La Premonición

Capítulo 10

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La pesadilla comienza


Luke estuvo en cama todo el día y parte del siguiente. Al parecer, y él no tenía dudas al respecto, Cecil había puesto todo su odio en el hechizo que le lanzó ya que incluso él, que se recuperaba con pasmosa rapidez, estuvo en cama más de veinticuatro horas seguidas.

Cuando se puso de pie, ya recuperado y muriéndose de hambre, sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal cuando sus pies descalzos tocaron el suelo. La casa estaba helada. Quizás era culpa de Cecil (seguramente había desactivado los hechizos de calor que había puesto en la casa como una forma de vengarse. Solía hacerlo cuando era más joven y quería molestar a Luke) o quizás se debía al hecho de que él había estado demasiado débil como para mantener los hechizos en funcionamiento.

Con un fluido movimiento de su mano derecha, activó todos los hechizos que protegían la casa. Después, con un bostezo aflorando de sus labios, se dirigió hacia el baño par asearse. Salió de la habitación a la media hora, totalmente vestido y despierto. Se encaminó hacia la cocina para prepararse algo de comer pero se llevó la enorme sorpresa de que ya alguien se había encargado de la comida.

Anne, que estaba colocando unos platos sobre la mesa, dirigió una mirada hacia la puerta donde él permanecía mirando la escena con extrañez. Le dedicó una sonrisa y siguió con su trabajo como si él no la estuviese mirando de esa forma tan extraña.

—Me alegra que hayas despertado. Así me has ahorrado el tener que ir a despertarte.

Anne estaba vestida con sus ropas anchas, muchas más de las que usaba usualmente; eso respondió su pregunta de cómo ella había sobrevivido todo ese tiempo en medio de esa casa helada. Su cabello estaba recogido en una coleta alta, con algunos mechones rebeldes que se habían escapado de su atadura y que caían por su frente y en su cuello. Y las mangas de los suéteres y abrigos que usaba estaban remangadas, mostrando sus brazos pecosos y dándole una apariencia algo extraña y graciosa.

Algo en su apariencia, en la forma en la que se movía por la cocina, o la forma en la que se llevaba la cuchara a los labios para probar lo que estaba cocinando, le pareció extrañamente familiar. Como si ella llevase toda la vida haciendo eso.

De pronto, sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando Anne dio un respingo y dejó caer la cuchara que sostenía sobre un plato en la encimera. Él había pensando que se había quemado pero al verla frotarse las manos con un trapo y caminar hacia él, se olvidó por completo de eso. Anne, con total confianza, puso su mano derecha en la frente de Luke para comprobar su temperatura. Chasqueó la lengua y eso, sumando a la disgustada expresión de su rostro, a Luke no le gustó.

Mucho menos le gustó el hecho de que la chica se mostraba demasiado tranquila y cómoda en su presencia. Era como si el hecho de empezar a tutearlo, o de haber tenido una o dos conversaciones con él, le hubiese dado todo el derecho del mundo de hacer lo que se le viniese en gana. Él nunca se había topado con una persona igual.

— ¿Podrías inclinarte un poco hacia delante? — le pidió con calma.

A pesar de que su petición no le hacia la mas mínima gracia, hizo lo que le pidió. Anne no le dio tiempo dudar o a preguntar (o a convertir en palabras lo que pasaba por su mente), se acercó más a él y juntó su mejilla derecha con la de él por unos segundos que a él le parecieron eternos. Al cabo de un instante se alejó de él y volvió a su lugar frente a la estufa.

— ¿A qué demonios vino todo eso? —Su voz salió fría y él dio gracias a todos los dioses porque hubiese sido así. El gesto de la chica lo había trastornado un poco, haciéndole pensar en cosas que se suponía que no debería estar pensando. ¿Cuándo se había convertido en esa clase de persona?

—Quería comprobar tu temperatura. Anoche tuviste fiebre y quería saber si ya estabas mejor.

— ¿Y con toparme la frente no era suficiente?

—Tengo las manos calientes por estar cerca de la estufa —movió las manos en un gesto que claramente decía “¿acaso eres tonto y no puedes notar lo evidente?” —por lo que no es un método efectivo averiguarlo de esa forma. Y como no tengo un termómetro, no me quedaba más remedio de hacer lo que hice.

—No vuelvas a hacer eso. —Ella lo miró durante unos brevísimos instantes y luego se encogió de hombros. La chica se estaba convirtiendo a cada segundo en la persona más descarada de todo el mundo.

Antes ella se hubiese estremecido producto del miedo, o hubiese salido corriendo. O lo hubiese mirado con sus ojos azules cargados de terror. Pero ahora, ella sólo se limitaba a encogerse de hombros. Estaba empezando a arrepentirse de haberle hablado, mucho mas de haberle permitido llamarlo por su nombre.

—No lo haré. Además, ya no tienes fiebre.

—No puedes estar segura de eso. —Ella dejó de escurrir la pasta y lo miró fijamente, con una clara expresión de incomprensión. — Como domino el fuego, mi temperatura es más alta que la de los demás.

Él no supo por qué le estaba diciendo esas cosas pero en los últimos días estaba haciendo y diciendo cosas sin pensar, cosas que no eran propias de él. Tenía que hacer algo para solucionar ese problema, y pronto, ya que la chica estaba cada vez más liberal.

Anne volvió a su trabajo. Puso la pasta recién escurrida en una fuente y luego le echó la salsa que había estado haciendo con una expresión de satisfacción en el rostro al ver su creación.

— ¿Cómo funciona eso de los dones? Edna me lo estaba explicando una vez pero nunca lo entendí.

— ¿Acaso tengo cara de profesor o algo así? Además, ¿por qué demonios tendría que explicarte algo?

— ¿Siempre eres tan gruñón cuando te levantas? —Ella no lo miró cuando dijo esto, diciéndole a él que realmente no le importaba escuchar su respuesta. Él bufó, molesto, y fue como si no hubiese hecho nada. A ella no parecía molestarle en lo absoluto su actitud.

—No deberías ser tan insolente. Recuerda con quien estás hablando.

Ella puso la fuente llena de pasta sobre la mesa, se quitó el delantal y con una expresión seria en el rostro caminó hacia él. Como si toda esa situación no fuese aun más bizarra, le dijo en un tono bastante insolente:

—Y tú deberías recordar unas cuantas cosas. La primera, me dijiste que no te tratara de usted, por lo que, como es lógico, no voy a tratarte con tantos formalismos y bombos, como si fueses el rey del mundo o algo así. Además, sí vamos a vivir bajo el mismo techo durante Dios sabe cuánto tiempo, lo más normal es que empecemos a tratarnos bien, como amigos. Y segundo, le juraste a Edna que no me harías nada, así que, por más que me amenaces, sé que al final serán sólo palabras. Ahora, siéntate y come algo.

Se dio la vuelta, sintiéndose realmente satisfecha al haber dejado a Luke nuevamente sin palabras, y tomó su lugar en la mesa. Luke, en cambio, estaba tan atónito que no se movió. Ella lo había sermoneado. Ella, que no era más que una cosita diminuta y delgada, que tenía que alzar la cabeza para poder mirarlo a la cara. Ella, que no era más que una terrana, un ser capaz de destruir su mundo con su sola presencia.

Ese pensamiento le hizo caer en la cuenta de que había estado actuando como si no fuese él mismo en esos días. Él siempre había pensando con la cabeza fría, siempre había odiado a los terranos. Él odiaba a los terranos, mucho. ¿Cómo era posible que él, a pesar de todo eso, le permitiese a esa insignificante criatura hablarle de esa manera, comportarse de esa manera?

Sintió la rabia creer a borbotones dentro de su cuerpo, venida de algún profundo lugar dentro de su ser; una rabia sin sentido, pero que lo hizo sentir bien. Sentía que era mucho mejor sentirse de esa manera a estar embelesado por la dulce apariencia de Anne.

Sintió la rabia tomar forma y recorrer su cuerpo, reuniéndose en sus manos, de las cuales brotaron chispas azules que pronto se convirtieron en lenguas de fuego de un color azulado. Era la primera vez en mucho tiempo que le pasaba algo como eso y debía admitir que le gustaba la sensación que esto producía. Lo hacía sentir poderoso, indestructible, algo que todos los hombres desean sentir aunque sea alguna vez.

—Tu—dijo, y la chica tuvo el buen juicio de sobresaltarse al escuchar el tono de su voz. —Te advertí una vez que te estabas pasando de la raya, pero al parecer, no fui lo suficientemente claro.

Ella tragó saliva y lo miró con los ojos cargados del más puro y hermoso terror. Había recordado lo que había sentido aquel día en el que Luke había usando su magia en ella para darle una muestra de lo que sería pasar un rato con él en plan “te torturaré hasta que me supliques clemencia”. La amenaza de convertirla en cenizas flotó en el aire, enfriándole la sangre en las venas y sacándole un sollozo.

Luke, desde su posición, sintió todas las emociones que abrasaban el cuerpo de la chica. Y debía admitir que se sentía ligeramente satisfecho; así era como debían ser las cosas. Ella debía temerle y mantenerse alejada de él, como todo el mundo. Fin de la historia. Así él se ahorraba pasar malos ratos y mucho sufrimiento.

Pero a pesar de que él sentía que todo estaba bien ahora, que las cosas estaban tomando su curso de siempre, había una parte de él que se sentía condenadamente mal, como si ver la aterrada expresión del rostro de Anne fuese la peor cosa en todo el mundo. Como si las lágrimas que amenazaban con recorrer sus rosadas mejillas fuesen a destruir el planeta. Sentía una punzada de dolor en el pecho, y quiso pensar en que se debía al hecho de que ella se había mostrado tan preocupada por él, en que había sido tan buena y amable, que no era justo pagarle de esa forma.

Con un gruñido y una sonora maldición saliendo de sus labios, se dio la vuelta y salió de la cocina.


***


Anne lo vio alejarse y con él toda la entereza que le impidió desmoronarse y ponerse a llorar de puro pavor delante de él. ¿Qué había pasado?, no lo sabía con exactitud. Lo que sí sabía era que, a pesar de los agradables momentos que había pasado con Luke, a pesar de que había empezado a pensar que entre los dos había florecido la semilla de la amistad, él seguía odiándola y despreciándola. Él seguía pensando que ella era una amenaza, un estorbo, alguien que estaba vivo sólo porque otra persona le impedía matarla con sus propias manos.

Y volver a pensar en esto lo único que hizo fue agrandar su dolor. Le dolía pensar que en el tiempo que tenían juntos él no había desarrollado ningún tipo de sentimiento hacia ella. Le dolía pensar que allí ella era la única que sentía cosas.

Y se sintió mal al pensar en Cecil, en sus intentos por sacarla de la casa. Ella le había pagado sus buenos actos culpándolo por algo de lo que no tenía la culpa. ¿Y sólo por qué? porque no quería que Luke saliese peor de lo que ya estaba.

¡Él estaba en pie gracias a ella! Ella había impedido que Cecil le lanzase algún hechizo peligroso interponiéndose en el medio de los dos cuando vio a Luke en el suelo. Había sido un acto reflejo del cual aun se preguntaba el motivo, pero eso no importaba.

Luke le había dado muchos motivos para odiarlo, para acusarlo con Edna y con Cecil por todo lo que le había hecho. Pero ella siempre había encubierto todo, fingiendo que él no le había hecho nada. Ella había sido buena con él, incluso lo había cuidado la ultimas horas, y así era como él se lo pagaba.

Era una estúpida, lo sabía, pero en el corazón no se mandaba. Porque estaba segura de que era su corazón el que la obligaba a hacer todo lo que hacía por él.

Se puso de pie mientras se secaba las lágrimas del rostro y buscó la tapa del recipiente. Los recientes acontecimientos (prefería llamarlos así a decir “la reciente amenaza de muerte”) le habían quitado el apetito, y como estaba segura de que su hermoso verdugo no iba a pasarse por la cocina, lo mejor era tapar la pasta, esperar que se enfriase un poco mas y guardarla en el refrigerador.

Esbozó una sonrisa triste mientras salía de la cocina. A pesar de todo, ella seguía poniéndole a Luke el adjetivo “hermoso” o “perfecto”. Porque no podía negar que él era el hombre más hermoso y perfecto que ella hubiese visto en toda su existencia. Ella incluso llegó a esperar un coro de querubines cantando alrededor suyo mientras dormía. Porque Luke tenía la apariencia de un ángel (ella estaba segura de que los ángeles debía ser como él) pero el carácter de un demonio. ¿Cómo podía ser semejante cosa posible?

Sin darse cuenta, se vio fuera de la casa. El bosque, oscuro y plagado de sombras, se extendía frente a ella en toda su magnificencia. Los rayos de luna se filtraban a través de la copa de los arboles, cayendo en haces de luz entre ellos. Era una vista muy bonita, mucho más bonita que desde la ventana del salón.

Por un momento, sintió el breve impulso de volver a la casa. Pero cuando recordó que tenía el collar que le había regalado Cecil y que quizás esa sería la única vez que pusiese un pie fuera de la casa de Luke, empezó a caminar con la intención de adentrarse en el bosque. Quería conocer algo más que los rincones de la casa de Edna y Luke (y la de Cecil, en el caso de que él también quisiese que ella se pasase una temporada allá), quería tener en su mente el recuerdo de ese extraño lugar. Pero sobre todo, quería guardar de esa noche un recuerdo menos triste y amargo, y su primer paseo por el Hellaven sería el recuerdo perfecto.


***


La última vez que había hecho ese recorrido había sido hacía más de un mes, cuando había sido solicitado por el Consejo la noche en la que había ido de “caza” a la Tierra. Esa noche, cuando volvía a sus dependencias, había sentido que las cosas no habían salido tan bien como esperaban. Y el ser convocado nuevamente con tan poco margen de diferencia, confirmaba sus sospechas.

Nunca, en todos los años que tenía haciendo trabajos para el Consejo estos lo habían llamado al poco tiempo de haber realizado una misión. Es más, nunca lo habían llamado más de dos veces en el mismo decenio. Y nunca para que hiciese algo tan degradante como ir a la Tierra y cazar un terrano. Ese era el trabajo de los Recolectores, después de todo.

Pero ahora, por alguna extraña razón que él desconocía, los jefes solicitaban su presencia en el Salón de Reuniones. Seguramente para nada bueno.

Esta vez se ahorró la caminata por largos y fríos pasillos y se apareció justo al frente de las estatuas antropomorfas que custodiaban la puerta. Sus oscuros ojos de cristal estaban fijos en él, como si pudiesen grabar cada mínimo movimiento suyo. Y él no dudaba que fuese así; para ser un lugar tan importante, algún tipo de protección debía tener.

Haciendo a un lado sus pensamientos, extrajo dos pequeñas llaves plateadas de uno de sus bolsillos y se dispuso a introducirlas en las pequeñas ranuras que tenían las estatuas en la parte superior de la cabeza. Estas, después de lo que a él le pareció un gruñido, se movieron hacia los lados, haciendo un camino para que el pasase. Las puertas se abrieron a su paso, dándole la bienvenida, y las catorce antorchas que cubrían la pared del salón se fueron encendiendo una a una.

No había llegado al centro del salón cuando la voz del líder del grupo se escuchó, fuerte y con un escalofriante matiz de rabia que le heló la sangre en las venas.

—Cómo es posible que una misión tan sencilla como la que te encomendamos no la hayas podido realizar. Incluso un Recolector, un ser inferior a ti, puede hacerlo a diario. ¿Cómo es posible que tú no pudieras?

Él no dijo una sola palabra y no porque tuviese miedo sino porque no entendía de qué estaba hablando el líder. Había ido a la Tierra el día indicado y había matado a la terrana como se lo habían ordenado. Fin de la historia. Y ellos lo sabían porque esa misma noche fue convocado y había hecho su reporte. Además, estaba el Oráculo como testigo. Entonces, ¿de dónde salía todo eso? ¿Era acaso una prueba?

— ¿Quieres explicarte, Doble A?

—Disculpe, mi señor, pero creo que está equivocado. —respondió al fin. — Yo hice lo que se me ordenó sin ningún problema. Era una terrana débil y asustadiza que no opuso ninguna resistencia.

—Si cumpliste tu misión, — escuchó que decía otro miembro del grupo— ¿cómo es que hay un terrano vivo en el Hellaven?

—Eso es imposible. —lo dijo con toda la seguridad de la que era capaz en esos momentos.

—No, no lo es. —Había dicho la persona que estaba al lado izquierdo del líder. —Nadhia nos lo dijo estaba mañana.

—Perdonen mi atrevimiento pero, ¿cómo pueden estar seguros de que el terrano vivo es el que yo tenía que matar? ¿Acaso ella se los dijo?

—No hay necesidad de que ella haga algo como eso. —El líder se puso de pie y caminó hacia donde estaba, deteniéndose a escasos pasos de él. —Estoy seguro de que tú sabes tan bien como yo que tu misión no resultó bien al final. ¿O me equivoco?

Volvió a quedarse sin palabras. El líder lo miraba con sus hermosos ojos azules cargados de algo siniestro y oscuro. Lo miraba fijamente a los ojos, esos que eran del mismo color azul intenso que los suyos, tratando de encontrar la verdad en ellos. Doble A sabía que estaba penetrando en su mente, rebuscando en sus recuerdos para ver lo que él había visto esa noche.

Y era una sensación estremecedora. Se sentía como si estuviese encerrado en un reducido cuarto oscuro, incapaz de moverse o hablar, incluso de respirar. Se sentía como un intruso dentro de su propio cuerpo, como el espectador de una película de terror. Quiso cortar el contacto visual pero como no era dueño de sus actos, por más que trató no consiguió nada.

El líder lo liberó pocos segundos después, pero para él había pasado una eternidad. Trató de mantener la compostura y no mostrarse débil o afectado por lo que acababan de hacerle pero le estaba resultando bastante difícil. Le dirigió una mirada cargada de rabia al líder y este le respondió acariciando su pálida mejilla. Su tacto, a pesar de lo suave que era, era bastante frío y molesto. Tuvo que contener el impulso de dar un paso hacia atrás y alejarse de él. El líder sonrió al darse cuenta de esto.

—El chico no miente. Por lo que vi en sus recuerdos, sí hizo lo que se le pidió. —Se dio la vuelta y volvió a su lugar junto a los demás jefes. Sus palabras le confirmaron a Doble A que sí habían dudado de él. Esto lo enfureció aun más, pero no lo demostró. —Lo que nos hace preguntarnos, ¿cómo es posible que la terrana haya sobrevivido a un ataque directo?

—Una terrana indefensa y sin poderes. Una terrana que no será nunca un rival para un hellaveniano. — Agregó uno de los jefes, el que estaba a la cabecera de la fila. —También está el hecho de que hace más de un mes que Doble A fue a la Tierra. La terrana tiene todo ese tiempo rondando nuestro mundo y nadie se había dado cuenta. Está claro que hay hellavenianos ayudándola.

Este comentario hizo que los miembros del Consejo se alzaran en una serie de comentarios sobre el tema. Era bastante improbable que un hellaveniano ayudase a un terrano debido a la larga historia de enemistad que existía entre ambos mundos (aunque los terranos, en realidad, no tenían la más mínima idea de la existencia del Hellaven), pero siempre existían excepciones. Eso era lo que la mayoría del Consejo no podía tolerar: que hubiesen personas de su mundo capaces de defender y proteger a la principal amenaza del Hellaven.

—Suficiente. —El líder no tuvo que subir la voz para lograr que los trece miembros del grupo hiciesen silencio. — Uno tiene razón. Hay hellavenianos implicados en este asunto, lo que complica bastante las cosas. Ellos, gracias a su magia, pueden ocultar a la terrana de nosotros.

—Pero no pueden regresarla a su mundo. —Puntualizó el que estaba al lado de Uno.

— ¿Qué pasaría con los hellavenianos en el caso de que sí lograsen devolverla a la Tierra? — preguntó Doble A, que no sabía por qué permanecía en ese lugar.

—No van a poder regresarla, chico. Ellos no tienen el suficiente poder como para hacer algo como eso. Aunque si lograsen hacerlo, hipotéticamente hablando, tendrían el mismo final que obtendrían si no lo lograrían: la muerte. — Habló el número catorce, por primera vez desde que comenzó la reunión.

Doble A no pudo evitar sentir un escalofrío recorrer su espalda al escuchar su voz. Estaba bastante claro que para el hombre el simple hecho de imaginarse a los ayudantes del terrano sufriendo una lenta y dolorosa muerte era algo lo suficientemente placentero como para que se notase la satisfacción en su voz.

Se sintió incomodo, por alguna extraña razón. Él había matado a muchas personas antes, sí, y lo había disfrutado, sí; era algo que no podía negar. Estaba en su naturaleza de “cazador” disfrutar el hacerlo. Pero de ahí a sentir satisfacción matando hellavenianos sólo porque habían cometido la enorme estupidez de proteger a un terrano, había un largo trecho.

Los enemigos allí eran los terranos, no las personas de su mundo. Se suponía que ellos mataban para salvar a los hellavenianos, para salvar el Hellaven. Así que no entendía el hecho de que una de las personas que proclamaba ser un protector, un salvador, tuviese tales pensamientos y tal consideración para los de su especie.

—Quizás existe alguna razón por la cual el o los hellavenianos que tienen a la terrana la están protegiendo…

—No nos interesan sus razones. Ellos rompieron una de las leyes más básicas y merecen pagar por ello. Si los dejamos vivos, ¿no crees que podrían hacer lo mismo con otro terrano? —Uno volvió a tomar la palabra. Su voz, suave y baja, retumbaba por todo el salón. —No podemos arriesgarnos, Doble A. Debemos encontrar a los hellavenianos y a la terrana y destruirlos. Esa es nuestra única opción.

Algo en el cerebro de Doble A hizo “clic” y todo fue mucho más claro para él. La sensación de que el Consejo estaba siendo demasiado drástico desapareció y sólo quedó en él la fuerte convicción de que, para salvar el Hellaven, o por lo menos, para mantenerlo estable, todas las personas implicadas en ese caso debían morir. Sin excepción alguna.

—Puedes retirarte, Doble A. —Le ordenó el líder. —Nosotros ahora debatiremos sobre lo que vamos a hacer de ahora en adelante. Cuando te necesitemos para atacar, te llamaremos.

Los catorce jefes empezaron a hablar entre ellos, haciendo que fuese imposible para Doble A entender lo que decían. Se dio la vuelta y caminó hacia la salida sin siquiera dignarse a hacerles una reverencia; de todas formas, ellos no les estaban prestando la mas mínima atención. A medida que se iba a acercando a la puerta las antorchas se fueron apagando, haciendo que lo único que demostrase que habían personas en la sala fuese el retumbante sonido de sus voces.

Cuando la ultima antorcha se apagó y la puerta estuvo por cerrarse detrás de él, las voces se detuvieron y las estatuas empezaron a moverse hacia sus lugares. Cuando estuvieron colocadas frente a las puertas, sacó las llavecitas del lugar que ocupaban en sus cabezas y se las guardó en el bolsillo. Sin más nada que hacer en el lugar, despareció de allí sin dejar rastro.

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