La Premonición

Capítulo 19

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El Despertar


Los cambios llegan cuando uno menos se los espera. A veces son para bien, trayendo un sin número de cosas buenas consigo; otras veces son para mal, dejándote confundido y abatido a mitad del camino. Para Luke, el cambio, este cambio, vino acompañado de tantas cosas que era imposible separarlas y ponerlas en el grupo de las cosas buenas o de las cosas malas. Eran sólo cambios, nada más ni nada menos, y así era todo más fácil y menos confuso.

Cuando se había despertado aquella tarde, no había tenido conciencia de qué hora era, cuánto tiempo había pasado o cómo había llegado hasta su habitación. Sólo era consciente del dolor que sentía en todo el cuerpo, de la oscuridad que lo rodeaba y de algo que en esos momentos era difícil de nombrar; ¿Frio? ¿Calor? ¿Ambas cosas? Quizás se debía al hecho de que no estaba plenamente despierto o al hecho de que lo que le había pasado lo había dejado más tonto y despistado de lo normal.

Se había removido en la cama para tratar de levantarse y estirar sus adormecidos músculos. Una maldición había salido de sus labios inmediatamente se había movido, confirmando la teoría de que el dolor que había sentido no iba a ser suficiente.

Se había pasado una mano por el rostro y por el pelo, quizás en un intento por aclarar su mente y sacarse de su estado de ensoñación. Flashes de lo que había pasado la otra noche había llegado a su cabeza lentamente, iluminando un poco su oscuro despertar y haciéndole abrir los ojos al recordar cosas que no debieron haber pasado.

Inconscientemente, se había llevado una mano al rostro y había tocado el lugar en el que Anne lo había besado. Estaba seguro de que no lo había imaginado; aun podía sentir la tibieza de sus labios sobre su piel, por más extraño que pareciese o sonase. Y en esos momentos sintió la temperatura de la habitación subir unos cuantos grados, haciéndole sentir incomodo y algo falto de aire. Consecuencias del camino que habían tomado sus pensamientos.

Se había quitado el grueso abrigo de lana que de alguna forma había vuelto a su cuerpo antes de ponerse de pie y dirigirse hacia donde estaba el interruptor, cerca de la puerta. Había encendido la luz y se había dirigido hacia donde estaba el espejo, para examinar su reflejo. Había visto las ojeras bajo sus ojos, la expresión de cansancio en su rostro y el sonrojo de sus mejillas. Su mano había vuelto hacia su rostro y había tocado su mejilla, sintiendo el calor bajo sus dedos. ¿Acaso tenía fiebre?, había sido la pregunta que había pasado por su mente.

La puerta se había abierto lentamente y la persona que había interrumpido sus pensamientos se había quedado estática en la puerta, con una expresión extraña en el rostro. Luego se había acercado a él y lo había abrazado como si hubiese tenido años que no lo había visto, dejándolo sin aliento por unos instantes. Había sentido sus manos en su rostro, había aguantado la fija e incrédula mirada que le había dirigido y se había sorprendido al sentir sus fríos labios sobre su mejilla derecha. Un “bienvenido” había salido de sus finos labios y él pudo sentir el alivio que venía acompañado con esas palabras.

Si antes había creído que estaba confundido, se había equivocado; eso no era confusión comparado con lo que estaba sintiendo en esos momentos.

Otra persona había entrado a la habitación segundos más tarde y había hecho exactamente lo mismo, excepto por la parte del beso y la efusiva y cariñosa bienvenida. Él abrazo había sido un poco frío, quizás, pero aun así había sido un gesto que lo había sorprendido y, quizás en otra ocasión y bajo otras circunstancias, lo hubiesen hecho temer por su vida y salir corriendo; ese tipo de gestos no venían muy a menudo de la persona que se lo había dado.

La primera persona que había entrado, Cecil, había vuelto a pegarse a él inmediatamente su hermana había quitado sus brazos de Luke. Luke había pensado en ese momento que Cecil parecía reacio a alejarse de él, temiendo que quizás el joven desapareciese si se alejaba de su lado por un nanosegundo.

“—Nos has tenido al borde de la desesperación, Luke”. —Había dicho Cecil, y Luke estaba seguro de que era cierto. Luke había mirado a Edna pero en sus ojos no había visto ningún tipo de emoción. “—No vuelvas a hacernos esto. Nunca más vuelvas preocuparnos de esa manera”.

Luke no entendía de qué Cecil le estaba hablando, pero igual no había preguntado. Había estado muy concentrado preguntándose cuándo Anne entraría a su habitación a molestarlo, a mirarlo con sus ojos azules llenos de miedo y dudas.

“— ¿Dónde está Anne?” — había preguntado súbitamente, sin poder evitarlo.

En esos momentos no había sido plenamente dueño de sus actos. Le había dirigido una mirada a Cecil y luego a Edna y se había percatado de las miradas que los hermanos habían compartido. Y había sentido un peso posarse en su pecho en el acto.

“—Anne no está aquí. Está en… un lugar mejor”.

Y en esos momentos el peso que había sentido había sido demasiado fuerte para su corazón y lo había aplastado. ¿Un lugar mejor? ¿Eso significaba lo que él creía que significaba?

El grito de sorpresa de Edna lo había sacado de sus pensamientos y le había hecho enfocarse en la cosa humeante y cubierta de llamas que había en su habitación. Al principio no había entendido cómo eso pudo haber terminado de esa manera, debido a que su cerebro aun estaba procesando la información que Cecil le había dado; y al parecer, le estaba costando muchísimo trabajo asimilar que Anne ya no iba a estar cerca para “molestarlo”.

Sus ojos se había abierto como platos cuando había logrado conectar precariamente todo lo que había pasado desde que había abierto los ojos minutos (para él habían parecido horas) antes. Queriendo comprobar si el resultado al que había llegado su cerebro era cierto, había pensado en algo y al verlo materializarse frente a él no pudo evitar soltar un suspiro de alivio.

Su magia había vuelto. Una cosa menos de la cual preocuparse.

Cecil, que había dejado de prestarle atención al fuego que Edna estaba tratando de apagar, había girado la cabeza y vuelto a enfocar sus ojos azules en Luke al escucharlo suspirar. Cecil había sonreído y había apretado afectuosamente el hombro derecho de Luke, después de haber llegado a la misma conclusión que el joven.

“—Anne…”—Luke había hecho una pausa y se había aclarado la garganta— “¿Qué día es hoy?” — había preguntado finalmente, no queriendo dejar ver que estaba demasiado interesado en lo que le había pasado a la terrana.

“—Ha pasado un mes desde que estuviste congelado”— ¿Congelado?, se había preguntado Luke. “— Y Anne, como dijo Edna, está en un lugar mejor. Hace un mes que ya no está aquí”. —Al parecer Cecil se había dado cuenta de las palabras que aparecieron en su mente, porque le había dicho después de exhalar un suspiro cargado de pesar: “—No puedo decirte donde está”.

Está viva… está viva. Luke había dejado de escuchar inmediatamente esa frase se había formado en su cabeza. Anne estaba viva, en algún lugar del Hellaven, muy lejos de él, pero viva al fin y sólo eso traía consigo demasiada felicidad hacia su corazón que había sido extraño que los hermanos no lo hubiesen notado. Pero al mismo tiempo, al pensar en que ya no volvería a verla, a tenerla cerca de él, molestándolo, cuidándolo, le había provocado una herida a su corazón, el cual había, precariamente, empezado a sanar.

Y la temperatura de la habitación había bajado súbitamente, a tal punto que todos podían ver su aliento formando blanquecinas nubes frente a sus rostros. Lo que Edna había tratado de apagar se había convertido en un cubo de hielo y todo lo demás se había cubierto de fría y brillante escarcha. Cecil había soltado a Luke con un gritito de sorpresa y el joven había tenido que abrir los ojos y dejar de pensar en Anne durante unos instantes para enfocarse en lo que había estado pasando a su alrededor.

Edna y Cecil, ambos con la boca abierta y expresiones incrédulas, lo habían mirado desde sus posiciones con un sinfín de emociones pintadas claramente en sus rostros. Edna, curiosa por naturaleza y aún con esa desencajada expresión en su rostro, había dado varios pasos para acercarse a él y lo había mirado por todos los ángulos posibles, estirando la mano de vez en cuando para tratar de tocarlo, no haciéndolo al final.

Luke había levantado una de sus manos y la había visto cubierta de hielo hasta la muñeca, con la piel de su brazo cubierta por una brillante escarcha. Hielo. ¿Hielo? ¡Hielo! ¿Podía crear hielo? Él, un hellaveniano dotado con el don del fuego, ¿ahora también podía crear hielo? ¿Cómo podía ser una cosa como esa posible?

Había abierto la boca para tratar de formular esa pregunta pero nada había salido de sus labios excepto su aliento que se había convertido en una nube blanca frente a él. La había abierto y cerrado varias veces, tratando de hablar, pero nada pasaba. Estaba demasiado conmocionado como para poder juntar palabras y formar algo coherente, mucho más para poder expresarlo.

Cecil, que siempre había sido el más impulsivo de los tres, lo había tomado de la mano, soltándolo en el primer intento debido a que la piel de Luke había estado demasiado fría como para que el tacto fuese agradable; había tenido que conjurar varios guantes de lana antes de poder tomarlo de la mano y sacarlo de esa habitación y llevarlo rumbo a la biblioteca.

Desde ese momento, Luke había tenido que revisar y estudiar cuanto libro le llegase a las manos y practicar para dominar su nuevo don. Desde ese momento, habían pasado tres meses. Meses en los que no había sabido absolutamente nada de Anne, en los que su vida había vuelto a la normalidad (excepto por el hecho de que había tenido que lidiar una que otra vez con la inestabilidad de su nuevo poder y las consecuencias que esto acarreaba) y en los que él había sentido que estaba incompleto e infeliz.

Cecil había vuelto a ser el mismo con él, tratándolo con la misma camaradería de siempre, como si meses antes no hubiese lanzado más de un hechizo en su contra. El nombre de Anne no se mencionaba y las cosas que habían tenido que ver con ella habían desaparecido mágicamente (literalmente), borrando toda huella de su paso por sus vidas. Pero en el corazón y la mente de Luke Anne seguía presente, como una mancha de tinta indeleble que por más que trataba no podía borrar.

Y esa era la cosa más horrenda que le había podido pasar. Porque Anne era una terrana, porque su sola existencia ponía en peligro la de él y los suyos, porque se suponía que él debía odiarla. Y en esos tres meses en los que no había tenido a Anne cerca, a pesar de sus intentos por sacársela de la cabeza y del corazón, no había logrado nada más que pensar aún más en ella, no había logrado nada más que extrañarla con cada fibra de su ser.

Pero, a pesar de todo esto, él no estaba seguro de qué era lo que sentía por ella. No podía ni quería decir que era amor porque dudaba que él pudiese sentir algo como eso; sin mencionar el hecho de que él no podía amar a alguien como Anne. Lo tenía prohibido, se había jurado a sí mismo que no iba a caer en las garras de Anne cuando había pensado que era hermosa. Así que para él, las palabras “amor” y “Anne” nunca estarían juntas en la misma oración.

Aun cuando su corazón se encogía en su pecho cada vez que él pensaba y se repetía esto.


***


Dicen que el tiempo pasa rápido cuando estas ocupado. Anne había pensado en la veracidad de esas palabras anteriormente, cuando había estado tan ocupada con sus tareas que no había tenido tiempo para nada más que comidas rápidas y pocas horas de sueño. Y ahora podía estar segura de que ese dicho era completamente cierto.

Ya habían pasado cuatro meses desde que había llegado al Oráculo, meses que habían transcurrido con una sorprendente velocidad. Meses en los que había llorado, reído, sufrido; meses en los que su estadía en el Hellaven había sido un infierno por culpa del collar, debido a que su cuerpo no lograba acostumbrarse a su magia y la había dejado enferma y adolorida durante días; meses en los que había cambiado ya fuese física o emocionalmente.

Ahora era una Hermana, una de las asistentes de Nadhia; quizás no una tan importante, pero sí una de las que siempre tenía algo que hacer porque Nadhia no dejaba de decir su nombre cuando tenía algún recado por hacer. Ahora estaba acostumbrada a su nuevo estilo de ropa, a deslizarse por los pasillos como una sombra, a moverse de un lado al otro haciendo todo lo que Nadhia le pedía. Ahora estaba en paz porque, según ella, se había sacado a Luke del corazón, poniendo a otra persona en su lugar.

Ahora tenía a Adrian a su lado, el cual le hacía sentir que su estadía en ese frío lugar no era del todo mala. Adrian, el cual conseguía aliviar el peso de sus hombros sólo con un beso o una caricia. Adrian, el cual le susurraba “te quiero” cada vez que iba a rozar sus labios con los de ella, cada vez que la abrazaba, haciéndola sonreír en el acto. Adrian, el cual la quería a pesar de nunca haber visto su rostro, a pesar de no saber nada sobre su pasado.

Y pensar en él la hacía sentir feliz, más no plena. Su felicidad no era completa y ella se lo atribuía al hecho de que nunca iba a ser feliz mientras estuviese en el Hellaven porque era más sencillo y menos doloroso pensar de esa manera. Pero, a pesar de que su corazón se sentía ligeramente vacio después de cada encuentro con Adrian, ella lo quería y estaba feliz de tenerlo a su lado, apoyándola, queriéndola. ¿Qué más podía ella pedir, siendo una persona que debería estar escondida, sufriendo por ser una intrusa en ese mundo?



Un “hermana Anne, hermana Anne” la sacó de sus pensamientos mientras revisaba unos papeles en la mitad de un pasillo. Ella giró la cabeza y se encontró con una de sus hermanas favoritas, Lucie, corriendo hacia ella como si el mundo se estuviese acabando detrás de ella.

Anne sólo suspiró y sonrió. Ya se había acostumbrado a la alocada personalidad de la chica, y al hecho de que parecía estar usando las sandalias de Apolo en vez de unos simples zapatitos planos; Lucie se la pasaba corriendo y saltando de un lado al otro, demasiado cargada de energía como para hacer algo tan simple como caminar o desaparecerse. “Eso es para los tontos”, siempre decía, con una sonrisa bailando en sus labios.

— ¿Qué pasa, hermana? —preguntó Anne, mientras abrazaba la libreta y le prestaba atención a la sofocada chica que había apoyado las manos en sus rodillas y trataba fervientemente de llevarle aire a sus pulmones.

—Me ha dicho la hermana Camille que la Madre te está buscando. —Le respondió cuando estaba segura de que sus palabras no iban a salir faltas de aire.

— ¿Y no te dijo para qué? — Lucie negó con la cabeza.

—Tú la conoces; sabes que a ella le encanta dejar a los demás en suspenso.

Anne sonrió y emprendió el camino hacia el salón de Nadhia, dándole un afectuoso golpecito en el hombro a su mejor amiga cuando había pasado por su lado.


A pesar de que Camille no había tenido una muy buena impresión de Anne al principio, se había convertido en una de sus mejores amigas con el paso de los días. Al principio, cuando Anne había entrado al salón para tener su conversación con la Madre, Camille había atrapado a Lucie cuando esta había pasado dando saltitos por su lado.

“— ¿Qué opinas de la nueva?” — le había dicho, con su mano todavía agarrando el brazo de la más joven, sin siquiera detenerse a mirarla.

“—Me gusta. Es muy inocente y eso es algo que no se ve todos los días por aquí”.

“—Yo pienso que hay algo raro en ella”. —Lucie levantó una ceja, en un gesto que le pedía a Camille que le explicase lo que esta quería decir. “—Ella no es como las demás. Es demasiado bajita, algo gordita y no es tan guapa. Es, en resumidas cuentas, totalmente diferente de lo que esperas de una Hermana”.

“—Pero aun así, está aquí y la Madre la ha aceptado. Por algo será, ¿no?”

La expresión de Camille había estado repleta de dudas, pero aun así había asentido y le había prometido que no iba a darle muchas vueltas al asunto antes de soltarla y dejarla ir.

Desde el momento en el que Nadhia le había pedido que se encargase de explicarle las reglas y lo que tenía que hacer a Anne, Camille había decidido darle una oportunidad y aceptar a la chica como su amiga. De todas formas, no es como si perdiese mucho haciéndolo. Ahora, las tres chicas eran inseparables, del tipo de amigas que no tienen secretos para con las otras, de las que compartían las risas y las penas como si ellas fuesen una sola persona. Pero, como es de esperarse, no todo es como parece.


Anne se sentía agradecida porque la idea de estar sola y ser marginada por las demás sólo por ser diferente no se le había hecho muy agradable. Mucho menos después de haberse despertado un día con su cabello de un brillante rojo anaranjado, el color que toda su vida había tratado de ocultar. Y esto había sucedido así, inexplicablemente, dejando a Anne sin palabras y balbuceando sin sentidos frente a su reflejo en el espejo.

Había recibido algunas miradas cargadas de asombro, miedo y espanto cuando Nadhia le había quitado la capucha de la cabeza delante de todas las hermanas, por supuesto, pero después de que la madre dijese que su “estado” no tenía nada que ver con la maldición sino con un mal hechizo, las cosas habían vuelto a la normalidad; a la extraña normalidad de siempre.

Y había tenido que preguntarle a Lucie que había querido decir Nadhia con eso porque no había entendido nada y porque la curiosidad la había estado matando, pero la otra hermana no le había querido explicar diciendo, siempre con una sonrisa en los labios, que no valía la pena pensar en esas cosas. Anne, desde entonces, estaba buscando en la vasta colección de libros de Nadhia algo sobre esto, sin lograrlo.


Ya cerca del salón de Nadhia, Anne se encontró a Camille esperándola en el pasillo. Parecía ansiosa, porque miraba el reloj en su muñeca cada dos segundos y se enrollaba uno de sus rizos en el pelo. Anne aceleró el paso.

— ¿Pasa algo malo, hermana Camille?

A pesar de que ellas eran muy unidas, no podían darse el lujo de llamarse sólo por sus nombres de pila porque no podían mostrar tanta camaradería frente a los demás. Y como las hermanas solían ser silenciosas y escurridizas como sombras, era mejor prevenir que lamentar.

— ¡Oh, ya estás aquí! —Tosió, quizás para ocultar el hecho de que había sonado muy informal frente a Anne. — No, no pasa nada, Hermana Anne. Aunque sólo estoy suponiendo, porque la Madre no me ha dicho nada. —Miró hacia todos lados, como si estuviese buscando a alguien, y luego se acercó lentamente a Anne. — ¿Tienes una cita con tu novio ahora?

Aunque lo dijo casi en un susurro, Anne pudo percibir la jocosidad que venía acompañando la pregunta. Camille siempre se refería a Adrian como el “novio” de Anne, a pesar de que la chica le había explicado de mil maneras distintas que ese título era demasiado grande como para clasificar la relación que existía entre ellos dos. Pero Camille era demasiado testaruda como para cambiar de idea y complacer a Anne.

—No. Lo vi hace un rato… ¿por qué preguntas?

Camile se alejó de ella y se encogió de hombros para quitarle importancia a lo que iba a decir.

—Es que creo que vas a tardar mucho tiempo hablando con la Madre, así que pensaba darte una mano y decirle que no ibas a poder verlo hoy…

Anne frunció los labios y se cruzó de brazos —en esos momentos, su gesto y el de una profesora a punto de darle una reprimenda a un estudiante no eran muy diferentes— sacándole un par de risitas a Camille.

—No creas que no sé qué es lo que estabas tramando. Tu lo único que quieres es saber quién y cómo es.

— ¡Por supuesto que quiero saberlo! —Para ese momento, Camille no parecía preocuparse mucho por las formalidades. —Lo has mantenido en secreto durante demasiado tiempo. Es hora de que lo conozca y sepa cómo es.

“Eso ni yo misma lo sé”, pensó Anne amargamente, pero trató de no demostrarlo con su expresión fácil, mucho menos con sus palabras:

—Lo conocerás algún día, así que no te desesperes. —Camille puso mala cara, claramente disgustada con el hecho de que iba a tener que esperar aun más. — Y ahora déjame entrar y ver qué desea la Madre conmigo. —Anne suspiró y chascó la lengua con pesar. —Espero que no me haga ir a visitar a los Ancianos otra vez. La mirada de Jeremiah me da escalofríos.

Camille rió y le dio unos golpecitos en la espalda.

—A todos nos pasa eso la primera vez; no has sido la única que ha tenido que soportar el escrutinio al que te someten sus ojos. Aunque quizás en tu caso se deba a que le gustaste. No todos los días se ve a una pelirroja por aquí —Camille abrió la puerta del salón y le dio un empujón a Anne para evitar que la chica pudiese hacerle algo por su comentario.

Y, aun sonriendo debido a su “ingenioso” comentario, se fue a continuar con sus labores. Anne sólo tomó una profunda bocanada de aire, no dándole mucha importancia a lo que Camille había dicho.

Debido a que el color de su cabello llamaba demasiado la atención, Anne había recurrido a recogerse el pelo y envolverse la cabeza con una bufanda haciendo una especie de turbante para cubrir la llamarada que tenía por cabello. Hacía esto cada vez que iba a salir, por lo que era bastante improbable que alguien supiese que ella tenía el pelo de ese brillante color.

De todas formas, la que veía en los ojos de Jeremiah era algo completamente diferente a lo que Camille se refería. Sí había curiosidad, pero no tenía nada que ver con lo romántico. O, por lo menos, eso era lo que ella se decía a sí misma.

Movió la cabeza de un lado al otro para tratar de alejar esos pensamientos de su cabeza antes de aproximarse al lugar en el que estaba Nadhia, sentada en el suelo, completamente rodeada de rollos de amarillento papel y pergamino.

— ¿Me llamaba, Madre? —preguntó Anne con calma, acostumbrada como estaba a tener ese tipo de conversaciones con Nadhia, en las que la mujer estaba muy ocupada revisando sus papeles como para dignarse a mirarla.

—Sí, necesito hablar contigo de algo importante… —Hizo una pausa— ¿Podrías traerme aquel rollo de papel que está allá?

Aun inmersa en su lectura, levantó uno de sus brazos y señaló hacia el lugar en donde se encontraba lo que pedía. Anne se acercó al escritorio y tomó el único rollo de papel que se encontraba sobre la plana superficie. Cuando se acercó al borde de la enorme y circular alfombra dorada, se quitó los zapatos y se dirigió hacia donde se encontraba la mujer, sintiendo como la mullida alfombra le hacía cosquillas en los pies. Le tendió lo que esta le había pedido y Nadhia levantó la cabeza, la miró y le sonrió en agradecimiento.

Anne se sentó a una distancia prudente de la mujer instantes antes de que esta empezase a hablar:

—A pesar de que todo lo relacionado con este mundo, en especial el Oráculo, es nuevo para ti, los has estado haciendo bien. —Nadhia tomó el rollo de papel que Anne le había dado, lo leyó con una seria expresión en el rostro y luego lo enrolló y ató con un fino cordón rojo. Después, recogió los demás rollos que había a su alrededor y los puso a un lado, donde no la molestasen, antes de continuar hablando: —Te has convertido en una de mis asistentes y me has sido de mucha ayuda.

Anne sólo hizo un movimiento con la cabeza, no sabiendo que más hacer. A veces hablar con Nadhia o comportarse frente a ella era realmente complicado, mucho más debido al hecho de que Anne siempre sentía que había algo que la mantenía tranquila y sumisa frente a ella.

—Como me has demostrado que eres útil y confiable, te voy a encargar una tarea más.

Esta vez Anne quiso protestar, pero las palabras se habían quedado atascadas en su garganta y no habían querido salir, dejándola frustrada en el proceso. Nadhia, desde el primer día que Anne puso un pie en la Casa Dorada, le había asignado un sin número de tareas que la movían de un lado al otro y que la dejaban exhausta al final del día.

Ahora, la mujer quería asignarle una tarea más. Anne quería saber cómo o de dónde iba a sacar tiempo para hacer lo que sea que la Madre le pidiese que hiciera. Exhaló un suspiro cargado de cansancio. A veces las cosas eran realmente injustas.

Nadhia continuó hablando, quizás porque no se había dado cuenta del intento de queja y la reacción de Anne ante sus palabras, o porque había decidido que ignorarla era la mejor opción. Con la Madre uno nunca sabía.

—A las afueras de la ciudad, quizás a unos tres o cuatro kilómetros de aquí, hay una cabaña. —dijo, mientras se acomodaba en su lugar y abrazaba un mullido cojín dorado. Anne sólo la miraba, con las quejas aun bailando en su boca pero no pudiendo expresarlas. —Es la única que vas a encontrar en la zona por lo que no será difícil ubicarla. Tu tarea es ir allí todos los días y ayudar a las personas que viven en ese lugar en lo que necesiten.

— ¿Quiénes viven allí? —preguntó al fin, sorprendiéndose de que esas palabras hubiesen sido agraciadas y hubiesen logrado salir de su boca.

—Los Abandonados. —Anne iba a preguntar quiénes eran ellos, pero Nadhia no la dejó, hablando antes de que a la chica le diese tiempo a formular su pregunta. —Sé que debes estar preocupada debido a que tienes muchas cosas que hacer actualmente. No te preocupes por eso. Tu misión en el Hogar es más importante que cualquier otra cosa, así que enfócate en eso. Eso sí, cuando termines con tu trabajo allá, tienes que regresar aquí y continuar con lo que te había asignado antes.

—Pero…

Nadhia estaba decidida a ignorar a Anne, porque por más que la joven trataba de decir algo, Nadhia seguía con su diatriba como si nada estuviese pasando. Y esa era una forma amable de decirle que no había peros que valiesen, que ella iba a tener que hacer esa tarea quisiese o no, le gustase o no.

—Le diré a Camille que le asigne algunas de tus tareas a las Hermanas más desocupadas, así tú sólo tendrás que hacer dos o tres cosas aparte de lo que tienes que hacer con los Abandonados. ¿Alguna pregunta?

Para ese momento, Anne se había resignado a la idea de que su trabajo con los Abandonados era inminente. Negó con la cabeza y Nadhia le dedicó una pequeña sonrisa, como si Anne fuese una buena niña por acatar todas sus órdenes sin chistar.

—Ya puedes retirarte. Debes estar cansada después de todo lo que has tenido que hacer hoy.

Anne se puso de pie y se encaminó hacia el borde de la alfombra, en donde había dejado sus zapatos cuando se los había quitado. Se los puso y después de dedicarle una reverencia a la mujer que, muy sonriente y con gesto complacido yacía sobre la alfombra, salió del salón, no siendo consciente de la expresión que había adoptado el rostro de Nadhia.

Inmediatamente Anne cerró la puerta tras de sí, Nadhia movió su mano derecha en un movimiento circular y en medio de un remolino de polvo dorado apareció una pequeña fuente de cristal sobre una brillante base dorada. El contenido, cristalino como el agua, aunque un poco más denso, se movía como las aguas del mar ante la brisa.

Nadhia, aun en su posición en el suelo, sumergió su mano derecha en el frío líquido sacándola en forma de puño segundos más tarde. Se acercó la mano a los labios y sopló, mientras abría lentamente el puño. Una esfera transparente empezó a formarse, como una enorme pompa de jabón, y cuando hubo alcanzado un tamaño considerable, se quedó flotando frente a Nadhia, justo unas cuantas pulgadas por encima de la fuente.

Nadhia la tocó delicadamente con su índice derecho, y la esfera empezó a brillar, mostrándole a los pocos segundos algunas imágenes del futuro. La expresión de su rostro no cambió, mientras deslizaba su dedo de derecha a izquierda pasando las imágenes como si fuesen una serie de diapositivas y no hechos que aun no habían sucedido.

Su ceño se frunció y sus labios formaron una estricta línea cuando, llegado a cierto punto, no podía ver nada más en la esfera. Había un hueco en el medio de la visión, y ni siquiera ella, que era el Oráculo del Segundo Reino, podía ver que iba a pasar en ese momento. La esfera se reventó cuando de sus labios salió un bufido cargado de molestia, formando una colorida lluvia que cayó en la fuente silenciosamente.

Nadhia movió la mano derecha en un gesto despectivo y lo que había frente a ella desapareció con un ligero silbido y una onda de polvo dorado que danzó en el aire hasta desvanecerse. Un peludo gato color miel apareció a los pocos minutos, caminando lentamente hasta su dueña, totalmente ajeno a la adusta expresión de su rostro. Se arrellanó frente a ella, apoyándose sobre el cojín que Nadhia estaba abrazando, en un gesto que la mujer tomó como una invitación para que deslizara sus largos dedos sobre su pelaje.

—El hueco sigue ahí. Hay algo que estoy haciendo mal, hay algo que me falta por hacer. —El gato maulló en respuesta, y Nadhia inclinó su cabeza para mirarlo, como si hubiese entendido lo que el maullido significaba. Luego suspiró y se removió más en el suelo, buscando una posición más cómoda. —Sólo me resta esperar. Por el momento no puedo hacer más nada y la verdad es que, lo poco que estoy haciendo, me está dejando agotada. Estoy usando demasiada magia.

El gato volvió a maullar, y Nadhia asintió lentamente, mientras deslizaba sus dedos sobre su sedoso pelaje. Se acomodó está de vez de forma que su cabeza quedase apoyada sobre el cojín y cerró los ojos, dispuesta a dormir.

Ese día ya había hecho lo que había tenido que hacer, y debía admitir que había tenido que recurrir a mucha magia para lograrlo. Pero no se quejaba, por lo menos no mucho, porque sabía que al final, todos sus esfuerzos habrían valido la pena. Cuando el día final llegase y ella tuviese que presentarse ante los dioses, todos sus problemas y preocupaciones habrán desaparecido, dejándola exactamente igual que el día que había tomado el cargo de Oráculo.

Sonrió al pensar en esto, hundiendo aun más sus dedos en el pelaje del gato. Y lo mejor de todo era que, gracias a su esfuerzo, ese día no estaba muy lejos.

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