La Premonición

Capítulo 9

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Alianza


Después de todo por lo que había tenido que pasar en el salón, Anne quedó agotada. Se sentía como si toda su fuerza y resistencia física hubiese sido drenada, dejándola a ella débil y temblorosa. Se puso de pie con algo de esfuerzo, ignorando a Luke que todavía seguía en el suelo, mirándola con una clara expresión de desconcierto. Apenas logró dar dos pasos, antes de caer desmayada al suelo.

Cuando logró abrir los ojos, estaba recostada sobre la cama, cubierta con la sabana. Un fuerte y punzante dolor en el brazo izquierdo la golpeó cuando trató de levantarse, haciéndola soltar un quejido; inmediatamente se sostuvo la muñeca izquierda con la mano derecha, como si de esa forma hiciese que le doliese menos. No lo logró.

—Era justo que despertaras. —Escuchó que alguien decía.

Giró la cabeza para buscar al dueño de la voz por toda la habitación, y lo encontró saliendo de una esquina, caminando hacia ella con calma. Estaba oscuro, ni siquiera la luz de la luna se colaba por la ventana, pero ella podía verlo claramente; Luke parecía resplandecer en la oscuridad. Era como si cientos de luces diminutas lo enfocasen, para que ni siquiera en la oscuridad te vieses privada de su tormentosa belleza.

— ¿Cuánto tiempo llevó dormida? —preguntó. Su voz sonó algo ronca, como si hubiese estado mucho tiempo en silencio.

—Todo el día. Al parecer, lo que sea que te pasó, te dejó exhausta. Pude haberte despertado, pero preferí dejarte dormir. Parecía que lo necesitabas.

Ella miró hacia otro lado, tratando de esconder el creciente sonrojo que había coloreado sus pecosas mejillas. Aunque estaba oscuro, ella estaba segura de que él podía verla perfectamente.

—Gracias.

De pronto, las lámparas que estaban en las mesitas de noche a cada lado de la cama, se encendieron inundando el lugar con su cálida luz dorada. Luke se sentó en la cama al lado de ella, y Anne sintió el deseo de salir corriendo. Ellos dos nunca habían estado tan cerca el uno del otro, excepto aquella noche, en la que ella se había atrevido a tomarlo del brazo.

Esa vez él había reaccionado con furia, amenazándola para que nunca volviese a tocarlo o acercarse a él. Ahora, era él el que se acercaba a ella, como si entre ellos dos las cosas no estuviesen lo suficientemente tirantes como para hacerla sentir incomoda. Como si entre ellos dos no estuviese flotando la duda de si ella estaba hechizada o no.

Anne giró la cabeza y se fijó en su acompañante, sintiéndose curiosa de pronto. Quería saber qué hacía él ahí y por qué estaba tan cerca de ella. Pero no se atrevió a externar sus dudas; sólo lo miraba, como si de esta forma pudiese encontrarle respuestas a sus preguntas.

Luke, ajeno a las emociones y pensamientos de la chica, estiró las manos y tomó con delicadeza el brazo izquierdo de la joven, acercándolo un poco a él. Lo examinó y le dio un ligero masaje desde el codo hasta la punta de los dedos; Anne exhaló un quejido de dolor cuando sus dedos hicieron una leve presión sobre su muñeca, afirmándole que esa era la parte que se había lastimado.

Luke hizo un movimiento circular con la mano derecha, que era la que tenía libre, y una pequeña caja blanca apareció sobre la cama. Cuando Luke estiró la mano hacia ella, esta se abrió, permitiéndole a él sacar lo que necesitaba de su interior.

—Al parecer, anoche, cuando te desmayaste, te golpeaste con la mesita. —le dijo mientras le aplicaba un poco de ungüento sobre la muñeca. No la miraba (contrario a Anne, que tenía sus ojos fijos en él y en cada movimiento que hacía), sólo se limitaba a ver lo que estaba haciendo. Anne no supo si fue una alucinación suya, pero le pareció percibir una ligera nota de pesar en su voz, como si realmente le apenase que eso hubiese pasado. —No me había dado cuenta. De haberlo hecho, te hubiese vendado la muñeca antes, y no te hubieses despertado a causa del dolor.

— ¿Us-usted me trajo hasta aquí? — le preguntó, dudosa.

—Por supuesto. ¿Quién más iba a hacerlo? — le respondió con calma, con el sarcasmo totalmente ausente de su voz.

La imagen de Luke llevándola entre sus fuertes brazos apareció en su mente, acentuando aun más el rosado de sus mejillas, y alterando el ritmo de los latidos de su corazón. Ella estaba realmente sorprendida de que él no lo estuviese escuchando en esos momentos; o sintiéndolo a través de la muñeca que aun sostenía.

—Gracias. —Volvió a decirle.

—No tienes por qué agradecerme. Lo hice porque no podía dejarte tirada en medio del salón.

Anne, a pesar del tono en el que él le había respondido, se sintió realmente agradecida; no solamente por haberla llevado hasta su cama y haberle vendado la muñeca, sino también por todo lo que había hecho por ella la noche anterior.

Ella no lo recordaba todo con exactitud, pero el sonido de su voz, suave y tranquilizador, diciéndole que todo iba a estar bien, se había grabado a fuego en ella. Estaba segura de que nunca iba a olvidarse de esas palabras y de que se iba a aferrar a ellas como un naufrago a la orilla en los momentos en los que su voluntad y resistencia flaqueasen.

Luke le aseguró bien la venda en la muñeca con unos clips, y luego hizo el ademan de ponerse de pie y poner varios metros de distancia entre ellos, como siempre. Anne se lo impidió poniendo una mano sobre su antebrazo derecho. Luke se estremeció ante su toque.

—Después de todo lo que ha pasado, me he dado cuenta de algo muy importante: usted es realmente una buena persona. — él le dedicó una mirada cargada de confusión. — A pesar de todas las cosas malas que me ha dicho y hecho, me ayudó anoche; incluso se tomó la molestia de hacer esto por mí, — levantó el brazo vendado, para que él lo viese, como si esa fuese la prueba irrefutable de un hecho— aun cuando yo no se lo pedí. Por eso le estoy realmente agradecida.

Le dedicó una sonrisa cargada de sincero agradecimiento, y lo soltó. Él la miró durante unos instantes, claramente desconcertado, pero después salió de la habitación sin decir una sola palabra, y sin siquiera dignarse a darle una última mirada. Anne se recostó nuevamente sobre la cama, con una enorme sonrisa en los labios. Había dejado a Luke sin palabras, eso era nuevo; y, realmente, le encantaba.



***


“Esa chica es extraña, muy extraña”, no podía dejar de repetirse a sí mismo, mientras se dirigía a la cocina.

Luke, que siempre había sido apartado y odiado por todo el mundo, se sentía realmente extraño en esos momentos, en los que las palabras de la joven repiqueteaban en su cabeza como pelotitas de ping-pong. Se sentía incomodo, nervioso, como si estuviese en medio de un salón y todos los ojos estuviesen puestos en él. Hacía años que no se sentía de esa forma, y realmente estaba molesto por sentirse así.

Al principio, cuando Anne huía de él y le dedicaba miradas cargadas de miedo y odio, él pensaba que todo estaba bien. Eso no significaba que le gustase que las cosas fuesen de ese modo, pero le hacía sentir que, a pesar de que ella era una terrana y él estaba viviendo en una extraña pesadilla, las cosas eran igual que siempre. Cuando se dio cuenta de que Anne ya no le tenía tanto miedo, y de que sus brillantes ojos azules lo miraban llenos de desafío, empezó a sentir que todo estaba mal.

Fue justo en ese momento en el que se dio cuenta de lo peligrosa que era la chica.

Había tratado de huir, de hacerse a un lado, de ignorarla por completo, pero siempre, siempre, terminaba enredado en una situación que tenía como protagonista principal a Anne. Y esas situaciones tenían como resultado que Anne se acercase cada vez más a él. Antes ella no se atrevía ni a hablar cuando él estaba cerca; ahora incluso lo tocaba, sin preocuparse siquiera de lo que él pudiese hacerle por esto (no es que él fuese a hacerle algo, realmente).

Maldijo a Edna por lo bajo. Si ella no le hubiese hecho jurar que no le haría nada a la chica, nada de eso hubiese pasado y él no estaría rompiéndose la cabeza y recriminándose a sí mismo por cosas que no había hecho. Él no estaría preocupándose a cada momento sobre lo que hacía o no hacía la chica, o sobre lo que ella realmente pensaba sobre él.

O si estaba enamorada de Cecil, le dijo una molesta vocecita en su cabeza, esa que se parecía a la de Edna.

Cuando llegó a la cocina, se quedó parado en el umbral de la puerta, preguntándose por qué había ido hacia allí. Él, que nunca había sido distraído antes, estaba haciéndose esa pregunta, mientras miraba a todos lados como si no supiese que hacer. Profirió un bufido cargado de molestia y se dirigió hacia el salón. Se sentó en su sillón favorito cerca de la ventana, tomó el libro que descansaba sobre la mesita a su lado, y se dispuso a leer.

Allí, en uno de sus lugares favoritos de toda la casa, se sintió como él mismo y no como una proyección de su persona. Estaba solo en el salón, con el crepitar de las llamas como música de fondo. La vista a través de la ventana era hermosa e inspiradora; el acompañante perfecto para una persona que disfrutaba de la vista y el ambiente. Tenía todo lo que necesitaba para sentirse bien. Pero, por alguna razón, sintió que algo no estaba del todo bien. Algo faltaba.

La puerta del salón se abrió a los pocos minutos y Anne apareció tras ella con gesto dubitativo, como una niña escapándose de su habitación después de haber sido castigada. Miraba hacia todos lados, obviamente verificando si él estaba por los alrededores, y cuando estuvo segura, entró. No había dado ni cinco pasos cuando lo localizó, aun sentado en su esquina favorita, mirándola fijamente.

—Lo siento, no sabía que estaba aquí. —le dijo desde su posición. No se atrevía a acercarse a él.

— ¿Por qué me hablas de “usted”? — preguntó abruptamente. Le molestaba cada vez que ella se dirigía a él de esa forma, pero no iba a decírselo. —Me haces sentir como si fuese un anciano.

—Lo siento, es sólo que siento que es la forma… correcta en la que tengo que hablarle.

—Deja de hacerlo. No me gusta. — su voz fue tajante, impregnada de autoridad.

Ella le dirigió una mirada dubitativa, pero después sonrió; se le había ocurrido algo y quería ver si funcionaba.

—Está bien. Entonces, ¿cómo debería llamarle?

—Por mi nombre, por supuesto. —él no la miraba. Se había dado la vuelta y se había puesto a leer el libro que tenía sobre las piernas. O por lo menos, a intentar hacerlo.

—Lo llamaré por su nombre no porque me lo pide, sino porque usted ayer me llamó por el mío. — se sentó en el sofá, no muy lejos de donde él estaba.

—Yo no…

—Sí, sí lo hizo. —él iba a replicar, aun sabiendo que no tenía la razón, pero ella no lo dejó. —La verdad es que no me molestó que lo hiciera, al contrario. Quería que dejase de referirse a mí como “la terrana” ya que siempre que usted lo dice sale cargado de odio. En cambio…

—En cambio nada. Te llamé por tu nombre porque no reaccionabas de otra manera. No vayas a pensar que lo hice por nada en especial.

Anne sonreía, a pesar de todo. Estar teniendo esa discusión tonta con Luke le causaba mucha gracia. Luke no parecía el tipo de persona que discutiría contigo aun sabiendo que estaba equivocado. Mucho menos por una nimiedad como esa.

Él, al parecer, se dio cuenta de que toda esa situación le divertía a sobremanera, ya que le dedicó una mirada desdeñosa. Anne no se sintió ofendida, mucho menos molesta.

—Ya sé que no lo hizo por nada en especial. —Suspiró— Además, no era una ocasión muy agradable que digamos. Estoy segura de que lo hizo porque no le quedaba de otra.

Ella decía estar segura, cuando ni él mismo sabía por qué razón había salido su nombre tan fácil de sus labios.

—Ha-hablando de eso…—dudó. Realmente quería saber lo que había pasado, pero temía escuchar su respuesta. — ¿Tienes alguna idea de por qué pasó eso?

Él dejó el libro sobre sus piernas, rindiéndose al fin ante el hecho de que no iba a poder leer nada, y le respondió sin siquiera mirarla. Era más fácil hablar con ella cuando no lo hacía.

—No, no tengo ninguna. Al principio tenía la impresión de que el collar te estaba haciendo eso pero… pero después recordé que fue Cecil el que lo hizo. Él no ha hecho una mala transmutación nunca. Nunca. Ni siquiera cuando estaba comenzando. Transmutar para él es casi como respirar, por lo que deseché la idea inmediatamente.

—Entonces… seguimos sin saber por qué pasó eso. Seguimos teniendo como única opción la magia.

—Nadie te ha hechizado, ya te lo he dicho miles de veces. —le dijo en tono cansino.

—Es eso o nada. Y prefiero pensar que estoy hechizada a pensar que hay algo malo en mi… o en nosotros. —su voz flaqueó al final, pero él igualmente la escuchó.

— ¿En nosotros? —Dijo él con sorna— A mí no me incluyas, que antes de que llegaras yo estaba muy bien.

Ella se acercó a él, dispuesta a demostrarle que no era cosa suya solamente. Pasaba algo entre ellos cada vez que se tocaban, algo tan fuerte y claro que ella casi pudo verlo la noche anterior. Pudo sentirlo recorrer cada rincón de su ser, sacándola de ese estado de aturdimiento en el que había quedado. Y sabía que él podía sentirlo, sabía que no era algo unilateral, y se lo iba a demostrar.

Luke, cuando la vio caminando hacia él con una desafiante expresión en su rostro, sintió miedo. Sí, miedo. Él, que había pasado por tantas cosas, y que había visto otras tantas, le tenía miedo a una simple terrana que apenas y le llegaba a la altura de los hombros.

Antes de que se diera cuenta, Anne ya estaba en frente de él, con toda esa ancha ropa que usaba y el vendaje en su mano izquierda. Ella se acercó más a él, sus rostros a sólo unos pocos palmos de distancia, sus manos apoyadas en los reposabrazos del sofá; él no pudo evitar echarse para atrás, tratando de alejarse de ella. Pero estaba acorralado entre el sofá y la chica, y la sensación realmente no le gustó. No le gustaba sentirse prisionero; eso le traía malos recuerdos de su infancia.

Una fuerte sensación, como de una descarga eléctrica, recorrió cada centímetro de su cuerpo, sacándolo de su letargo. Anne estaba recorriendo la piel desnuda de su brazo izquierdo con su índice derecho, totalmente concentrada en lo que hacía. Él alzó los ojos para mirarla, incapaz de hacer algo más, y se dio cuenta de que la chica tenía las mejillas arreboladas, como si tuviese fiebre. A pesar de su fría calma, su atrevimiento también le estaba afectando a ella.

Se fijó también en las pecas, esas manchitas rojizas que habían llamado su atención aquella vez que la había acorralado en la biblioteca de la casa de Edna. Su cabello castaño, que antes apenas si le rozaba los hombros, caía un poco más debajo de estos en húmedos mechones, que gracias a la luz de la chimenea tenían un hermoso color caoba.

Ella alzó la mirada y la fijó en los glaciales ojos grises de Luke. Él se sorprendió al darse cuenta de que los ojos de la chica eran muy claros y brillantes, de un color azul que él nunca había visto antes. Y se quedó sin aliento cuando la palabra “hermosa” cruzó por su cabeza, rápida como un torbellino.

Él pensaba que ella era hermosa, ¡que una terrana era hermosa! Sí, definitivamente, la chica tenía razón. Uno de los dos estaba hechizado y lo más probable era que fuese él.

Anne le dijo algo, pero él, aun presa del asombro, no la entendió.

— ¿Qué?

—Que me toques—le dijo con insistencia, mientras levantaba el brazo para que él la tocase. Otro pensamiento pasó por su cabeza, totalmente diferente de lo que ella le estaba diciendo. — ¿Quieres hacer la prueba o no?

Él no quería hacer nada más que acortar la poca distancia que los separaba y besarla.

¿Besarla? ¡Te estás volviendo loco!, le dijo una vocecita en su cabeza. Tú nunca querrías hacer algo como esto. ¡Estas hechizado! Él había llegado a esa conclusión hacia tiempo.

Haciendo un esfuerzo, y mirando a otra cosa que no fuese ella o sus carnosos y rosados labios, se esforzó en decir:

—Yo ya te toqué, ¿se te olvida? Te puse las vendas esta mañana.

—Sí, pero en esa ocasión yo tampoco sentí nada. En cambio ahora…

— ¿Ahora qué?

—Ahora ambos sentimos lo mismo. —Mala elección de palabras, pensó Luke.

Él necesitaba que ella le hiciese ignorar la voz en su cabeza que lo empujaba a hacer algo que no quería (¿realmente no quería hacerlo?) pero ahí estaba ella, empujándolo también.

—Yo no siento nada.

— ¡Oh, por favor! ¿Por qué tienes que ser tan terco? Yo estoy aquí, junto a ti. Te estaba tocando hace un instante y sentí como te estremeciste cuando lo hice. ¡No niegues lo que es evidente!

— ¿Y qué se supone que es evidente? —ella se mordió el labio inferior, y él reprimió una maldición.

—Que ambos estamos hechizados. —dijo con más calma. — O por lo menos yo lo estoy.

— ¡Eso es estúpido! —ella se cruzó de brazos, visiblemente molesta.

— ¿Tienes una mejor respuesta? Sí es así, me gustaría escucharla. Realmente me gustaría.

¿Cuándo se habían intercambiado los papeles y había dejado de ser él el cazador para convertirse en la presa? Con un gruñido y una evidente expresión de enfado en el rostro, le respondió:

—No, no tengo ninguna. Pero eso no significa que estés o estemos hechizados. Aquí, de los dos, el único que hace magia soy yo, así que yo sé lo que es un hechizo y lo que se siente al estar hechizado.

A ella no pareció gustarle mucho su respuesta, pero no replicó. Incluso se alejó de él y se sentó en el sofá, lo más lejos posible de él. Sólo en ese momento, Luke pudo respirar con tranquilidad. Al hacerlo, se percató de que el olor a caramelo que siempre acompañaba a Anne no estaba, y por un breve instante (uno muy, muy breve) él lo extrañó.

—Supongo que tienes razón. —Musitó, abatida, encogiéndose en su posición sobre el sofá. — Tú sabes de esas cosas más que yo; si dices que no es magia, entonces no es magia.

Luke se puso de pie, poniéndole fin a la conversación con este gesto. Anne no le dijo nada, sólo se quedó sentada en el enorme sofá, pensando, como siempre. Él caminó hacia la salida, sin decirle una sola palabra de consuelo. No quería entablar mas relaciones con la chica, suficientes problemas tenía con lo poco que se habían relacionado hasta el momento.

Al salir del salón, se encontró con Cecil en el vestíbulo, apoyado de la puerta de entrada con una expresión seria en el rostro. Luke se sorprendió, pero no dijo nada; ni siquiera demostró su sorpresa. Cecil siempre había aparecido y desaparecido de su casa cuando le había venido en gana, aun cuando él le decía que no lo hiciese. Al parecer, ni siquiera porque estaba enojado con él, iba a dejar esa vieja costumbre.

Cecil no decía nada, sólo miraba a Luke como si este fuese el causante de todos los males del mundo. Luke no podía comprender su odio, por más que se esforzaba en hacerlo.

Cecil, normalmente, no era una persona rencorosa (o por lo menos eso había pensado él, que creía conocerlo lo suficientemente bien como para atreverse a hacer esa afirmación). Era bueno, amable, quizás algo molesto e infantil, pero nunca una persona capaz de mirar a otra con todo el odio con el que miraba a Luke en esos momentos.

Sí él había pensado que iba a tener a Cecil a su lado toda la vida, se había equivocado rotundamente.

— ¿No vas a preguntarme qué hago aquí? — cuestionó Cecil desde su posición, con un tono de voz cargado de sorna.

—No hay necesidad. Sé perfectamente por qué estás aquí: la terrana.

Cecil se movió de su lugar y se acercó lentamente a él, como un depredador a punto de atrapar a su presa.

—En realidad, vine porque…

Luke nunca supo cual fue el verdadero motivo de su visita. Había sentido un fuerte dolor seguido por el golpe producido al caer estrepitosamente al suelo. Escuchó voces, gritos más bien, pero no lograba entender lo que decían, mucho menos saber quiénes eran los dueños de los mismos. Estaba aturdido, la cabeza le dolía como si lo hubiesen golpeado fuertemente con un mazo y no podía ponerse de pie. Trató de hacerlo varias veces, pero su cuerpo no parecía reaccionar a las órdenes enviadas por su embotado cerebro…

Cuando despertó, estaba tendido sobre su cama, sintiéndose igual o peor que antes. Todo el lugar estaba helado y oscuro y no había rastro de Cecil o de Anne por ningún lado. Trató de levantarse, pero obtuvo el mismo resultado que antes. Ahogó una maldición. Sentirse débil y desprotegido no era una de las cosas que más le gustase.

Escuchó pasos y la puerta se abrió a los pocos segundos. Anne entró a la habitación con un pequeño recipiente en las manos. Su mirada se volvió hacia donde estaba la cama, y al darse cuenta de que él la miraba, casi le da un ataque; el recipiente por poco sale volando de sus manos.

Rápidamente lo dejó sobre la mesita de noche más cercana y se acercó hacia él, con una clara expresión mezcla de preocupación y alivio, en el rostro.

— ¡Gracias a Dios estás despierto! Pensé que no ibas a despertar nunca.

— ¿Qué pasó? — preguntó simplemente, ignorando el hecho de que el interés de Anne hacia él lo confundía.

Anne dudó antes de responderle, con voz trémula:

—Cecil te atacó. —él no dijo nada, pero Anne, por su expresión, supo que le costaba creer en sus palabras. — Se puso como loco cuando vio mi mano vendada. Él pensaba…

—Pensaba que yo lo había hecho, ¿verdad? —ella asintió lentamente. Él maldijo por lo bajo. Trató de sentarse y Anne se acercó rápidamente a él dispuesta a ayudarlo; él no se lo impidió.

—Lo siento mucho. Por mi culpa estás así. —le dijo con pesar. — Pero no te preocupes, yo le hice entender a Cecil que esto no era tu culpa. Le dije que me había roto la muñeca por su culpa.

— ¿Qué? —preguntó, alarmado, casi en un grito.

—No me quedaba de otra. Él no quería creerme. Así que tuve que decirle que esto era, posiblemente, su culpa. Culpa del collar, en realidad.

— ¡Pero Cecil no es culpable de nada!

— ¡Eso no lo sabes! Además, tú tampoco eres culpable y mira como terminaste. —Su voz tenía el mismo matiz que el de las madres cuando regañan a sus hijos.

—Pero…

—No vale la pena que sigas discutiendo. Yo ya le dije eso y él ya lo entendió. O eso creo. —había duda en su voz. — Ahora lo importante es que descanses para que puedas estar bien pronto. Cecil me juró que no te había hecho nada que un buen descanso no pudiese remediar. Así que…

—Pero aun así dudaste de él— le reprochó, recordando lo que le había dicho al inicio de la conversación.

—Tenía derecho a dudar, ¿no? Después de ver lo que te hizo me asusté mucho. Cecil estaba muy, muy enojado. Iba a seguir atacándote si no se lo hubiese impedido. Yo… dudaba de que me hubiese dicho la verdad respecto a si ibas a despertar o no.

— ¿Estabas… preocupada? —no pudo evitar preguntar; la duda le estaba carcomiendo hasta los huesos.

—Sí, mucho. No sabes lo que fue salir del salón y ver a Cecil usar su magia en ti. Por un momento…—movió la cabeza de un lado al otro, como si de esa forma pudiese sacarse los malos pensamientos de la cabeza. — Nada. Como dije, lo importante ahora es que descanses.

Se puso de pie, tomó el recipiente que había dejado en la mesita de noche, y se encaminó hacia la salida. Le deseó buenas noches con una enorme sonrisa en los labios y luego salió de la habitación, llevándose toda la luz con ella.

1 Estrellas:

damaris dijo... @ 2 de diciembre de 2009, 22:17

dios mio!!!1
me a encantado
es la historia mas fantastica enserio es la mas interesante que e leido
dios no puedo esperar para el proximo capitulo
porfa escribe pronto

besos!!!

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