La Premonición

Capítulo 24

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El Fin


Luke se quedó en su lugar en la puerta mirando fijamente al hombre frente a él. Leus, con una expresión de consternación y asombro en el rostro, esperaba que el menor empezase a hablar. Podía hacerlo él, teniendo en cuenta que sabía exactamente de qué Luke quería hablar con él, pero por alguna extraña razón las palabras no querían salir de su boca sin ayuda.

Lo mismo le había pasado aquel día, cuando había hechizado a Luke en medio del Centro; cuando había estado jugando con fuego, pensando que nada malo iba a pasar al final. Pero cuando se quemó, cuando sintió las llamas lamer su piel, supo que se había equivocado… una vez más. Él no solía hacerlo muy a menudo, equivocarse era para personas que no pensaban bien antes de actuar, pero cuando se equivocaba, lo hacía de la manera más tonta y horrible posible.

En esta ocasión, estando él callado y mirando a Luke como si este tuviese una segunda cabeza o un tercer ojo, no fue diferente de aquel día. Luke, por el contrario, lo miraba con recelo, como si no confiara en lo que el hombre que había logrado dominarlo pudiese hacerle. Y tenía todo el derecho de hacerlo. Leus no le había dado motivos para confiar, y en su último encuentro no había sido, precisamente, una persona digna de confianza.

Luke había crecido siendo consciente y teniendo la seguridad de que nadie a su alrededor podía dominarlo fácilmente. No porque creyese que era mejor que los demás sino porque con el pasar de los años, mientras fue aprendiendo hechizos con los demás chicos, se fue dando cuenta de que la magia en él funcionaba de manera diferente.

Dominaba los hechizos más rápido que los demás y sus ataques eran más poderosos y efectivos. A lo largo de su vida nadie nunca había logrado hechizarlo, por lo menos no realmente. Quizás uno o dos hechizos, los más fuertes, los prohibidos, lograban derribarlo y dejarlo inconsciente (eso era lo máximo que podían hacerle, sin importar el tipo de hechizo que fuese), pero nunca antes había sido víctima de alguien tan poderoso como Leus.

Así que, Luke tenía varias razones anotadas en su lista de “por qué no debo confiar en Leus”. La primera, porque la forma en la que lo miraba no era agradable en ningún sentido. La segunda, porque podía hechizarlo con pasmosa velocidad. Y la tercera y más importante, porque parecía saber cosas, cosas sobre él especialmente, que nadie más sabía. Pero a pesar de todo, ahí estaba él, frente al mayor, esperando que todas sus dudas y preguntas fuesen contestadas.

Leus no pudo soportar ni un segundo más el estar cerca de Luke, mirándolo fijamente a los ojos, por lo que con un suspiro se dio la vuelta y se sentó sobre su alto taburete detrás del mostrador.

— ¿Por qué no me atacaste aquél día?— preguntó al fin, rompiendo el pesado silencio que se había creado en el lugar. —Yo fui el que empezó con todo ese asunto. Yo fui el que descubrió tu rostro.

—Pero fue el único que no me miró… de esa forma.

Dudó unos segundos, y esperó que esa pausa no lo hiciese parecer débil o temeroso. Lo que menos quería era verse de esa forma delante de una persona que con un chasquido de dedos podía tenerlo de rodillas. Así que, para mantener su pantalla, decidió ponerse a la defensiva.

—Usted estaba aterrado, como si hubiese visto un fantasma. ¿Por qué? —dijo, mientras entrecerraba los ojos y lo miraba con sospecha.

—Es porque no esperaba que fueses así de atractivo.

Luke ni siquiera reaccionó ante sus palabras. ¿Cómo hacerlo, cuando estas habían salido tan monótonas y carentes de sentimientos? Leus las había dicho sólo por decirlas, por lo que Luke no se sintió amenazado en ningún momento.

— ¿Usted pretende que yo me crea eso? Dígame la verdad.

Le ordenó sin siquiera alterarse o alzar la voz, y por un momento pensó que Leus iba a hacerle caso. El hombre se movió ligeramente hacia delante, como si estuviese tomando impulso para contarle un gran secreto. Pero con un suspiro se encogió en su asiento y movió la cabeza de un lado al otro en gesto negativo.

—Tengo órdenes de no hacerlo. —Su voz salió cargada de pena, demostrándole con eso que realmente lamentaba no poder decirle nada.

— ¿Órdenes? ¿De quién? —lo interrumpió, apoyando ambas manos en el mostrador e inclinándose hacia delante, pero Leus ignoró la interrupción y continuó hablando:

—Pero puedo ayudarte a encontrar a tu amiga.

Los ojos negros del hombre se posaron en los grises de Luke y el menor no pudo evitar sentir como si estuviese cayendo en un remolino plagado de oscuridad. Ya no había lujuria o deseo en sus ojos, sólo miedo y algo que Luke identificó como culpa, pero que no estaba completamente seguro de que fuese eso. Leus parecía asustado y afligido por algo, había perdido esa picardía que lo caracterizaba y hacia que Luke tuviese ganas de matarlo cada vez que iba a su tienda.

Y estaba confundido, porque no entendía como de la noche a la mañana, más bien, de un momento a otro, una persona pudiese cambiar tanto.

—Deja de hacerte preguntas tontas. Aquí lo importante es encontrar a tu amiga, ¿no?

— ¿Qué amiga? ¿De qué me habla? Yo sólo quier-¡ah!

Se quejó fuertemente un sorprendido Luke cuando sintió una dolorosa punzada en el pecho. Dio un paso atrás y se dobló ligeramente debido al impacto, apoyando su mano derecha sobre el mostrador para no perder el equilibrio y caerse.

Cuando abrió los ojos, encontró a Leus mirándolo fijamente, con sus ojos de un extraño y brillante tono entre negro y azul oscuro, apuntándolo justo encima de su corazón con su índice derecho. El hombre no hacía nada más que presionar su dedo lenta y ligeramente sobre su cuerpo, pero Luke sentía como si le estuviese clavando una daga ardiendo en el corazón. Dolía, dolía mucho, y Luke tenía que hacer esfuerzos titánicos para no ponerse a gritar como un niño de tres años.

Trató de moverse, de alejarse de lo que le producía dolor, de gritarle que parara, pero no pudo hacer nada. Sus miembros no reaccionaban, sus labios no formaron palabras, y su voz no salió de su garganta. Trató de hacer magia, pero Leus había sido más inteligente y había bloqueado su magia en algún momento, sin que él se diese cuenta.

Estaba paralizado igual que aquella vez, siendo torturado física y emocionalmente, porque aunque no le importase en lo más mínimo tener un altísimo nivel y dominio de la magia, su orgullo había sido pisado dos veces por la misma persona, con una facilidad que hasta daba risa.

De pronto, Leus presionó más su dedo sobre su piel, sacándole un alarido de dolor, y antes de que él pudiese reaccionar, el hombre movió su mano derecha y le dio un fuerte golpe con la palma abierta justo en el centro del pecho, dejándolo sin aliento y haciéndole perder el sentido.

Cuando despertó, se encontró tirado en el suelo, con la cabeza apoyada sobre las piernas de Leus, el cual lo sostenía cuidadosamente como si fuese un niño pequeño, mientras movía en movimientos circulares su mano derecha sobre el adolorido pecho de Luke. Luke ni siquiera tuvo tiempo de moverse, cuando los labios de Leus se movieron formando una pregunta que trajeron un sinfín de emociones y sensaciones a su cuerpo y le hicieron abrir los ojos como platos.

— ¿Ahora sí recuerdas a tu amiga?

Luke sintió una punzada de dolor y se encogió un poco, haciendo una mueca. Recordaba, ahora sí podía hacerlo. Todos y cada uno de los recuerdos que estaban relacionados con Anne —en algunos de ellos esta ni siquiera aparecía—, empezaron a llegar a su mente como salidos de una cascada.

Podía recordarla, podía sentir otra vez todas las cosas que había sentido cuando la había tenido cerca, cuando la había mirado por primera vez y no había visto a una molesta terrana. Podía sentir otra vez lo que había sentido cuando ella, con ojos tristes y voz temblorosa le había pedido que confiara en ella.

Y ahora que tenía todas esas emociones revoloteando en su pecho, ahora que volvía a tener la imagen de su pecoso rostro en la cabeza, o de las sonrisas que a escondidas le vio regalar a Cecil, se daba cuenta de que ella ya no estaba a su lado, de que la extrañaba y de que quería, necesitaba volver a verla.

Y era algo extraño porque él no sentía nada por ella. “Ella es sólo una terrana y yo no soporto a los terranos”, se dijo, pero su corazón se encogió demostrándole que no valía la pena que siguiese ocultando y negando lo que ambos ya sabían.

“…Puedo ayudarte a encontrar a tu amiga”Las palabras que Leus le había dicho hacía un rato revolotearon en su cabeza, haciéndolo volver a la realidad. Lentamente se llevó una temblorosa mano al pecho y sintió su corazón latiendo rápidamente debido a la expectación. Movió la cabeza lo suficiente como para poder mirar al hombre que tenía la vista perdida, pero que aún seguía frotando su pecho como si de esa forma pudiese aliviar el dolor que Luke sentía. — ¿Cómo…? ¿Cómo es que…?—Los “cómo” no importan. Lo importantes son los “por qué”. —Esbozó una pequeña y temerosa sonrisa, como si dudase que sonreír en frente de Luke era una buena idea. —Pero no puedo decirte nada, tampoco. Lo que sí puedo asegurarte es que no le diré nada a nadie sobre Anne. Aunque ya esto se está convirtiendo en un secreto a voces. Demasiadas personas saben de su existencia.Luke no entendía nada de lo que estaba pasando, sólo sabía que ese hombre sabía dónde estaba Anne y podía ayudarlo a encontrarla. Removiéndose, logró que Leus lo soltara y se sentó frente al hombre con un sinfín de preguntas pintadas en el rostro.— ¿Por qué lo hace? —Porque no gano nada diciéndole a la gente que hay una terrana siendo maltratada en el Hellaven. —Se encogió de hombros. —De todas formas, ¿crees que la gente lo creería? ¿Crees que le creerían a un Ratero? Luke iba a seguir haciendo preguntas, y por el estado en el que se encontraba, Leus estaba seguro de que iban a ser todas del tipo “por qué” y “cómo”. Luke estaba tan confundido y aturdido debido a la sorpresa y al hechizo que estaba actuando de una forma extraña. Leus podía haberlo encontrado adorable en cualquier otro momento, pero no en ese en el que necesitaba a Luke en sus cinco sentidos y dispuesto a utilizar toda su magia con tal de encontrar a Anne.Como una forma de hacer que el joven enfocara toda su atención en él, Leus acunó el rostro de Luke entre sus manos y lo obligó a mirarlo fijamente. El menor se tensó, como era de esperarse, pero no hizo nada para separarse del hombre. —Mira, tienes que sacarla de ahí si quieres que llegue al final de todo este circo. —Luke puso cara de no entender. Leus, contento de que el joven le estaba prestando atención, movió sus manos hasta posarlas sobre los hombros de Luke. —Cuando la veas lo entenderás. Trata de hacerla entrar en razón. Haz hasta lo imposible por hacerla volver en sí, ¿de acuerdo? Ella va a estar actuando extraño por un tiempo, y tú necesitas hacer que vuelva a la normalidad.— ¿Y cómo se supone que voy a hacer eso? —preguntó con sarcasmo— ¿Hechizándola hasta que vuelva en sí? ¿Encerrándola en una habitación? —Se tu mismo, eso bastará. —Se puso de pie rápidamente y ayudó a Luke a hacer lo mismo, ignorando las protestas del menor. —Y ahora ve a buscarla. Acabas de tropezar con ella hace unos… —Miró su reloj— hace una hora. De seguro debe estar en el Hogar. Y no es conveniente que vayas a ese sintió…Luke abrió los ojos como platos al escuchar las palabras del hombre, no siendo consciente de las últimas, que fueron prácticamente susurradas. — ¿Qué? ¿La persona con la que tropecé…?—Sí, sí, era ella. Lo interrumpió, diciendo con insistencia. Él hombre parecía realmente agitado, como si estuviese actuando contra reloj y se le estuviesen acabando los minutos. Con un movimiento de su mano la puerta de la tienda se abrió mostrando la agitada vida del Centro. Al parecer, los demás Rateros se habían despertado y habían comenzado con su rutina de todos los días: molestar a todo el que se atreviese a ir por allí.—Ahora, ¡corre! —Prosiguió Leus, prácticamente sacando a Luke del lugar a empujones— Ve al Oráculo y espérala ahí. Puedes preguntar por Anne y te van a llevar donde ella esté. Amárrala, amordázala, noquéala si es necesario, pero sácala-de-ahí, ¿de acuerdo?Luke asintió y sin siquiera detenerse a ponerse la capucha salió corriendo de la tienda. Leus se encaminó hacia la puerta y se apoyó en el marco. Cruzó los brazos y con una esperanzada sonrisa observó a Luke correr hacia la salida del Centro, sintiendo como algo dentro de él se agitaba al ver la reacción de la gente al ver el rostro de Luke. Con un suspiro, cuando Luke se había perdido de vista, el hombre se dio la vuelta y entró en la tienda.—Crecen tan rápido…—Se dijo, con pesar pintando cada una de sus palabras de gris, y otro suspiro se escapó de sus labios. Realmente esperaba que Luke encontrase a Anne. Ya era hora que las cosas empezasen a moverse en su curso natural, y no gracias a los deseos de gente perversa y sin escrúpulos. Ya era hora de que esa historia empezase a avanzar.


***


Inmediatamente Anne salió del Centro, sintió como la paz y la tranquilidad que había sentido en el lugar se desvanecían y transformaban en el sin número de extrañas y confusas emociones y sensaciones que venían acosándola desde que había abierto los ojos esa mañana.

Sus pensamientos revoloteaban de un lado al otro dentro de su cabeza, repicando como pelotitas de ping-pong, confundiéndola, mareándola. En su camino, más lento de lo normal debido a su estado de aturdimiento y dolor, tropezó con cuanta raíz se apareció en su camino, haciéndola trastabillar y caer varias veces.

En una de sus tantas caídas, ya demasiado cansada y adolorida como para levantarse, se quedó tirada en el suelo sobre una cama de hojas secas. Tenía la respiración agitada, como si hubiese estado corriendo en un maratón en vez de estar caminando a paso de tortuga, y cada parte del cuerpo le dolía como si la hubiesen apaleado.

Anne se quedó en el suelo, rodeada de tierra y el olor de las hojas secas, mirando el trozo de oscuro cielo que se percibía a través de las huesudas ramas de los arboles. Aun estaba lejos del Hogar, incluso del Oráculo, y a pesar de que ya habían pasado algunas horas desde que se había despertado y de que iba tarde al trabajo, no se movió de su lugar. Era más debido a que no podía moverse a que no tenía ganas de hacerlo.

Una ola de cansancio la abatió de pronto, haciéndola bostezar sonoramente sin siquiera preocuparse por cubrirse la boca. Se estiró un poco, esperando quizás que eso le diese un poco de fuerzas para poder levantarse, pero no lo consiguió; el sueño se había apoderado de ella y no tenía intenciones de dejarla ir.

Sus ojos se fueron cerrando lentamente a pesar de que ella trataba de no quedarse dormida. Así que así, tirada en el suelo, sin fuerzas para hacer nada, como si estuviese bajo un hechizo, se dejó acunar por los brazos de Morfeo.

Y cuando despertó lo hizo porque las gotas de lluvia habían empezado a caer fuertemente sobre ella, empapándola a los pocos minutos. Asustada y bastante espantada, se sentó de pronto y miró hacia todos lados, como si temiese que alguien fuese a atacarla. Con la respiración agitada, al igual que los latidos de su corazón, Anne se puso de pie después de varios intentos en los que cayó de bruces sobre el fangoso suelo.

Ya de pie, con el respaldo de un árbol y congelándose hasta los huesos, Anne se encaminó hacia donde ella creía que estaba el Hogar.

La lluvia caía copiosa sobre ella, haciéndole casi imposible ver por donde andaba. Y a pesar de que se sostenía de cuanto árbol apareció en su camino para no caerse, pasó más tiempo en el suelo que de pie, por lo que terminó espantosamente cubierta de fango. En realidad no le importaba. Estar cubierta de fango era lo que menos le preocupaba cuando el miedo a volver a enfermarse por exponerse a las altas temperaturas la estaba acosando.

Ella ya se había enfermado una vez, no hacía poco, lo que había armado un revuelo en la Casa Dorada debido a que las Hermanas no se enfermaban. En realidad, los hellavenianos no solían contraer enfermedades con la misma facilidad que un terrano, por lo que si Anne se enfermaba dos veces seguidas, de la misma cosa, en menos de un año, la gente iba a empezar a sospechar.

Porque ya bastante tenía ella en su contra para que los demás la apuntasen y dijesen que ella era extraña.

Ya cerca de las inmediaciones del Hogar, Anne se cayó por última vez, en esta ocasión de frente, lastimándose las manos y las rodillas. Dejando que una maldición saliese de sus labios debido a que estaba demasiado cansada y frustrada como para no hacerlo, se puso de pie y fijó su atención en la figura que apareció frente a ella.

La joven tenía una sombrilla en las manos la cual la cubría de la copiosa lluvia que aun no había cesado y la miraba desde arriba con altanería y una sonrisa de satisfacción en los labios. Estaba bastante claro que la idea de ver a Anne en el suelo, sucia y lastimada la hacía realmente feliz.

Sin siquiera dignarse a ayudarla a levantarse, Amy se dio la vuelta y emprendió el camino hacia la Casa. Anne, con un silbido de dolor saliendo de sus labios con cada paso que daba, se encaminó cojeando hacia donde una divertida Amy la esperaba. Algún día Anne iba a cobrarse todas las que le había hecho esa chica. Algún día.

En el vestíbulo un grupo de niños, entre los que se encontraba Aileen, las estaban esperando como si ellas hubiesen salido a comprarles helado. La señora Jettkins no estaba muy lejos, observando la escena desde el umbral de la puerta del salón.

—Amy, ¿qué rayos estás haciendo que no estás ayudando a Anne?— Se quejó la mujer al ver a Amy quitándose su capa y dejando la sombrilla en el sombrillero de la esquina con toda la tranquilidad del mundo. — ¿Acaso no ves el estado en el que se encuentra?

— ¿Y qué quiere que haga, señora Jettkins? ¿Qué me ponga a llorar? ¿Qué empiece a correr como loca para buscarle ropas a la reina? —Eso último lo dijo haciendo la pantomima de una reverencia y con un tono de voz bastante maleducado.

Anne, temblando como una hoja, con los dientes castañeando, le lanzó una mirada cargada de desprecio. Ese día, realmente, no estaba por soportarle nada a esa niña.

Ignorando a todo el mundo, incluso a la señora Jettkins que estaba reclamándole a Amy por su falta de respeto, Anne se encaminó a trompicones hacia el baño. Su prioridad era quitarse toda esa mojada y fangosa ropa y meterse en la bañera llena de agua hasta que su cuerpo recuperase parte de su calor. Su prioridad era no enfermarse.

La señora Jettkins, ya notoriamente cansada de escuchar a la joven, silenció a Amy con un movimiento de su mano, y la chica se quedó gesticulando exageradamente hasta que se percató de este hecho. Los niños miraban la escena la escena entre sorprendidos y divertidos, no moviéndose de sus lugares no fuese que la señora Jettkins usara su escasa magia también en ellos.

—Vas a hacer lo que te ordeno y punto. —Su voz fue dura y firme, cargada de una autoridad impresionante, retumbando esta por toda la casa. Cualquier persona que la escuchase dudaría que era la dulce y serena anciana que era normalmente. —Tú todavía no tienes, ni vas a tener, la edad y el estatus suficiente como para reclamarme o refutar lo que digo. Así que más te vale que te comportes y hagas lo que te ordeno sin chistar, ¿entendido?

A Amy no le quedó más que asentir, a pesar de que se moría de ganas de reclamar un poco más. La señora Jettkins no era del tipo de persona que encontraba placer en hacer notar su autoridad. Siempre fue amable y cariñosa con los niños y todo el que se pasaba por el Hogar.

Siempre había mostrado saber más cosas de las que una simple Abandonada debía saber, y quizás por eso las personas la trataban con un poco de respeto, para ser quien era. Y contrario a su desgastada apariencia, la mujer tenía la capacidad para hacer magia. Lo cual hacía en muy contadas ocasiones, debido a que tenía una muy limitada cantidad de magia con la que contar.

Y el hecho de que la hubiese usado en ese momento para silenciar a Amy, le daba una idea a la joven de que había metido la pata hasta el fondo y había hecho enojar a la única persona que realmente se preocupaba porque las personas que vivían en esa casa estuviesen seguras y felices.

Así que, sabiendo que no ganaba nada discutiendo con la anciana, y sabiendo que se había equivocado de más esa noche, se dio la vuelta y se dirigió hacia su habitación a buscarle algo de ropa seca a Anne, como le habían ordenado.

—Yo espero que ustedes no le están haciendo mucho caso a Amy. —Dijo la mujer con voz dulce pero firme, dirigiendo su atención esta vez a los niños, los cuales aun no salían de su asombro; cosas como esa no pasaban muy a menudo en el Hogar. —A Amy no le agrada la Hermana Anne por lo que se inventa muchas cosas malas sobre ella. Pero ella es una buena chica y estoy segura de que en el fondo todos ustedes lo saben.

Aileen asintió y decidió ayudar a la mujer a convencer a los demás chicos. Se dio la vuelta para encarar a los niños, como si pudiese verlos, abrazando su muñeco de felpa.

—Ella es buena. Ella me dejó dormir en sus brazos ayer.

—Pero tú le tenías miedo— Musitó una de las niñas, mirando a Aileen con duda.

—No le tenía miedo— Las palabras salieron de los labios de la niña con un tono de voz que pretendía demostrar que ella no le tenía miedo a nada. La anciana sonrió. —Es sólo que ella es muy brillante para mí. Tenía que acostumbrarme a ella.

Se escuchó un colectivo “Ah”, como si los niños hubiesen entendido de lo que Aileen hablaba.

— ¿Entonces podemos jugar con ella y ella no nos va a hacer nada?

—Por supuesto que no, cielo. —Agnes sonrió amablemente y estiró una mano para acariciar la cabeza de Jules, el pequeño niño que había preguntado.

Jules tenía sólo cinco años, siendo uno de los niños más pequeños que había en el Hogar, junto con Aileen que sólo tenía cuatro. Jules, contrario a la niña, no había nacido siendo agraciado con un don, por lo que, aparte de su defecto congénito, su falta de magia lo hacía un Abandonado de primera línea. Pero a pesar de su ligera cojera, era el niño más activo y juguetón de la casa, el que se la pasaba moviéndose de un lado al otro todo el día, dándole serios disgustos a una Amy que a veces no podía controlar once niños por sí sola.

—Entonces, ¿qué me dicen? ¿Van a tratar mejor a la Hermana Anne ahora que saben que ella no es mala? —Los niños asintieron al unísono y la anciana los premió con una sonrisa y unas cuantas caricias a los que estaban más cerca. —Bien. Ahora, como todos sabemos que la Hermana Anne vino muy cansada y mojada, ¿por qué no la ayudamos un poco mientras ella descansa? ¿Por qué no van al salón y recogen todos sus juguetes y sus libros? Lauren, encárgate de que ninguno de los niños vaya a molestar a Anne, ¿de acuerdo?

Lauren, la cual tenía sólo doce años y era una de las mayores junto con Amy, asintió una sola vez y empezó a llevarse a los niños al salón para que la ayudasen con el desastre que habían dejado antes de salir corriendo a recibir a la Hermana. Lauren también había nacido con un defecto congénito: su falta de voz. Aparte de eso, su apariencia, era bastante aceptable.

No era una gran belleza como Aileen, que era la viva imagen de la niña perfecta, pero de haber nacido con voz hubiese podido vivir una vida tranquila y segura en la comunidad, y no alejada de la civilización como todos los demás.

Cuando los niños habían entrado al salón, la anciana murmuró un “Aileen, quiero hablar contigo”, antes de darse la vuelta y dirigirse a su habitación.

Estaba de más decir que la niña, donde se encontraba escondida, la había escuchado.


***

Anne, la cual había empezado a quitarse la ropa inmediatamente había cerrado la puerta del baño detrás de sí, castañeaba los dientes y temblaba exageradamente mientras esperaba que la modesta bañera se llenase de agua. Al final, no soportando la espera y el frío que parecía colarse por sus huesos, se metió en la bañera parcialmente llena con un silbido saliendo por sus labios entreabiertos. Cuando el agua llegaba a una altura considerable, cerró la llave.

El olor a vainilla de los jabones que había utilizado impregnaba el aire y la hacía sentirse mucho mejor. La relajaba, por lo que cerró los ojos y se quedó quieta, esperando que la calidez del agua y el silencio que había en el baño la ayudasen a librarse de todos los malos pensamientos y de los dolores que desde temprano venían acosándola.

Así que así, debido a su estado de relajación, no se dio cuenta cuando la puerta se abrió y Amy entró en el baño con una muda de ropa limpia en las manos. Anne estaba dándole la espalda y todo su cabello rojo caía sobre su espalda y el borde de la bañera en una llamarada roja que hizo que Amy contuviese el aliento durante unos instantes y se quedara mirando la escena frente a ella con ojos asustados.
Lo sabía, siempre lo había sabido. Anne no era una hellaveniana común y corriente. Anne estaba maldita, su cabello era la prueba de ello. Acercándose lenta y silenciosamente, dejando caer la ropa cerca de la puerta, y aun algo asustada y sorprendida, se colocó detrás de Anne y posó una mano sobre la boca de la joven y la otra sobre su hombro y la empujó hacia abajo.

Tenía que acabar con ella. Tenía que matarla porque si no, Anne iba a traerle más miseria a ese mundo. Anne iba a destruirlo todo.

La joven en la bañera soltó un alarido cuando sintió que alguien la agarraba quedando este ahogado por la mano que cubría su boca. Amy, después de unos instantes, y al darse cuenta de que con una sola mano no iba a poder retener a Anne bajo el agua, colocó su otra mano en el hombro libre de la joven y presionó más fuerte.

Las manos de Anne volaron en diferentes direcciones, tratando de soltarse del agarre de quien la atacaba y tratando de quitarse la mano que le cubría la boca y la nariz al mismo tiempo que trataba de respirar. Cuando su atacante había dejado de cubrirle la boca, Anne había aprovechado esta oportunidad para tratar de impulsarse hacia arriba y gritar lo más fuerte que pudiese, pero quien la atacaba era mucho más fuerte que ella, y ahora que ejercía más presión sobre su cuerpo, le había impedido hacer lo que había querido.

El agua salpicaba por todos lados y los movimientos frenéticos de una Anne que lo único que quería era liberarse hicieron que la joven se golpeara por todo el cuerpo en el intento. Amy solo presionaba, utilizando su peso para darle más énfasis, mientras murmuraba frenéticamente disculpas a los dioses esperando que la perdonasen por hacer lo que estaba haciendo.

El pacifico y relajante silencio que había estado llenado la estancia minutos antes ahora estaba lleno de quejidos y de susurros que esperaban ser escuchados. El ambiente se llenó de las ganas que tenía Anne de salvarse y de las Amy de ser escuchada y perdonada. El aire se llenó de las ganas que tenía Anne de que todo eso no fuese más que otra de sus horribles pesadillas.

La puerta del baño se abrió con un estruendo, chocando contra la pared fuertemente, y Aileen apareció en el umbral, seguida por la señora Jettkins. La pequeña corrió hacia donde estaba Amy, dejando que el muñeco cayese al suelo cerca de la entrada, no muy lejos de donde Amy había dejado caer la ropa, y empezó a tirar de la joven, esperando poder hacer algo con eso.

— ¡Suéltala! ¡Suéltala, Amy! —Gritaba la niña mientras tiraba con todas sus fuerzas, su gesto no surtiendo ningún gesto.

Los movimientos de Anne se hicieron más lentos y pesados, la falta de aire por fin haciendo mella en su cuerpo. Más niños entraron corriendo al baño, siendo atraídos por los gritos de Aileen, y ayudaron a la niña a tirar de Amy, gritándole las mismas cosas. Amy no los escuchaba, poseída como estaba por el demoniaco deseo que sentía de acabar con Anne.

—Háganse a un lado, niños. —Dijo la anciana de pronto, viendo que de otra forma Amy no iba a entrar en razón. Los niños se hicieron a un lado rápidamente y Agnes actuó de inmediato.

Haciendo uso de la poca magia que poseía, le lazó un hechizo a Amy que la hizo salir volando por los aires y caer unos cuantos pies más adelante. Lauren se acercó corriendo a la chica y la ayudó a sentarse, agarrándola por los hombros, manteniéndola segura en su agarre.

Los demás niños, por el contrario, corrieron hacia la bañera y metiendo sus manitos dentro de la misma, levantaron lo más que pudieron a una inmóvil Anne, asegurándose de que su cabeza fuese lo primero que saliese del agua.

—Ella debe morir. —Musitó Amy con voz adolorida, agarrándose la cabeza, desde el lugar en el que había caído. —Está maldita. Debe morir o todos lo haremos en su lugar.

— ¡Cállate! —Le gritó la anciana, presa de una rabia y desesperación que dejaron muda a la chica. —Tú no sabes lo que estás diciendo.

La mujer se acercó rápidamente hacia el lugar en el que los niños hacían esfuerzos por mantener a Anne fuera del agua, haciendo uso de la fuerza que le quedaban a sus brazos para mover la silla de ruedas lo más rápido posible. Aileen estaba sollozando justo en la cabecera de la bañera, asustada, y agarraba la cabeza de Anne con manitas temblorosas. Le daba golpecitos en el rostro y la llamaba desesperadamente por su nombre, esperando que eso la hiciese volver en sí.

— ¿Se va a poner bien, señora Jettkins? —Preguntó, y el tono de su voz asustó a los demás niños, que al parecer no se habían dado cuenta de la magnitud del problema. — ¿Amy no le hizo nada, verdad?

La anciana no dijo nada, sólo estiró una de sus manos y tocó el pecho de Anne, justo sobre su corazón, comprobando sus latidos y esperando que la magia que le quedaba pasase de su mano al cuerpo de la chica.

Amy trató de levantarse e impedir que la anciana ayudase a la joven, Lauren tratando de impedirlo en el acto, pero cuando vio que una oscura y triste expresión se apoderaba del rostro de la mujer, todo movimiento en su cuerpo cesó y un suspiro de alivio salió de sus labios.

La anciana retrajo su mano y la dejó reposar sobre su regazo lentamente, como si le doliese moverse.

— ¿Señora Jettkins? —Preguntó Aileen lentamente. —Señora Jettkins, ¿por qué no está haciendo nada para ayudar a Anne?

La anciana sólo pudo hacer un movimiento negativo con la cabeza y Amy se puso de pie lentamente, librándose del lánguido agarre que una anonadada Lauren ejercía sobre ella.

—No hace nada porque no vale la pena hacerlo, Aileen. —La niña giró la cabeza en dirección a Amy la cual lucía una aliviada sonrisa en su destruido rostro, con una expresión mezcla de curiosidad y miedo, esto último agravándose cuando Amy dijo unas últimas palabras. — Anne está muerta.

Capítulo 23

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Despertando



Anne se despertó esa mañana con una sensación extraña en el pecho, una que la hacía sentir como si le faltase algo, como si hubiese perdido algo. Y teniendo en cuenta el hecho que desde hacía tiempo no se despertaba de manera “normal” no era de extrañarse, por lo que no le dio mucha importancia al asunto. “Pasará pronto”, se dijo, mientras apretaba los ojos para tratar de retener el sueño.

Debía admitirlo, se sentía tranquila a pesar de todo. Sentir dolor o tener vívidas y horrorosas pesadillas se habían convertido en su despertador personal, haciéndola dormir menos y levantarse más temprano. Que ese día no hubiese sido así, era realmente una bendición. Pero algo faltaba, algo no estaba bien. Podía sentirlo. Era como si su cuerpo o su mente se hubiesen acostumbrado a esa molesta y no saludable rutina mañanera.

Reticente, sabiendo que por más que tratase no iba a poder dormir ni un minuto más, Anne abrió los ojos. Y cuando lo hizo y se vio a sí misma acostada plácidamente sobre la cama desde unos cuantos pasos de distancia, supo que las cosas no andaban para nada bien.

Asustada, tratando de reconfortarse a sí misma y de calmar los acelerados latidos de su corazón, Anne se dijo a sí misma que todo eso era un sueño, uno raro y escalofriante, y que ella pronto iba a despertarse gritando, como cada mañana; porque la idea de que se había “salido” de su propio cuerpo le parecía demasiado aterradora como para que ella pudiese asimilarla.

Trató de moverse, de llegar hasta donde la “Anne del sueño” yacía, pero no pudo hacerlo; estaba estancada en una esquina de la pequeña habitación, condenada a mirar la escena con ojos asustados y corazón acelerado. “Por lo menos, este sueño no es tan malo como los otros”, se dijo, como una forma de calmar el terror que estaba reptando y dejando huellas por toda su piel.

No pudiendo hacer más nada, Anne se concentró en la imagen de sí misma, esa que reposaba sobre esa cama como si nada malo estuviese pasando. Se vio luciendo como antes, como la Anne que vivía en la Tierra, con sus mejillas redondeadas y sonrosadas, con su blanca y brillante piel, y su cabello de un oscuro tono rojizo. Se vio a si misma descansada, feliz, sana. Y sintió nostalgia y vergüenza, porque la verdadera Anne, que estaba en esos momentos parada en una esquina, asustada e infeliz, se veía totalmente diferente.

Delgada, ojerosa, con la piel cetrina y una expresión triste y cansada en su ahora enjuto rostro. Esa era la imagen de la verdadera Anne, esa era la verdadera Anne, y no ese espejismo, ese doloroso reflejo suyo que reposaba en la cama.

El Hellaven la había desgastado y cambiado, haciendo que ambas Anne, la de la cama y la de la esquina, se viesen completamente diferentes. Anne no pudo evitar mirar sus manos, tocar su rostro, apretar los puños. Quería ser la de antes, quería estar como antes. No quería que el Hellaven y su gente siguiesen convirtiéndola en lo que era en esos momentos. Ella no quería ser uno de ellos.

La puerta de la habitación se abrió, sacándola de sus pensamientos y haciéndola girar el rostro hacia esa dirección. Una oscura figura encapuchada apareció en el umbral de la puerta, haciendo que su corazón se saltara un latido y que una exhalación saliese de sus labios.

La persona encapuchada cerró la puerta silenciosamente inmediatamente estuvo dentro de la habitación y se quedó en ese lugar durante unos minutos, con su atención dirigida, o eso pensaba Anne, en la persona que reposaba sobre la cama. Después de lo que a la chica le pareció un suspiro, la figura se quitó la capucha mostrando un rostro que para Anne estaba borroso y nublado, como si lo estuviese viendo a través de un cristal empañado por gotas de lluvia.

Su corazón dio un vuelco en su pecho, pero ella ni lo notó. Estaba demasiado concentrada en tratar de adivinar las facciones de la persona que había irrumpido en la estancia.

Se llevó sus ahora temblorosas manos al rostro para estrujarse los ojos en un intento de aclarar su visión, y descubrió que tenía las mejillas húmedas. Estaba llorando, y ni siquiera se había dado cuenta. Ni siquiera sabía por qué.

La figura se acercó a la cama lentamente y Anne sintió el pánico crecer, haciéndola esto querer dar un paso hacia adelante. Quiso detenerlo, quiso hacer algo para alejarlo de ella, pero sus piernas no respondieron a su mandato. Ella sabía lo que iba a pasar, sabía que esa persona iba a tratar de matarla, como lo hacía cada noche la otra figura que aparecía en sus pesadillas. Pero no pudo moverse, por más que trató y luchó contra lo que la mantenía atada, pegada al rincón. Y en esa ocasión si fue consciente de las lagrimas, del llanto, del dolor, de los gritos que salían de sus cuarteados y secos labios.

Ahora sí fue consiente del miedo.

No quería morir, no quería verse morir. Eso sólo hacía que su miedo sobre lo que iba a pasar con ella al final de esa odisea fuese peor.

“¡No lo haga! ¡Por favor no lo haga!”, suplicaba, gritaba con la voz rota por el llanto, aunque sabía que no podía hacer nada con eso, aunque sabía que él no podía escucharla.

Sus manos chocaron contra un muro invisible y ella lo golpeó con fuerza montones de veces, lastimándose, haciendo que sus manos sangrasen, que manchasen el cristal que mágicamente había aparecido frente a ella, pero la figura no parecía notar nada. Era como si Anne fuese invisible, como si su dolor, sus gritos, su llanto y la sangre que manchaba sus manos no fuesen reales. Cuando lo vio estirar su mano hacia la chica en la cama los gritos y los golpes aumentaron, y Anne trató desesperadamente de moverse, incluso trató de mover sus piernas utilizando sus manos, manchando su níveo vestido en el intento.

Y cuando levantó la cabeza y dirigió su vista hacia la cama no pudo evitar que un gemido cargado de sorpresa saliese de sus labios cuando descubrió que el sólo quería acariciar su rostro y quitarle el flequillo de la frente.

Y ese gesto estaba tan cargado de sentimientos, de disculpas no pronunciadas, que Anne no pudo evitar sentir como su corazón se encogía, como su pecho se apretaba y como el dolor se apoderaba de él con intenciones de no dejarlo ir. Y la sensación fue mucho peor, mucho más dolorosa, cuando lo vio inclinarse y posar un casto beso en sus labios.

Después de eso, todo se retorció convirtiéndose en un remolino lleno de oscuridad.

Anne se despertó, esta vez de verdad, con el corazón acelerado y el rostro húmedo por las lágrimas que aun salían de sus ojos. Y se dio cuenta de que tenía los ojos abiertos y de que, contrario al sueño, las luces estaban apagadas.

Allí no había nadie, nadie había entrado a su habitación, esa era la realidad. Pero ese beso había sido tan real, al igual que todas las emociones que se habían apoderado de su pecho, que ella aun podía sentirlo todo reptando en su cuerpo, ocupando un lugar en su ser. Incluso el beso podía sentirlo en sus labios, cálido, dulce, como si la persona se hubiese desvanecido sólo unos segundos atrás, dejándola confundida y ansiosa.

Un beso… No era la primera vez que su asesino la besaba en sus sueños. Pero esta sí era la primera vez que ella se había despertado con la sensación de que había sido real, de que él había estado ahí. La idea, en vez de asustarla, la hizo sentir muchísimo peor.

Anne siguió llorando silenciosamente sobre la cama, sin moverse ni un centímetro, mirando el techo con ojos empañados, sin saber muy bien por qué lo hacía, hasta que escuchó que la campana sonó, indicándole que tenía que levantarse. Y aunque no quería hacerlo, aunque sentía como si todo su cuerpo hubiese sido apaleado mientras dormía, se puso de pie y se dirigió al baño al tiempo que se limpiaba las lágrimas del rostro. Pero fue un gesto inútil, porque otras más salieron, aun cuando ella trataba de detenerlas.

Después de haber llorado lo que a ella le habían parecido ríos y mares (incluso en la ducha, bajo el chorro de agua caliente, con la frente y una de sus manos apoyadas sobre la fría pared del baño, había estado llorando), y con ese extraño dolor que se había anidado en su pecho aún latente, salió de su habitación completamente arreglada, pero con el ánimo y el espíritu por los suelos. Incluso se había olvidado de envolverse el pelo con la bufanda, por lo que su largo cabello rojo caía por su espalda como una cortina de fuego.

Se ganó muchas miradas de desconfianza y recelo a su paso, pero ella no les dio importancia. Ella tenía cosas más importantes que hacer que preocuparse por los chismes que las demás hermanas se inventasen sobre ella.

Con paso lento y taciturno, se dirigió hacia la salida del Oráculo, mientras se ponía de forma cruzada su pequeño bolso de cuero oscuro. Las chicas a su alrededor empezaron a murmurar cosas, esta vez de manera más obvia, deteniéndose a mitad de camino para mirarla y señalarla como si Anne fuese una fea pieza del mobiliario que necesitaba ser tirada a la basura.

Anne las ignoró, como siempre solía hacer, y se encaminó hacia la salida en donde tomó el pomo de la puerta dispuesta a salir del recinto. Pero una mano sobre su hombro la giró y se lo impidió.

— ¿A dónde crees que vas?

Anne levantó la cabeza y se encontró frente a frente con Nadhia, la cual la miraba con una extraña expresión en su rostro. Anne, aun inmersa en el letargo, con sus ojos apenas abiertos y una expresión de que estaba a segundos de desmayarse, se inclinó en lo que ella esperaba hubiese sido una respetuosa reverencia y no un tambaleo de borracho.

—Buenos días, Madre.

—Te he estado llamando, pero tú has estado ignorándome. —Su voz salió teñida de diversión, como si ese hecho la divirtiese. Anne volvió a hacer una torpe reverencia.

—Lo siento mucho, Madre. No la escuché. —Anne tomó una profunda inhalación y pestañó un par de veces, tratando de así aclarar un poco su borrosa visión. ¿Qué le pasaba esa mañana? — ¿Necesita algo de mí?

—Quiero que antes de ir al Hogar, vayas al Centro a entregar esta nota.

La mujer le tendió un sobre del color y la textura de la arena de playa a una Anne que antes hubiese hecho un sin número de preguntas al respecto. Las Hermanas que se habían quedado en los alrededores del vestíbulo para espiar la escena, empezaron a cuchichear nuevamente.

Muchas de ellas expresaron en voz alta y sin tapujos lo afortunadas que eran de que Nadhia no las hubiese mandado a ellas a hacer semejante recado. Nadie quería ir al Centro, ninguna de las Hermanas jamás ponía un pie en un lugar “tan bajo” como ese, y que enviasen a Anne demostraba una vez más lo poco importante que era Anne para el Oráculo. La mujer sonrió, como si estuviese de acuerdo con los pensamientos que pasaban por las cabezas de sus súbditas y por las duras palabras que salieron de los labios de algunas.

— ¿A quién tengo que entregársela, Madre? — Anne se frotó los ojos con gesto cansado y sacudió la cabeza para despejarse.

—Pregunta por Leus. —Fue lo único que dijo Nadhia antes de darse la vuelta y dirigirse hacia su salón, con algunas de las hermanas siguiendo sus pasos.

Anne metió la carta en el bolso y sin más, salió del lugar.

En su camino por el jardín de entrada, después de que las Hermanas que servían de Guardia le hicieran extrañas señas, Anne se percató de que no se había puesto la capucha al salir. Después de agradecerles con una ligera reverencia, Anne se encogió en su capa, sintiendo más frio del que estaba acostumbrada a sentir.

¿Será que me voy a enfermar?, pensó, no entendiendo por qué se sentía de esa forma. No dándole mucha importancia a ese pensamiento en esos momentos, se encaminó hacia la linde del bosque.

— ¡Anne, Anne! —escuchó que alguien la llamaba animadamente y aun encogida en la capa y frotándose los brazos con las manos, se acercó hacia donde Claus la esperaba.

—Buenos días, señor Claus.

—Buenos días, chica rara. —El hombre estuvo unos breves instantes en silencio y luego dijo: — Hoy estás más rara de lo normal, chica rara. ¿Qué te pasa?

—No lo sé. Quizás me voy a enfermar. —Anne ni cuenta se dio de la mirada que Claus le lanzó, como si el hecho de que una Hermana se enfermase fuese algo fuera de lo normal. —Señor Claus, ¿usted sabe dónde queda el Centro?

El hombrecito se sobresaltó al escuchar su pregunta, y dio un paso atrás como un acto reflejo.

—Sí, yo sé dónde está. ¿Por qué?

— ¿Podría decirme cómo llegar? Tengo que ir a hacer un recado.

Claus respiró aliviado al darse cuenta de que Anne no le había pedido que la llevase. No es que él hubiese dicho que sí, de todas formas. El Centro era el único lugar al que no le gustaba ir, y por más amigable que fuese esa Hermana, por más “normal” que pareciera, él no iba a hacerle ese favor.

Rápidamente, le explicó a Anne la ruta más sencilla para ir al Centro y regresar al Hogar en el menor tiempo posible. La chica le agradeció y le pidió que por favor le informase a la gente del Hogar que iba a llegar un poco tarde y él hombre con gusto aceptó. Eso sí era algo que podía hacer.

Subiéndose rápidamente a su desvencijado coche, emprendió la marcha a toda velocidad, no queriendo estar cerca por si a la joven se le ocurría pedirle que la llevase.

Anne, por su parte, ni siquiera se percató de la ida del hombre o de su nerviosismo. Emprendió el camino por el sendero que Claus le había indicado, alejándose de lo que se había convertido en su único campo de visión en los últimos meses: el bosque y el Oráculo.

Caminar por el Hellaven, sentir la brisa fría cortando su piel y haciéndola tiritar la ayudó a aclarar un poco su nublada mente. Ya no estaba tan confundida y adormecida como cuando había salido de la Casa Dorada, pero el dolor que se había anidado en su pecho había hecho mella en él, no dejándola tranquila.

Y sentir un dolor tan fuerte, que ni siquiera comprendía, la dejaba confundida y preocupada. La hacía pensar en las palabras que Aileen le había dicho el día anterior: “Son malos… Los que te están haciendo esto”.

Pensar que alguien, o quizás más de una persona, estaban utilizando su magia en ella era realmente escalofriante. Había sentido la sensación de ser empujada a hacer algo dos veces ya, la primera vez cuando había intentado besar a Luke y la segunda cuando Amy había intentado que Anne utilizara su “magia” para hechizarla, y la sensación no fue ni buena ni agradable.

Pero ella había estado consciente de que algo no estaba bien con su cuerpo, había sentido ese algo que le había dicho que no estaba actuando bajo su propia voluntad. Pero ahora no lo había sentido, y habían sido las palabras de una niña de cuatro años las que la habían hecho pensar, las que habían accionado un botón en su cabeza.

“Quizás… quizás lo que siento por Adrian no es real”, pensó, dejando que las dudas empezasen a crearse libremente en su cabeza. Y pensar en Adrian le hizo recordar lo que había pasado entre ellos la noche anterior.

Príncipe… mi novio es el Príncipe. Ese pensamiento la había dejado tan aturdida cuando el título había salido de los labios de Adrian, que el joven había tenido que zarandearla un poco para que ella reaccionase. Y había tenido que esperar unos instantes más para que su cerebro asimilase esas palabras y empezase a bombardearla con ideas y pensamientos que no hicieron más que esperanzarla y hacerla balbucear frente a un nervioso Adrian.

Edna le había contado una vez que la única persona que podría ayudarla sin problemas a volver a su mundo, en caso de que en el Oráculo no hubiesen encontrado ayuda, era el Príncipe, el cual era conocido por su bondad y su sentido de la justicia. Anne no tenía dudas sobre la bondad de Adrian, conociéndolo como lo conocía.

En aquel momento, cuando Edna le había dicho que el Príncipe era otra de sus opciones, Anne se dio cuenta de que no tenía esperanzas. Adrian apenas era visto, siendo la persona ocupada que era, y poder encontrarse con él requeriría de una situación especial, como algún evento realizado en la Plaza o en el castillo. Para ese entonces, con apenas días de haberse despertado en el Hellaven, con sólo un problema sobre sus cansados hombros, Anne pensó que regresar a su casa iba a tomar muchísimo tiempo.

Pero ahora, teniendo una relación con el heredero del Reino, sabiendo lo que él sentía por ella, no parecía tan difícil de conseguir. Pero por alguna extraña razón, ella no tenía intenciones de pedirle ayuda para regresar a casa. El deseo estaba ahí, podía sentirlo, pero era tan diminuto que podía considerarse como una ilusión.

¿Debo decirle que soy una terrana?, se dijo, e inmediatamente un “¡no!” llegó a su cabeza haciéndola trastabillar y luego detenerse en seco en medio del sendero de tierra que la llevaría a la calle principal. Se llevó una mano a la cabeza y apretó los ojos intentando de esa forma calmar el dolor que repentinamente ese pensamiento le había provocado.

Aun con los ojos cerrados, tambaleándose debido al dolor y al mareo, Anne se acercó a un árbol y apoyó su espalda en él, esperando que este fuese un sustento suficiente para impedir que ella se cayese. Un sin número de pensamientos empezaron a llegar a su cabeza, todos ellos relacionados con lo que pasaría si se le ocurría decirle a Adrian qué era ella.

Pero luego, así como habían llegado estos, unos nuevos pensamientos empezaron a aflorar, todos ellos relacionados con su estadía en el Hellaven, relacionados con una persona que apenas podía recordar pero que hizo que su corazón se saltara un latido y diese un vuelco en su pecho.

Anne sollozó y dejó que las lágrimas corriesen libres por sus mejillas, mientras se apretaba la cabeza con las dos manos y se deslizaba hasta llegar al suelo. Pensamientos y recuerdos, acompañados de voces, sentimientos y sensaciones, aparecieron repentinamente en su cabeza, mareándola, casi haciéndola gritar.

Anne se encogió en su lugar sobre el frío suelo de tierra, llevándose las rodillas al pecho y apoyando el codo izquierdo sobre una de ellas; apretó su frente contra el antebrazo y sus dedos se hundieron en su cabello, apretándolo, halándolo. Su mano derecha voló hacia su boca, la cual tapó para impedir que un nuevo sollozo, o quizás un grito de dolor, saliese de sus labios y alertase a cualquier persona que estuviese en los alrededores.

Estaba volviéndose loca. Quería que todo eso se detuviese. Quería… sólo quería ser la de antes. Todo eso que estaba sintiendo, todo eso que la estaba haciendo sentir miserable, confundida, mareada, no hacía más que asustarla, que confirmarle la idea de que alguien estaba jugando con ella como si fuese una marioneta. Alguien estaba moviendo los hilos invisibles que la controlaban para hacerla decir, sentir y pensar de la manera que esa persona quería.

Ya no estaba segura de qué cosas había dicho o hecho por cuenta propia y qué había sido inducido por la magia

Una fuerte y última punzada de dolor golpeó su cabeza haciendo que un gritito se escapase de sus labios y quedase ahogado gracias a la mano que aun seguía sobre su boca. Estuvo sentada en esa posición un rato, esperando que los acelerados latidos de su corazón se calmasen, al igual que su respiración. El llanto había cesado, pero el dolor y el miedo seguían ahí, latentes, más vivos y fuertes que nunca.

Aturdida y mareada, se removió en su lugar y ayudándose del árbol se puso de pie, ignorando su ropa llena de polvo y su rostro sucio cubierto de lágrimas y tierra. Tambaleándose, emprendió nuevamente el camino hacia el Centro, agradeciendo el hecho de que había sufrido ese ataque no muy lejos del camino principal.

Media hora después, y después de haber caminado recto y sin doblar, habiendo mirado todo a su alrededor con ojos curiosos y sorprendidos, encontró las enormes puertas de hierro que flanqueaban el Centro. Entró al lugar sin dudar, no conociendo su historia y los detalles que lo hacían tan temido por los Abandonados.

Como era temprano, apenas las ocho de la mañana, el lugar no estaba tan colmado de gente como solía estarlo siempre. Incluso algunos vendedores yacían dormidos sobre sillas de madera —los más afortunados—, y otros en el suelo. Los compradores, aun así, se movían rápido, no deseando que empezase otra de las conocidas fiestas de hechizos mientras ellos estuviesen allí.

Anne sacó el sobre de su bolso y leyó el nombre de la persona a la que estaba dirigido. Con todo lo que le había pasado, era de esperarse que se le hubiese olvidado. Se acercó con paso lento y desgarbado a una mujer que no estaba muy lejos de la salida y le preguntó con voz ronca y rasposa —algo que la sorprendió un poco— si sabía dónde podía encontrar a Leus. La mujer, después de dirigirle una mirada cargada de recelo, estiró el brazo y le señaló una tienda pintada de verde claro, que no estaba muy lejos de allí. Después de una ligera reverencia y un gracias que dejaron a la mujer algo descolocada, Anne se encaminó hacia ese lugar.

Observando todo con sus enormes ojos azules llenos de asombro, Anne guardó en su cabeza cada ínfimo detalle del Centro. El lugar era muy bonito y le recordaba a las casitas de madera y techo de zinc que solían haber en el pueblo al que su familia solía ir en épocas navideñas. Todas coloridas, todas alumbradas por la cálida luz dorada de las bombillas. Y quizás por eso no se sintió en peligro en ese lugar. El Centro era un lugar acogedor, cálido, y el estar allí la hizo sentir más tranquila y relajada. La hizo olvidar todo por lo que estaba pasando, todo lo que la atormentaba.

Cuando llegó a la tienda de Leus, se percató de que era una especie de farmacia. Las paredes estaban cubiertas por altísimas estanterías de cristal repletas de frascos del mismo material llenos de líquidos de colores. En la entrada había un mostrador de madera oscura, sobre el cual un hombre de largo cabello negro recogido en una alta cola de caballo reposaba tranquilamente.

Anne no había dado dos pasos hacia dentro cuando ya tenía los oscuros ojos del hombre fijos en ella. Y la forma en la que la miraba no era para nada agradable.

— ¿Us-usted es Leus? —preguntó, sintiéndose nerviosa de pronto al ser estudiada por esos ojos. Ella tuvo que girar la cabeza porque la sensación de que si seguía mirándolo fijamente iba a caerse se apoderó de ella.

—Sí, soy yo. —Respondió él con amabilidad. — ¿Qué deseas de mi, chica misteriosa?

—Tengo…—Anne tragó el nudo que se le había hecho en la garganta y carraspeó un poco. —Tengo algo para usted. Es de parte del Oráculo.

Anne empezó a rebuscar en su bolso mientras se acercaba al mostrador con la cabeza gacha. Le entregó la carta desde una distancia prudente porque, a pesar de que el hombre le había hablado con amabilidad y parecía no tener intenciones de moverse, ella no confiaba para nada en él. ¿Cómo hacerlo cuando sus ojos la miraban como si pudiesen ver a través de su piel?

— ¿Y tu quién eres?

—Soy… soy una Hermana. —Él le sonrió, como si supiese que ella era mucho más que eso.

—Eres la primera Hermana que viene al Centro. —El hombre se inclinó un poco hacia delante y dijo en un tono de voz más bajo— Este mensaje debe ser muy importante. —Le sonrió.

— ¿La primera? —Eso captó la atención de Anne y el hombre sonrió complacido. Había logrado su cometido: retener a Anne en la tienda.

—Sí, la primera. —Dejó la carta sobre el mostrador como si no le importase mucho su contenido y se enderezó en su asiento, estirándose un poco para desentumecer sus músculos. —La gente de tu tipo no viene por aquí porque este lugar está lleno de Abandonados y Rateros. ¿Cómo es que no sabes eso?

—Yo… ¡yo no soy de por aquí! —Dijo rápidamente, mientras chascaba los dedos, esperando que él creyese en sus palabras.

—Sí, me he dado cuenta. Tienes un… acento extraño.

Anne se sorprendió al escucharlo porque nadie, nunca, le había mencionado que tenía acento. Es más, para ella, no había mucha diferencia en la forma que hablaban las Hermanas o los chicos del Hogar a como ella lo hacía. Así que, que este extraño y sonriente hombre le dijese que tenía un acento era algo nuevo y preocupante.

—Si eres de fuera es normal que tengas acento…

—Por supuesto, por supuesto. —El hombre estiró la mano y tomó la carta. Anne hizo el intento de decirle algo, quizás una despedida, pero él se lo impidió. — ¿Me das unos minutos para leer esto? Así, si tengo que escribir una respuesta, se la puedo enviar contigo.

Anne no pudo decir que no; él hombre le había dado un buen motivo. Con un suspiro cargado de cansancio, Anne se quedó en el lugar, encogiéndose más en la capa. Empezó a frotarse los brazos para alejar un poco el frío y se dispuso a mirar las estanterías desde su posición. Leus le lanzaba miradas de vez en cuando, entre lectura y lectura, percatándose de detalles como las pecas de sus delgadas y pequeñas manos o del mechón de cabello rojo que se había salido del resguardo que la capucha le había ofrecido.

Anne era ajena a las miradas, a la sonrisa que apareció en los labios del hombre, a la expresión de confusión que se apoderó de su rostro cuando había leído algo que no le había gustado. Como se había concentrado en los frascos de cristal antes que en el apuesto y extraño hombre frente a ella, no se había percatado de nada de esto. Y había sido en un acto reflejo, porque la forma en la que él la miraba, como si supiese más cosas que nadie en ese mundo, no le gustaba en absoluto.

—Hermana. —Leus la llamó minutos más tarde y ella se sorprendió al escuchar el tono en el que lo había hecho. Había sonado como una disculpa, como si él sintiese pena de ella por desempeñar ese papel. —Aquí tengo la respuesta a la carta.

Anne la tomó con una ligera inclinación de cabeza e inmediatamente la guardó en el bolso. Leus la miró todo el tiempo, como si la oscura capa no estuviese haciendo el trabajo de ocultarla y él pudiese ver a través de ella. Anne se encogió un poco más, si es que eso era posible, y después de una reverencia salió de la tienda. Pero Leus llamó su atención con una frase, haciéndola detenerse en seco en la entrada:

—Deberías dejar de hacer eso. Las Hermanas no le hacen reverencias a nadie que no sea el Oráculo o parte del Reinado… Por lo menos las de aquí no lo hacen.

Anne giró la cabeza y lo encontró sonriendo ampliamente y ella tuvo que tragar el nudo que se había formado en su garganta gracias a sus palabras. Y así, distraída por su comentario, pensando en sí él se había dado cuenta de que ella era “diferente”, emprendió el trayecto hacia la salida del Centro.

Tan perdida en sus pensamientos estaba, que no se percató de hacia dónde se dirigía y chocó contra una persona que, quizás, andaba más o igual de distraída que ella. Con un quejido saliendo de sus labios, mientras se frotaba el trasero para aliviar el dolor producido por la caída, Anne levantó la cabeza, hecho que hizo que más mechones de intenso cabello rojo quedasen expuestos, y se fijó en la figura encapuchada que estaba parada frente a ella y que le tendía la mano para ayudarla a ponerse de pie.

Con una mano sosteniendo la capucha para que no se moviese, Anne tomó la mano que le extraño le ofrecía y se dejó ayudar, agradeciéndole silenciosamente con una inclinación de cabeza. Después, sin más, ambos retomaron su camino, ella hacia la salida y él hacia la tienda en donde un divertido Leus miraba la escena.

—Pensé que no iba a volver a verte por aquí, chico. No después de lo que pasó el otro día. —Musitó con voz seria, habiendo perdido todo rastro de diversión al tener al otro encapuchado cerca.

—Vine porque necesito hablar con usted. —Dijo el recién llegado, quitándose la capucha. Leus, a pesar de haberlo visto antes, no pudo evitar sorprenderse al ver el rostro de Luke. Eran tan parecidos…

—Lo sé. —Fue lo único que le respondió Leus antes de usar su magia para cerrar la puerta de la tienda detrás de un muy serio Luke.

Capítulo 22

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Descubrimiento



Anne no recordaba cuando tiempo había pasado desde la primera vez que había puesto un pie en el hogar. Quizás habían sido sólo días, o quizás semanas, pero ella no estaba realmente segura de cuanto, en realidad. Lo único de lo que estaba segura era de despertarse cada mañana después de haber descansado sólo tres horas y salir rumbo al bosque, donde un animado Claus la esperaba con una nueva e inverosímil historia para contarle.

Cuando llegaba al Hogar, las cosas se ponían algo borrosas, aunque ella no sabía por qué.

Contrario al primer día, los niños no se mostraban tan asombrados y receptivos con Anne y ella a penas los veía. Con la única con la que hablaba —en contadas ocasiones y sólo para preguntarle cómo tenía que hacer las cosas—era con Amy, que siempre estaba allí para ordenarle qué hacer. Y con el pasar del tiempo Anne se percató de que el quehacer del Hogar parecía multiplicarse mágicamente y que sólo dos manos —las suyas, porque Amy decía que tenía cosas más importantes de las que encargarse aunque fuese mentira— no eran suficientes para poder con todo.

Así que, desde el segundo día que había pisado ese lugar, Anne se había convertido en una especie de sirvienta, la cual tenía que limpiar cada rincón del Hogar sin chistar, mientras Amy la miraba desde el lugar en el que se había sentado a descansar. Y no podía quejarse porque, en realidad, ella había ido a trabajar a ese lugar.

Pero si eso no era injusto, entonces Anne había olvidado el significado de esa palabra hacía mucho tiempo. Aunque debía estar acostumbrada ya, porque desde que había despertado en el Hellaven, nada era justo para ella.

—Hoy tienes que limpiar la habitación de Aileen y la cocina. —Amy, apoyada en el marco de la puerta y con los brazos cruzados en una pose altanera, le ordenó como si ella fuese su jefa y le estuviese pagando una alta suma de dinero por sus servicios. —Asegúrate de limpiar las paredes y cambiar las sábanas y cortinas. Espero no tener que repetírtelo.

Anne no respondió, porque sabía que era mejor evitarse un problema con la chica, pero igual le lanzó una mirada glacial antes de agacharse, tomar lo que necesitaba y salir de la habitación.

Cuando cruzó frente a la puerta del salón, la señora Jettkins la llamó. Anne, sorprendida, giró la cabeza hacia la izquierda y le lanzó una mirada a la puerta cerrada que la separaba de la mujer, como si esta fuese un extraño animal de tres cabezas. A veces, los dones y poderes de los hellavenianos le parecían realmente extraños y espeluznantes.

Dejando las cosas del aseo en el pasillo, Anne se limpió las manos en la ropa que se había convertido en su uniforme y abrió la puerta, adentrándose en el salón sin pedir permiso.

— ¿Me llamaba, señora Jettkins?

Preguntó cuando estuvo cerca, inclinándose ligeramente frente a la anciana en señal de respeto. La mujer hizo un gesto con la mano, invitándola a sentarse frente a ella. La miró con sus desvaídos ojos verdes durante un rato, antes de suspirar, llena de pesar.

—No te ves bien. ¿Estás descansando bien, linda?

Anne se sorprendió de que alguien —por fin— se hubiese dado cuenta de lo desgastada que estaba. Había perdido algunas libras de peso, hecho que había cambiado la forma de su redondeado rostro y hecho que su ropa le quedase casi dos tallas más grande, lo que la obligaba a tener que doblar la cinturilla del pantalón de su uniforme para que no se le cayese. Tenía sombras oscuras bajo los ojos, su piel se había puesto opaca, de un tono grisáceo y una expresión de cansancio que era difícil de disimular se había apoderado de su rostro y amenazado con quedarse allí.

Además, sus movimientos se habían vuelto más lentos y taciturnos debido a la falta de descanso por la que pasaba su cuerpo. Pero nadie, aparte de la mujer frente a ella, había notado eso.

Anne se vio tentada a responder su pregunta con un sí, que estaba descansando bien y que no le pasaba nada, pero estaba tan cansada que fingir no se le antojaba muy interesante en esos momentos; además, sería una pérdida de energía, porque era probable que la señora Jettkins supiese que mentía. Así que negó lentamente con un movimiento de cabeza y la anciana estiró una de sus manos para posarlas sobre las de Anne, las cuales la joven retorcía sobre su regazo hasta ese momento.

—Pobre niña— respondió con pena. —Tú deberías estar descansando en vez de estar haciendo el trabajo de Amy. —Chascó la lengua en señal de molestia. —Y dime, ¿cómo te están tratando mis niños?

—Bien— fue lo único que respondió a pesar de que no era cierto. Y la señora Jettkins sabía que eso estaba lejos de ser verdad porque la mirada que le lanzó estaba llena de entendimiento, como si ella supiese lo que los niños le hacían y sólo le hubiese preguntado para saber su respuesta. —En realidad… en realidad no los veo mucho.

Esto sí era cierto. Los niños se pasaban la mayor parte del tiempo escondidos en sus habitaciones, como si temiesen que ella les hiciese algo. Sólo salían (y la molestaban, de paso) cuando Amy estaba cerca, porque sabían que la otra chica los protegería de “la mala Hermana”.

Y a pesar de que la anciana estaba esperando que siguiese hablando sobre su relación con los chicos, Anne no se quejó ni empezó a enumerar las bromas pesadas realizadas por ellos. No valía la pena y, además, hacerlo no iba a ayudarla a sentirse mejor ni a olvidar el mal rato que pasó después de que Amy amablemente le lanzase un cubo de agua helada cuando se disponía a regresar al Oráculo.

Como Claus sólo se encargaba de llevarla al Hogar, el regreso a la Casa Dorada le tocaba hacerlo a pie y no era agradable, mucho menos cuando estaba empapada y el frío estaba congelándole los huesos. El collar ayudaba a disminuir los efectos del frío clima del Hellaven, pero no hacía milagros, mucho menos en una situación como esa.

—Las cosas mejoraran, Anne. Aunque pienses que cada día será peor que el anterior, habrá uno en el que despertarás y sentirás que todo por lo que pasaste valió la pena. Créeme.

Anne lo dudaba, porque desde que había llegado al Oráculo no le había pasado nada bueno. Excepto Adrian, pero él no se podía contar entre la lista de cosas buenas —todavía— porque el miedo a saber qué pasaría cuando él descubriese que era una terrana arruinaba todo.

— ¿Por qué no dejas lo que tenías planeado hacer y tomas un descanso en la habitación de Aileen? —Sugirió la anciana con una sonrisa— Yo me encargaré de que te despierten a la hora de la cena— La mujer le dio unas cuantas palmaditas en las manos antes de incitarla a hacer lo que le había dicho con un silencioso “Ve”.

Anne no le dijo que no. La idea de descansar aunque fuese una hora se le antojaba tan maravillosa que hasta le daba ganas de llorar. Teniendo semanas enteras en las cuales descansaba apenas unas tres horas como mucho por día, un ofrecimiento de ese tipo era como un regalo caído del cielo para ella; más agradecida no podía estar.

Después de dedicarle una ligera reverencia y una débil sonrisa de agradecimiento, salió del salón rumbo a la habitación de la pequeña y esquiva Aileen.

Cuando Anne abrió la puerta se percató de que Amy estaba en el pasillo, esperándola, y no parecía muy contenta de que Anne no siguiese actuando como su esclava ese día. “Esta mocosa…”, pensó, antes de cerrar la puerta detrás de sí y encararla.

— ¿Crees que porque fuiste a hablar mal de nosotros con la señora Jettkins te salvaste de hacer tu trabajo? ¿Crees que lograste algo con eso?

Le dijo agriamente y Anne pudo ver como los niños, que habían estado escondidos en las habitaciones a su alrededor, salían y se colocaban al lado de Amy en señal de apoyo. Parecían un ejército, dispuestos a dispararle ante el más leve movimiento. Y podían ser pequeños en tamaño, pero la magia que corría en sus venas los hacía diez veces más fuertes que una debilitada terrana.

—Yo no he hablado de ustedes…

— ¿Me estás llamando mentirosa? —Amy musitó con una expresión rabiosa que afeó aun más su rostro lleno de cicatrices. Anne no pudo evitar preguntarse, como cada vez que la veía, cómo se había producido todas esas marcas. Y las ideas que le llegaban a la cabeza eran más atroces que la anterior. —Yo lo escuché todo —prosiguió la joven, fingiendo emociones que en realidad no sentía. —Escuché como nos insultabas y te inventabas cosas para que la señora Jettkins nos castigara.

Los niños se movieron, incómodos y temerosos, y empezaron a mirarse entre ellos sin saber bien qué hacer. Amy, en cambio, esbozó una pequeña sonrisa retorcida, diciéndole con este gesto a Anne que tenía todas las de ganar y ella no.

—Yo no tengo tiempo para soportar tus ataques, Amy. —Anne hizo el amago de irse pero la más joven se lo impidió agarrándola del brazo y volviéndola a colocar en el lugar que había estado. Unos cuantos niños, los más grandes, le bloquearon el paso, con decididas expresiones en sus rostros.

Anne sólo los miró, pensando en lo bonitos que eran y en lo peligrosos que se veían al mismo tiempo. Le recordaban a alguien, pero en esos momentos no podía decir a quién.

— ¿Ven lo que les dije, niños? Ella sólo quiere destruirnos. — Amy tenía la cabeza girada hacia su izquierda y hablaba sin mirar a nadie en particular, pero los ojos de cada niño estaban fijos en ella, absorbiendo cada palabra que salía de sus labios. — Ella, al igual que los de su clase, no está conforme con alejarnos de la civilización sino que también quiere destruirnos. Pero nosotros no podemos dejar que eso suceda, ¿verdad?

Los niños asintieron al tiempo que un colectivo “Hum” salía de sus labios y Amy sonrió complacida. Anne se percató de que ni siquiera sonriendo Amy dejaba de ser aterradora. Y había algo en la expresión de su rostro o en sus ojos que la hacía ver demoníaca. Y Anne estaba segura de que no tenía nada que ver con las cicatrices (las cuales ayudaban bastante a resaltar este hecho).

Amy giró la cabeza y fijó sus ojos en Anne durante unos breves instantes, estudiándola, antes de dar un paso al frente, llevando a Anne a dar un paso hacia atrás. Anne, inconscientemente, miró hacia atrás, como si en la puerta a su espalda estuviese pegada la solución a su problema. Y técnicamente era verdad.

La señora Jettkins estaba en la habitación justo detrás de ella, pero esta vez no parecía estar haciendo uso de su magia, o de lo que sea que hubiese usado antes para saber que Anne estaba cruzando frente al salón, porque no había dado señales de vida desde que Anne había cerrado la puerta detrás de sí. Y Anne deseaba, necesitaba que la mujer detuviese a Amy antes de que la jovencita llevase a cabo lo que sea que estuviese cruzando su mente en esos momentos.

Amy volvió a dar otro paso hacia el frente, con la sonrisa retorcida aun bailando en sus labios, haciendo que el proceso anterior se repitiese hasta que tuvo a Anne acorralada contra la puerta.

—Ella, —apoyó ambas manos a cada lado de Anne y prosiguió con su discurso mientras miraba fijamente a la temerosa chica frente a ella— al igual que todos los demás, nos tiene miedo y desprecio. —Alzó su mano derecha para tocar el rostro de Anne y una mueca de desagrado se apoderó del suyo cuando sintió la suave y tersa piel bajo sus dedos. Anne se encogió ante su tacto. —Odia que la toquemos, como si temiese que vamos a infectarla.

—Nosotros la tocamos y ella no pareció disgustada—Musitó uno de los niños inocentemente, rompiendo momentáneamente la burbuja que había creado alrededor de ellos la tensión, y Amy dejó de mirar a Anne para girar un poco la cabeza y mirarlo por encima del hombro.

—Eso pasó porque estaba frente a la señora Jettkins. Ella se porta bien con nosotros delante de la anciana, niños. Recuerden que su plan es quedar como la buena, como la víctima.

“Yo soy la víctima”
, pensó Anne, dejando que esto se reflejase en su rostro como una mueca de disgusto.

El niño que había preguntado asintió y Amy le sonrió dulcemente. — ¿Por qué no me dejan a solas con la Hermana, niños? Ella y yo tenemos cosas que hablar en privado.

Los niños se dirigieron a sus habitaciones sin decir una palabra. Amy volvió a girar la cabeza y fijó sus ojos en los de Anne nuevamente, pero esta vez Anne podía leer una interminable lista de hechizos y maldades en ellos, todos dedicados a ella.

— ¿Por qué rayos estás haciendo todo esto? —Se quejó Anne tratando de quitar a la chica del lugar en el que se había colocado, frente a ella y muy cerca de su cuerpo. Delante de los niños no había querido actuar, pero ahora que Amy había comenzado con su jugada, no le quedaba de otra que atacar primero. — ¿Qué te he hecho para que te hayas dedicado a ponerlos en mi contra?

— ¿Qué me has hecho? —Amy se inclinó más hacia ella y apoyó la cabeza en la curva del cuello de Anne. La mayor dejó que un quejido saliese de sus labios y sus manos volaron rápidamente hasta posarse sobre los hombros de Amy, alejándola de sí. Amy sonrió, complacida. — ¿Quieres saber lo que me has hecho? Nada, en realidad. Pero tú eres una de ellos, así que mereces ser castigada también.

¿Castigada?, pensó Anne, confundida. ¿Castigada por qué?

—Yo… yo no soy una de ellos. Y ya déjame en paz. — Anne volvió a empujarla y a Amy no le quedó más remedio que dar otro paso hacia atrás. Pero la sonrisa no abandonó su rostro en ningún momento. Al contrario.

—Vamos, usa tu magia. Sé que te mueres de ganas por lanzarme un hechizo y deshacerte de mí. — Hizo una pausa en la que tocó la bufanda que Anne tenía en el pelo. — Anda, hazlo.

Su voz salió calmada, en un tono relajado y seductor, que hubiese empujado a Anne a hacer lo que ella le decía si esta hubiese tenido la capacidad de hacer magia. Anne sintió como sus palabras se metían dentro de su cuerpo y movían hilos invisibles para tratar de obligarla a hacer lo que quería. Y supo por la cara de confusión que Amy puso, que no le había resultado el plan.

¿Cómo podía resultarle si lo que Amy quería era obligarla a usar algo que ella no poseía?

¿Qué pasaba con esa chica? ¿Por qué le estaba haciendo todo eso? Anne no dejaba de hacerse esas preguntas, mientras la miraba con sus ojos azules bien abiertos. Amy no podía evitar mostrar su asombro ante lo que pasaba y eso le demostró a Anne que la chica había tratado de hacerle algo y no lo había logrado.

“Gracias a Dios”, pensó mientras exhalaba aliviada.

Aprovechándose del estado de la otra chica, Anne se deslizó por la pared hacia su izquierda y se encaminó rápidamente hacia la habitación de Aileen, en donde se encerró con llave. Y cuando exhaló, con la espalda apoyada en la puerta y una mano sobre su pecho, fue que se dio cuenta de que había estado conteniendo el aliento todo el camino hacia la habitación de la pequeña.

Qué situación más extraña
, dijo, antes de encaminarse a la cama y recostarse, totalmente abatida y completamente ajena al par de ojos que la miraban desde la esquina.

Cuando la persona que la estaba espiando se dio cuenta de que la intrusa había caído rendida ante los brazos abiertos de Morfeo a los pocos minutos de haberse recostado, salió de su escondite y se acercó lentamente hacia su cama, dejando su osito de felpa sobre el viejo sillón. Aileen, que se había mantenido la mayor parte del tiempo escondida para que Anne no pudiese verla, estaba ahora subiéndose a la cama y tocando el rostro de Anne con dedos curiosos.

Mientras lo hacía, tenía sus ojitos fuertemente apretados y una expresión de dolorosa concentración pintada en su rostro. Cuando sus deditos tocaron su frente, la niña tuvo que ahogar un grito; las imágenes que llenaron su cabeza eran demasiado brillantes como para que alguien acostumbrado a la oscuridad se sintiese cómodo.

Pero ella, dispuesta a conocer el misterio que envolvía a la Hermana, soportó el dolor que los recuerdos de Anne le provocaban hasta que este desapareció, y ella quedó temblorosa y agotada. Los recuerdos seguían apareciendo en su cabeza, los cuales eran una sucesión de imágenes, personas, colores, sonidos y sensaciones que la abrumaban y confundían. Era como ver una película, sin subtítulos o traducción, que estaba en un idioma que no conocías, y la cual pasaba a una velocidad tan rápida que era difícil seguirle el ritmo.

Cuando ya había visto suficiente, deslizó su temblorosa mano hasta posarla en el corazón de Anne. Sus parpados se movieron y permitieron que sus desvaídos ojos grises se posasen en la chica que tenía en frente, en su manita sobre su pecho. Aunque no podía verla realmente debido a su ceguera, su don le permitió tener una idea de cómo era la joven frente a ella y, por supuesto, saber lo que pasaba a su alrededor.

Su don, según le había dicho la señora Jettkins, era un regalo de los dioses por su perdida. Y se podía decir que era cierto, porque casualmente había aparecido para suplir su falta de visión.

Ella, a pesar de ser en apariencia aceptada por la sociedad, había nacido ciega, lo que la había convertido inmediatamente en una Abandonada. La partera que la había traído al mundo había tenido la amabilidad de reportarla inmediatamente la bebe había abierto los ojos y la mujer los había visto. Así que a sus padres, debido a esto, no les había quedado más remedio que dejarla en la puerta del Hogar con apenas horas de nacida.

Así que, cuando sus poderes comenzaron a salir a la edad de dos años, la señora Jettkins se había encargado de estudiarlos y de enseñarle de la manera más sencilla posible cómo usarlos. Ahora, con cuatro años, Aileen era lo suficientemente experta como para poder hacer uso de ellos sin necesitar la ayuda de nadie, lo que le facilitaba bastante las cosas.

Y en esos momentos, gracias a su don, ella pudo darse cuenta de los hilos que flotaban alrededor de Anne como movidos por el viento, de las cadenas que manejaban su voluntad, del bloqueo en su cabeza. Alguien estaba controlando a Anne, lo que sentía, hacía y pensaba. Y no era sólo una persona. Los colores de los hilos le decían claramente a la niña que por lo menos tres personas estaban involucradas en todo eso.

Que una niña de cuatro —casi cinco— años supiese eso no era nada nuevo ni raro, mucho menos cuando tenía un don tan particular y especial. Habiendo crecido bajo la tutela de una persona tan sabia como Agnes Jettkins, era de esperarse que para esa edad, la niña conociese todo lo relacionado con su don y la magia en general.


Aunque el Hogar era básicamente un lugar para los hellavenianos sin capacidades mágicas (la mayoría eran niños físicamente aceptables pero sin magia), también había niños que podían hacer magia, pero que debido a su apariencia no eran aceptados en la sociedad. Por tal motivo, Agnes se había encargado de estudiar las habilidades de cada uno de ellos inmediatamente estas empezaron a aflorar, concentrándose en los dones en el caso de los que los tuvieran, para educarlos y entrenarlos en base a ellos.

Los niños que no podían hacer magia, se conformaban con ver a los otros practicando, porque Agnes, ni nadie, podía hacer nada para solucionar su problema.

Así que, viendo el Hogar desde ese punto de vista, no era comprensible que los demás hellavenianos le tuviesen tanto miedo. La Casa de los Abandonados no era un mal lugar, al contrario, porque todos los niños recibían la atención y los cuidados que posiblemente no recibirían en sus hogares o en ningún otro lugar.

Pero como ellos eran intolerantes de la imperfección, el Hogar se les antojaba el lugar más desagradable de todo el mundo. Y lo mismo pasaba en los demás Reinos, en donde la palabra “Abandonados” era casi sinónimo de peste. Era algo que estaba en la idiosincrasia de los hellavenianos y eso nadie iba a poder cambiarlo.


Cansada de hurgar en la mente de Anne y de jugar con los hilos para ver hacia qué parte de su cuerpo se dirigían, Aileen dejó que un bostezo saliese de sus labios y se bajó de la cama de un salto. Se dirigió hacia donde había dejado al muñeco de felpa y volvió hacia la cama, recostándose al lado de Anne.

Descubrir quién era Anne —más bien qué era— la había dejado exhausta. Y habiendo pasado ya la barrera que había erigido ella misma para protegerse de la “brillante” terrana, no había razones para que ella se mantuviese alejada de la chica. Así que, quizás como una forma de acomodarse o de buscar la fuente de calor a su lado, la niña se pegó a ella y se dejó mecer por Morfeo hasta que estuvo acompañando a Anne en el país de los sueños.


***

Lo primero que sintió Anne cuando despertó fue el punzante dolor de su piel siendo quemada, lo que le arrancó un grito de dolor y la hizo abrir los ojos de golpe, para volver a cerrarlos fuertemente mientras apretaba los labios. Luego, todo lo que sintió fue una ligera presión sobre su pecho, junto con una sensación cálida y placentera. Lentamente, aun bajo los efectos del sueño, abrió los ojos y lo primero que vio fue una maraña de cabello dorado tapándole la vista.

Apoyando sus temblorosos brazos sobre la cama, y a duras penas, logró sentarse, haciendo que Aileen, la cual no había dejado de pasar sus manitas de arriba hacia abajo sobre su pecho, se alejara lo suficientemente de ella como para poder mirarla.

—Te estaba curando.

Fue lo único que salió de los labios de la niña en modo de aclaración y Anne, sorprendida de tenerla frente a frente después de que esta se hubiese escurrido de su alcance desde el primer día, no se dignó a responderle. Aileen no pareció molestarse por eso.

—Esas personas son malas.

Musitó la niña, quitándose el pelo de la cara con movimientos torpes, aun sin despegar sus ojos de Anne, como si de verdad pudiese verla con ellos. Anne sólo atinó a preguntar un tímido “¿Quiénes?”, a lo que la niña respondió:

—Los que te están haciendo esto— le señaló con su índice derecho el lugar sobre su clavícula en el que había una fea quemadura en una forma que se asemejaba ligeramente a su dije en forma de corazón.

Anne se llevó la mano al pecho instantáneamente y siseó cuando se tocó la herida. La niña se inclinó inmediatamente y le quitó la mano del pecho, en modo de reprimenda.

—No deberías hacer eso. Duele.

Ella no tenía que decírselo, Anne lo sabía a la perfección. El ardor que sentía en su piel era lo suficientemente real y fuerte como para que ella se hiciese una idea de lo fea que debía ser la quemadura. Pero de lo que no se hacia una idea era del hecho de cómo se había lastimado de esa manera. Y la pregunta “¿cómo rayos me hice esto?” estaba deseando salir de los labios de Anne, deseando poder encontrar una respuesta aunque fuese debajo de la cama.

Era poco probable que en esa casita alejada de la civilización, ella pudiese encontrar respuestas a sus preguntas debido a que sus habitantes no estaban allí precisamente por su amplio dominio y conocimiento sobre la magia. Además, ella no se atrevería a formular la infinidad de preguntas que tenía en mente en voz alta por miedo a que alguien, cualquiera, pensase que ella sabía muy poco para ser una hellaveniana.

Estando en su posición, no era recomendable dar paso a ese tipo de pensamientos.

—No te preocupes, sanará. —Anne alzó los ojos y los fijó en la pequeña que tenía en frente, la cual abrazaba protectoramente su viejo muñeco de felpa. —Pero te dejará una marca en el pecho. Espero que no te importe.

Llegados al punto en el que los sueños dejaban feas y dolorosas heridas sobre su piel en la realidad, a ella no le importaba en lo más mínimo que le quedara una marca. Lo único que le interesaba era que el final de su repetitivo sueño nunca se hiciese realidad.

— ¿Por qué estás aquí? —preguntó Anne de pronto, corrigiéndose rápidamente al darse cuenta de lo brusca y tonta que había sido la pregunta— Digo, sé que esta es tu habitación y que yo soy la intrusa aquí pero… teniendo en cuenta que me has estado esquivando e ignorando desde el principio…

—Ya no tengo por qué estar alejada de ti. Ya no brillas tanto.

Anne se miró los brazos y las manos, con gesto evaluador, y luego le dirigió una mirada cargada de confusión a Aileen.

— ¿Brillo? Yo nunca he brillado.

—Sí, sí lo haces. Todos los de tu especie brillan mucho.

Anne quiso preguntar a qué ella se refería con eso, pero la niña no le dio tiempo.

—Tú eres una terrana, y todos los terranos brillan. Por lo menos eso fue lo que me enseñó la señora Jettkins.

La niña se acomodó en su lugar como si nada estuviese pasando, como si de sus labios no hubiesen salido palabras que ponían en riesgo la vida de varias personas.

Anne quedó en shock al escucharla e inmediatamente se llevó una mano al pecho, agarrando fuertemente el dije de su collar como para asegurarse de que seguía allí y estaba ocultándola con su magia, ignorando el hecho de que volvió a lastimarse la herida. En esos momentos, el dolor que sintió no era nada comparado con el miedo que empezó a crecer en el mismo instante en el que la palabra “terrana” salió de los labios de Aileen.

— ¿Te-terrana? Yo no soy una terrana. —Negó, tratando de sonar convincente incluso para una niña de cuatro años, pero no lo logró.

—Sí, sí lo eres. —afirmó Aileen con toda la seguridad y el peso que te da el saber de lo que hablas. —No puedes ocultarlo; yo puedo verte como en verdad eres.

Esas palabras aterraron aun más a Anne. Se suponía que el collar estaba protegiéndola, ocultando completamente su identidad como terrana. Pero si una simple niña podía ver su verdadero yo con tanta facilidad, ¿qué pasaría con hellavenianos más experimentados?

El miedo, las dudas y la preocupación le oprimieron el pecho tan fuertemente que le sacaron un sollozo. Aileen se arrastró sobre la cama, arrastrando consigo al pobre muñeco de felpa por un brazo, y se subió en el regazo de Anne, rodeando su cuello con sus delgados bracitos y dándole un fuerte abrazo.

Si antes se mostraba esquiva y escurridiza, ahora no tenía reparos en acercarse y tocar a Anne como si esa no fuese la primera vez que interactuaban.

—No te preocupes. Ni Terry ni yo vamos a decir nada.

Anne giró la cabeza en dirección a la niña y la miró confundida. Aileen le sonrió como respuesta, mientras abrazaba al oso fuertemente.

Aileen era bonita, mucho. Era la niña más linda que Anne hubiese visto en toda su vida. Le recordaba a esas muñecas de porcelana de largo cabellos rizados, vestidas con delicados vestiditos blancos decorados con encajes y que usaban relucientes zapatitos de charol. Estaba segura de que su carita la había visto alguna vez en alguna de las muñecas que reposaban en un estante en su habitación. Pero era algo poco probable porque Aileen era real y estaba viva, y esas muñecas no.

Aileen tenía grandes ojos gatunos de un gris opaco que a Anne le recordaban a alguien, a una mañana nublada. Su piel era blanquísima, del color de la leche y el único rastro de color lo encontrabas en sus redondeadas y sonrosadas mejillas. Su boca era de labios carnosos, los cuales le daban la apariencia de que siempre estaba haciendo un puchero. Su largo cabello rubio estaba enmarañado pero Anne podía adivinar uno que otro rizo entre la maraña.

“Adorable”, era lo único en lo que podía pensar Anne al verla y quizás debido a eso no pudo evitar posar una de sus manos sobre la mejilla derecha de la niña y acariciar su piel. Aileen, que se había concentrado en acariciar la peluda cabeza de “Terry” con una mano, mientras se chupaba el pulgar de la otra, levantó la cabeza y la miró fijamente. Y fue justo en ese momento, así, sin los efectos del sueño y la magia de la niña atacándola, que Anne se fijó en esos enormes ojos desvaídos que tenía enfrente.

—Aileen tu… ¿tú estás…ciega?

Anne quiso golpearse por ser tan tonta y hablar sin pensar... otra vez. Ella, se suponía, era una chica muy inteligente; sus premios y calificaciones lo demostraban. Pero desde hacía un tiempo no parecía estar pensando correctamente. Estaba hablando sin pensar, haciendo preguntas que parecían ser más de un niño que de un adulto.

Por suerte, Aileen, contrario a los demás niños, no parecía tener motivos para querer utilizarla de muñeco de pruebas para su magia. Mucho menos después de haber hecho semejante pregunta.

—Sí, lo estoy.

Esa fue la tranquila y sencilla respuesta de la niña, la cual se removió en su lugar sobre el regazo de Anne y se acomodó como si nada estuviese pasando. Anne movió su brazo derecho para que ella pudiese apoyar su cabeza sobre él, como si fuese una niña pequeña.

— ¿Entonces… cómo es que ves?

—Mi don.

Después de esa corta respuesta, se hizo el silencio en la habitación. Anne asintió lentamente en señal de entendimiento, a pesar de que le hubiese gustado saber exactamente cómo funcionaba el don de la pequeña. Pero, lamentablemente, Aileen era de pocas palabras, por lo que las respuestas cortas y precisas era lo que iba a conseguir cada vez que preguntase algo.

Esa actitud le recordaba a alguien, pero ningún nombre o rostro venía claramente a su cabeza. Era todo una composición borrosa, como si la estuviese viendo a través de un cristal empañado, por lo que ella no se preocupó por indagar más en sus recuerdos.

Aileen cerró los ojos al tiempo que abrazaba a Terry con el brazo derecho y se llevaba el pulgar de esa misma mano a la boca. Anne, la cual estaba aun sopesando las palabras de la niña, recapitulando en todo lo que había pasado para ver si había hecho o dicho algo que pudiese haber puesto en peligro su identidad, empezó a moverse hacia delante y hacia atrás suavemente, aun con la niña recostada en su regazo.

A los pocos minutos Aileen estaba profundamente dormida por lo que cuando la puerta de la habitación se abrió y uno de los niños entró avisándole que era la hora de la cena, Anne no tuvo corazón de despertarla. Así que, cuidadosamente, bajo la atenta mirada del niño, recostó a Aileen delicadamente sobre la cama, la cubrió con la manta, y salió de la habitación después de darle un beso en la frente.

El niño, el cual no confiaba en ella a pesar de ver como había tratado a Aileen, lideró el viaje hacia la sala-comedor a una distancia prudente. De vez en cuando miraba hacia atrás, como si estuviese esperando descubrir a Anne preparada para lanzarle un hechizo. Anne no tuvo más remedio que esbozar una sonrisita triste, al notar lo desconfiados que se habían vuelto los niños gracias a Amy. La chica realmente había hecho un buen trabajo poniéndolos en su contra.

Cuando llegaron a su destino, la señora Jettkins le tendió amablemente un cuenco con estofado a Anne, la cual lo aceptó con un respetuoso movimiento de cabeza y se sentó en el único lugar vacio que quedaba en la larga mesa rectangular.

La cena pasó en silencio, siendo este roto a veces por los bajos murmullos de los niños, los cuales se habían dedicado a hablar en susurros cada vez que Anne estaba cerca. Terminada la cena, Anne se dispuso a recoger los platos para limpiarlos, pero la señora Jettkins la detuvo diciéndole que se cambiara de ropa y saliese, que ella tenía cosas más importantes que hacer.

Sin comprender lo que la mujer le había dicho, y haciendo lo que esta insistentemente le había ordenado que hiciera, Anne se dirigió a la habitación en donde estaba su ropa y mientras se cambiaba, pudo ver como un trozo de papel apareció flotando frente a ella en una explosión de luces y destellos de color dorado.

Era un mensaje de Adrian, escrito con su fina y estilizada caligrafía cursiva, el cual le decía que había llegado de su viaje (él siempre salía de viaje pero nunca le decía a dónde iba ni por qué) y que quería verla en el lugar en el que solían reunirse desde que Anne estaba viviendo en el Oráculo.

La alegría que sintió al leer la nota fue lo suficientemente grande como para alejar todos los malos pensamientos que habían estado rondando su mente desde su conversación con Aileen y, por supuesto, para hacerla obviar el hecho de que la señora Jettkins había sabido de la reunión mucho antes de que llegase el mensaje.

Anne se arregló lo más rápido que pudo y se puso la capa y el bolso en su camino hacia la puerta de entrada de la casa. La señora Jettkins le deseó suerte cuando la vio cruzar como un bólido frente a la puerta abierta del salón, mientras una sonrisa aparecía en su envejecido rostro. Anne a penas si la escuchó, concentrada como estaba en terminar de arreglarse y no caerse en el proceso.

Anne salió de la casa cargada de energía, emocionada como estaba por estar cerca de Adrian otra vez. Emprendió la carrera hacia su destino sin siquiera dignarse a mirar atrás y sin que le importase haber sido descortés por haberse ido sin saludar. Como esta no era la primera vez que caminaba por el bosque, sola, de regreso al Oráculo, y como Claus había tenido la amabilidad de enseñarle un camino con menos obstáculos, Anne podía darse el lujo de correr libremente, sin tener que preocuparse por ramas caídas o raíces ocultas por una camada de hojas secas.

Así que, gracias al paso que había llevado desde que había salido de la casa, y como se había detenido muy pocas veces para tomar aire y descansar, Anne llegó con apenas cuarentaicinco minutos de retraso. Y como Adrian siempre aparecía después de que ella llegaba, no tuvo que preocuparse por hacerlo esperar.

Cansada por la carrera, Anne se sentó en uno de los bancos de piedra despreocupadamente, buscando descansar sus adoloridas piernas y llevarle aire a sus pulmones. Movió sus manos de arriba hacia abajo repetidamente sobre sus brazos y piernas, en busca de calor y de alejar el dolor.

Adrian llegó silenciosamente, y sorprendió a Anne abrazándola por detrás, haciéndola dar un saltito en su asiento. La chica inmediatamente se dio la vuelta y enlazó sus brazos alrededor del cuello de Adrian, abrazándolo fuertemente.

—Te extrañé. Te extrañé muchísimo. —Musitó, con un tono de voz que demostraba que sus palabras eran ciertas, después de unos instantes de silencio, en los que se dedicó a disfrutar del abrazo.

—Pero si sólo me fui por una semana, Anne. —Le respondió Adrian con una sonrisa bailando en sus labios, mientras se sentaba en el banco junto a ella.

Debía admitirlo, él también la había extrañado. Ver a Anne, encontrarse con ella cada noche después de un largo día de trabajo, se había convertido en su parte favorita de todo el día. Ariadnna siempre se burlaba de él diciendo que se había obsesionado con Anne pero, ¿cómo no hacerlo cuando la recompensa que obtenía cada vez que estaba con ella era una cantidad infinita de emociones que dejaban a la parte hambrienta de su don plena y feliz? ¿Cómo no hacerlo cuando era recibido de esta forma, con un cuerpo cálido pegado al suyo y con labios ansiosos demostrándole lo mucho que lo querían y extrañaban?

Quizás no estuviese dispuesto a darle la razón a su hermana y a decirle “sí, me enamoré de Anne aunque no sé como rayos pasó eso”, pero no tenía inconveniente alguno en admitir que se había obsesionado con ella. Aunque al final, para la Princesa, todo significase lo mismo.

Anne, que había vuelto a abrazarlo cuando él se había colocado a su lado, se alejó un poco de él, lo suficiente como para que Adrian pudiese tocar su rostro, acercarse a ella y besarla. Anne se dejó hacer, correspondiéndole el beso de la misma forma lenta y suave con la que él siempre la besaba. Adrian era muy dulce con ella, y la besaba y tocaba como si tuviese miedo de lastimarla, como si estuviese tratando de descifrar hasta la más mínima sensación que cada toque, cada roce, producían en él.

A ella le gustaba como Adrian la hacía sentir, y quizás por eso nunca cuestionó sus sentimientos hacia él. Para Anne era mucho más fácil asumir cosas, asumir que lo quería, que estaba enamorada de él, a detenerse a pensar, a analizar si todo esto era verdad. Quizás sonase tonto, porque de todas formas sufriría, pero lo haría al final, y no en el proceso.

Al final, como no sabía qué iba a pasar con ella, y como no tenía intenciones de hacerse ilusiones con nada ni nadie, era mejor dejar sus sentimientos envueltos en una esfera de cristal, protegidos de las circunstancias, que dejarlos involucrarse en su relación con Adrian y los demás. Así cuando todo eso terminase, sabría Dios de qué forma lo haría, recibiría un solo golpe y no muchos en el transcurso de su viaje al final de esa experiencia.

—Hay algo que tengo que decirte— Susurró él muy cerca de sus labios, mientras deslizaba su mano para acariciar la curva del cuello de Anne. La chica se inclinó hacia delante robándole un beso antes de preguntarle un “¿qué?”, que no pareció muy interesado. —Hay una fiesta de disfraces en el Reino dentro de una semana.

— ¿Eso qué tiene que ver con nosotros? —preguntó ella en voz muy baja, mientras dejaba besos sobre los labios de Adrian. No se le veía para nada interesada en lo que Adrian estaba diciendo, pero sí en dejar besos por todo el rostro de su novio.
El chico se vio distraído durante unos breves instantes, no estando seguro de si lo que iba a hacer era lo correcto o no. Quería decirle quien era él, qué era él, pero tenía miedo de la reacción de Anne. Ellos tenían juntos mucho tiempo, y a pesar de que sus rostros aun era aun un misterio entre ellos, habían compartido casi todos sus secretos (habían algunos que estaban cerrados con llave y que jamás saldrían de los labios de ninguno de ellos). Así que decirle a Anne que él no era un hellaveniano común y corriente así, de improviso, y sólo porque las circunstancias lo habían obligado, no parecía ser una muy buena idea.

—Ustedes, las Hermanas, tienen que ir, por supuesto— le respondió después de unos instantes, ganándose la atención de Anne. La chica se resignó a tener que prestar atención y dejar de hacer lo que hacía. Para ella, besarlo era mucho más interesante, mucho más debido al hecho de que tenía días que no lo hacía.

—Eso quiere decir…—musitó ella buscando que él terminase la frase, moviendo su mano derecha en movimientos circulares.

—Eso quiere decir que podremos vernos… allá.

Anne se enderezó en su lugar y fijó su vista en Adrian.

—Explícate mejor, Adrian, por qué de verdad que no entiendo qué es lo que quieres decirme con todo esto.

El joven exhaló un suspiro y se enderezó en su asiento. Esta era la primera vez que estaba dando tantas vueltas para decir algo. Estaba seguro de que si Ariadnna lo estuviese viendo, estaría riéndose de él en esos momentos. “Eres un Príncipe, Adrian, compórtate como tal”, se dijo a sí mismo mentalmente, como una forma de alentarse.

— ¿Eres un empleado del Reino? —preguntó Anne de improviso, sonando muy seria de pronto, impidiendo que él dijese algo debido a la sorpresa. — ¿O trabajas en el Reino?

Habiendo vivido con Encargados de la Limpieza, ella ya sabía la diferencia entre trabajar para ellos —El Reino— y trabajar en sus dominios. Los hellavenianos no sabían de la existencia de los Recolectores, los Selectores o de los Encargados de la Limpieza, los cuales trabajaban para el Reino. Como su trabajo tenía que ver con los terranos, el Reino mantenía ocultos estos puestos, reclutando nuevos empleados sólo cuando algún empleado recomendaba a alguien.

Los demás empleados, los que sí eran conocidos por el pueblo, como la Guardia, algunos delegados o los empleados del servicio domestico del castillo, trabajaban en el Reino.

Adrian dudó unos segundos en responderle, no sabiendo como Anne podía saber este tipo de información. No todas las Hermanas eran conocedoras de la existencia de los “empleados ocultos”.

—Eh… no, no soy nada de eso.

— ¿Entonces? ¿Cómo es que sabes lo de la fiesta? Al Oráculo no ha llegado ninguna invitación. Sí hubiese sido así, ya la Madre nos lo hubiese informado.

Adrian giró la cabeza y aunque Anne no podía ver su rostro, estaba segura de que lo había hecho como un reflejo para que ella no descubriese que él ocultaba algo.

—Adrian, ¿qué me estás ocultando? —sabía que no tenía ningún derecho a hacer semejante pregunta, teniendo en cuenta de que ella le ocultaba cosas más graves, pero la curiosidad la llevaba a hablar sin pensar. Ella quería saber qué era eso que estaba haciendo que su siempre seguro novio dudase en esos momentos.

—Anne, antes que nada quiero que entiendas que no te lo dije porque no quería que te acercases a mí debido a eso. —Anne alzó una ceja, obviando el hecho de que él no podía ver ese gesto. Adrian se inclinó un poco y tomó las frías manos de la joven. —La mayoría de la gente sólo quiere hacerse amigo de la gente como yo para tener contactos y conexiones.

— ¿Gente como tú? ¿Qué quieres decir con eso? —Un pensamiento llegó rápidamente a su mente y ella separó bruscamente sus manos de las de Adrian, alejándose de él de un salto. — ¡¿Eres de la Guardia?! —Preguntó a voz en grito.

Sabía que había sonado como una criminal y era consciente de que seguramente Adrian se estaba preguntando por qué ella se mostraba tan temerosa en esos momentos, pero no le importó. Ella sabía de lo que era capaz un miembro de la Guardia.

Sabía de sobra, porque Luke se había encargado de recordarle muchas veces lo que ellos hacían cuando encontraban a alguien que rompía las normas. Y Anne había roto demasiadas como para que ellos le diesen tiempo siquiera a explicarse.

— ¡No! — Adrian se puso de pie tratando de acercarse a Anne y esta dio un paso hacia atrás. —Yo soy el Príncipe.
 

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