La Premonición

Capítulo 17

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Revelaciones


Después de unas merecidas vacaciones pasado el trajín de su viaje de investigación, Edna decidió hacer acto de presencia en su casa. Sabía que se había aprovechado de su excusa para estar más tiempo del necesario fuera de sus obligaciones, pero eso no era algo que iba a quitarle el sueño o a hacerla sentir mal al final de día. Ella había trabajado mucho y sin descanso desde hacía muchos años así que era hora de que se desconectase del mundo y disfrutase de su tiempo libre.

Pero eso había sido antes. Ahora tenía que volver a su vida de Encargada de la Limpieza y a soportar todo el asunto relacionado con Anne. Anne… esa pequeña y frágil chica que en esos momentos estaría pasando por un infierno en la casa de Luke. Una sonrisita apareció en su rostro al pensar en esto.

Se puso de pie, dejando atrás la comodidad de su mullido sofá y se encaminó hacia el baño dispuesta a tomar una reconfortante ducha. Tenía planeado ir a visitar a su hermano después de eso, para que le hiciese un resumen de todo lo que había acontecido durante su ausencia. Y después iría a la casa de Luke para comprobar si la terrana estaba completa o no. No es como si eso le importase mucho, de todas formas.

Al final, no tuvo que hacer lo primero. Cecil se había aparecido en su casa en algún momento mientras se duchaba y arreglaba, y estaba esperándola sentado cómodamente sobre el sofá en el que ella había estado arrellanada anteriormente. La miraba seriamente, sin ningún atisbo de jovialidad o felicidad.

—Hasta que apareces— fue el saludo que le dio. Edna ignoró el tono de voz que él empleó para hablarle, sabiendo que Cecil tenía motivos de sobra para estar molesto.

—Estuve ocupada. No es como si hubiese salido a hacer un tour por el mundo. —le respondió mientras se sentaba a su lado.

—Edna, no trates de engañarme. Sabes perfectamente que sé que hace tiempo que terminaste con tus “investigaciones”. —le dijo con calma. —Pero no te asustes, no voy a preguntarte qué estuviste haciendo hasta ahora. No me interesa.

—Entonces, ¿qué haces aquí?

—Supuse que querrías un informe. Así que, ¿por dónde empiezo?

Después de eso, ambos hermanos se enfrascaron en una larga y profunda conversación sobre todo lo que había pasado desde la ausencia de la mujer. Aparte de los asuntos referentes al trabajo, Cecil le comentó sobre sus dudas respecto a la procedencia de Luke, ganándose una risita divertida por parte de la mujer. Pero inmediatamente le contó sobre la extraña relación entre Luke y Anne, la expresión del rostro de Edna cambió a una muy seria.

— ¿Crees que haya algo entre ellos? — preguntó por fin, mientras se recostaba en el sofá y miraba el techo.

—No lo sé con exactitud. Pero sí te puedo decir que Anne ya no parece tenerle miedo. Y aquella noche en la que ambos estaban enfermos debido a los hechizos, pude darme cuenta de que su relación era muy fuerte; ambos, inconscientemente, buscaban estar más cerca del otro. Todo esto es muy extraño.

—Y eso te molesta, ¿verdad? Te molesta que la relación entre esos dos deje de ser del tipo “victima-victimario” y pase a ser algo más… profundo —Fue más una afirmación que una pregunta, Cecil lo sabía, pero igual le respondió.

—Por supuesto. No tolero la idea de que Luke esté con una terrana.

Edna sonrió ampliamente al escucharlo y le dio varios toquecitos afectuosos en el hombro. Si Cecil pensaba de esa manera, entonces ella no tenía que preocuparse porque su hermano se interesase románticamente en Anne.

— Me alegra saber eso. ¿Pero sabes? Es preferible que esté con él a que esté contigo. Porque al final, cuando todo esto se descubra y haya que encontrar un culpable, Luke será el único que saldrá perjudicado.

Cecil se giró en su asiento y la miró con los ojos bien abiertos debido a la sorpresa. No podía creer que su hermana, la mujer que había cuidado a Luke desde pequeño, la que juraba quererlo como a un hijo, estuviese diciendo esas cosas. Era cierto que Cecil era egoísta la mayor parte del tiempo, y que todo lo que hacía y decía lo hacía con el fin de recibir algún tipo de beneficio al final, pero a pesar de esto, su familia siempre estaba en su mente; si él estaba bien, su familia también lo estaría por añadidura.

Y él creía que Edna pensaba de esa forma, o por lo menos de una manera similar. La mujer, al parecer, se dio cuenta del rumbo que habían tomado sus pensamientos, porque agregó:

—Tú sabes que yo quiero a Luke, Cecil, pero si tengo que elegir entre él y tú, el chico sale perdiendo. Tú eres mi hermano, mi sangre, y él es sólo un chico que tuve que cuidar. Nada más. Y estoy segura de que no te hubieses sorprendido tanto si se hubiese tratado de otra persona. Lo que sientes por Luke, a veces, nubla tu juicio.

Cecil iba a responderle, a defenderse, a decirle que él no sentía cosas fuera de lo normal por Luke, que él sólo lo quería como a un hermano, pero Edna se lo impidió. Quizás fue lo mejor, porque él no estaba seguro de que esas palabras saliesen de sus labios, y si lo hacían, dudaba que sonasen verídicas.

La mujer se puso de pie y le tendió la mano para ayudarlo a hacer lo mismo.

—Ven, vamos a ver cómo están esos dos “tórtolos”. —De pronto, Edna empezó a reír, ganándose una mirada confundida por parte de su hermano. — Y yo que pensaba que iba a encontrar a una terrana aterrada y llorosa cuando regresase de mi viaje. Que desperdicio.

Después de eso, ella agarró a Cecil por uno de sus antebrazos y desaparecieron juntos de la casa.


***

Después de lo que le habían parecido horas, aun cuando no había sido así, la joven logró escapar de los ojos de sus doncellas, soltando una risita divertida al hacer ese descubrimiento. Había tratado de perderlas de vista de todas las formas posibles, pero las jóvenes y escurridizas empleadas siempre lograban atraparla antes de lograr salir de su habitación.

Suspiró aliviada cuando dobló el pasillo que la llevaría directo a la habitación de su hermano al darse cuenta de que estaba a salvo, y empezó a caminar rápidamente deteniéndose cuando iba a llegar a alguna intersección para cerciorarse de que nadie la viese.

Todo eso que estaba haciendo era absurdo y una completa pérdida de tiempo, lo sabía, las doncellas lo sabían, porque si lo que quería era llegar a la habitación de su hermano sin que nadie se lo impidiese, sólo tenía que desearlo y aparecería en su puerta segundos más tardes. Pero esa forma era demasiado aburrida y fácil, y ella estaba cansada de las cosas así.

Cuando vives encerrada en tu propio hogar, cuando tienes magia sin límite y cuando no tienes nada mejor que hacer que estar sentada en un salón esperando que el tiempo pase, hacer ese tipo de cosas es lo único que te salva de pasar otro día sumida en el aburrimiento y la monotonía. Y debía admitir que era divertido ver a sus doncellas corriendo de un lado al otro tratando de alcanzarla.

Cuando Ariadnna llegó a la enorme y altísima puerta de madera oscura que flanqueaba la habitación de su hermano, ni siquiera se detuvo a tocar o a esperar que el dueño del lugar le permitiese entrar. Abrió la puerta con magia y se internó en la oscura habitación dirigiéndose a la cama como si nada estuviese pasando.

—Adrian, despierta. —Dijo, mientras corría el pesado dosel de terciopelo y encaje.

El hombre, que plácidamente dormía sobre la enorme cama recostado boca abajo, parecía no haberla escuchado, porque no se había movido ni un solo milímetro. Ella se acercó a la cama y gateó sobre la superficie hasta colocarse a su lado. Le quitó el oscuro cabello del rostro al tiempo que volvía a llamarlo, esta vez más dulce y suavemente. En esta ocasión él respondió, girándose sobre la cama para darle la espalda a la persona que había ido a perturbar su sueño.

—Adrian Alexander Nightingale, hazme el favor de dejar de fingir que estas dormido o me veré en la tentadora necesidad de hechizarte. —le dijo con toda la calma del mundo, pero todo el que la conociese estaría seguro de que no eran meras palabras, de que ella realmente estaba pensando hechizarlo si no hacía lo que decía.

Ella escuchó un suspiro cargado de resignación y segundos más tarde Adrian se estaba moviendo para sentarse sobre la cama. Tenía los ojos cerrados, como si de esa manera pudiese impedir que el sueño se esfumase, y su siempre prolijo y bien arreglado cabello estaba totalmente alborotado en su cabeza gracias al sueño. Cualquier persona que lo viese en esos momentos dudaría que él era el siempre atractivo Príncipe del Segundo Reino.

— ¿Qué quieres? —preguntó con la voz ronca. Ariadnna soltó unas risitas mientras se inclinaba a arreglarle el pelo.

—Quiero que me hables de ella.

Él no le preguntó de qué “ella” estaba hablando porque conocía de sobra el alcance de los poderes de su hermana. Ariadnna podía ver y escuchar cosas que nadie más podía. Era como si todo lo que había a su alrededor le mostrasen lo que veían, como si el viento le susurrase al oído lo que los demás decían cuando creían que están solos, lo que nadie más podía escuchar.

Su poder era la Percepción, un don raro y muy especial, que podía llegar a ser un dolor de cabeza para las personas que convivían con quien lo poseyese.

No había secretos en la casa en donde un hellaveniano con la Percepción viviese. No había nada que ellos no pudiesen descubrir porque su poder, su capacidad de verlo y escucharlo todo a través de un objeto o persona le hacía el trabajo muy simple. Así que no había motivo para que Adrian se sorprendiese de que su querida hermana supiese sobre Anne. Lo que a él le parecía raro era que la chica hubiese tardado tanto en comentárselo.

— ¿No pudiste haber esperado hasta mañana para hacerlo? —preguntó, mientras se mesaba el cabello y escondía su rostro entre sus manos.

—Ya es “mañana”, Adrian. Has estado durmiendo demasiado tiempo, así que he decidido venir a despertarte. Quiero que me cuentes sobre tu nueva amiga.

—Yo creo que tú ya sabes algunas cosas sobre ella.

—Sí, es cierto. —Por el tono de voz de su hermana, Adrian supo que ella sabía más de lo que debía saber; quizás demasiado. Él giró la cabeza y la miró, descubriendo una pequeña y dulce sonrisa en sus labios. —De todas formas, Adrian, quiero que me hables sobre ella. Quiero escuchar lo que piensas.

— ¿Tienes pensado hacer algo?

—Siempre. —Le respondió esta vez luciendo una enigmática sonrisa en los labios. — Pero en esta ocasión, antes de hacer algo, necesito saber tu opinión. No puedo tomar cartas en este asunto sin siquiera saber lo que opinas sobre la chica.

Adrian estaba confundido, quizás debido a que no estaba completamente despierto. ¿Tomar cartas en el asunto? ¿Qué asunto? Miró a su hermana tratando de encontrarle respuestas a sus preguntas en la enigmática sonrisa que aun seguía en sus labios, o esperando que ella fuese lo suficientemente buena como para respondérselas sin más. Pero ninguna de las dos cosas pasaron, por lo que él sólo exhaló un suspiro.

— ¿Qué quieres saber?

— Háblame de tus sentimientos hacia ella. Sé que la conoces hace poco y que casi no sabes nada sobre ella, pero también sé que dentro de ti hay sentimientos que giran en torno a tu nuevo descubrimiento. Puedo sentirlo. Puede que no sea Empática como tú y que no pueda nombrar cada sentimiento o sensación que ella te provoca, pero sé que están ahí, dentro de ti.

—Ariadnna, ¿cómo podría tener sentimientos por una persona que sólo he visto dos veces en mi vida? Aparte de eso, no sé como es.

— Puedes tenerlos, por supuesto. ¿Quién ha dicho que para querer a una persona se necesitan meses, años? —él no le dijo nada, quizás porque pensaba que su hermana era demasiado romántica o porque no le encontraba mucho sentido a lo que ella decía. — ¿Crees que es importante saber cómo es físicamente una persona para poder tener sentimientos hacia ella? —Esta vez Adrian la miró fijamente, pero seguía sin decir una sola palabra. Ariadnna tomó su gesto como un sí. — ¿Te hará sentir mejor si yo te dijese cómo ella es?

Adrian asintió, girándose después en la cama para quedar totalmente de frente a ella.

Ariadnna cerró los ojos y empezó a guiar a su mente hacia el lugar en el que podía sentir más fuerte la presencia de Anne. Ella no podía ver el camino ni el lugar en el que se encontraba, sus poderes no llegaban tan lejos, sólo podía guiarse por lo que los arboles a su alrededor le decían para poder llegar a su destino. Era como si estuviese viendo un sin número de coloridas y brillantes ondas de luz moviéndose rápidamente hacia el final de un oscuro túnel; cuando llegaba hacia donde quería llegar, todo se bañaba de una brillante luz dorada y una imagen aparecía en su cabeza. Mientras más lejos se encontrase, más borrosa sería lo que vería.

Gracias a que los pensamientos viajaban prácticamente a la velocidad de la luz, ella pudo llegar hasta Anne en cuestión de segundos. Guió a su don hacia el lugar en el que la imagen de Anne era más nítida: un espejo de cuerpo entero que había en su habitación. Inmediatamente apareció la imagen de la chica, como si el espejo hubiese estado esperando que Ariadnna llegase hasta él, y la joven Princesa se concentró en lo que veía en la pulida y brillante superficie para poder describírsela a su hermano.

—Tiene una cremosa y pálida piel cubierta de pecas rojizas. Su cabello, de un extraño color caoba, sobrepasa sus hombros. Tiene los ojos muy azules y una boca pequeña de carnosos labios rojos. —Hizo una pausa en la que abrió los ojos y se dedicó a mirar a su hermano. —Es muy bonita. Estoy segura de que te gustará.

Esa última frase salió cargada de tanta seguridad que Adrian podía jurar que Ariadnna no la había dicho solo por decirla.

— ¿Puedo verla?

—No, no puedes. No es el momento, todavía. —Adrian se recostó en la cama después de exhalar un bufido, y se cubrió el rostro con las manos en señal de frustración.

—Odio cuando te comportas como si fueses el Oráculo. Crees que lo sabes todo y que puedes cambiar las cosas sólo con ordenarnos qué hacer.

Ariadnna sonrió.

—Es parte de mi don. Yo no tengo la culpa de estar varios pasos por delante de todos ustedes.

— ¿Qué se supone que vas a hacer respecto a ella? —él seguía en la misma posición, pero esta vez su rostro estaba descubierto.

Ariadnna pudo ver en su apuesto rostro como la preocupación se apoderaba de él. Quizás ni el mismo Adrian se hubiese dado cuenta aun de que estaba preocupado por lo que le pasaría a Anne. Sonrió. Su hermano podía sentir, descifrar y comprender todo lo que los demás sentían, pero sus propias emociones eran un enigma incluso para él mismo.

—Aun no me has dicho nada. —le respondió al fin, mesándole afectuosamente el cabello. —Así que no realizaré ninguna acción por el momento. Y ahora me iré; creo que necesitas estar un tiempo a solas para que puedas llegar a una respuesta lo suficientemente buena como para que me guste.

Se puso de pie y se encaminó hacia la salida, con el ruedo de su largo vestido blanco rozando el suelo y llenando el aire con el suave frufrú de la tela.

— Otra cosa, le dije a nuestro padre que hoy no ibas a poder realizar ninguna de tus “Actividades Reales” porque no te estabas sintiendo muy bien— Adrian levantó la cabeza y le dedicó una profunda mirada. — No le dije la razón, por supuesto. No encontré necesario el comentarle que tu nueva amiga tiene la capacidad de dejarte completamente fuera de juego. —sonrió—. Así que, como no tienes nada interesante que hacer, puedes aprovechar e ir a visitar a Anne. Creo que ella tiene algo que decirte.

Después de eso, salió de la habitación, dejando a un confundido Príncipe sobre la cama.

—Semejante poder… A veces me pregunto por qué tengo que ser yo el que herede el trono.


***

Anne no sabía qué hacer. ¿Qué iba a hacer ella en una situación como esa, aparte de llorar y encogerse de miedo? Luke, el pobre Luke había terminado convertido en un pedazo de hielo por su atrevimiento. Ella nunca hubiese imaginado que lo que había hecho esa noche iba a tener semejantes resultados; si hubiese sido así, jamás se le hubiese cruzado por la cabeza tratar de ayudar a Luke.

“Esto es lo que obtienes por estar de entrometida. Siempre estás haciendo las cosas mal”, se recriminó a sí misma mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de su mano, ignorando el hecho de que nuevas ya estaban reemplazando a las primeras. “Si te hubieses quedado tranquila y hubieses dejado a Luke en paz, esto nunca hubiese pasado. Tonta, tonta, tonta”

Estaba siendo cruel consigo misma, pero se lo merecía. Nadie había tenido la decencia de decirle que debido a sus tontas acciones era que las cosas estaban como estaban. Pero ella sabía que era la culpable.

Había acabado en ese mundo por haberse guiado de un sueño, poniendo a tres personas en la mirilla de una implacable Guardia y de un Reino que no se quedaría tranquilo hasta que los traidores hubiesen pagado; había dejado a Luke sin magia porque había desobedecido una de las primeras reglas que le impusieron cuando prometieron ayudarla; y había reducido a Luke a un montón de hielo sólo porque había creído que podía hacer algo para ayudarlo, cuando lo único que había hecho era arruinarle la vida con cada respiración, con cada pensamiento.

Luke tenía derecho a odiar a los de su especie, tenía derecho a odiarla. Al final, ¿qué cosa buena había hecho ella por él? Ni siquiera cuando había querido había podido. Y pensar en el odio de Luke hacia los terranos le hizo llegar a la conclusión de que tal vez todo eso se debía a eso, a su odio hacia ella.

Quizás sonase tonto, pero ¿y si el besarlo, aunque hubiese sido en la mejilla, hubiese sido el causante del desastre? Luke no la toleraba, la detestaba, se lo había dicho infinidad de veces (aunque en las últimas semanas había dejado de decírselo. Aunque eso no significaba que había dejado de hacerlo) y estando vulnerable como estaba, era probable que su beso y todo lo que había estado haciéndole y diciéndole lo hubiese afectado de una manera tan profunda que había revertido sus poderes congelándolo en el acto.

En su mente esa idea parecía tener sentido, la hacía pensar que no todo estaba perdido y que posiblemente había una solución, pero su corazón no estaba para nada satisfecho. Saber que Luke la detestaba tanto era devastador incluso para ella que no tenía la más mínima esperanza respecto a ellos dos.

Y esa era la principal razón por la que estaba agazapada en un rincón, llorando: que Luke no sentía nada por ella, nunca lo haría, por más que ella tratase y lo desease. Luke la odiaba y ella no iba a poder cambiar eso, mucho menos después de todo lo que le había hecho.

Su llanto se hizo más fuerte y desgarrador a medida que llegaba a esas conclusiones, a medida que descubría cuanto la afectaba todo eso. Abrazó sus rodillas, escondiendo la cabeza entre sus brazos, y empezó a mecerse hacia delante y hacia atrás mientras lloraba. Era una tonta, lo sabía, debería estar buscando la forma de ayudar a Luke, también lo sabía, pero seguía allí, llorando, sufriendo por algo que no valía la pena. Al final ella no iba a poder estar con él, así que ¿por qué sufrir por algo que jamás iba a tener?

Ella era una terrana, una que quizás terminase muerta a pesar de los esfuerzos de los demás por mantenerla a salvo. Luke era una hellaveniano, un hombre que debía odiarla por naturaleza, por el simple hecho de venir de un mundo que gracias a su existencia ponía en peligro el Hellaven. Ellos dos no estaban destinados a estar juntos, ya era hora de que se lo metiese en la cabeza.

Así que decidió que esa noche iba a llorar todo lo que pudiese y que jamás volvería a derramar una lágrima debido a su imposible y unilateral historia de amor.

***


Inmediatamente los hermanos Williams aparecieron en medio del vestíbulo de la casa de Luke, supieron que las cosas no andaban bien. Cecil no se detuvo ni medio segundo a preguntarse qué pasaba, echándose a correr hacia el salón en el acto, dejando a su hermana ligeramente desubicada durante unos segundos. Edna, en cambio, haciendo uso de su don, llegó al lugar mucho más rápido que Cecil. Muy dentro de ella sabía que Luke estaba en peligro, y fue eso lo que la impulsó a utilizar sus poderes y correr como si su vida dependiese de eso.

Ya en el salón, y cuando logró estabilizarse, sus ojos inmediatamente se enfocaron en el lugar de donde provenía el llanto. Iba a acercarse para ver qué pasaba, cuando un destello llamó su atención. Edna estaba segura de que si su hermano no la hubiese sostenido, hubiese terminado cayendo se bruces al suelo. Luke, su pequeño Luke, estaba dentro de un montón de LGO cristalino, como si fuese un cadáver que quisiesen conservar.

Rápidamente giró su atención hacia la culpable de eso, con los ojos cargados de ira y los puños apretados lista para dar el primer golpe. Se liberó del agarre de su hermano con brusquedad, ganándose un quejido de su parte sin que le importase lo más mínimo, y se dirigió hacia Anne con grandes y furiosas zancadas.

— ¿Qué-le-hiciste? —preguntó con los dientes apretados, pero Anne pudo sentir cada palabra como si fuese un latigazo.

Anne, que había levantado la cabeza y dejado de sollozar inmediatamente había descubierto que ya no estaba sola, la miraba desde su posición con el rostro rojo y húmedo, con los ojos llenos de dolor y remordimiento. Edna no se sintió amedrentada debido a esto; al contrario, su furia pareció crecer aun más.

— ¡¿Qué le hiciste, estúpida?! ¡Respóndeme! — se agachó y tomó a Anne del brazo, levantándola bruscamente. Anne se quejó y se retorció en su agarre, buscando liberarse.

—Yo no le hice nada. Lo juro. Yo no le hice nada.

Edna la soltó, lanzándola con rabia hacia el suelo. Anne, por más que trató, no pudo evitar golpearse en el hombro cuando había chocado contra la pared. Estaba segura de que se lo había lastimado, el fuertísimo dolor que sentía en esos momentos se lo decía, pero no lo mencionó. Un hombro dislocado no era nada en comparación con lo que le había hecho a Luke. Además sabía que si se quejaba, no iba a conseguir nada. Cecil y Edna no estaban muy contentos con ella.

— ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer? —Escuchó que Edna preguntaba una y otra vez mientras se mesaba su ahora rizado cabello y caminaba de un lado al otro.

La mujer estaba al borde de la desesperación y la locura, y Cecil no estaba muy diferente de ella. Su hermano, aun presa del asombro y el espanto, no le respondió. Estaba seguro de que de sus labios no saldría nada coherente durante un largo rato. Y no era para menos. Anne tenía horas ahí sentada, esperando que la respuesta a ese problema le cayese del cielo porque sabía que ella no iba a tener fuerzas suficientes para ponerse a buscarla.

Un sollozo involuntario salió de sus labios y captó la atención de los hellavenianos.

—Tu… primero lo dejaste sin magia y ahora esto. —Dijo Cecil mientras se ponía de pie y caminaba hacia ella. —Debimos hacerle caso a Luke y entregarte a la Guardia cuando podíamos hacerlo. No eres más que un problema, estúpida terrana.

Aunque sus palabras fueron bajas y suaves, Anne pudo sentir el odio filtrándose por cada una de ellas, cortándola cada vez rozaban su piel. Cecil… este no era el Cecil que ella conocía. Este no era el hombre que la había defendido y escuchado infinidades de veces, ese que le había dicho que iba a cuidarla y a protegerla de que nada malo le pasase.

Lo miró con los ojos bien abiertos, su rostro descompuesto por la sorpresa y la decepción. Cecil se inclinó hacia ella y apretó fuertemente el hombro que se había lastimado, sacándole un grito de dolor.

—Te mereces cosas peores que esa, Anne. —Le susurró mientras apretaba aun más fuerte su agarre, haciéndola gritar, sacándole lagrimas de puro dolor. — Pero tienes que darle gracias a los dioses porque no estoy de ánimos como para castigarte como es debido.

Después de eso la soltó, empujándola bruscamente contra la pared. Ella escuchó a Edna llamando a su hermano, diciéndole algunas cosas, pero su cerebro estaba tan embotado por el dolor que no captó sus palabras. Cecil se alejó de ella y se acercó hacia Edna, dispuesto a asistirla en lo que sea que se le hubiese ocurrido para ayudar a Luke. Anne aprovechó la oportunidad para escurrirse fuera de la habitación.

Ya en el pasillo, segura de que los hermanos no se habían dado cuenta de su ausencia, se encaminó a trompicones hacia la habitación de Luke, agarrándose el hombro izquierdo con su mano derecha; de esa forma dolía menos. Abrió la puerta lentamente y se internó en la habitación como si ese lugar fuese el único en el que pudiese estar a salvo.

Se encaminó hacia la cama, en donde revisó las mesitas de noche cuidadosa y rápidamente en busca del collar. Al no encontrarlo allí, se detuvo un momento a pensar en dónde Luke podría ponerlo. Pensó que sería debajo del colchón, pero como tenía el hombro lastimado y el dolor era casi insoportable, iba a ser imposible que ella pudiese buscarlo allí. Se aventuró por buscarlo debajo de las almohadas, ya que eran un objetivo menos complicado.

Lo encontró segundos más tarde, cuando había levantado una de las almohadas por el lado incorrecto y el collar se había deslizado por la funda hasta caer al suelo. Con un suspiro de alivio lo tomó y salió de la habitación rápidamente, pasando por la suya sólo para ponerse unos zapatos y tomar su abrigo. Cuando cruzó frente a la puerta del salón pudo escuchar a Edna y a Cecil hablando y esta vez sí captó parte de la conversación:

—La Madre quiere verla, así que esta misma noche la llevaré al Oráculo…

No se detuvo a pensar mucho en lo que había escuchado, ya tendría tiempo mientras caminaba por el bosque. Ya frente a la puerta de entrada se puso su abrigo, y el collar, mordiéndose el labio en el proceso para que ningún quejido de dolor saliese de su boca, y salió de la casa.

Caminó rápidamente por el sendero iluminado del bosque rumbo al claro en el que Adrian y ella solían encontrarse, siendo consciente de que no tenía mucho tiempo antes de que Edna y Cecil se diesen cuenta de que había desaparecido. De todas formas, ella lo único que quería era ver por última vez a Adrian, quizás abrazarlo y decirle que había sido un placer conocerlo.

Por alguna extraña razón, ella sentía que su tiempo en el Hellaven se estaba acortando. Se mordió el labio e hizo grandes esfuerzos para no ponerse a llorar; no era una buena idea hacerlo, mucho menos si iba a reunirse con un hellaveniano.

Llegó al claro minutos más tarde y se sentó sin muchas ceremonias sobre el tronco que Adrian y ella habían compartido la última vez. Daba gracias a Dios porque la distancia desde la casa de Luke hacia el claro era relativamente corta; estaba segura de que sus piernas no la hubiesen llevado más lejos.

Adrian llegó cinco minutos más tarde, ataviado en la ropa más blanca y brillante que Anne hubiese visto en toda su vida. Pero su rostro, como siempre, estaba oculto por el mar de sombra que le ofrecía su capucha; con ella pasaba exactamente igual. Cuando el hombre la vio, exhaló un ruidito que parecía ser más de alivio que de sorpresa; era como si hubiese sabido que iba a encontrarla allí.

Se acercó rápidamente a ella y la abrazó, sacándole un quejido de dolor en el proceso.

—Anne… —su voz sonaba preocupada. — ¿Estás bien?

—No, no realmente. —Le respondió con sinceridad, con voz trémula, moviendo el brazo para que el hombro le doliese menos, mientras apoyaba su frente en el hombro del hombre. Lagrimas salieron de sus ojos perdiéndose en la ropa de Adrian.

Él la tocó delicadamente en el hombro, para separarla de él y hacerla quedar frente a sí, pero al sentir como se encogía de dolor y como otro quejido salía de sus labios, supo dónde estaba el problema. Acarició lenta y suavemente su hombro un par de veces, ignorando el quejido que salía de los labios de Anne cada vez que lo hacía, y antes de que ella se diese cuenta ya estaba curado. Ventajas de ser un Príncipe con magia ilimitada.

— ¿Mejor? —le preguntó, mientras acariciaba su espalda para calmarla. Anne le respondió con un movimiento de cabeza.

Adrian no le preguntó cómo se había lastimado, ni por qué había tenido que ser él el que la curase y ella se lo agradeció. Con él no tenía que preocuparse de cuidar sus palabras, porque Adrian nunca preguntaba cosas comprometedoras, cosas que la hiciesen sentir incomoda o en peligro. Quizás por eso su relación con él había crecido tan rápido, quizás por eso era tan sencillo estar cerca de él. Adrian era como la calma después de la tormenta, era el único que la hacía sentir que podía ser ella misma sin temor a represalias.

Ellos siguieron en esa posición durante un rato más, Anne abrazada a él y Adrian acariciando su espalda una y otra vez como si supiese que ella necesitaba el consuelo que él le estaba ofreciendo.

Adrian cerró los ojos y se concentró en lo que Anne sentía, que esta vez era totalmente diferente a lo que él había percibido antes. Podía sentir tristeza, desesperación, miedo, frustración, y en vez de hacerlo sentir feliz como le pasaba con las demás personas, le dejaban un extraño vacio en el pecho. Si la felicidad de Anne parecía llenarlo por dentro de algo, algo que lo dejaba satisfecho y adormilado, su tristeza le dejaba un vacio en el pecho que lo único que le producía era rabia y más dolor.

Dejó que sus poderes llegasen hasta la joven y empezó a manipular sus emociones, liberándola de esas que ella no debería estar sintiendo en esos momentos. No debería estar haciéndolo, lo sabía, pero estaba en su naturaleza buscar la forma de alimentarse de las emociones de los demás. Además, esta vez no lo estaba haciendo por diversión, sino porque Anne realmente no necesitaba sentirse tan miserable.

La joven exhaló un suspiro cargado de satisfacción y placer, y se removió en su lugar pegándose más a él. Adrian pensó que su gesto era muy similar al de los gatos cuando se arrellanan y se estiran en busca de una posición más confortable. Sonrió.

— ¿No tienes nada que decirme? —le preguntó, esta vez entrelazando sus dedos en el sedoso cabello de la chica.

—Me voy. Quizás esta sea la última vez que nos veamos. —Dijo con calma, con su voz totalmente ausente de tristeza. Adrian seguía manipulando sus emociones, por lo que ella no podía controlarlas en esos momentos.

— ¿Te vas? ¿A dónde?

—El Oráculo.

— ¿Vas a ser una de las Hermanas? —Si era eso, eso explicaría el por qué Anne siempre estaba ocultando su rostro.

Las jóvenes aspirantes a ser Hermanas nunca mostraban su rostro antes de ser presentadas en sociedad como una de las hijas del Oráculo. Era una costumbre que se había mantenido durante siglos, incluso con las mujeres recién nacidas. Sólo su madre tenía el derecho a verlas.

—No lo sé. No me han explicado aun qué es lo que voy a hacer en ese lugar. Sólo sé que me iré esta noche.

Adrian la abrazó más fuerte.

—Prometo que iré a visitarte de vez en cuando, si mis obligaciones me lo permiten.

—Yo no sé si pueda verte. —Le dijo con sinceridad. Ella seguía teniendo dudas sobre si sobreviviría a esa noche, pero no iba a decírselo a Adrian; no valía la pena. —Pero haré todo lo posible. —Musitó al final, mientras se separaba de él.

Ambos se pusieron de pie al mismo tiempo y se quedaron uno frente al rostro durante unos instantes, fijos en la oscuridad que rodeaba sus rostros como si de esa forma pudiesen ver a través de ella. Adrian alargó el brazo y acarició la mejilla de Anne suave y lentamente.

—Eso espero. No quiero pensar que esta es una despedida.

“Yo tampoco”, fue lo único que Anne pensó como respuesta. Volvió a abrazarlo y después de un suave “Adiós, Adrian”, se alejó de él y se internó en el bosque, deseando que el deseo de ambos pudiese cumplirse.

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