dirigió a la habitación en donde estaba su ropa y mientras se cambiaba, pudo ver como un trozo de papel apareció flotando frente a ella en una explosión de luces y destellos de color dorado.

Era un mensaje de Adrian, escrito con su fina y estilizada caligrafía cursiva, el cual le decía que había llegado de su viaje (él siempre salía de viaje pero nunca le decía a dónde iba ni por qué) y que quería verla en el lugar en el que solían reunirse desde que Anne estaba viviendo en el Oráculo.

La alegría que sintió al leer la nota fue lo suficientemente grande como para alejar todos los malos pensamientos que habían estado rondando su mente desde su conversación con Aileen y, por supuesto, para hacerla obviar el hecho de que la señora Jettkins había sabido de la reunión mucho antes de que llegase el mensaje.

Anne se arregló lo más rápido que pudo y se puso la capa y el bolso en su camino hacia la puerta de entrada de la casa. La señora Jettkins le deseó suerte cuando la vio cruzar como un bólido frente a la puerta abierta del salón, mientras una sonrisa aparecía en su envejecido rostro. Anne a penas si la escuchó, concentrada como estaba en terminar de arreglarse y no caerse en el proceso.

Anne salió de la casa cargada de energía, emocionada como estaba por estar cerca de Adrian otra vez. Emprendió la carrera hacia su destino sin siquiera dignarse a mirar atrás y sin que le importase haber sido descortés por haberse ido sin saludar. Como esta no era la primera vez que caminaba por el bosque, sola, de regreso al Oráculo, y como Claus había tenido la amabilidad de enseñarle un camino con menos obstáculos, Anne podía darse el lujo de correr libremente, sin tener que preocuparse por ramas caídas o raíces ocultas por una camada de hojas secas.

Así que, gracias al paso que había llevado desde que había salido de la casa, y como se había detenido muy pocas veces para tomar aire y descansar, Anne llegó con apenas cuarentaicinco minutos de retraso. Y como Adrian siempre aparecía después de que ella llegaba, no tuvo que preocuparse por hacerlo esperar.

Cansada por la carrera, Anne se sentó en uno de los bancos de piedra despreocupadamente, buscando descansar sus adoloridas piernas y llevarle aire a sus pulmones. Movió sus manos de arriba hacia abajo repetidamente sobre sus brazos y piernas, en busca de calor y de alejar el dolor.

Adrian llegó silenciosamente, y sorprendió a Anne abrazándola por detrás, haciéndola dar un saltito en su asiento. La chica inmediatamente se dio la vuelta y enlazó sus brazos alrededor del cuello de Adrian, abrazándolo fuertemente.

—Te extrañé. Te extrañé muchísimo. —Musitó, con un tono de voz que demostraba que sus palabras eran ciertas, después de unos instantes de silencio, en los que se dedicó a disfrutar del abrazo.

—Pero si sólo me fui por una semana, Anne. —Le respondió Adrian con una sonrisa bailando en sus labios, mientras se sentaba en el banco junto a ella.

Debía admitirlo, él también la había extrañado. Ver a Anne, encontrarse con ella cada noche después de un largo día de trabajo, se había convertido en su parte favorita de todo el día. Ariadnna siempre se burlaba de él diciendo que se había obsesionado con Anne pero, ¿cómo no hacerlo cuando la recompensa que obtenía cada vez que estaba con ella era una cantidad infinita de emociones que dejaban a la parte hambrienta de su don plena y feliz? ¿Cómo no hacerlo cuando era recibido de esta forma, con un cuerpo cálido pegado al suyo y con labios ansiosos demostrándole lo mucho que lo querían y extrañaban?

Quizás no estuviese dispuesto a darle la razón a su hermana y a decirle “sí, me enamoré de Anne aunque no sé como rayos pasó eso”, pero no tenía inconveniente alguno en admitir que se había obsesionado con ella. Aunque al final, para la Princesa, todo significase lo mismo.

Anne, que había vuelto a abrazarlo cuando él se había colocado a su lado, se alejó un poco de él, lo suficiente como para que Adrian pudiese tocar su rostro, acercarse a ella y besarla. Anne se dejó hacer, correspondiéndole el beso de la misma forma lenta y suave con la que él siempre la besaba. Adrian era muy dulce con ella, y la besaba y tocaba como si tuviese miedo de lastimarla, como si estuviese tratando de descifrar hasta la más mínima sensación que cada toque, cada roce, producían en él.

A ella le gustaba como Adrian la hacía sentir, y quizás por eso nunca cuestionó sus sentimientos hacia él. Para Anne era mucho más fácil asumir cosas, asumir que lo quería, que estaba enamorada de él, a detenerse a pensar, a analizar si todo esto era verdad. Quizás sonase tonto, porque de todas formas sufriría, pero lo haría al final, y no en el proceso.

Al final, como no sabía qué iba a pasar con ella, y como no tenía intenciones de hacerse ilusiones con nada ni nadie, era mejor dejar sus sentimientos envueltos en una esfera de cristal, protegidos de las circunstancias, que dejarlos involucrarse en su relación con Adrian y los demás. Así cuando todo eso terminase, sabría Dios de qué forma lo haría, recibiría un solo golpe y no muchos en el transcurso de su viaje al final de esa experiencia.

—Hay algo que tengo que decirte— Susurró él muy cerca de sus labios, mientras deslizaba su mano para acariciar la curva del cuello de Anne. La chica se inclinó hacia delante robándole un beso antes de preguntarle un “¿qué?”, que no pareció muy interesado. —Hay una fiesta de disfraces en el Reino dentro de una semana.

— ¿Eso qué tiene que ver con nosotros? —preguntó ella en voz muy baja, mientras dejaba besos sobre los labios de Adrian. No se le veía para nada interesada en lo que Adrian estaba diciendo, pero sí en dejar besos por todo el rostro de su novio.
El chico se vio distraído durante unos breves instantes, no estando seguro de si lo que iba a hacer era lo correcto o no. Quería decirle quien era él, qué era él, pero tenía miedo de la reacción de Anne. Ellos tenían juntos mucho tiempo, y a pesar de que sus rostros aun era aun un misterio entre ellos, habían compartido casi todos sus secretos (habían algunos que estaban cerrados con llave y que jamás saldrían de los labios de ninguno de ellos). Así que decirle a Anne que él no era un hellaveniano común y corriente así, de improviso, y sólo porque las circunstancias lo habían obligado, no parecía ser una muy buena idea.

—Ustedes, las Hermanas, tienen que ir, por supuesto— le respondió después de unos instantes, ganándose la atención de Anne. La chica se resignó a tener que prestar atención y dejar de hacer lo que hacía. Para ella, besarlo era mucho más interesante, mucho más debido al hecho de que tenía días que no lo hacía.

—Eso quiere decir…—musitó ella buscando que él terminase la frase, moviendo su mano derecha en movimientos circulares.

—Eso quiere decir que podremos vernos… allá.

Anne se enderezó en su lugar y fijó su vista en Adrian.

—Explícate mejor, Adrian, por qué de verdad que no entiendo qué es lo que quieres decirme con todo esto.

El joven exhaló un suspiro y se enderezó en su asiento. Esta era la primera vez que estaba dando tantas vueltas para decir algo. Estaba seguro de que si Ariadnna lo estuviese viendo, estaría riéndose de él en esos momentos. “Eres un Príncipe, Adrian, compórtate como tal”, se dijo a sí mismo mentalmente, como una forma de alentarse.

— ¿Eres un empleado del Reino? —preguntó Anne de improviso, sonando muy seria de pronto, impidiendo que él dijese algo debido a la sorpresa. — ¿O trabajas en el Reino?

Habiendo vivido con Encargados de la Limpieza, ella ya sabía la diferencia entre trabajar para ellos —El Reino— y trabajar en sus dominios. Los hellavenianos no sabían de la existencia de los Recolectores, los Selectores o de los Encargados de la Limpieza, los cuales trabajaban para el Reino. Como su trabajo tenía que ver con los terranos, el Reino mantenía ocultos estos puestos, reclutando nuevos empleados sólo cuando algún empleado recomendaba a alguien.

Los demás empleados, los que sí eran conocidos por el pueblo, como la Guardia, algunos delegados o los empleados del servicio domestico del castillo, trabajaban en el Reino.

Adrian dudó unos segundos en responderle, no sabiendo como Anne podía saber este tipo de información. No todas las Hermanas eran conocedoras de la existencia de los “empleados ocultos”.

—Eh… no, no soy nada de eso.

— ¿Entonces? ¿Cómo es que sabes lo de la fiesta? Al Oráculo no ha llegado ninguna invitación. Sí hubiese sido así, ya la Madre nos lo hubiese informado.

Adrian giró la cabeza y aunque Anne no podía ver su rostro, estaba segura de que lo había hecho como un reflejo para que ella no descubriese que él ocultaba algo.

—Adrian, ¿qué me estás ocultando? —sabía que no tenía ningún derecho a hacer semejante pregunta, teniendo en cuenta de que ella le ocultaba cosas más graves, pero la curiosidad la llevaba a hablar sin pensar. Ella quería saber qué era eso que estaba haciendo que su siempre seguro novio dudase en esos momentos.

—Anne, antes que nada quiero que entiendas que no te lo dije porque no quería que te acercases a mí debido a eso. —Anne alzó una ceja, obviando el hecho de que él no podía ver ese gesto. Adrian se inclinó un poco y tomó las frías manos de la joven. —La mayoría de la gente sólo quiere hacerse amigo de la gente como yo para tener contactos y conexiones.

— ¿Gente como tú? ¿Qué quieres decir con eso? —Un pensamiento llegó rápidamente a su mente y ella separó bruscamente sus manos de las de Adrian, alejándose de él de un salto. — ¡¿Eres de la Guardia?! —Preguntó a voz en grito.

Sabía que había sonado como una criminal y era consciente de que seguramente Adrian se estaba preguntando por qué ella se mostraba tan temerosa en esos momentos, pero no le importó. Ella sabía de lo que era capaz un miembro de la Guardia.

Sabía de sobra, porque Luke se había encargado de recordarle muchas veces lo que ellos hacían cuando encontraban a alguien que rompía las normas. Y Anne había roto demasiadas como para que ellos le diesen tiempo siquiera a explicarse.

— ¡No! — Adrian se puso de pie tratando de acercarse a Anne y esta dio un paso hacia atrás. —Yo soy el Príncipe.

1 Estrellas:

Lady Y. dijo... @ 30 de noviembre de 2010, 1:02

:o
Taratatan... OMG! Lo dejaste en la mejor partee!
Malvada Haha...se esta poniendo buena la historia, y ahora con esa bomba q le solto Adrian a Anne.. No puedo esperar a ver q pasa en el proximoo capi :D
Prontoo plixxx pronto actualizaa..
Nos vemosss bye! Cuidate!

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