Capítulo 4
Published by La Premonición under on 20:28El Comienzo
Los días pasaban con una inquietante y molesta lentitud para una Anne que no hacia absolutamente nada en esa casa, donde todo se resolvía con magia. Y lo que no se arreglaba de esta forma era intocable para ella. Tampoco podía poner un pie fuera de la casa porque, como era una terrana, llamaba mucho la atención. Su aura, el brillo dorado de su piel (a pesar de ser extremadamente blanca) característico de los terranos, y ese olor dulzón que despedía junto con la calidez de sus ojos eran demasiado llamativos en ese lugar.
Ella parecía refulgir como la llama de una vela en ese lugar plagado de oscuridad y frío.
Sumándole a su encierro y a su falta de actividad, estaba el hecho de que no se acostumbraba a la eterna noche del Hellaven. El simple hecho de ver a la luna brillando altiva en el cielo, orgullosa de ser el astro reinante en ese mundo, le producía una pesadez y un cansancio que la hacían dormir más de lo que estaba acostumbrada.
Por esta razón, muy pocas veces hizo contacto social con Edna o Cecil (que iba casi a diario a verla) ya que sólo estaba despierta cuando ellos dormían y dormía cuando ellos estaban despiertos.
Por lo menos fue así las dos primeras semanas. Ella se había esforzado por habituarse a ese lugar y con mucho esfuerzo lo había logrado. Tarde, pero lo había logrado. Aunque había que admitir que aun le costaba trabajo estar despierta y lúcida.
Edna, al verla adaptarse y esforzarse por no mostrarse débil a pesar de que se estaba desmoronando por dentro, se sentía orgullosa, como una madre suele sentirse al ver los logros de sus hijos. Ella sabía que Anne sufría, hubiese sido raro que no lo hiciera. Sabía que lloraba todas las noches cuando se despertaba en ese lugar y descubría por enésima vez que todo lo que veía no era parte de una pesadilla; que ella no estaba en su casa y que quizás, nunca más volvería a ver a su familia. Que para ellos, ella había muerto hacia ya tiempo.
Edna sabía que aunque se mostraba tranquila, y cómoda algunas veces, no era cierto. Sabía que el Hellaven se le hacia demasiado frío y oscuro para ella que estaba acostumbrada a la ardiente luz del sol, que caldeaba el ambiente en los días de verano (su estación favorita del año). Que la gente de ese lugar le parecía tan fría como el lugar mismo y capaz de hacer cualquier barbaridad con tal de lograr su cometido.
En ese aspecto se equivocaba. Anne no los veía como unos desalmados ni como gente sin escrúpulos, asesinos con derecho. No. Ella los veía como personas que llevaban a cabo una importante misión —salvar a todos los habitantes de ese mundo— a cambio de la vida de unos cuantos terranos.
En La Tierra las personas solían matarse entre sí, muchas veces, por cosas sin importancia y otras sólo por el placer de matar. Para ver la sangre correr. Para sentirse superiores, poderosos. Empuñaban un arma con el mismo orgullo y placer con el que cargaban a sus hijos, con el que abrazaban a sus seres queridos, y despojaban a otro ser de su vida sin remordimientos. Y si los llegaban a atacar en algún momento de su miserable existencia, decían que habían matado a otro ser humano por un bien mayor, aunque este hubiese sido el más ruin y asqueroso de todos.
Por eso Anne no los juzgaba. Por eso no los veía de esa forma porque, aunque lo que hacían estaba mal, su causa era justa de algún modo.
Edna había escuchado esas palabras de boca de Anne unos días después del “inicio de su nueva vida” en el Hellaven. Pero, aun así, no le creía del todo. No podía creer que alguien que se encontrase en la situación de Anne, pensase de esa forma. Ella no lo haría. Ella pensaría primero en los suyos sin que le importase la situación de los demás. Sonaba egoísta pero había que serlo alguna vez, ¿no?
El día que Anne le había dicho todo eso, habían charlado sobre muchas cosas, sentadas frente a la chimenea. El tema de conversación, la mayor parte del tiempo, se basó en cosas relacionadas con La Tierra. Edna sentía mucha curiosidad sobre ese mundo y decía que uno de sus sueños (aparte de ver el Hellaven libre de esa Maldición; la de tener que matar para sobrevivir) era conocer el mundo de Anne, saber lo que era el día para los terranos; sentir la diferencia entre el día y la noche; sentir el cambio en el clima, en el ambiente, pero, sobre todo, sentir la luz del sol besando su piel, abrazándola con su calor.
Quería todo eso pero se le antojaba tan lejano, como la luna del suelo. Y podía conseguirlo si se convertía en Recolectora. Pero no quería cumplir su sueño de esa forma. Además, ella no sería capaz de matar a alguien por más justificaciones que tuviese.
Anne, mientras Edna hablaba, sólo la miraba, deseando fervientemente poder sentir todo eso otra vez, pero con aquella seguridad que se había asentado en su pecho de que eso jamás pasaría. Ella jamás volvería a su mundo, eso era seguro. Si no podía salir de la casa, si nadie podía verla ¿cómo iban a poder ayudarla? ¿Cómo Edna, Cecil y Luke lograrían que el Oráculo o quien fuese, la ayudase sin meterse ellos en problemas?
Cecil, por su parte, estaba como un niño con un juguete nuevo respecto a Anne. La visitaba cada vez que podía; se quedaba con ella largos ratos, haciéndole compañía y contándole todo lo que sabía sobre el Hellaven, satisfaciendo la insaciable curiosidad de la muchacha pero manteniendo las distancias respecto a ciertos temas que no se podían tocar.
También trataba de enseñarle algo de magia porque decía que si ella había tenido una premonición, había sido porque la magia corría por sus venas junto con su sangre. Anne no lo creía, pero le hacia mucha ilusión poder mover objetos con sólo pensarlo o transmutarlos como hacía Cecil.
Respecto a la magia en el Hellaven se podía decir que estaba individualizada. No todos tenían los mismos dones ni podían hacer las mismas cosas porque su fuerza y sus capacidades mágicas no eran las mismas. Aunque todos allí, excepto Anne que no daba indicios de poder hacer magia aún, podían practicarla.
Algunos nacían con dones especiales, heredados de sus padres, como era el caso de Cecil, que podía transmutar todo lo que tocaba en lo que se le ocurriese. Otros, muy pocos, dominaban el fuego, como era el caso del esquivo Luke. Unos cuantos dominaban la velocidad, que era el don de Edna. Y otros, simplemente, eran expertos en los escudos y hechizos protectores, como era el caso de Camille, una de las hermanas de la Casa Dorada.
Sólo los Reyes y Príncipes del Hellaven podían hacer cualquier tipo de magia porque esta formaba parte de ellos. Los antiguos decían que ellos estaban hechos de magia pura y que por eso eran tan poderosos, invencibles y exageradamente hermosos. Eran perfectos desde el primer Rey que tuvo el Hellaven hasta Ariadnna, la miembro más joven del reinado; La segunda Princesa en toda la historia.
También decían que la magia estaba sustentada en el reinado y que si este desaparecía, toda la magia se extinguiría como la llama de una vela ante una leve brisa. Por eso el tema del Reino era tan secreto y poco tratado. Ellos eran importantes, poderosos y necesarios, y en ellos Anne tenía depositadas las últimas gotas de esperanza que le quedaban.
Ya ni siquiera esperaba la ayuda del Oráculo porque esta parecía vetada para ella, una simple terrana. Edna no le había dicho si había ido o no o si la idea de ir seguía en pie, pero aun así estaba segura de que allí no encontraría nada que le sirviera. Aunque había que admitir que ella no sabía muy bien como el Oráculo funcionaba. Y tampoco estaba muy interesada en saberlo.
En cuanto a Luke se refiere, nadie había sabido nada de él desde aquel día en que había dicho que no delataría a Edna. No había ido a trabajar — o eso suponía Cecil, ya que cada vez que lo iba a buscar a su zona, no lo encontraba—. Edna estaba segura de que él no descuidaría su trabajo y no se equivocaba; Luke no había faltado ni un solo día a trabajar. Lo que pasaba en realidad era que se había estado escondiendo de ellos. Edna lo sabía — ¡Como conocía a ese muchacho!—y por eso no se preocupaba tanto.
Aunque eso no significaba que se iba a quedar de brazos cruzados.
—Cecil, necesito que me hagas un favor— le dijo, interrumpiendo la amena platica que su hermano y Anne mantenían.
—Tú dirás. — le respondió, mientras giraba un poco la cabeza para mirarla.
—Necesito que te quedes con Anne mientras voy a resolver un problema.
—Ni que fuese una niña pequeña, Edna.
Cecil rió al ver la cara que puso Anne al escuchar a Edna y la atrajo hacia sí para acurrucarla entre sus brazos, como si fuese una niña en verdad. Anne trataba de soltarse, riendo por lo bajo.
Edna no dijo nada al ver la escena. Se había dado cuenta de que a su hermano le gustaba mucho hacer ese tipo de cosas. Le gustaba estar con Anne, tenerla cerca, sentir el calor de su piel. Y debía admitir que algunas veces le daba miedo pensar que Cecil sintiese algo más que cariño por la chica. Él no debía enamorarse de ella. No era correcto ni sano. Además, ellos dos nunca podrían estar juntos. Eran… antagónicos y Anne aun estaba en la cuerda floja. Su vida pendía de un hilo muy delgado. Y lo que menos ella quería era ver a su hermano sufrir una decepción amorosa de ese tipo.
—Es como si lo fueras, Anne— dijo, para llamar la atención de los más jóvenes— Hay que cuidarte para que nada te suceda. En fin, ¿te quedaras con ella sí o no?—esto ultimo lo dijo dirigiéndole una mirada seria a su hermano.
—Con mucho gusto. Ya sabes que puedes confiar en mi, hermanita.
Edna se encaminó hacia la salida de su casa con una expresión seria en el rostro. No le gustaba para nada la idea de que Cecil se encariñase tanto con la chica. Es mas, no le gustaba la idea de encariñarse ella también con Anne. Pero no podía dejar a Anne sola y apartada del mundo. Era demasiado castigo el tenerla encerrada en la casa como para también privarla de la compañía de alguien más.
Salió de la casa con paso lento pero decidido rumbo a la vivienda de su escurridizo compañero y amigo, dispuesta a ponerle fin a toda esa tontería. Porque así era como ella lo veía.
Cuando ya llevaba quince minutos de camino, decidió que lo mejor era aparecerse en la casa de Luke porque este era capaz de salir huyendo nuevamente si se daba cuenta de que ella andaba cerca. Ella era muchísimo más rápida que él y podría atraparlo fácilmente si salía corriendo, pero si él se desaparecía, como estaba segura que haría, no lo encontraría por mas que lo buscase.
Convencida de que así tenia mas probabilidades de atraparlo, desapareció sin que le importase que las demás personas que circulaban por esa calle se la quedasen mirando (no es que estuviese haciendo algo malo, de todas formas), y se apareció en medio del salón de la casa de Luke. Él no se veía por ningún lado pero ella sabía que estaba en la casa; podía sentirlo. Así que se dirigió al salón para esperarlo allí.
No le dio tiempo a dar siquiera dos pasos. Luke salió del baño sólo con una toalla cubriendo su húmedo y perfecto cuerpo. Llevaba una toalla más pequeña en la cabeza por lo que no vio la cara que puso Edna al verlo. Ni siquiera ella era inmune a él y eso ya era demasiado. Ella lo había criado, por Dios santo. No era posible que ver a ese chico le causase semejante reacción.
Sacudió la cabeza para alejar esos malos pensamientos de su mente y carraspeó para llamar su atención. Luke se quitó la toalla de la cabeza y miró hacia donde ella estaba. Al ver a Edna se sorprendió, por supuesto, pero no salió huyendo. Resignado ante lo que le esperaba, se apoyó en la pared que tenía más cerca y le habló:
— ¿Podrías, por lo menos, esperar a que me cambie?
— ¿Prometes no escapar? —le preguntó seria. Lo que menos quería era que él se diera cuenta de la reacción que había provocado en ella el verlo con tan poca ropa. Luke asintió— Está bien, puedes cambiarte. Aunque te recuerdo que no tienes nada que no haya visto antes.
El comentario fue más para ella que para él. Luke, en respuesta, bufó, molesto, y se encaminó hacia su habitación secándose el pelo con la toalla. Salió de esta completamente vestido y arreglado cinco minutos mas tarde. Para Edna fue como si nunca se hubiese ido.
Ella lo estaba esperando en el salón, sentada en uno de los sillones. Él, cuando entró, se sentó en el sofá, justo al frente de ella.
— ¿De qué quieres hablarme?
—De tu estúpida actitud, por supuesto. No puedo creer que estés actuando de esa forma. Tú, el más centrado de los tres. El que se ha mantenido firme frente a todas las situaciones que se nos han presentado…
—Esto es diferente— le interrumpió con un tono de molestia y seguridad en la voz.
—No, no lo es. Esta es una situación como cualquier otra, en la que tenemos que arriesgar el pellejo para hacer lo correcto.
—Sí, pero ¿por un terrano?
— ¿Acaso no es ella igual a nosotros? ¿Acaso no tiene ella el derecho a vivir, a una segunda oportunidad? Recuerda que fue uno de los nuestros el que la sacó de su mundo y la trajo para acá. Ella no se buscó nada de esto, ni sufrir de la forma en la que lo está haciendo ahora. Y, ¿sabes otra cosa?, yo estoy segura de que si la situación fuera al revés y fueses tú el que estuviese perdido y vulnerable en su mundo, ella te ayudaría.
—No, no lo haría. Ella no lo haría porque los terranos son malos y egoístas.
— ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso si ni siquiera te has dignado a conocerla? La tratas como si fuese un bicho, algo malo que vino a acabar con tu mundo cuando sabes que no es así.
—Puede que ella no haya venido con esas intenciones pero, sin quererlo, nos está poniendo en peligro a todos. —Se acercó a ella un poco y con una expresión de desagrado le dijo: —No sé si te has dado cuenta pero hueles a ella. Tú y Cecil huelen como un terrano y eso será precisamente lo que los llevará a la tumba. Nos llevará a la tumba a todos porque los de la Guardia no se van a tragar el cuento de que yo no sabía nada de la terrana siendo tan cercano a ustedes dos.
“Y aunque yo no huela como ella, aunque no haya tenido el más mínimo contacto, acabaré muerto por su culpa al igual que ustedes, porque los terranos sólo traen destrucción y muerte consigo. Y ahora tú estás de parte de eso. —La acusó— Tú estás de acuerdo con que la principal causa de que este mundo se esté desmoronando poco a poco siga con vida, acelerando el proceso de destrucción del Hellaven. Echando por la borda todo el trabajo de los Recolectores y el Reino. Te has convertido en una traidora…
Edna se inclinó hacia delante y le dio una bofetada que le hizo girar la cabeza y llevarse una mano al rostro, justo donde le había pegado.
Él la miraba con una mezcla entre sorpresa e incredulidad. Edna nunca, en todos los años que llevaban juntos, se había atrevido a pegarle. Y justo ahora lo hacía para defender a esa chiquilla insignificante, que no era nada suyo, que apenas conocía y que mantenía en su casa. A esa asquerosa terrana que sólo había llegado para destruirlo todo con sus pequeñas manos.
¡Como la detestaba! Desde que había llegado nada había vuelto a ser como antes. Todo se había vuelto patas para arriba y por más que él trataba de poner las cosas en orden, no lo conseguía porque ella, con su sola presencia, seguía volteándolo todo. La detestaba… mucho.
—No te permito que me hables así, Luke. Yo soy tu jefa, casi tu madre, y merezco respecto. ¿Entendiste?
—Sí, señora— se esforzó por decirle, tratando de que su voz no saliese cargada de todo el odio que envenenaba su ser.
—Bien. Y ahora vámonos que Cecil y Anne nos esperan— Luke hizo un gesto que no pasó desapercibido por Edna— Quieras o no tendrás que estar con ella, cuidarla cuando Cecil y yo no podamos hacerlo. Y que yo no me entere de que le hiciste algo a Anne porque te juro que las veras negras. Te va a faltar mundo para esconderte de mí.
— ¿Ahora me amenazas?
—Te di la oportunidad de que me delataras y no lo hiciste. Te di espacio y tiempo suficiente para que reflexionaras todo esto con la esperanza de que comprendieras que salvar y cuidar a Anne es lo correcto, pero no lo hiciste. Así que tendrás que hacerlo por las malas, porque si es a base de amenazas y bofetadas que entiendes, te amenazaré y abofetearé hasta que lo hagas. Y ahora, camina, que tenemos muchas cosas que hacer.
Él, molesto, enfermo del odio que navegaba libre por sus venas, y con el orgullo herido, se puso de pie y siguió a Edna hacia la salida de la casa. No iban a aparecerse porque Edna sabía que a Luke no le gustaba depender de la magia. Además, porque pensaba que la caminata (que no era muy larga) le iba a servir para poner sus ideas en orden y para calmarse un poco, porque se le notaba que estaba furioso. Sus brillantes ojos azogue lo delataban a pesar de que él quería aparentar que nada pasaba.
Llegaron a la casa pasada media hora y al entrar encontraron a Cecil y a Anne en el salón, sentados en el suelo frente al fuego, con una bandeja llena de sándwiches entre ellos. Estos no parecían haberse dado cuenta de que ya no estaban solos y de que sus acompañantes escuchaban todo lo que decían desde la entrada, donde se habían quedado después de cerrar la puerta tras de ellos.
—… ¿Y quién es Solomon? — Anne se recostó en la alfombra y permaneció en silencio durante unos minutos, antes de responderle.
—Era mi novio... Mi prometido, más bien.
Cecil se acercó a ella y se recostó a su lado. Luego tomó una de las manos de la joven y en un gesto que a Anne le pareció exageradamente tierno y dulce, se la llevó a los labios y la besó.
—Debes extrañarlo mucho. — le dijo con voz suave.
—Mucho, al igual que a mis padres y a mis amigos. Pero yo sé que tengo que resignarme a la idea de que no voy a volver a verlos nunca más. —su voz salió algo trémula y ella quiso disimularlo tosiendo. Pero de todas formas, todos lo notaron.
—No digas eso, linda. Edna y yo vamos a hacer lo posible para que puedas volver a casa… ¿verdad, Edna? — dijo de improviso, sorprendiendo a la joven.
Anne se arrodilló en la alfombra y miró en dirección a la puerta, en donde Edna y un muy serio Luke los observaban.
—Al parecer te tomaste muy en serio el papel de niñero, Cecil. Veo que, a pesar de comportarte como un tonto la mayor parte del tiempo, eres confiable.
— ¿Lo dices por algo en especial?
Cecil fingió no haber captado el doble sentido que venía implícito con las palabras de su hermana. Edna no le respondió, y él tampoco esperaba que lo hiciera. Ella últimamente se estaba comportando de una manera bastante extraña. Desvió la mirada y se fijó en la otra persona que había llegado. Sonrió.
—Luke, hombre, por fin das señales de vida— exclamó, haciendo que Anne, por primera vez, reparara en él y fijara sus ojos azules en los grises de él. En el acto, un escalofrío recorrió su cuerpo y el sonrojo que teñían sus mejillas se hizo más intenso. Y el millón de contradictorias sensaciones que recorrían su ser de pies a cabeza cuando Luke estaba cerca de ella volvió a aparecer, atormentándola, haciéndole querer huir.
Ella no podía evitar sentirse débil, vulnerable, acalorada y fascinada por la increíble belleza que el hombre poseía. Y al mismo tiempo no podía evitar sentir miedo, porque sabía que detrás de esa apariencia de ángel, se escondía un terrible y temible demonio. Un ser capaz de destruirla con sólo pensarlo. Y ella sabía que él la detestaba lo suficiente como para estar imaginándose y una y mil formas de matarla en esos momentos, y que no lo hacía por respeto a Edna.
Anne ya tenía otra cosa que agradecerle a la mujer; si seguía con vida, era por sus esfuerzos para que así fuese.
De pronto, venida de la nada, la duda de qué hubiese pasado con ella de no haber sido encontrada por Edna llegó a su mente, provocándole más escalofríos. Estaba segura de que si Luke la hubiese encontrado, ella ya estaría muerta. Y para ser sinceros, no sabía si pensar que eso hubiese sido lo mejor o no.
Ella pensaba que la muerte hubiese sido mejor a permanecer en ese lugar, escondiéndose entre esas cuatro paredes para que no la mataran, viviendo con el terror como compañero de cuarto. Quizás Luke tuviese razón y lo mejor para todos (en especial para ella, que ya se sentía cansada de toda esa situación) era que ella fuese entregada a la Guardia. Así ellos podrían tener sus seguras vidas de antes.
Edna se acercó a ellos y se sentó en una de las esquinas del sofá, cerca de su hermano. Luke la siguió, sentándose en la otra esquina.
— ¿Qué estuvieron haciendo, chicos? — preguntó, mientras se inclinaba para tomar un sándwich.
—Estuvimos practicando un poco de magia y luego nos hemos puesto a hablar ya que Anne se había debilitado bastante por el esfuerzo…—Cecil fijó su atención en la joven— Anne, ¿te sucede algo? — cuestionó, provocando que otros dos pares de ojos se fijaran en la joven.
Anne negó con la cabeza, mientras sentía sus mejillas enrojecer. Odiaba sentirse tan vulnerable. Odiaba mostrarse tan débil y desprotegida. Odiaba sentirse de la forma que lo hacía cada vez que tenía a Luke cerca. Sin decir una palabra, se puso de pie y se dirigió, cabizbaja, hacia su habitación. No corrió, aunque eso era exactamente lo que quería hacer, ya que sentía que no debía darle a Luke el lujo de verla de esa forma.
Ella le tenía miedo, era cierto, pero por alguna extraña razón, no quería que él pensara que tenía poder sobre ella. No quería que pensara que él era más fuerte que ella, más poderoso. Quería que la viese como su igual, aunque eran de mundos y cualidades diferentes.
Había una pelea entre ellos, ninguno de los dos lo sabía, pero ambos iban a pelear contra el otro hasta quedarse sin fuerzas, hasta que sólo quedase uno en pie. Y ese, tendría control absoluto sobre el otro.
Luke, al ver a la joven salir, profirió un bufido, se cruzó de brazos y se arrellanó en el sofá.
—Que chica tan rara— dijo con desdén, ganándose una significativa mirada por parte de Cecil, el cual se había puesto de pie dispuesto a seguir a la joven para averiguar que le pasaba. Edna, la cual estaba en plan de impedir que entre los dos jóvenes hubiese más acercamientos de los debidos, lo detuvo en el acto alegando que lo correcto era que ella fuese la que se dirigiese a la habitación de Anne y viese qué le pasaba.
Cecil, resignado a tener que quedarse allí, aprovechó la oportunidad para sermonear a Luke, el cual, según él, era el culpable de que Anne no terminase de sentirse a gusto en el Hellaven. Y mientras Edna trataba por todos los medios de que una avergonzada Anne le dijese que le pasaba, Cecil trataba de que Luke entrase en razón y actuase como el hombre racional y cuerdo que solía ser… sin conseguirlo.
***
En el Hellaven las cosas seguían igual que siempre. La Guardia seguía con su afán de orden; los Recolectores seguían yendo noche tras noche a la Tierra a buscar a los elegidos, sin importar que fuesen niños, ancianos, mucho menos mujeres embarazadas, modificando las mentes de los familiares algunas veces para no levantar sospechas sobre las desapariciones. Y los Encargados de la Limpieza seguían dejando el Hellaven tan ordenado como siempre, sin rastros de cadáveres.
El Hellaven seguía siendo el mismo lugar pacifico de siempre, y el hecho de que Anne, una terrana, estuviese allí no parecía afectar en absoluto el orden natural de las cosas. Pero tanta calma no le impedía al jefe de los Recolectores hacerle una visita al Oráculo para cerciorarse de que todo marchaba bien y para saber que tan claro se podía ver el futuro del mundo, su mundo.
El hombre llegó a la gran Casa Dorada a eso de las diez de la noche. Llovía a cantaros y hacia un viento gélido capaz de congelarte la sangre en la venas pero eso no era nada nuevo ni extraño allí; mucho menos para él que llevaba muchísimos años caminando por ese mundo. Demasiados años, consideraba él.
Las grandes puertas de acero forjado que permitían la entrada al recinto, estaban cerradas con magia por lo que, a menos que las encargadas de vigilar el oráculo lo permitiesen, no se podía acceder al lugar. Por muy poderoso que sea el invitado tendría que esperar la autorización. Incluso los Reyes y Príncipes han tenido que hacerlo desde los inicios del mundo.
Nadhia, aunque no formaba parte del reinado, era una mujer de suma importancia en el Hellaven. Era uno de los pilares que sostenían ese frágil mundo, por eso se tomaban tantas precauciones para cuidarla, tanto a ella como a sus hijas, las Hermanas de la Casa Dorada.
Después de unos breves instantes, las puertas se abrieron solas hacia adentro dejándole el camino libre para que pasara. Ya en el pórtico de entrada, a unos cuantos metros de distancia de donde se encontraba, esperaban dos jóvenes Hermanas, ataviadas con sus largas túnicas de un color dorado pálido que no dejaban a la vista ni un solo centímetro de piel. Las jóvenes se habían puesto las capuchas por lo que ver sus rostros también le fue imposible.
No se sorprendió. Las Hermanas no solían mostrarse ante ningún hombre, por lo menos no las recién iniciadas. Era como una especie de voto que hacían al unirse al oráculo. Tampoco hablaban, sólo se movían por los pasillos con un andar lento y silencioso. Parecían flotar, parecían fantasmas.
Las jóvenes hicieron una ligera reverencia cuando él jefe estuvo cerca, sin que este gesto pusiera en peligro su anonimato (el jefe se preguntó si las entrenaban para esto) y luego se dieron la vuelta, con movimientos que parecían ensayados, para guiarlo hacia donde lo esperaba la madre.
Los pasillos a esas horas de la noche estaban desolados y débilmente iluminados por las pocas antorchas que dejaban encendidas. El hombre —que era en apariencia el más joven que había ocupado el puesto— miraba a las dos altas figuras femeninas que tenía en frente, preguntándose cómo serían sus rostros y si eran tan hermosas como habían dicho las pocas mujeres que había tenido la dicha de hablar con ellas.
Debía admitirlo, sentía una fuerte curiosidad y fascinación por las Hermanas. Y para que negar que se moría de ganas por ver que se escondía debajo de esas anchas y largas túnicas que ellas se empeñaban en usar. Esas molestas ropas que le impedían descubrir el contorno de sus cuerpos. Pero el podía decir, con toda seguridad, que debajo de toda esa suave y satinada tela, se escondían hermosos cuerpos capaces de enloquecer a cualquier hombre. Y quizás no se equivocaba.
Las Hermanas de la Casa Dorada eran, de todo el Hellaven, las mujeres más hermosas, voluptuosas y poderosas. Eran las que habían nacido con la marca de la luna tatuada en el pecho; las que se encargarían de proteger al Oráculo y sus secretos incluso con su propia vida. Sencillas, silenciosas, letales. Eso eran ellas, y quizás por eso él no podía dejar de sentirse extasiado cada vez que estaba ante una de ellas.
Después de los cinco minutos más largos de toda su vida, y de recorrer prácticamente media Casa Dorada, las jóvenes se detuvieron ante una gran puerta de madera oscura. Se notaba que era bastante pesada y que requería un poco de esfuerzo abrirla sin usar magia, pero ellas, con sus movimientos sincronizados, pusieron sus manos sobre la puerta y empujaron un poco. No hubo que hacer mas nada.
Las dos hojas de la puerta se abrieron para él tal cual lo habían hecho las puertas de hierro de la entrada. Él se adentró en la habitación sin esperar ninguna señal por parte de las dos jóvenes, las cuales, se inclinaron un poco ante él cuando les cruzó por el lado. Estas volvieron a hacer una reverencia, esta vez hacia la habitación, antes de desaparecer flotando por los pasillos.
“Sublimes”, pensó él.
Las puertas se cerraron con un ligero clic que lo sacó de su ensimismamiento y lo devolvió a la realidad. Aclarándose la garganta, se dio la vuelta y dio los pasos que hacían falta para que pudiera llegar hasta una pequeña y baja mesa circular de madera oscura que había en el centro de la habitación, justo encima de un complicado e intrincado signo pintado sobre la acolchada alfombra dorado pálido. Se sentó en el suelo y esperó a que el Oráculo hiciese acto de presencia. No tuvo que esperar mucho.
— ¿Qué te trae por aquí, Recolector? — le preguntó Nadhia desde uno de los pasillos de su pequeña biblioteca personal, la cual estaba llena de libros donde ella había estado haciendo anotaciones sobre el futuro desde hacían miles y miles de años.
—El estado del Hellaven, mi señora. —le respondió con respeto. — Me gustaría saber qué tan bien se ve nuestro panorama.
—Veo que tu preocupación por el Hellaven ha ido en aumento en los últimos tiempos. ¿A qué se debe?
—No es que esté preocupado, madre, sino que hay que ser precavidos en cuanto a nuestro futuro.
Ella salió de donde se encontraba y se encaminó hacia donde él la esperaba, con su andar sinuoso y esas ropas entalladas de un color tan similar al de su piel. Él quedó deslumbrado por tanta belleza, hechizado por esos clarísimos ojos verdes.
—Me alegra saber que no te sientes preocupado por el futuro del Hellaven. —Ella se sentó en el suelo también, frente a él, bajo la atenta mirada del hombre. — Nuestro futuro, ahora, es sumamente claro y brillante. Cálido. Es un futuro hermoso, y dentro de poco, ya no habrá nada que atente contra nosotros. Nunca más.
A ella le brillaron los ojos debido a la emoción, mientras hablaba del futuro del mundo, y el no pudo evitar sentirse contagiado de tal emoción. El Hellaven seria libre, eso era un hecho, porque si lo decía el Oráculo, así era.
— ¿Cuánto tiempo falta para que eso suceda, madre? — le preguntó con ansiedad.
—No te preocupes por el tiempo, Recolector. Eso es lo de menos. Lo importante es que la cuenta regresiva comenzó hace tiempo y que los primeros vestigios del cambio se verán pronto. Ya lo veras.
—Entonces, ¿qué nos recomienda hacer?
—Seguir con nuestras vidas como hasta ahora. No debemos tratar de cambiar nuestras costumbres porque vaya a suceder algo o porque sepamos que habrá un cambio. Sólo debemos de hacernos a la idea de que las cosas ya no serán como antes— el hombre iba a seguir con el interrogatorio pero ella, con un sutil y delicado movimiento de su mano, lo detuvo— Es mejor que no le diga esto a nadie, Recolector. Ni siquiera a los miembros del reino. No vale la pena que los hellavenianos empiecen a hacerse ilusiones cuando aun no podemos asegurar que las cosas vayan a ser así.
—Pero usted dijo…— la interrumpió, confundido.
—Sí, lo dije, pero recuerda que el futuro es cambiante y adaptable y que lo que hacemos ahora influye en lo que haremos y tendremos en le mañana. Lo que quiero decir es que, aunque los demás no lo sepan (me refiero a lo del futuro), podrían hacer algo que podría cambiar el curso de las cosas y al final ese cambio que estamos esperando no llegue nunca. Por más que yo haya visto algo, si alguien hace algo y cambia el curso de la historia, yo no puedo hacer nada para evitarlo. ¿Me entiendes? —el hombre asintió.
Él se puso de pie lentamente y le dedicó una reverencia.
—Gracias, madre, por compartir este secreto conmigo.
—No hay de que, hijo. Ahora ve en paz y recuerda, no le digas a nadie lo que te acabo de contar.
Él hizo otra pequeña reverencia y salió de la habitación.
***
Anne era my mala mintiendo y Edna era una mujer extremadamente perceptiva, por lo que la aparentemente inútil conversación con Anne no fue una pérdida de tiempo. Para nada. Edna, mientras veía a Anne esforzándose porque le creyera que todo estaba bien y que ella sólo había querido recostarse porque se sentía indispuesta, llegó a la increíble conclusión de que la causa de su indisposición era Luke. Lo podía ver en sus ojos. Era fascinación y miedo lo que se podía encontrar en esos ojos azules. Y ambas sensaciones eran completamente comprensibles.
La primera, porque Luke era tan endemoniadamente atractivo que podía dejarte sin respiración algunas veces; generalmente cuando no estaba rabiando. Eso Edna, a pesar de que lo había cuidado desde que era un bebé, lo sabía mejor que nadie. Algunas veces lo miraba y se preguntaba por qué demonios él había tenido que romper con todos los estándares de belleza existentes en el Hellaven. Él era, indudablemente, el único hellaveniano común que, en cuanto a apariencia física y belleza, se le igualaba a los miembros de la realeza, lo cual era algo demasiado impresionante. Por eso Edna comprendía la fascinación de la chica. Del otro lado de la puerta era probable que no existiese alguien tan hermoso como él.
Y sobre el miedo no había que investigar mucho. Luke se había comportado como un bruto con ella desde el primer momento en el que se vieron, por lo que hubiese sido raro que Anne no huyese de él de vez en cuando (por no decir todo el tiempo). Además, las miradas que le lanzaba y la expresión adusta de su rostro le provocarían escalofríos a cualquiera. No había que ser una persona frágil y desprotegida para eso. Mucho menor ser un terrano.
Estaba más que claro que Edna sabía y comprendía cómo se sentía Anne, pero le hubiese gustado que la chica le diese un voto de confianza y se lo dijera. Aunque ese pensamiento era totalmente opuesto a lo que pensaba la mayor parte del tiempo; ella no quería tener una relación muy profunda con la chica pero a veces le ganaba su lado bueno (el cual, había descubierto hace poco, era más grande de lo que pensaba) y quería saber todo sobre Anne, protegerla y cuidarla como si fuese algún miembro de su familia. Realmente, todo lo que rodeaba a la chica eran puras contradicciones.
Y, a pesar de que quería que Anne le contara lo que pasaba, que confiara en ella, no le dijo nada (no le convenía hacerlo de todas formas).
—Voy a decirles a los chicos que estas bien, que sólo te sientes… indispuesta. —Se puso de pie y dio unos cuantos pasos hacia la salida— Deberías recostarte un rato, para que te recuperes. Cualquier cosa que necesites, ya sabes donde buscarla. Ah, otra cosa, voy a salir con Luke y Cecil, así que es probable que regrese a casa un poco tarde.
Después de eso, salió de la habitación.
***
Anne se sintió mal cuando vio a Edna salir de su habitación con aquella extraña expresión en el rostro (era una mezcla entre decepción y enfado por sentirse de esa forma). Quería contarle lo que sentía pero creía que Edna no iba a entenderla y que luego le contaría todo a Luke. No por nada era casi su madre y ella era sólo una intrusa que había llegado a desbaratarlo todo.
Además, ¿qué iba a decirle? Ni ella misma sabía cómo se sentía, por lo que expresarlo con palabras era algo realmente difícil, por no decir imposible. Luke le hacía sentir tantas cosas y todas ellas tan contradictorias que la mareaban y confundían. Y explicárselo a Edna empeoraría las cosas. No. Lo mejor era fingir que nada le pasaba y tratar de reprimir las ganas de huir que sentía cada vez que él estaba cerca.
Anne se puso de pie al poco rato de escuchar la puerta de entrada cerrarse. Edna ya se había ido con Luke y Cecil por lo que ella ya no tenía que quedarse encerrada en esa habitación fingiendo un malestar que no sentía delante de alguien que ya no podía verla. Estaba sola, y aunque eso antes le daba pánico, ahora la hacían sentirse bien, tranquila.
Quizás se debía al hecho de que había estado cerca, demasiado cerca, de la única persona que la aterraba más que una solitaria casa en el oscuro Hellaven.
Salió de la habitación sin siquiera calzarse las zapatillas de andar por casa y se encaminó hacia la cocina a través de los amplios pasillos. Esa casa era enorme y tenía un montón de puertas y pasillos a los cuales no se adentraba por miedo a perderse. Quizás el tamaño de la casa era una compensación por el hecho de que era de un solo piso, como todas las casas del lugar. Pero, de todas formas, a ella eso no le importaba en lo absoluto porque el tener que pasarse los días enteros encerrada en ese lugar no la ayudaba a verla de buena forma. Era como una cárcel, la única diferencia era que aquí tenía todas las comodidades del mundo y en un calabozo no.
Cuando Anne llegó al recibidor, empezó a sentirse incomoda. La temperatura del lugar había subido notablemente por lo que el grueso abrigo que llevaba sobre el sweater le molestaba. Se lo quitó y se lo amarró alrededor de la cadera; estaba segura de que esa agradable temperatura no iba a durar mucho tiempo por lo que era bueno tenerlo a la mano. Siguió caminando, esta vez doblando a la izquierda por ese pasillo y entró por la primera puerta que encontró.
La amplia cocina, con su mobiliario en madera oscura, su brillante encimera de mármol blanco y sus blancos y sencillos equipos de cocina aparecieron en su campo de visión. Aun le resultaba extraño ver un refrigerador y una estufa en ese lugar y no ver un microondas o un lavaplatos. Era raro pero, al parecer, de ese lado de la puerta sólo existían las cosas que los hombres realmente necesitaban. Los microondas, lavaplatos, televisión y demás electrodomésticos como esos, sólo servían para hacerle la vida más cómoda a la gente; para que la gente tuviese que trabajar menos. Ellos pensaban que si podías hacer algo con tu propio esfuerzo, ¿por qué tendrían que utilizar otro medio? Era una forma un tanto extraña de pensar, viniendo de personas que con sólo chascar los dedos conseguían casi todo lo que querían. Eso pensaba Anne.
Ella, como terrana al fin, pensaba que no había nada mejor que tener la facilidad de contar con recursos que te permitiesen terminar de una manera más rápida y eficaz tu trabajo. Para los terranos, el descanso era algo realmente importante. Para los hellavenianos, al parecer, no era de esa forma. Si ellos tenían que hacer algo, lo hacían, sin importar lo arduo, difícil y pesado que esto fuese; mucho menos sin importar el tiempo que les tomase. El punto era llevar a cabo su misión con su propio esfuerzo, con la menor cantidad de magia posible.
Y pensaban de esta forma porque así los habían educado. Desde pequeños les enseñaban que la magia era un don, era algo que dependía de sus capacidades físicas y que si ellos eran débiles, de esa forma sería su magia: débil e insuficiente. Y un hellaveniano débil era un hellaveniano incapaz de proteger su mundo. Y eso, para ellos, era lo más importante.
Anne entró a la cocina y se encaminó hacia el lugar en donde se guardaba la tetera; la sacó, llenó de agua y luego la puso sobre la estufa. Mientras el agua se calentaba, buscó la caja con los sobres de té y una caja de galletas azucaradas que le había llevado Cecil hacia unos días. Tomó una taza del escurreplatos y le puso una bolsita de té dentro. Echó galletas en un plato y esperó que el agua estuviese lista.
Cuando el té estuvo preparado salió de la cocina y se dirigió al salón principal de la casa. Dejó las cosas en la mesita de centro y al hacerlo, se fijó en que el libro que había estado leyendo ya no estaba ahí. Después de recogerse el cabello en una descuidada coleta alta y tomar unas galletas, salió del salón rumbo a la biblioteca ya que pensaba que Edna, o quizás Cecil, lo habían devuelto a su lugar.
A medida que se fue acercando al lugar, sentía que la temperatura iba aumentando hasta tal punto de que la hacían sentirse sofocada; y no había una razón lógica para eso. El Hellaven era frio, muy frio, y ella tenía que ponerse montones de ropa para no congelarse (y eso, que estaba dentro de la casa). Además de que nunca antes, en todas las veces que había caminado por ese pasillo, había percibido todo ese calor. Esa casa era un tempano de hielo, por lo que la fugaz idea que llegó a su mente de darse la vuelta y alejarse de ese infierno no estaba entre sus planes. Tenía que descubrir a qué se debía eso, aunque saliese chamuscada en el intento. Total, no tenía nada más interesante que hacer, y jugar al detective le parecía muy entretenido.
Remangándose el sweater, siguió caminando. Cuando llegó a la esquina del pasillo por el que andaba y dobló a la izquierda, vio una brillante luz dorada saliendo por debajo de la puerta de la biblioteca. O la luz estaba encendida, o Edna había conseguido su sol particular. Cualquiera de las dos era posible, teniendo en cuenta el extraño lugar en el que se encontraba.
Se acercó a la puerta y con ayuda del abrigo que tenía amarrado a la cintura tanteó el picaporte. No estaba caliente como ella suponía. “Interesante”, pensó. Abrió la puerta lentamente, tratando de hacer el menor ruido posible, y entró. La idea de un candente y brillante sol flotando en medio de la biblioteca (o por lo menos, una pequeña imitación) se desvaneció en el acto al ver que allí no había nada ms que estanterías, libros y una que otra mesa. Quizás Edna había hecho algún extraño conjuro para que ese lugar estuviese cálido. Como ella (Anne, porque ella dudaba que Edna fuese el tipo de mujer amante de la lectura) solía pasar mucho tiempo ahí…
Escuchó un ruido seguido por un siseo, como el que se hace cuando alguien maldice por lo bajo. Allí había algo, o alguien, y eso era lo que estaba provocando todo ese bochorno. Se acercó sigilosamente al lugar de donde ella creía que había provenido el ruido, ignorando por completo la primera regla que Edna le había puesto (Nunca, por ningún motivo, atentes contra tu anonimato. Recuerda que nadie tiene que saber de tu existencia porque de lo contrario, estamos todos jodidos) y lo que vio la dejó sin palabras y sin respiración.
Su corazón empezó a tamborilearle en el pecho a un ritmo que la mareaba y la sofocaba. Empezó a retroceder, presa del terror, con sus piernas temblando como la gelatina y en su intento de huida, chocó contra una de las mesas que habían detrás de ella, llamando la atención de quien se encontraba en la biblioteca recogiendo el libro que se le había caído. Justo en ese instante, Anne podía jurar que su corazón se detuvo. Un gimoteo salió de sus labios y siguió retrocediendo.
Los fríos ojos de su acompañante se posaron en ella y el calor que había en el lugar se hizo más y más fuerte, más insoportable. Anne trató de salir corriendo en el mismo instante en el que sintió esos ojos sobre ella pero él, rápido como una exhalación, se colocó frente a ella y la pegó de la pared sosteniéndola fuertemente por el cuello.
“Me va a matar, me va a matar”, pensaba ella una y otra vez al borde del llanto, mientras él la miraba con esos hermosos pero mortíferos ojos grises. Su rostro estaba transformado y oscurecido gracias a la mueca de desprecio que le dedicaba. Dios, podía sentir el odio y la repulsión emanando de cada poro de su piel junto con el calor; ese fuertísimo calor que la había impulsado a entrar a la biblioteca aun cuando su sentido común le había gritado que saliera corriendo, que se alejara.
Luke cerró los ojos en un claro gesto de que se estaba conteniendo las ganas de matarla allí mismo, pero no aflojó el agarre que ejercía sobre su cuello, al contrario. Empezó a respirar profundo para calmarse y en el acto, el delicioso olor dulzón de la piel de Anne se filtró en él, recorriendo todo su ser, grabándose en él. Mareándolo. Haciéndole sentir más odio y ganas de estrangularla.
Abrió los ojos y se fijó en que sus brillantísimos ojos azules estaban cargados de terror y lagrimas y de que sus mejillas estaban arreboladas debido al asfixiante calor que él desprendía. Tan afectada estaba que, incluso, estaba respirando agitadamente, a través de sus labios ligeramente abiertos. Su frente estaba perlada de sudor y unos cuantos mechones rebeldes de su corta cabellera oscura se pegaban en ella.
Con un extraño sentimiento de curiosidad, siguió el recorrido de una gota de sudor que decencia desde su frente hasta perderse en el cuello de su sweater y gracias a esto se fijó en que tenía el rostro lleno de pecas. Hermosas pecas rojizas que se confundían con el rojizo color que estaba tomando su piel.
Dios santo, él estaba a un solo paso de matarla y ella ni siquiera se quejaba. Tampoco se había desmallado lo cual era aun más extraño. Cuando el alzó la vista se fijó en que los ojos de la chica, a pesar de estar abnegados en lagrimas, ya no lo miraban con terror. Ahora parecía como si estuviese esperando que él se decidiera entre matarla o dejarla vivir. O como si estuviese viendo la cosa más maravillosa de todo el mundo. La cosa más hermosa y mortífera, para ser más exactos.
La soltó rápidamente, como si de repente el contacto con su piel lo hubiese lastimado, y se alejó de ella. Anne se deslizó hasta el suelo y se quedó sentada allí, tosiendo y respirando agitadamente, tratando de calmarse. No, no había sido fascinación lo que había visto en esos ojos. Era la resignación ante el hecho de que iba a morir, posiblemente carbonizada, por el que se suponía que no debía ponerle ni un solo dedo encima.
— ¿Qué demonios haces aquí? — le preguntó de forma ruda, haciéndola encogerse aun mas en el suelo, con un molesto chillido de terror aflorando de sus labios.
Ella no le respondió. Estaba demasiado concentrada en llevarle aire a sus pulmones. Demasiado concentrada en no desmallarse allí mismo o, en su defecto, en no vomitar; el estar expuesta a tanto calor y tensión le habían revuelto el estomago.
Él volvió a repetirle la pregunta, más molesto de lo que ya estaba porque no le gustaba tener que decir las cosas dos veces y a ella no le quedó más remedio que responderle. Era eso, o acortar aun más su vida.
—Vi-vine… vine por un libro. No sabía q-que estaba aq-quí. — su voz salió más trémula de lo que hubiese querido pero no pudo evitarlo. Todavía estaba terrada, incluso de lo que había sentido cuando lo vio recorrer su rostro con unos ojos cargados de interés. Y por mas que se repetía a si misma que no debía mostrarse débil ante él, su cuerpo no la ayudaba a lograrlo.
Luke, sorpresivamente, se sintió molesto de que ella lo tratase de usted y de que le tuviese tanto miedo. En primer lugar no era tan mayor, apenas le llevaba siete años. Lo segundo era que la aborrecía y la trataba de una forma un tanto ruda, era cierto, pero eso no lo convertía en un monstruo de historia de terror. O por lo menos eso creía él.
—S-se suponía que saldría con-con Edna y que…— no continuó. La forma en la que la había mirado le provocó escalofríos. Se encogió más en su lugar, quizás, buscando fundirse con la pared.
—Y por eso saliste. Te hiciste la enferma para que nos fuésemos y así poder quedarte sola en la casa. Querías hacer y deshacer a tu antojo, ¿verdad? — su voz fue serena, pero estaba cargada del más puro y cortante odio.
Negó frenéticamente con la cabeza. Quería decirle que ella no era así pero sabía que no valía la pena gastar sus energías tratando de convencerlo. Él, de todas formas, no le creería.
Luke se acercó a la silla en la que había dejado su chaqueta (negra, como todo lo que llevaba encima) y se la puso con toda la calma del mundo. Como si una temerosa y agazapada Anne no lo estuviese mirando.
—No te creo. Pero, de todas formas, eso no importa; tienes a Edna y a Cecil comiendo de tu mano. Sólo te advierto una cosa— se acercó a ella y la miró desde su posición. A Anne le pareció aun mas alto e imponente de lo que era; como un rey dándole un ultimátum a sus súbditos— si le dices algo de esto a cualquiera de los dos, puedes estar segura de que haré que te arrepientas el resto de tu corta existencia, terrana.
Y dicho esto, salió de la biblioteca, dejando una estela de frialdad a su paso. A los pocos minutos, cuando Anne sintió un escalofrío recorrer su columna, supo que él ya había salido de la casa.
Ahora todo estaba helado. Y su té, de seguro, no sería la excepción.
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Notas de la autora: si, ya sé que este capitulo quedó demasiado largo (17 paginas de word) pero no habia forma de cortarlo sin que se perdiera la escencia del mismo. Si tienen dudas, por favor pregunten. Y si encuentran algun error, por favor, comuniquenmelo. Se los agradecería mucho.
Besos.
2 Estrellas:
"En La Tierra las personas solían matarse entre sí, muchas veces, por cosas sin importancia y otras sólo por el placer de matar. Para ver la sangre correr. Para sentirse superiores, poderosos. Empuñaban un arma con el mismo orgullo y placer con el que cargaban a sus hijos, con el que abrazaban a sus seres queridos, y despojaban a otro ser de su vida sin remordimientos. Y si los llegaban a atacar en algún momento de su miserable existencia, decían que habían matado a otro ser humano por un bien mayor, aunque este hubiese sido el más ruin y asqueroso de todos."
Amé este párrafo.
Sobre la historia. Bien, me gusta. Sigue poniendose interesante. Estuvo buena toda la parte de la profesía, y las descripciones de los días de Anne en Hellaven. Me parece que el lugar físico, en entorno, estan muy bien plasmados. son imágenes y sensaciones vívidas.
En cuando a los Hellavenianos, Luke es el único al que percibo como tal. Los otros son demasiado humanos. Me parece que su esencial diferencial se perdio hace rato y nunca volvio. Les falta ese algo escalofríante, un dejo de temerarios... caracter. Se volvieron muy "mas de lo mismo".
Fijate.
El resto me encanto.
¡Besos, esposa!
xD
Tu sigues teniendo problemas con los hellavenianos, y quizas sea culpa mia por no hablarte mucho sobre ellos (en realidad no pued abundar mucho sobre ellos en la historia de momento debido a que me cambiaria toda la trama).
Debo decirte que no puedes tener una idea fija sobre como son. Ellos son personas que siempre tienen un motivo para hacer las cosas. No siempre son buenos, aunque parezcan serlo.
Lo que quiero decir es que aunque veas la "real" apariencia de alguien, te aseguro que no lo estas haciendo. Cada uno de ellos, frente a Anne, es como un actor que lo unico que quiere es, podria decirse, congraciarse con la invitada.
Sobre Luke, puede decirse lo mismo. Su personaje es mucho mas complejo. Y su actitud hacia con Anne se basa más en su odio hacia los terranos (sentimiento que no sabe de donde viene) que hacia la propia Anne.
No sé si te he enredado; ahora mismo estoy un poco enredada xD.
Pero, a pesar de todo, yo tomo nota de todo lo que me dices porque tus criticas siempre son constructivas y no meres "me gusta, continuala pronto".
¡Te quiero, esposa!
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