La Premonición

Capítulo 13

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La Casa Dorada



Tener el poder de poder ocultar lo que piensas, lo que sientes, no es tan fácil como parece. Poder ser capaz de fingir ante los demás no es algo que todo el mundo puede hacer. Si fuese así, no hubiese personas a las que llamar “transparentes”. Ser así, capaces de fingir una emoción que no sientes, es casi lo mismo que tener un don. Un don muy grande y poderoso.

Cecil sabe esto muy bien, porque él es un experto en ocultar sus emociones. Nadie a su alrededor duda de él o de sus palabras porque tiene una apariencia tan franca, tan buena, tan amable. Para todo el mundo, Cecil es una persona dulce, comprensiva, de gran corazón. Nadie nunca se ha detenido a pensar en que él es egoísta, egocéntrico y rencoroso hasta la última fibra de su ser. Nadie nunca se ha detenido a pensar en que, detrás de sus sonrisas de niño bueno y sus gestos amables, se esconde una mente perversa que calcula fríamente cada uno de sus movimientos, de tus movimientos.

Contrario a lo que todos piensan, Cecil no es una buena persona. Por lo menos no del todo. Él sólo piensa en él y en como las personas a su alrededor pueden hacer cosas por él. Pero, como el ser inteligente que es, sabe que mostrando su verdadera cara no va a conseguir nada. Por eso siempre se muestra alegre y sonriente, por eso siempre es amable y bondadoso, aun cuando lo único que le pasa por la cabeza son las mil y una maneras de deshacerse de las personas a su alrededor.

Con Anne, las cosas no son muy diferentes. Ella le gusta, es cierto, pero no de manera física o sentimental. Le gusta la tibieza de su cuerpo y el contraste que esta hace junto con la frialdad del suyo. Le gusta la forma en la que ella lo mira, como si él fuese la cosa más maravillosa del mundo (para variar lo hace con él y no con Luke). Quizás debido a eso fue que accedió a cuidarla en primer lugar; porque lo prefirió a él antes que al odioso de Luke. Antes que al perfecto y maravilloso Luke.

Pero el hecho de que la terrana le gustase no significaba que iba a soportarla el resto de su estadía en el Hellaven o que iba a desvivirse por ella. Todo lo que él hacía lo hacía por una razón lógica y de peso: Anne tenía que mantenerse con vida y segura porque si no, se meterían en problemas. Punto. No había una razón personal en todo ese asunto. Él no la apreciaba lo suficiente como para arriesgarse por ella. Y sabía que su hermana no se había metido en todo ese asunto sólo por su alma caritativa. A menos que a Edna le hubiesen hecho un trasplante de corazón o se hubiese ablandado con los años, él estaba seguro de que ella no había salvado a Anne sólo por su linda carita de muñeca de porcelana.

Aunque debía admitir que muchas veces, sus actos para con la terrana eran más buenos y amables de lo normal. Lo más extraño de todo era que él no sabía por qué. Para él, todas esas veces en las que consoló a Anne, o hizo lo posible porque ella se sintiese bien, parecían producto de un sueño. Parecía como si alguien lo hubiese empujado a hacerlo sin siquiera preguntarle su opinión al respecto. Al final, cuando el encantamiento pasaba y él se preguntaba por qué demonios había sido tan bueno con ella, aparecía en su cabeza la misma oración, una y otra vez, como si de un mantra se tratase: porque ella te prefiere a ti antes que a Luke.

Pero ahora, como Anne prefería a Luke antes que a él, el encantamiento había pasado y ya no le importaba gran cosa lo que le pasase a la terrana; siempre y cuando, lo que le afectase no pusiese en peligro su vida o la de Edna. Y la de Luke, aunque le costase admitirlo.

Había algo extraño en todo ese asunto de la terrana y él tenía planes de averiguarlo esa noche, mientras visitaba al Oráculo, y de paso, a su amiga, Camille. Quizás Nadhia no fuese muy comprensiva y no le dijese nada interesante, pero por lo menos tendría a Camille allí para que averiguase cosas por él.

Cuando llegó al enorme edificio cuadrado y pintado de dorado, resguardado por unas enormes puertas de hierro hermosamente forjado, se quedó en frente durante unos instantes. No había hecho una cita previa para encontrarse con Nadhia, pero eso no suponía ningún problema. Para algo tenía que servir su amistad con la asistente del Oráculo, ¿no? Después de pensar en las palabras que pondría en el mensaje, levantó la mano derecha e hizo un movimiento circular antes de chascar los dedos; segundos más tarde, pudo ver una estela dorada moviéndose en dirección a la casa.

Una figura salió minutos después, envuelta en una capa larga de color blanco. Las pesadas puertas se abrieron hacia adentro mientras la persona se acercaba, sin que nadie les pusiese un dedo para abrirlas; él pudo pasar al recinto. La persona que había salido lo envolvió en un cálido abrazo que él correspondió en el acto. Camille era una de las pocas personas de las que él apreciaba lo suficiente como para no querer herirla por atreverse a tocarlo. A la demás, tenía que soportarlas, sonreírles y corresponderles o si no, ponía en peligro toda su fachada.

—Cecil, ¿cómo has estado? Hacía mucho tiempo que no sabía de ti.

La joven había posado sus manos sobre los antebrazos de su amigo y los movía hacia arriba y hacia abajo repetidamente mientras hablaba. La sonrisa en su rostro era cálida y sincera, y eso hizo que el corazón de Cecil se acelerara un poco. Siempre le pasaba lo mismo cuando estaba con ella, o cuando la veía sonreírle de esa forma tan especial y encantadora, como si con ese gesto pudiese transmitirle todo lo que sentía por él.

—He estado bien. Algo ocupado con el trabajo, como siempre. — le respondió. — ¿Tu como has estado?¬

Camille había rodeado el brazo de Cecil con su brazo derecho y había liderado el camino hacia la casa. Cecil podía percibir lo feliz que se encontraba.

—Bien. Las cosas por aquí han estado tranquilas, para variar. Gracias a los dioses, Nadhia no ha tenido muchas salidas ni muchas visiones.

— ¿Eso es bueno? — preguntó el algo extrañado. Ella tardó unos segundos en responder.

—Esa es una pregunta difícil de responder. — Sonrió— Desde mi punto de vista es bueno porque mientras más tranquila está la Madre, mejor yo estoy. Si ella no tiene que salir de la casa, yo me ahorro un montón de magia que podría servirme para otra ocasión más importante. Tu bien sabes que la magia no es inagotable, Cecil, y que cuidar a una persona tan importante como la Madre requiere mucha fuerza y poder; y yo no soy, precisamente, muy poderosa que digamos. Pero que todo esté tan tranquilo también es malo porque eso significa que no están sucediendo muchas cosas que puedan cambiar el Hellaven, ni para bien ni para mal.

— ¿Y cómo el Oráculo se toma todo esto?

— Está algo inquieta, debo decir. Delante de nosotras, las Hermanas, o de cualquier persona que viene a visitarla, ella se muestra muy tranquila y relajada. Pero cuando está sola y piensa que nadie la está espiando, muestra sus emociones tal cual son.

Habían entrado al edificio y Camille lo había guiado hacia uno de los salones privados de la gran Casa Dorada. Este estaba pintado y decorado, como casi todas las habitaciones del lugar, de color marrón oscuro y dorado.

Camille se quitó la larga y gruesa capa con la que se cubría sobre un perchero que había en una de las esquinas, no muy lejos de la puerta. Su figura, alta y estilizada, quedaba casi expuesta por la fina y casi transparente bata que lo cubría. Y las dos aberturas que tenía a los lados, y que llegaban casi a medio muslo, le permitían apreciar sus largas y hermosas piernas.

La joven asistente se revolvió el corto y rizado cabello castaño con una sonrisa casi infantil en el rostro. Cecil miraba cada uno de sus gestos con devota admiración. Él amaba a Camille de una forma tan profunda y tan dolorosa que era extraño que ella no pudiese sentirlo. Su amor era casi palpable, casi visible. Porque, por extraño que parezca, un corazón que odia con la intensidad con la que el de Cecil lo hace, puede amar de la misma manera, lo que es cruel y despiadado; mucho más si tomamos en cuenta el hecho de que ella no tenía ojos para él. Camille a quien quiere es a Luke, a la única persona en todo el Hellaven a la que no podría tener, a la cual no debe amar.

— ¿Cecil, sigues aquí? — le preguntó con su rostro muy cerca del suyo, el cual tenía una expresión curiosa.

Cecil tartamudeó unos segundos, para luego girar la cabeza y aclararse la garganta. Camille rió.

—Te preguntaba si querías algo de tomar… o de comer, en caso de que no hayas desayunado.

—Lo que quieras; por mi está todo bien.

Camille le sonrió y salió unos instantes para pedirle a una de las hermanas que prepararan el desayuno para ella y su invitado. Cecil aprovechó la oportunidad para curiosear por la habitación. Había ido muchas veces a la Casa Dorada, siempre en plan de visita, y Camille siempre lo había llevado al mismo salón. Pero en todas sus visitas, nunca se detuvo a leer los títulos de los libros de las estanterías o a mirar los cuadros que decoraban las paredes.

En esa ocasión, decidió hacerlo, ya que su visita tenía un motivo de peso. Él había ido a esa casa con la clara intención de averiguar qué estaba pasando ya que se había cansado de vivir en la incertidumbre; especialmente sobre el tema de Luke y su procedencia.

Siempre supo que Luke no era normal, pero no se dispuso a indagar mucho en el asunto debido a su hermana y su afán por mantener las cosas ocultas. Ahora, con la llegada de un terrano al Hellaven y con todo el asunto del encubrimiento y los hechizos, su curiosidad y sus ganas por saber los detalles que Edna le ha estado escondiendo durante todos esos años, han crecido de manera exorbitante.

El salón, que era bastante amplio, de techo abovedado y pintado con arabescos en color dorado, tenía la pared del fondo recubierta por una altísima estantería llena de libros con cubiertas de colores, ordenados cada uno por su color. Cerca de una de las esquinas, había una delgada y aparentemente frágil escalera dorada apoyada sobre la estantería.

Él se acercó a la escalera y la trepó hasta la cúspide, en donde tomó una pequeña tarjeta que colgaba de uno de los brazos, dispuesto a leer su contenido.

Si deseas que sea un poco más alta, sólo tienes que darle un ligero golpe con el pie y ella subirá hasta el nivel que desees. Para moverte hacia los lados, sólo tienes que desearlo.

Debajo de esas indicaciones, había un recuadro con las categorías de los libros. En una columna estaba el color y al lado el tipo de libro que era. Cecil se decantó por los rojos, que eran los libros de historia, por lo que le dio un golpecito a la escalera y pensó en llegar hacia la parte más alta de la estantería, que era donde se encontraba la marea roja.

Cuando se disponía a leer los títulos de los libros, la puerta se abrió y Camille entró al salón. Lo buscó con la mirada durante unos instantes y al no verlo por ningún lado, volvió a salir, dispuesta a buscarlo afuera. Cecil, que no estaba dispuesto a ser descubierto en medio de su investigación, le dio un golpe a la escalera para dejarla del tamaño en el que él la había encontrado. Luego, se deslizo rápidamente hacia abajo y se encaminó hacia el sofá. Camille volvió a hacer acto de presencia en ese momento.

—Oh, aquí estás. —sonrió. — Las hermanas están preparando el desayuno, por lo que deberíamos movernos al comedor, ¿no lo crees?

Ella lo tomó de la mano y lo guió hacia el lugar en el que las hermanas más jóvenes, ataviadas en sus largas batas y cubiertas con capas para que ningún centímetro de su piel quedase expuesto, ponían unos platos sobre la mesa. Se sentaron uno frente al otro en la mesa y se dispusieron a comer después de una breve inclinación de cabeza.

— Así que, Cecil, ¿qué te trae por aquí? —preguntó mientras untaba un poco de mermelada en su tostada.

Cecil sonrió.

— ¿No puedo esconderte nada, verdad?

—Por supuesto que no. Te conozco desde hace muchos años, Cecil. Además, tú siempre me vienes a visitar en la noche, y si no me equivoco, faltan muchas horas para eso. Así que, ¿cuál es el motivo de tu visita?

Dudó en responderle pero Camille no lo notó porque inmediatamente volvió a preguntar:

— ¿Es debido a la visita de tu hermana?

—En parte, sí, es debido a eso. Últimamente Edna me está ocultando unas cuantas cosas y quisiera saber si la Madre me puede ayudar a saber qué es.

— ¿Es sobre algún asunto muy delicado? —Su voz estaba cargada de preocupación— Lo digo por la expresión que tenía el rostro de Edna cuando salió de aquí. Se le notaba preocupada y algo angustiada.

Cecil llegó a la conclusión de que Edna debió haber averiguado algo realmente malo como para que en su rostro se hubiesen pintado semejantes emociones. Edna sólo se mostraba así cuando las cosas se ponían muy feas, o cuando tenía que fingir que se sentía así. Y él estaba seguro de que su hermana no sabía que Camille la estaba espiando.

—Eso es lo que no sé, Camille, qué tan delicado sea todo este asunto. Como te dije, Edna ha estado ocultándome información. —hizo una pausa en la que comía un poco de su desayuno. —Por cierto, ¿cuándo vino mi hermana?

Camille se llevó su taza de café a los labios y empezó a sacar cuentas del tiempo que había pasado desde que Edna había hecho acto de presencia en la casa. Ella no era muy buena recordando fechas por lo que siempre tomaba como referencia lugares o cosas importantes que hubiese hecho en esos días para poder recordarlos. Fue así como recordó cuando fue exactamente que Edna visitó la Casa Dorada.

—Hace como un mes, si no me equivoco. Recuerdo que la Madre tenía planes de visitar a los Ancianos el mismo día que Edna vino… lo cual me pareció bastante extraño ya que la Madre no suele visitar a los Ancianos muy a menudo.

Cecil no le dio importancia a lo que Camille estaba diciendo ya que lo que hiciese Nadhia con los Ancianos realmente no le importaba. Además, estaba demasiado concentrado tratando de llegar a la conclusión de qué ha estado haciendo Edna en todo ese tiempo que lleva fuera de casa.

— ¿Edna no te dijo nada en especial cuando vino, Camille?

Ella negó con la cabeza, aun sosteniendo la taza de café cerca de sus labios. Después de esa conversación, ambos se dispusieron a terminar su desayuno en paz y silencio. Cecil seguía pensando en todas las cosas que Edna pudiese estar haciendo, o que pudiese haber hecho en esos tres meses y medio que llevaba en “búsqueda de información”. También pensaba en las posibles motivaciones que estuviesen empujándola a hacerlas.

Edna necesitaba incentivos para hacer las cosas, necesitabas cosas que fuesen beneficiosas para ella al final. Llegado a ese razonamiento, llegó a la conclusión de que posiblemente ella hubiese aceptado hacerse cargo de Luke porque sabía que al final iba a tener una recompensa. Pero ese pensamiento no terminaba de cuadrarle por el hecho de que Luke era huérfano y aparentemente no tenía a nadie más en el mundo más que a ellos dos. Además, era un simple Empleado de la Limpieza que carecía de ambición y ganas de superarse.

Estaba bastante claro que Edna no iba a sacar nada bueno cuidando a un niño con esas características.

De pronto, algo llamó su atención haciéndole perder el hilo de sus pensamientos. Nadhia había entrado al comedor, toda belleza y sensualidad enfundada en un peligroso vestido casi transparente, y demandaba atención. Cecil y Camille se pusieron inmediatamente de pie e hicieron una ligera reverencia. Nadhia les respondió con un elegante movimiento de cabeza.

—Buenos días, Cecil. Hacía tiempo que no te veía por aquí. —lo saludó mientras se acercaba a la mesa. — ¿Has estado muy ocupado?

Cecil había seguido cada movimiento de la Madre y había quedado hechizado cuando la vio juguetear con una fresa que sostenía muy cerca de sus labios. Camille, incomoda, había carraspeado, sacando al joven de su ensoñación.

—Eh, sí, lo he estado. Como sabe, Edna no está trabajando en estos momentos…

—Sí, lo sé. —lo dijo en un tono que denotaba que era algo bastante obvio. — Y también sé que quieres hablar conmigo… y de qué, por supuesto.

—Espero que no esté molesta por haber venido a incomodarla tan temprano. —le dedicó una respetuosa inclinación de cabeza.

—No te preocupes. Es conveniente que algunas cosas se sepan. Ya era tiempo, de todas formas.

Este comentario no le gustó a Cecil en lo más mínimo. Parecía confirmar sus más profundos miedos: que Luke era un terrano.

Cecil tenía que ser sincero consigo mismo: él amaba a ese chico. A pesar de que la mayor parte del tiempo quería matarlo por ser el dueño del corazón de la mujer que él quería, no podía dejar de preocuparse por él, de quererlo. Luke es de esas personas que a pesar de todo lo que hacen, aunque la mayor parte sean cosas malas, calan muy profundo dentro de ti, haciéndote imposible imaginarte la vida si él a tu alrededor.

Quizás por eso la idea de que Luke fuese uno de los repulsivos terranos le dolía y asustaba tanto. Porque él no podía concebir la idea de que amaba a una de las personas que por naturaleza debería odiar.

Después de las palabras dichas por Nadhia, se hizo el silencio. Camille, inmediatamente, se puso de pie y se disculpó, diciendo que tenía obligaciones de las cuales ocuparse. Cecil, por primera vez, casi ni la notó.

—Deberíamos movernos a mi salón, ¿no lo crees? Allá tendremos más privacidad.

Nadhia lideró el camino hacia uno de sus salones privados, ese en el que solía recibir a sus visitas. Cecil se había desentendido por un momento de sus temores y pensamientos y se había concentrado en la voluptuosa mujer que tenía al frente. Nadhia era bellísima, una de las mujeres más bellas de todo el Hellaven, y eso ya era mucho que decir. Su piel oscura era brillante y con una apariencia tan suave que te daban ganas de tocarla. Pero todo lo que él podía apreciar en esos momentos era su andar sinuoso y sensual, como el de un gato, y sus largos cabellos oscuros balanceándose de un lado al otro al compás de sus pasos.

Ella giró la cabeza y lo miró por encima del hombro. Sus rasgados ojos verdes lo escanearon de una forma que lo dejó sin aliento. ¿Era idea suya o la Madre le estaba coqueteando? Cuando ese pensamiento pasó por la cabeza de Cecil, Nadhia esbozó una pícara sonrisa de satisfacción y volvió a retomar el camino hacia su destino.

Ya en el salón, Nadhia se encaminó hacia un curvilíneo y mullido sofá y se recostó sobre él, con sus piernas expuestas debido a las aberturas del vestido. El sillón parecía haber sido hecho para que ella se recostara de esa forma porque su cuerpo se adaptaba a cada curva que este tenía.

Cecil se sentó en un sillón frente a ella sintiéndose de pronto algo acalorado. Queriendo acabar pronto con toda esa situación, tomó la palabra.

— ¿A qué se refería con eso de que ya es tiempo de que se sepan algunas cosas?

—Hablo de Luke y su procedencia, por supuesto. —El corazón de Cecil se aceleró debido a la incertidumbre.

— ¿Va a decirme de dónde viene Luke, digo, de donde realmente viene?

Nadhia sonrió.

—Luke no es un terrano, Cecil. No podría serlo. Yo sé que tú lo has visto bien y sabes que en él no hay nada similar a un terrano. Luke es demasiado hermoso y perfecto como para ser de ese mundo en donde reina la imperfección y la fealdad. Es más, los terranos no pueden concebir un concepto de belleza que llegue hasta ese nivel.

— ¿Entonces…?

— ¿Entonces, qué? ¿Todavía tienes dudas? —Cambió de posición en el sofá, sentándose ahora con las piernas cruzadas.

—No, no las tengo. Luke no es un terrano. — Cecil no pudo reconocer la voz que salió de sus labios.

—Sobre su procedencia, tú ya sabes eso. Edna lo encontró abandonado en una cabaña en medio del bosque.

—Eso es lo que no termina de cuadrarme, Madre. ¿Cómo llegó ese bebé ahí? ¿Dónde están sus padres? Porque no tiene el más mínimo sentido el hecho de que un bebé de pocos días de nacido esté sólo en medio de la nada. ¿Qué pasó con sus padres? ¿Por qué lo dejaron ahí abandonado?...

Nadhia se puso de pie y acortó la distancia que los separaba. Se inclinó hacia él, haciendo que sus rostros estuviesen muy cerca el uno del otro, y posó su mano derecha sobre la mejilla de Cecil. Él tuvo que detener su diatriba porque ya no podía juntar dos palabras y formar algo con coherencia.

—Te estás ahogando en un vaso de agua, Cecil. —Nadhia había empezado a acariciar la mejilla del hombre con su pulgar. —Sus padres están muertos. Estaban huyendo de la Guardia y para proteger al niño lo dejaron en esa cabaña. Nada más. No hay nada oculto en todo esto.

Nadhia apoyó su rodilla derecha en el sillón, colocándola entre las piernas de Cecil, para así poder estar más cerca del hombre. Sus labios estaban tan cerca el uno del otro, que Cecil podía sentir su aliento cuando ella hablaba. Era una tortura, mucho más cuando por la cabeza de Cecil no dejaban de pasar imágenes de ellos dos sobre el sofá, y no precisamente hablando.

En su cabeza había un dilema. Por un lado, estaban los pensamientos que lo empujaban a acortar la brevísima distancia que los separaba y apoderarse de los carnosos y sensuales labios de Nadhia, esos que venían atormentándolo desde que ella había hecho acto de presencia en el comedor. Pero por otro lado, estaba su parte lógica enviándole hasta señales de humo para decirle que ella era el Oráculo, uno de los pilares de ese Reino y que no podía ponerle ni un solo dedo encima sin sufrir serias consecuencias al final.

Tratando que disipar la neblina que se había apoderado de su cerebro, retomó el tema principal de la conversación.

— ¿Por-por qué Edna?

—Porque estaba en su destino. Ella tenía que hacerse cargo de Luke, darle una familia. Eso es todo. Hubiese podido ser cualquier otra persona, incluso yo me hubiese hecho cargo de él, pero le tocó a Edna y eso nadie lo puede cambiar. Además, ella fue la que tomó la decisión de quedarse con él. Yo le di opciones.

—Y…

Por alguna extraña razón, las miles de preguntas con las que Cecil había ido a esa casa, habían desaparecido en un segundo, como si alguien hubiese entrado en su cerebro, las hubiese recogido todas y las hubiese lanzado a la basura. Nadhia sonreía con satisfacción frente a él y esa sonrisa fue demasiado para él. Pero no le dio tiempo a hacer lo que tenía en mente porque Nadhia se alejó de él y volvió a sentarse sobre el sofá.

A los pocos segundos, entró Camille al salón.

—Madre, le llegó un mensaje de parte de los Ancianos.

Cecil miró a Camille y luego a Nadhia, que seguía sonriendo. Su mirada quedó prendida de los ojos felinos de la Madre. Había algo en ellos que era tan enigmático, tan profundo, algo que era imposible de comprender pero que sabías que estaba ahí, aunque no lo pudieses ver.

Cuando el enlace que se había creado entre Nadhia y él se había roto, pestañeó varias veces y movió la cabeza de un lado al otro pero seguía sin entender bien qué estaba pasando, o cual había sido el importantísimo motivo que lo había empujado a ir hacia el Oráculo a esas horas.“Viniste para visitar a Camille”, le dijo una vocecita en su cabeza, y él no dudó de eso en ningún momento.

Nadhia se disculpó, se puso de pie y salió de la habitación. Camille, en cambio, se acercó a Cecil con una expresión preocupada en el rostro.

— ¿Estás bien? Estas pálido.

Él la miró a los ojos, esos dos orbes de color azul que lo miraban fijamente, y luego se puso de pie. No le respondió, por lo menos no con palabras. La tomó por el cuello y la besó con toda esa ferocidad que se había apoderado de su cuerpo cuando había tenido a Nadhia cerca. Después de eso, salió del salón como si nada hubiese pasado y sin decir una sola palabra, dejando a Camille aturdida y acalorada en el lugar.

Ya fuera de la casa, con la fría brisa del Hellaven acariciando su piel con sus filosas garras, Cecil pudo pensar con claridad. Todo estaba bien, Luke no era un terrano y él no tenía nada de qué preocuparse. Y todas las dudas que había tenido cuando había llegado a la Casa Dorada se habían desaparecido dejándole una extraña sensación de paz y calma.

Después de encogerse dentro de su capa debido al frio, se desapareció del lugar para ir a arreglar el collar de Anne. Por alguna extraña razón, en esos momentos, le parecía que esa labor era de suma importancia.

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