La Premonición

Capítulo 2

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El Hellaven


Un solo movimiento y todo se convirtió en dolor. Toda la oscuridad que la había estado rodeando desapareció bruscamente en el mismo instante en el que su cuerpo se quejó por haberse movido. Esta total y repentina falta de oscuridad la dejó aún más confundida y aturdida de lo que ya estaba.

Sólo recuerdos difusos, incoherentes e inconexos entre sí ocupaban su mente en esos instantes. Una fiesta, un bosque, un rostro.

¿Qué había pasado? ¿Por qué estaba tan adolorida, cansada y desorientada? Dio una larga y profunda respiración mientras se esforzaba por juntar las pocas piezas de aquel rompecabezas que eran sus recuerdos.

Una fiesta, un bosque, un rostro. Un bosque, un rostro…

Como si de un balde de agua fría derramado sobre su cuerpo se tratase, llegaron a su cabeza los recuerdos de lo que había pasado aquella noche; esto le provocó la misma molesta sensación, como si el agua fría en verdad estuviese recorriendo su espalda. Ahora podía verlo claramente, incluso, podía sentir recorriendo su ser las mismas sensaciones que la dominaron aquella vez. Podía sentir el pánico y el dolor, la desesperación y el deseo.

Respiró profundo nuevamente y, ahora que tenía la mente más despejada, pudo apreciar el fuerte aroma que inundaba el lugar. Incienso, ese era el olor que entraba por sus fosas nasales. Ese aroma fue el que la hizo darse cuenta de donde estaba… más bien, de donde no estaba.

Sus recuerdos terminaban en el frío y húmedo bosque que rodeaba la enorme casa de campo del decano de su facultad por lo que no había razón lógica para que ella estuviese en ese lugar tibio y seco. Trató de ponerse de pie pero nuevamente su cuerpo se quejó por el brusco movimiento y un quejido de dolor salió de sus labios mientras se sentaba en el sofá.

—Veo que ya has despertado.

Escuchó que decían desde algún lugar fuera de su reducido y poco iluminado campo de visión.

— ¿Quién es usted?... ¿Dónde estoy?

Preguntó mientras, ignorando el dolor, se movía sobre el sofá buscando a la otra persona con la mirada. Al final, encontró su objetivo sobre un viejo sillón frente a un amplio ventanal.

—Mi nombre es Edna Williams y esta es mi casa— le dijo con calma, sin molestarse en ponerse de pie o mostrarle su rostro. Anne supuso, por el tono de su voz, que era una mujer joven.

— ¿Cómo es que…?—no pudo terminar de preguntar porque, debido a otro movimiento, salió un quejido de dolor más lastimero que los anteriores.

Edna se puso de pie y caminó hacia ella con pasos lentos, buscando de esa forma, no asustarla. Anne pudo ver que no se había equivocado en sus suposiciones. Edna era una joven y hermosa mujer, alta y de cuerpo peligrosamente formado. Sus rasgos eran marcados, lo que le daba un aspecto algo fiero, lo que contradecía totalmente con la delicadeza de los gestos que le dedicaba en esos momentos. Llevaba el largo cabello rubio, lacio y suelto, lo que ayudaba mucho con su aspecto de mujer capaz de hacer cualquier cosa con tal de lograr sus objetivos.

Cuando llegó a donde estaba Anne, se sentó a su lado en el sillón y con voz suave le pidió que cerrara los ojos. La joven, después de unos minutos de sopesar la petición, aceptó hacerlo, y al instante, sintió algo caliente recorriendo todo su cuerpo, aliviándole el dolor. Era como una caricia, que todo lo que tocaba lo reconfortaba; y el cuerpo de Anne agradeció enormemente ese gesto.

Anne, curiosa por saber que era lo que Edna le estaba haciendo, estuvo a punto de abrir los ojos pero la mujer, adivinando sus intenciones, le recomendó que no lo hiciera, que lo mejor era que los mantuviese cerrados hasta que todo acabase. Anne no tuvo ganas de contradecirla; se sentía tan bien en esos momentos, que lo único que quería hacer era recostarse en el sofá y dejar que Morfeo se la llevara en brazos.

A los pocos minutos el aire (eso suponía Anne que era: una corriente de aire), dejó de ser caliente para convertirse en un suave y fresco soplo; después no hubo nada más. Edna le indicó que ya podía abrir los ojos y cuando Anne lo hizo, la mujer le preguntó cómo se sentía.

—Me siento bien. Ya no me duele el cuerpo— respondió sorprendida, al tiempo que movía los brazos y las piernas para comprobar si eran ciertas sus palabras. Edna le sonrió como respuesta.

Anne, cuando cayó en la cuenta de que todo el dolor que la había estado molestando antes había desaparecido súbitamente y sin la intervención de un doctor o un analgésico, dio un respingo y se alejó de la mujer. Edna la agarró por el brazo e impidió que se alejara más de ella. Casi al instante, una extraña sensación de calma se apoderó de su ser, reptando lentamente desde el lugar por donde Edna la sostenía. Ya no tenía ganas de ir a ningún lado. Es mas, ya ni se acordaba del motivo por el cual había querido huir, por lo que volvió a sentarse tranquilamente en el sofá.

— ¿Podrías decirme cuál es tu nombre?—le preguntó, al ver a Anne más calmada.

La joven se lo pensó unos segundos. Aunque la mujer que tenía al lado le había dicho su nombre, seguía siendo una desconocida; una con un extraño don en la manos, cabía agregar. Así que tenía todo el derecho del mundo para desconfiar de ella. Pero, el hecho de estar en su casa, sentada en el sillón en el que había estado descansando momentos antes, le hizo tomar la decisión de que lo mejor era darle un voto de confianza; no perdía nada haciéndolo (o, por lo menos, eso quería creer).

—Anne —tosió— Mi nombre es Anne Foster.

Después de eso, sobrevino el silencio. Ninguna de las dos decía nada, esperando que la otra tomara la palabra. Edna, suponiendo que toda esa situación tenía a su “invitada” bastante confusa y descolocada, decidió romper el silencio.

— ¿Qué es lo último que recuerdas, Anne? ¿Podrías decírmelo?

— ¿Lo último que recuerdo?

Repitió, mientras trataba de hilvanar todos sus pensamientos, pero estaba tan confusa, tan adormecida. Sus pensamientos eran un amasijo de sin sentidos que la mareaban.

—Recuerdo haber estado en una fiesta y que, de repente, vi a un chico entrar. Yo salí corriendo rumbo al bosque; él salió detrás de mí. Me alcanzó a los pocos metros y… y ya no recuerdo nada más— dijo finalmente, después de un rato de tartamudeos y dudas. Aún estaba confusa.

— ¿Por qué saliste corriendo cuando lo viste? ¿Acaso él te dijo o hizo algo que te hiciera sentir ganas de huir?

Anne dudó, y se encogió más en su lugar.

—En realidad, lo que sentí cuando lo vi fue miedo… Miedo a lo que iba a hacerme.

Edna se acomodó en el sofá de modo que quedara de frente a la chica.

— ¿Y cómo sabías lo que iba a hacerte?—preguntó con curiosidad.

—Lo sé porque… porque lo vi— Edna le dirigió una mirada que claramente expresaba sus ganas de saber más sobre el tema por lo que, un poco temerosa y avergonzada, prosiguió a contarle— Mientras estaba en la fiesta tuve una especie de sueño o algo así. Vi lo que me iba a hacer. Vi que me iba a matar en el bosque…

Edna no hizo ningún gesto de que no le creía, es más, se mostraba incluso más interesada en el tema.

—Y aún así saliste corriendo hacia él.

— ¿Qué podía hacer? ¿Quedarme a esperar a que matara a todos los invitados de la fiesta? Él estaba tras de mí, y yo no iba a permitir que le hiciera daño a nadie más.

— ¿Quién te dijo que él iba a hacerlo? ¿Quién te asegura que cuando saliste corriendo él no mató a alguien antes de ir detrás de ti?

Anne se quedó pensando en sus palabras, aterrada de que sus suposiciones hubiesen sido falsas y él hubiese atacado a los invitados de la fiesta sólo porque sí; porque ella había optado por escapar. Ahora que Edna lo decía, había tomado una decisión precipitada aún cuando había querido hacer lo que en esos momentos le pareció correcto. Le aterraba pensar que por su impertinencia, en esos momentos, hubiese personas muertas.

—Deja de atormentarte; no creo que él lo hubiese hecho. Es mas, estoy segura de que a la única persona que atacó fue a ti— dijo para tranquilizarla. Anne la miró de forma interrogativa y con un rastro de duda.

— ¿Cómo puede estar tan segura de eso?

—Porque sé como trabajan ellos— musitó con fría tranquilidad.

Anne se moría de ganas por preguntarle de quiénes hablaban, pero se contuvo. No quería imaginar siquiera porqué esa mujer parecía saber tanto, sobretodo respecto al asunto relacionado al asesino. Temía que le dijese que era cómplice del hombre que la había atacado y que la tenía en ese sitio secuestrada, con intenciones de torturarla hasta matarla si sus padres no pagaban la recompensa; recompensa que sería muy difícil de conseguir, cabía mencionar.

Ella no era una chica adinerada, por lo que a sus padres les resultaría muy difícil conseguir una cuantiosa suma de dinero para pagar un rescate. Y ahora que se detenía a pensar en eso, llegó a la conclusión de que había terminado metida en ese embrollo, quizás, porque su atacante había pensado que era una chica de dinero, como sus compañeras. Había sido todo un error, y quizás, si le decía a esa mujer que ella no tenía dinero y que era prácticamente una becada, la dejarían ir.

Pero a su cabeza llegó inmediatamente el asunto del sueño. La conclusión a la que había llegado podía ser muy buena pero aún quedaba ese cabo suelto. “Quizás fue una coincidencia”, se dijo a sí misma para tranquilizarse.

Pero no lo logró. Aún tenía dudas, serias dudas, respecto al sueño, a lo que había pasado en el bosque, a la mujer que le dirigía una mirada amable.

“Ella no te ha hecho nada malo, al contrario. Si hubiese querido lastimarte lo hubiese hecho mientras estabas inconsciente”, le dijo una vocecita en su cabeza. Y tuvo que darle la razón por un momento. Edna se había mostrado muy amable con ella. La había cuidado y traído desde el bosque (en el caso de que no estuviese aliada con el asesino), así que se merecía un voto de confianza. Por lo que pensó en decir algo que obligase a Edna a darle una respuesta que la ayudase a saber si estaba de su lado o no.

—Lo mejor será que regrese a casa. Todos deben estar muy preocupados…— no terminó de hablar. Algo en los ojos de Edna la hizo sentirse incomoda y a la vez preocupada. Eso era, precisamente, no lo que no quería descubrir— ¿Qué-qué pasa?

—No puedes volver a casa— le respondió con tanta calma que a Anne se le heló la sangre, a pesar de que las palabras de la mujer tenían un ligero matiz de disculpa.

— ¿C-cómo dice?— su voz sonó cargada del terror que sentía crecer rápidamente dentro de ella.
—Que no puedes volver a tu casa. Por lo menos, yo no puedo ayudarte a que lo hagas. No tengo esa clase de… poder. Además, si pones un pie fuera de esta casa corres el riesgo de que la Guardia te atrape y te lleve ante el Rey.

¿Guardia? ¿Rey? Anne no entendía nada de lo que pasaba, mucho menos de lo que le hablaba aquella mujer. Quería entender, por supuesto, pero no estaba entre sus prioridades. Lo más importante para ella en esos momentos era ir a su casa y refugiarse en su habitación donde sabía que ningún apuesto asesino podría encontrarla.

Así que, haría caso omiso a lo dicho por Edna y llamaría a un taxi para que la llevase directo a su casa, así tuviese que pasar por encima de ella.

—Dígame donde estoy, por favor.

—En mi casa, ya te lo había dicho.

—Sí, lo sé, pero dígame la dirección para que pueda dársela a los de la compañía de taxis.

— ¿Taxis?—preguntó, claramente confundida.

—Sí, taxis. Pienso pedir uno para que me lleve a mi casa— dijo con impaciencia, mientras buscaba el teléfono en la instancia.

—Pierdes tu tiempo. — Edna se recostó en el sofá como si nada de eso le importase, pero se le notaba exasperada ante la actitud de Anne, por lo que prácticamente le gritó la respuesta— Ya te dije que no hay forma de que regreses a tu casa; por lo menos aquí no encontrarás la manera de regresar. Así que olvídate de esa tonta idea de llamar a lo que sea que ibas a llamar. Estás en este lugar y ya no hay forma de regresar. ¡Ya no puedes cruzar la puerta!

— ¿Cómo que no puedo cruzar la puerta? ¿De qué demonios me está hablando? ¿Qué lugar es este?

—Que bueno que lo preguntas— Edna se relajó y moduló la voz para que sonase más agradable— Esto es el Hellaven.


***


Llovía, aunque no era extraño que en aquel frío y lóbrego lugar cayera un torrencial y que a los pocos minutos la lluvia se detuviera de golpe. Era un fenómeno extraño, pero a nadie le importaba en realidad.

Nadie estaba al pendiente de cosas tan superficiales como el clima y las estaciones del año. Nadie se detenía a pensar en eso porque sólo una idea repiqueteaba en sus cabezas una y otra vez. A veces, algunos de ellos, solían distraerse un poco pensando en las cosas que les habían sucedido a lo largo del día, o planeando lo que harían al siguiente como una forma de distracción; pero al final, ese pensamiento volvía a estar presentes en sus cabezas, atormentándolos una y otra vez, quizás, hasta el día de sus muertes.

Otros (un número de personas que crecía a una velocidad vertiginosa), no les daban mucha importancia a esto. Decían que lo más importante en el mundo era vivir el presente y que no importaba lo que sucediera en el futuro.

En resumidas cuentas, así estaban las cosas: unos le daban tanta importancia al futuro que no se detenían a vivir el presente; otros vivían el presente sin importarle el futuro o la Maldición. Pero había una persona que estaba en medio de esas dos corrientes. Alguien que, por más que quisiera, no podría escaparse del tiempo porque este la tenía atrapada entre sus garras y no pensaba soltarla nunca.

Esa era Nadhia, una mujer que aparentaba tener menos edad de la que tenía en realidad y que había visto y oído cosas que nadie se imaginaría jamás.

Ella era alta, de cuerpo esbelto y bien proporcionado, cargado de peligrosas y sensuales curvas. Su piel era oscura, con un cautivador brillo dorado. Sus cabellos, largos y oscuros, le llegaban poco mas debajo de la cintura y flotaban libres en su espalda. Sus ojos, una de las tantas cosas cautivadoras y hermosas en ella, eran rasgados y de un brillante tono verdoso que contrastaba enormemente con el oscuro color de su piel.

Era hermosa, sin lugar a dudas, una mujer digna de admiración y respeto no sólo por su belleza sino también por lo que era ella en realidad.

— ¿Sucede algo, Madre?

Preguntó una de las damas de compañía de Nadhia al ver que esta se había detenido al pasar por una de las ventanas que daban al patio principal, concentrada en tratar de ver más allá de la gruesa cortina de lluvia que se deslizaba por la ventana.

—Lo que sucede está más allá de tu conocimiento, Camille. Y creo que también está más allá del mío en estos momentos.

Después de decir aquellas confusas palabras, reanudó el paso rumbo al Gran Salón, agitando su larga túnica marrón. Camille se quedó mirando por la ventana unos instantes, tratando de comprender las palabras dichas por Nadhia. O por lo menos, ver lo que la había hecho decir aquello. Pero afuera sólo llovía, llovía a cantaros, y las gotas de lluvia resbalaban por el cristal de la ventana cual si fueran lágrimas de dolor.

— ¡El cielo está llorando!— le escuchó decir a Nadhia desde algún lugar del pasillo que atravesaba por la mitad por el que ella estaba caminando.

Sonrió al escuchar aquella frase y después de dirigirle una última mirada al patio principal, se dispuso a alcanzar a Nadhia, la cual parecía más deseosa por llegar al Gran Salón. Camille no necesitaba que Nadhia le dijese nada más. Con sólo verla pudo adivinar qué estaba pasando. Y no podía negar que le daba un poco de miedo.

Al llegar a su destino, Nadhia se deshizo de la túnica marrón oscuro que llevaba, quedando sólo con una fina bata larga de un tono marrón claro, muy parecido al color de su piel, la cual tenía a los lados dos aberturas que le llegaban hasta medio muslo.

—Camille, querida, ¿Podrías traerme papel y lápiz, mientras yo busco algo?—después de hacerle esa petición, empezó a murmurar cosas ininteligibles para la chica mientras se dirigía, con pasos rápidos pero silenciosos, a un gran estante de caoba repleto de rollos de papel, cientos de ellos.

Cuando Camille volvió al lugar, Nadhia estaba sobre una silla de madera tratando de alcanzar un rollo que estaba en el piso más alto del estante. Cuando lo hubo conseguido (después de haber escalado unos cuantos pisos de la misma) se bajó de un salto de la silla y se dirigió con su andar felino hacia el centro de la habitación donde había una sola mesita baja sobre una mullida alfombra color dorado pálido. Se descalzó, colocó el rollo de papel sobre la mesa y le pidió a Camille que hiciera lo mismo con lo que traía en las manos.

La dama de compañía (que era en realidad casi una adolescente) hizo lo que Nadhia le pidió y luego se sentó frente al lugar de Nadhia en la mesa. La mujer, en cambio, se dirigió hacia la otra punta del salón en donde se encontraba una especie de vitrina, también de caoba, en cuyas gavetas estuvo buscando durante unos brevísimos instantes para después volver hacia donde estaba Camille con una barrita de incienso y un incensario en las manos. Los puso en la mesa y luego se sentó frente a la chica con las piernas cruzadas.

—Esta noche será memorable, Camille. — le dijo mientras prendía la barrita de incienso— Si todo es como lo creo, esta será una de las pocas noches que pasaran a la historia de este lugar.

Tomó el rollo de papel que había llevado, le quitó la cinta de satén rojo y lo desenrolló. Estuvo un buen rato leyendo, frunciendo el ceño de vez en cuando y abriendo los ojos como muestra de sorpresa otras veces. Al final, volvió a enrollar el papel y se dispuso a escribir unas cuantas anotaciones en uno de los rollos que le había traído Camille.

Cuando hubo terminado de redactar lo que ella llamaría “otra de mis memorias” y se disponía a colocarla junto a la otra en el estante, Camille rompió el largo silencio que se había formado mientras Nadhia trabajaba y ella sólo observaba.

— ¿Piensa contarme…?—preguntó con curiosidad, sabiendo de antemano cual sería la respuesta.

Nadhia le respondió sin siquiera dignarse a mirarla.

—En esta ocasión, prefiero que nadie lo sepa— y con un chasquido de dedos, hizo que apareciera una pequeña puerta en el lugar en el que estaban los dos pergaminos. —Esto sólo debe saberse al final… No te preocupes, esa fecha no está muy lejos.

Esto último lo dijo al ver la cara de consternación que había puesto la joven.

—A veces, mi querida Camille, hay cosas que es mejor no saberlas nunca; esta es una de ellas.


***


— ¿Hellaven? ¿Y que se supone que es eso, señora?

—Un mundo completamente diferente al que conoces.

— ¿Es una especie de secta? Porque si es así le advierto que no pienso unirme— dijo mientras se cruzaba de brazos, como si este gesto fuese a hacer sus palabras más contundentes.

—El Hellaven es mucho más que una secta; es un mundo, como ya te había dicho. Un mundo completamente diferente al tuyo pero al mismo tiempo muy similar.

—Si, claro. Y yo nací ayer.

—…Un mundo sin sol, repleto de magia— siguió hablando, ignorando por completo el comentario de una Anne escéptica y cansada.

—Hablando de sol, ¿qué hora es?— preguntó, muy interesada en saber. Quería tener más o menos una idea de cuanto tiempo llevaba fuera de su casa y cuan severo sería el castigo que le darían sus padres.

—Las tres de la tarde.

—No, en serio, dígame qué hora es, por favor.

—Ya te lo dije. Son las tres de la tarde.

Anne le dedicó una mirada que demostraba que no estaba para bromas mucho menos para jueguitos tontos. Era simplemente imposible que fuesen las tres de la tarde con toda esa oscuridad… y con el cielo plagado de brillantes y titilantes estrellas. En realidad, parecían las doce de la noche pero el bullicio que se escuchaba fuera contrastaba enormemente con la hora que ella suponía que era.

—No estoy bromeando, si es lo que piensas. Son las tres de la tarde y está así de oscuro porque aquí, simplemente, no sale el sol. Para nosotros todo el día es oscuridad, luna y estrellas. Como una noche eterna.

—Edna, por favor, deje esto, ¿si?— le pidió— No estoy para bromas. Ayúdeme a llegar a mi casa o, por lo menos, dígame como salir de aquí. No quiero meterme en problemas y de seguro mis padres están muy preocupados.

Edna le dirigió una mirada cargada de pena a una Anne ya demasiado abatida. Si hubiese sabido que las cosas serían tan difíciles, no hubiese deseado nunca encontrar a alguien vivo en el Bosque de los Lamentos. Sonaba rudo, pero era la verdad de sus sentimientos en esos momentos.

Anne la miraba, ansiosa, esperando escuchar una respuesta; la cual, cuando llegó no fue de su agrado.

—No hay forma de salir de aquí. Una vez que cruzas la puerta no hay manera de volver atrás.

Anne iba a replicar con todo el poder que le confería la rabia y la frustración que sentía, pero Edna se lo impidió con un movimiento de su mano mientras soltaba un suspiro de cansancio. La había silenciado, dejando a Anne gesticulando ridículamente sin que saliera una sola palabra de sus labios.

Anne estuvo haciendo esto durante unos segundos y después detuvo todo movimiento de su cuerpo para reflejar lo que sentía (miedo, sorpresa, confusión) en expresiones alternadas en su rostro. Trató nuevamente de alejarse de Edna, pero esta la inmovilizó en el sofá.

—Bien, ahora que tengo toda tu atención, paso a explicarte qué es el Hellaven y la razón por la que estás aquí.

Edna se puso de pie y empezó a caminar de un lado al otro —bajo la sorprendida y atenta mirada de Anne— tratando de esa forma de encontrar las palabras adecuadas para iniciar su relato.

—El Hellaven es un mundo paralelo al tuyo. Son similares en su estructura y forma pero al mismo tiempo distan mucho de ser iguales. El Hellaven es oscuro, frío; La Tierra es calida, clara y puede disfrutar del sol.

Esto último lo dijo con un tono anhelante en la voz. Era obvio que Edna quería saber lo que se sentía al percibir la luz del sol, estar en un lugar lleno de luz y calor, estar en un lugar diferente al Hellaven.

—El Hellaven—prosiguió— está regido por la magia y el poder del Reino. En cambio, La Tierra, no. Los terranos son seres que hacen sus propias leyes, e irrespetan las establecidas por otros. Nosotros, los hellavenianos, acatamos las reglas, todas ellas, porque forma arte de nosotros. Somos seres tranquilos que lo único que buscamos es vivir en paz, sin miedo a que de un momento a otro la cadena que une ambos mundos se rompa.

“Pero también luchamos con todas nuestras fuerzas para que eso no suceda. Somos muy ordenados y cuidamos en exceso lo que es nuestro; nuestro mundo, nuestro hogar, nuestra gente más cercana. Nosotros, en resumidas cuentas, somos todo lo contrario a ustedes.

Edna miró a Anne y vio en su rostro las dudas e interrogantes que tenia, así que, confiando en que no se pondría a gritar como una desquicia como tenía pensado hacer antes, la deshechizó.

—Si-si todo lo que dice es cierto, ¿cómo es que estoy aquí? ¿Cómo es que llegué a este lugar? …¿Y por qué?

Ella tenía serias dudas respecto al tema, y a pesar de que Edna se había mostrado muy elocuente alabando las cualidades de los “hellavenianos” y las obvias diferencias entre un mundo y el otro, ella seguía pensando que todo era una tontería. Una secta llena de gente muy imaginativa. Pero debía admitir que lo que Edna había hecho (hechizarla, curarla…) no podía hacerlo cualquier persona, por más drogada que estuviese.

Edna se quedó pensando en la mejor forma de explicarle todo a Anne sin que sus palabras la asustaran más de lo que ya lo estaba. Porque sabía que la chica estaba asustada, aunque quisiese negarlo. Podía verlo en sus cristalinos ojos cargados de lágrimas.

—Bueno… no eres la primera terrana que viene a este mundo. Casi a diario aparecen terranos en el Bosque de los Lamentos y en algunas áreas del Hellaven.

— ¿Y dónde están esas personas? ¿Cómo es que vinieron?

—En realidad… en realidad no vinieron; los mandaron, al igual que a ti.

Edna hizo una pausa larga y Anne la instó a siguiera hablando con un movimiento de su mano.

—Verás, Anne, este mundo y el tuyo están unidos por una cadena, una cadena demasiado corta y frágil debo decir. Inexplicablemente, cada vez que X terrano (y digo X porque no son todos. Son sólo los elegidos, los que de alguna forma u otra tienen una conexión con este mundo) hace algo, ya sea bueno o malo, la cadena que nos une se va debilitando y destruyendo poco a poco. Si la cadena llegase a destruirse por completo, los dos mundos se separarían y este desaparecería en el acto.

—De acuerdo, eso lo entiendo pero no sé a qué viene todo esto.

—Para impedir que esto suceda—continuó, ignorando a Anne— de este lado tenemos a un grupo de personas llamados “Los Recolectores”, que son los que van a La Tierra y…

Dudó. No quería decirle a Anne qué era lo que los Recolectores hacían porque sabía que eso sería un golpe muy duro para ella. ¿Qué persona no se aterraría si le dijeran que alguien había ido a darle caza para matarlo?

Era obvio que Anne se asustaría si escuchaba la verdad pero, ¿qué otra cosa podía decirle? Si se iba a quedar a vivir en ese mundo (por lo menos el tiempo que le tomase a Edna ayudarla a cruzar la puerta) tendría que conocer la verdad. Alguien se la tendría que decir tarde o temprano; y Edna prefería que fuese más temprano que tarde, así el golpe, quizás, le dolería menos.

—Los matan, ¿cierto? Eso es lo que hacen los Recolectores: matar a los terranos para impedir que este mundo desaparezca. —Edna asintió. Y Anne ya empezaba a mostrarse menos escéptica y más creyente. No le quedaba de otra, en realidad— Pero, si fueron a matarme, ¿por qué no lo hicieron? ¿Por qué sigo viva y en este lugar?—preguntó, desesperanzada, temblando y al borde de un ataque de pánico.

—La verdad, no lo sé. Eres la primera persona que encuentro viva en ese bosque. Ningún terrano ha sobrevivido al ataque de un recolector…jamás.

—No lo entiendo. Yo…Yo vi cuando él me mató. Estoy segura de eso.

—Deberías dejar de preocuparte por eso. Si las cosas no pasaron tal cual las viste, es porque algo cambió tu destino.

— ¿Algo como qué?

—Quizás el hecho de que hayas visto lo que iba a pasar. —Se encogió de hombros— Se supone que los terranos no tienen premoniciones ni pueden saber lo que va a pasar en el futuro…

— ¿Cómo que no? ¿Qué me dice de los que leen las cartas y las manos?

Ella no creía en eso. Era demasiado inteligente como para pensar que unas cartas o las líneas de la mano podían decirte como iba a ser tu futuro, pero había personas que sí creían en eso y que decían, incluso, que tenían pruebas para demostrar la veracidad de sus palabras.

Edna, por otra parte, al escuchar a Anne, prorrumpió en sonoras y divertidas carcajadas.

— ¿En verdad crees en eso? ¿Crees que esas personas en verdad pueden saber lo que va a ocurrir con “leerte” la mano o con mirar un montón de cartas? No me hagas reír— Edna siguió riendo y Anne no hizo más que cruzarse de brazos, molesta.

—Mira, ningún terrano puede saber lo que va a suceder porque no tienen magia corriendo por sus venas. Como ya te dije, La Tierra es un mundo sin magia, y las premoniciones forman parte de las cosas mágicas, ¿entiendes?

— ¿Esta queriendo decirme que los terranos no podemos saber lo que va a pasar pero los…?

—Hellavenianos— dijo Edna, al adivinar lo que Anne quería decir.

— ¿…Ustedes—respondió, molesta— pueden hacerlo?

—Si y no—Anne la miró, confundida— Nosotros no podemos saberlo, pero El Oráculo sí.

— ¿Oráculo? ¿Está diciendo que aquí hay un Oráculo?—preguntó con incredulidad y algo de burla. Ya se estaba imaginando a una afroamericana, gordita, horneando galletas en una casa atestada de fenómenos; muy a lo Matrix.

—Sí. Algún día te llevaré a verla. Quizás ella nos diga por qué estás aquí.

— ¿Puede ella hacer eso?— preguntó, sorprendida.

— ¡Claro que puede! Es el Oráculo. Ella lo sabe todo, niña. Es una mujer muy poderosa e influyente, además. Nadie desobedece una de sus órdenes por más pequeñas e insignificantes que sean porque las toman como si fuesen algún tipo de mandato que podría cambiar su destino para bien… o para mal.

—Lléveme con ella, por favor—rogó— Si ella es tan poderosa como dice, seguro que sabe la forma en la que podré regresar a casa.

—Eso es seguro pero, me temo, que no se va a poder. Por lo menos no por ahora. No podemos correr el riesgo de que te descubran porque ahí sí que no va a haber forma de ayudarte. Sí la Guardia te descubre, te harán desaparecer en el acto.

No le dijo que si la descubrían, a ella también la matarían; eso no iba a ayudar a Anne a calmarse.

—Pero…

—Lo mejor será que descanses un rato— sugirió, mientras se ponía de pie— Te han pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo. Y te has enterado de cosas que son difíciles de asimilar y de las cuales, estoy segura, aún dudas.

Le tendió la mano para ayudarla a ponerse de pie.

—Ven, vamos a preparar el baño.


***


Ya habían pasado veinticuatro horas y no habían sabido nada de Edna. Eso nunca había sucedido antes, y precisamente, por eso estaban preocupados. Debido a esto, se dirigieron a la casa de la mujer para ver que tal estaba.

Ellos eran Luke Brown y Cecil Williams, amigos, compañeros de trabajo, subordinados de Edna y, en el caso de Cecil, hermano menor. La noche anterior, habían salido a trabajar, como cada noche, pero al finalizar la jornada no se habían encontrado con Edna en el lugar en el que solían hacerlo comúnmente. Ella no les había dejado una nota, no había pasado por sus zonas para decirles a donde iba o que iba a hacer, por lo que algo debió pasarle.

Ella no era de las personas que desaparecían sólo porque sí. Ella no era de las que se escapaban de sus labores, dejando su trabajo a medias. No, algo muy grave debió haberle pasado y eso era lo que iban a averiguar. Primero irían a su casa, y si no la encontraba ahí, irían al Reino a preguntar. Incluso irían al Oráculo si era necesario.

Llegaron a la casa de a mujer sin usar magia (porque a Luke no le gustaba depender tanto de ella. Por eso había obligado a Cecil a ir a pie. De todas formas, no era muy extensa la distancia que separaba la casa de Luke de la de Edna) y tocaron la puerta. Nada. Volvieron a tocar y esta vez escucharon un ahogado “un momento” que los alivió bastante. Edna estaba en casa; no le había pasado nada malo.

Después de unos minutos, Edna abrió la puerta pero sólo lo suficiente como para que ellos pudieran verle el rostro.

—Oh, hola chicos. ¿Qué hacen aquí?

—Vinimos a ver como estabas pero, al ver que estas bien, nos vamos—respondió Luke intuyendo que algo pasaba y que Edna, lo que menos quería, era que ellos dos estuviesen ahí y lo supiesen.

Era muy perceptivo, más de lo que la propia Edna podía imaginar. Y eso, que era la que mejor lo conocía.

—No, no nos vamos todavía. ¿Crees que después del susto que pasé hoy voy a conformarme sólo con ver su rostro? Estás muy equivocado, Lu.

Luke se quejó por la forma en la que su amigo lo había llamado y Edna aprovechó la distracción de Cecil para salir de la casa, cerrando rápidamente la puerta tras ella.

— ¿Ves? Estoy bien. No me pasó nada. ¡Ahora largo de aquí!

— ¿Por qué no quieres que entremos?—Luke dijo un “tu eres el único que quiere hacerlo” que Cecil ignoró olímpicamente— ¿Qué escondes, Edna?

— ¿Tendría que esconder algo? Además, si ese fuese el caso, no sería nada de tu incumbencia, Cecil.

Esas fueron palabras mágicas para su hermano, el cual, empezó a forcejear con ella para quitarla de en medio y poder entrar a la casa. Cecil podía ser muy impertinente e infantil cuando se lo proponía.

Cuando logró quitar a Edna de su camino y soltarse de su agarre, abrió la puerta de par en par. Los tres se quedaron de piedra al ver a Anne saliendo de un pasillo y haciendo acto de presencia en el hall, descalza, con sus cortos cabellos castaños mojados y sueltos, y vestida solamente con una holgada camisa blanca de Edna que dejaba al descubierto sus pálidas piernas.

Cecil, cuando logró salir de su estado de asombro, dijo con un tono de voz serio:

—Con que esto era lo que escondías, Edna.

1 Estrellas:

Pecosa dijo... @ 3 de diciembre de 2009, 19:57

¡Hola!

En este capítulo todo se pone muchísimo más interesante, puesto que empieza a verse más la trama.

Te diría que a nivel conceptual, tengas muchísimo cuidado con los Hellavianos o como carajo se llamen. Cuando uno trabaja con criaturas de oto mucho, que tienen una belleza particular, tiene un pie rozando la línea límite del Marysuismo. Tenés que encontrar otra particularidad de esas criatuas, que contrarreste la belleza con algo negativo, muy oscuro. Hacelo cuanto antes, porque Edna y Nadhia ya tienen la etiqueta de Sues en la frente.

La analogía del balde y los recuerdos, me pareció interesante. Pero me parece problemático el eco que le pusiste. Es decir, usás la metáfora, y depsués la reiterás de la mano de una sensaci íon física. Esa parte final, me parece que sobra, y que hace que la metáfora pierda encanto.

Después, revisá el tema del "ella", que en este capítulo sigue sonando muchísmo.

Besos, esposa.

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