La Premonición

Capítulo 18

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El Oráculo



El Oráculo, uno de los lugares más tranquilos de todo el Hellaven, bullía en actividad esa noche. Nadhia había salido a tempranas horas de la mañana, acompañada de las jóvenes hermanas que solían estar con ella cada vez que tenía que realizar alguna actividad fuera del recinto. Camille, como su protectora y fiel asistente, iba a su derecha, vigilante de que nada ni nadie pudiese acercarse a la Madre más de lo necesario.

Cuando la Madre había vuelto a la casa, le había pedido a Camille que les avisase a las hermanas en entrenamiento que esa noche recibirían una nueva integrante y que tuvieran todo listo para su llegada. Las jóvenes, las cuales no podían hacer uso de la magia hasta que no fuesen presentadas en sociedad, tenían que limpiar y organizar la habitación que la recién llegada iba a utilizar, además de realizar las demás labores que tenían pautadas para ese día, todo eso sin magia.

Todo esto podía sonar sencillo teniendo en cuenta de que eran varias personas las que tendrían que llevar a cabo las tareas, pero al final no era así, mucho menos cuando a Nadhia se le ocurría algo nuevo por hacer prácticamente cada dos horas.

Las Hermanas en entrenamiento, eran las chicas recién llegadas a la Casa Dorada. Chicas que habían sido educadas en sus hogares debido a que no podían tener ningún tipo de contacto con el mundo exterior hasta que no llegase la hora de su presentación. Esa era una de las reglas principales para convertirte en una hermana; la más importante era tener la marca.

Cada niña que está destinada a formar parte de ese selecto grupo, nace con la mancha de una media luna grabada en alguna parte de su cuerpo. Se dice que la primera mujer que fue bendecida por los dioses con el don de la Premonición, la cual desempeñó el papel de Oráculo durante cientos de años, antes de morir marcó a su más devota y fiel sirviente con una media luna al tocarla en el cuello.

Desde ese momento, cada niña que naciese con esa marca, tendría que ser entregada al Oráculo a la edad de doce años, para ser entrenada para suceder a la Oráculo en turno cuando le llegase la hora y para servirle hasta que llegase la hora de su muerte en caso de no ser elegida.

Ya en la Casa Dorada, a estas niñas, que casi siempre no llegaban a ser más de diez por generación, se les asignaban tareas que tendrían que desempeñar aparte de tomar sus clases. Sus primeros años eran duros y agotadores, debido a que su entrenamiento no se basaba en cómo deslizarse por un pasillo sin que nadie lo notase o cómo impedir que cada uno de sus movimientos pusiese en peligro su tarea de mantenerse ocultas bajo sus ropas; eso ellas lo aprendían por experiencia propia, con el pasar del tiempo.

Ellas eran las encargadas de mantener al Oráculo a salvo, las que tenían que luchar hasta la muerte incluso en contra de la Guardia misma si era necesario, por lo que tenían que aprender los más horribles y sangrientos hechizos de defensa así cómo utilizar un arma blanca o cualquier objeto que pudiese servir como arma en caso de que se quedasen sin magia.

Ellas, a pesar de su apariencia, no eran mujeres fáciles de dominar y derribar. Flexibles y veloces debido a sus años de arduo entrenamiento, lograban escabullirse y moverse con una facilidad que les daba ventaja sobre sus enemigos. Ninguna de ellas desde el inicio del mundo, había sido bendecida con un Don, pero no era como si les hiciese falta. Si el Reino estaba seguro gracias a la Guardia, el Oráculo lo estaba gracias a las Hermanas.

Cuando las jovencitas, a la edad de veinte años, eran presentadas en la sociedad, lo hacían mediante una celebración a la cual asistían todos los hellavenianos, incluso algunos de otro Reino. El ritual consistía en la Madre dándoles su bendición y la bienvenida al mundo, con los asistentes al evento haciendo eco de sus palabras. Al final, después de que el Rey las aceptase y bendijese por igual, las jóvenes se bajaban las capuchas y mostraban sus rostros en público por primera vez en sus vidas.

Nadie nunca supo por qué razón tanto secretismo sobre la apariencia de las niñas, pero al final nadie se quejaba al ver sus hermosos y brillantes rostros por primera vez. Era algo dramático, algo que se habían convertido más en una celebración banal que algo realmente importante, pero a nadie, mucho menos a Nadhia, parecía importarle ese detalle.

—Madre, todo está listo para recibir a nuestra invitada—le comunicó Camille con una ligera reverencia.

Ambas estaban en el salón privado de Nadhia, la mujer recostada sobre un brillante sofá dorado, acariciando un peludo y adormilado gato color miel. Camille estaba de pie frente a ella y miraba la satisfecha expresión del rostro de la Madre con curiosidad. Nadhia estaba feliz, como un niño que después de haber pataleado mucho había conseguido comer dulces antes del almuerzo. Parecía haber cosechado todos los frutos que había sembrado con mucho esfuerzo. Quiso preguntarle, pero sabía que la respuesta que iba a recibir no iba a ser la que quería escuchar.

—Las cosas están tomando su rumbo, Camille. Habían tardado un poco pero ahora están tomando su curso. —Se sentó en el sofá teniendo cuidado de no molestar al gato en el proceso. —Nuestra invitada viene en camino, así que procura que pueda encontrar su ropa cuando llegue. Yo estaré en el Salón… meditando.

Camille asintió y esperó que Nadhia saliese del lugar para ella hacer lo mismo. Sabía que la mujer iría al lugar en donde guardaba las profecías en vez de ir al salón principal y también sabía que iba a revisar sus apuntes y a hacer algún cambio en ellos. Tenía demasiados años asistiéndola como para saber lo que esa expresión o la sonrisa en su rostro significaban.

Un escalofrío recorrió su espalda mientras pensaba en la última cosa que había pasado después de que Nadhia había lucido esa sonrisa. Ella esperaba que en esa ocasión, las cosas no terminasen tan mal.


***


Edna no le dio tiempo ni a llegar a la casa. La había estado esperando en el pórtico de entrada con los brazos cruzados frente al pecho y una dura expresión en el rostro. Su cabello rubio, extrañamente muy rizado y alborotado, parecía formar un halo alrededor de su rostro, lo que acentuaba aun más su fría expresión. Inmediatamente la había visto, se había acercado a ella a una velocidad que la había dejado sin aire durante unos instantes. La había tomado bruscamente por el brazo sin siquiera decirle una palabra y habían desaparecido juntas para luego aparecer en medio del salón de Luke; inmediatamente, sintió la mirada fija y seria de un Cecil que no parecía muy contento, quizás algo aliviado, pero muy lejos de su humor normal.

Luke no estaba por ninguna parte y ella tuvo miedo de preguntar su paradero. Es más, ella tenía miedo de respirar en presencia de esos dos hermanos que parecían estar esperando la más mínima reacción suya para actuar. Anne no pudo evitar pensar en lo aterradores que se veían en esos momentos, con sus ojos cargados de odio, brillantes de una manera casi antinatural debido al deseo de sangre; su sangre. Sus puños apretados, listos para golpearla ante el más ligero movimiento que hiciese.

Parecían los malos de una historia de suspenso y criaturas sobrenaturales, y ella estaba segura de que su cara y sus gestos eran los mismos que tendría la protagonista asustada de cualquier película de ese género.

Y estaba sorprendida de sentirse de esa forma porque desde el principio ella se sintió muy cómoda cerca de ellos. Pero el miedo que estaba sintiendo en esos momentos no parecía ser algo reciente, parecía tener siglos dentro de su cuerpo, encerrado bajo llave en algún lugar; parecía haber salido a flote, justo como las verdaderas caras de las personas frente a ella. Era una sensación muy extraña y particular, algo que nunca había sentido antes. Porque estaba segura de que nunca le había tenido miedo a algo o alguien y no haberse dado cuenta de ello.

Anne se encogió de miedo al sentir nuevamente la mirada de Cecil sobre ella.

—No parece muy adolorida—musitó recordándole a Anne un pequeñísimo detalle que se le había olvidado gracias a las rápidas acciones de Edna.

Se encogió aun más al pensar en lo que ellos podrían hacerle, por el simple hecho de que no era divertido verla bien y sana cuando Luke posiblemente aun permaneciese siendo un cubo gigante de hielo.

—Da igual. De todas formas, es un peso menos que tenemos que quitarnos de encima. Y no es como que yo estoy muy interesada en gastar mi magia en ella, así que…—Edna fijó su atención en Anne, sus ojos azules llenos de promesas muy, muy dolorosas para ella. —Tú vas a escuchar cada cosa que diga muy atentamente y vas a acatarlas por tu propio bien, ¿entendido?

Anne asintió rápidamente, aunque no comprendía lo qué estaba diciendo la mujer.

—Esta noche te voy a llevar al Oráculo porque la Madre me pidió que te llevase. Vas a comportarte y no vas a decir ni una sola palabra a menos que sea estrictamente necesario. Y espero que de esa linda boquita tuya no salga ni una sola palabra de lo que te hemos dicho o hecho hoy. Para ti tu estadía en el Hellaven ha sido como un paseo, ¿no estamos entendiendo?

Anne asintió varias veces.

—Así que, si te preguntan cómo te han estado tratando, —estiró la mano y acarició ásperamente la mejilla de Anne—tu vas a decir que nosotros hemos sido buenos y amables contigo. Y si alguien aparte de la Madre te pregunta quién te ha estado cuidando, ¿qué vas a decir?

Anne dudó unos instantes en responder, no sabiendo si ella debía responder la pregunta o no.

— ¿U-un nombre f-falso? —Edna sonrió y le dio un golpecito en la mejilla.

—Esa es mi chica. Ahora, ve a recoger tus cosas. Nos vamos en cinco minutos.

La joven se puso de pie y salió corriendo rumbo a su habitación. Se sintió tentada a abrir la puerta siguiente a la suya, que era la habitación de Luke, pero prefirió no tentar su suerte y dejar las cosas como estaban. Entró a su habitación antes de cambiar de idea respecto a lo de su compañero de casa, y se dispuso a recoger sus pocas pertenencias y a ponerlas de cualquier forma dentro de la pequeña maleta que había sacado de debajo de la cama.

Salió de la habitación en el mismo instante en el que Cecil salía de la de al lado, agarrando la maleta con sus manos, ignorando por completo la mirada rabiosa que Cecil lanzó en su dirección. Se encaminó hacia el salón con el corazón latiendo a toda carrera dentro de su pecho gracias al hecho de que Cecil caminaba detrás de ella, todo deseoso de utilizar su magia en ella de veinte maneras distintas, todas sangrientas y dolorosas. Y lo sabía por la mortífera expresión de su rostro. Parecía un animal salvaje, totalmente dispuesto a saltar sobre ella y atacarla con todo lo que tenía.

Ya en el salón, se acercó tentativamente hacia el lugar en el que estaba esperándola Edna. La mujer ni se inmutó ante su presencia, dándole un breve respiro a la angustiada jovencita. Anne se ajustó el largo abrigo, colocándose la capucha sobre la cabeza, más como una forma de ocultarse de ellos que para protegerse del frio.

—Cecil, tendrás que utilizar tu magia y transportarnos al Oráculo. He gastado mucha magia hoy y no creo que pueda llevarnos a ambas. —Cecil no dijo nada, sólo se acercó a ellas y las tocó. Cerró los ojos y segundos más tarde ambas mujeres habían desaparecido del salón.

Anne, como en las ocasiones anteriores en las que había sido transportada de un lugar al otro, se sintió mareada y confusa. Para ella, aparecerse y desaparecerse se sentía como si estuviese en una plataforma giratoria dando cientos de vueltas rápidamente. De niña no le había gustado subirse a ese tipo de juegos y ahora podía decir con total seguridad que los detestaba.

Tuvo que tomar grandes y profundas bocanadas de aire para calmar las nauseas que le había provocado el viaje. Mientras ella hacía esto, Edna se había ido acercando al recinto, sin siguiera ofrecerle una mirada. Anne tuvo que correr, aun cargando su maleta, para poder alcanzarla.

Las puertas se abrieron hacia adentro sin que nadie las tocase pero cuando Anne cruzó por ellas pudo ver a dos figuras encapuchadas a cada lado de la puerta, ocultas en la sombra que la muralla les ofrecía. En el pórtico las estaban esperando otras dos figuras que les hicieron una ligera reverencia cuando estuvieron cerca. Luego se habían dado la vuelta, apoyado una mano sobre cada hoja de la aparentemente pesada puerta de entrada y estas se abrieron lenta y silenciosamente, permitiéndoles la entrada.

Nadhia, junto a unas cuantas Hermanas, estaba en el vestíbulo, esperándolas. Anne, que no había conocido a otro hellaveniano aparte de Luke, Cecil y Edna, se quedó sin habla al ver a todas esas hermosas mujeres reunidas en un mismo lugar. Todas con pieles brillantes, altas, de figuras y rostros perfectos. Todas luciendo finas y delicadas batas de un color muy similar al tono de sus pieles, que se adherían a cada curva de su cuerpo de una manera casi obscena.

Anne tuvo que bajar la mirada porque no podía tolerar verlas. Y debía admitir que era más por el hecho de que se sentía muy poca cosa delante de ellas que porque la belleza de cada una de ellas la abrumaba. Nadhia, que había estado pendiente de las reacciones de Anne, incluso cuando no podía ver su rostro, sonrió complacida. Era el Oráculo después de todo, así que había cosas que ella sabía aunque los demás tratasen de ocultarlas.

—Bienvenida al Oráculo, querida Anne.

Edna no tuvo que decirle que le hiciese una reverencia a la mujer porque había algo en ella que te hacía actuar de una manera casi reverencial cuando estabas a su alrededor. Quizás era debido a la forma en la que se movía, sus gestos para las demás personas, o eso profundo e indescriptible que se podía percibir en sus ojos de gato. Anne no lo sabía, y muy dentro de ella tenía la fuerte sensación de que era mejor no dedicarse a pensar mucho sobre eso.

—Siento mucho la demora, Madre. —Musitó Edna aun en medio de su reverencia. — Tuve que resolver algunos inconvenientes antes de poder cumplir su pedido.

—No hay problema, Edna. Lo importante es que cumpliste y me trajiste a Anne.

Nadhia se acercó a la joven y lentamente le quitó la capucha de la cabeza, descubriendo su avergonzado y muy sonrojado rostro. Si a las demás Hermanas les sorprendió el gesto, no lo demostraron. Mucho menos parecieron intrigadas ante la curiosa mirada de Nadhia, la cual estaba examinando a Anne con ojo crítico.

Las palabras “interesante” y “es perfecta” salieron de los labios del Oráculo en un murmullo, mientras acariciaba las pecosas mejillas de Anne y le quitaba la capa de los hombros para descubrir (o tratar de hacerlo) su cuerpo a través de toda la ropa que llevaba puesta.

—Camille, —llamó sin despegar los ojos de la terrana— lleva a nuestra invitada a su habitación y encárgate de que alguien la ayude a arreglarse. La quiero en mi salón cuando esté lista.

Nadhia le sonrió a Anne antes de prestarle toda su atención a la mujer que tenía al lado.

—Edna, ¿por qué no me acompaña al salón? Usted y yo tenemos algo de que hablar.

A Anne no le dio tiempo a dedicarle una última mirada a Edna porque una de las hermanas, la que tenía un corto y muy rizado cabello castaño, la había tomado de la mano libre y la había guiado lejos del vestíbulo. Anne se dejó arrastrar, sintiendo con cada paso que daba como un peso se posaba sobre sus hombros y como una indescifrable sensación se apoderaba de su pecho.

Había algo en ese lugar que no le gustaba, que la hacía sentir inquieta y asustada. Había algo en los ojos de Nadhia, en la forma en la que la miraba, que la hacía sentir incomoda y vulnerable. Anne quería pensar que era por el hecho de que la mujer era el Oráculo y que debido a esto lo sabía todo, pero aun así esa excusa no parecía satisfacerla. Lo que sea que le provocaba Nadhia tenía que ver con algo más complicado y siniestro.

Camille la llevó por un sin número de pasillos, algunos de ellos con vista al claustro o al jardín, hasta dejarla frente a una de las tantas puertas que decoraban ambos lados del pasillo. Abrió la puerta e instó a Anne con un movimiento de su mano a que entrase, siguiéndola de cerca y cerrando la puerta cuando ambas estuvieron dentro.

La joven Hermana chascó los dedos y al cabo de unos minutos se pudo escuchar claramente unos toques en la puerta. Camille la abrió sin decir una palabra y por ella entró otra Hermana, mucho más alta que las chicas que ya ocupaban la habitación. Su vestido, amarrado al cuello en un lazo, era de un sutil tono dorado, que se confundía fácilmente con su piel. Sus ojos, grandes y bordeados por largas y espesas pestañas, miraban a una abrumada Anne fijamente. Sus pequeños y gruesos labios rosa se curvearon en una amable sonrisa al tiempo que se acercaba un poco a la menor de las tres, como para darle ánimos.

— ¿Para qué me llamabas, Hermana Camille? —Preguntó la recién llegada prestándole toda su atención al objeto de su pregunta.

—Quiero que ayudes a nuestra invitada a arreglarse. —Dijo con calma, como si Anne no estuviese en la habitación. —La madre quiere verla en su salón cuando esté lista.

La joven respondió con un movimiento de cabeza y se giró para mirar a Anne, ignorando a la otra Hermana que ya se dirigía a la salida de la habitación. La sonrisa que le había dedicado a Anne al principio volvió a adornar sus lindos labios.

—Así que tú eres nuestra nueva Hermana. —Se sentó en la cama y cruzó las piernas bajo su cuerpo, mostrándolas a través de las aberturas laterales de su vestido. — ¿Puedo saber tu nombre?

—Anne—respondió con voz algo trémula. Debía admitir que la belleza de la mujer la abrumaba. La otra chica pareció notarlo porque su sonrisa se amplió.

—Mucho gusto, Anne. Yo soy Lucie. Ahora, si no queremos meternos en problemas, será mejor que empecemos a arreglarte. —Y agregó rápidamente al ver el cambio en la expresión de Anne: — No te preocupes, no es nada del otro mundo.

Lucie la ayudó a acomodar sus cosas en el armario y luego a cambiarse de ropa. Anne tendría que usar uno de los finos y delicados vestidos que las demás hermanas usaban lo cual la hizo sentir aún más incómoda. La tela era prácticamente transparente y se ajustaba demasiado a su cuerpo, sin mencionar que las aberturas que tenía a los lados le llegaban a casi medio muslo. Julie tuvo que jurarle varias veces que aunque pareciera así, no se podía ver nada a través de la tela y que las aberturas eran un detalle puramente practico; “fuese muy incomodo caminar si el vestido no las tuviese, ¿no lo crees?”, le dijo con una sonrisita. También le aseguró que no iba a morirse de frio aunque sólo llevase eso puesto.

Anne se resignó a la idea porque, de todas formas, no tenía nada más que hacer. Lucie le recogió el pelo en una cola alta, dejando a la vista más piel de la que Anne hubiese querido mostrar. Ella nunca fue muy amante de las ropas con grandes escotes o muy cortas y ajustadas.

Su armario estaba lleno de ropas sencillas y delicadas; faldas que como mucho llegaban por encima de la rodilla, delicadas camisas en colores claros, pantalones a la rodilla, vestidos ligeros y de amplias faldas… La forma en la que Anne se vestía era totalmente diferente a lo que solías ver en las demás chicas de su edad. Ella era demasiado recatada para ser sólo una chica de diecinueve años.

Lucie, contrario a Anne, estaba encantada con la apariencia de la chica y parecía deslumbrada por algo que Anne no había logrado entender qué era hasta que la chica había hablado:

—Es la primera vez que veo a alguien con tantas pecas. Debo decir que son muy bonitas, en una forma muy extraña. —alargó la palabra “muy” para darle énfasis.

Anne hizo un mohín. Ella tenía el rostro, espalda, hombros y brazos cubiertos de rojizas pecas que habían sido el objeto de muchas miradas desde su niñez. Muchas personas las miraban con disgusto porque era algo que llamaba demasiado la atención debido a que cubrían gran parte de la pálida piel de Anne; otros, generalmente los chicos, las miraban con diversión, encontrando sus miles de pecas algo adorable y atractivo en ella.

A Anne no le gustaban. Odiaba ser el centro de atención, el objeto de miradas cargadas de curiosidad. Muchas veces se sintió como un fenómeno, porque no era común encontrar a alguien como ella en el círculo por el que solía moverse, pero con el paso de los años aprendió a ocultar ese pequeño detalle, aligerando así el peso de las miradas de los demás.

—Espero que no te haya molestado lo que dije. —Musitó Lucie al ver que Anne no le respondía. —En realidad me gustan tus pecas. Son realmente adorables. Y te voy a advertir algo: vas a recibir muchos comentarios respecto a ellas durante un largo tiempo. —esta vez hizo énfasis en la palabra “largo”, dándole a entender a Anne que la chica hacía ese tipo de cosas muy a menudo.

Anne se miró en el espejo y supo que era cierto. Su vestido, contrario al de Lucie, no tenía tirantes, por lo que dejaba parte su espalda y hombros al descubierto. Y con el pelo recogido en una coleta alta, sin dejar nada de cabello que cayese en su rostro, todas sus pecas eran fáciles de apreciar. Se sentía más desnuda de lo que en realidad estaba.

— ¿No puedes conseguirme otro vestido? —preguntó tentativamente.

Lucie hizo un movimiento negativo con la cabeza.

—No, lo siento. Cada vestido es creado por la Madre para que se adapte a la persona que va a usarlo. Por eso es que tienen el mismo tono de nuestra piel. Supongo que es una forma de “disimularnos” —Se encogió de hombros restándole importancia al asunto. Anne sólo suspiró.

—Bien, es hora de que salgamos de aquí. La Madre te espera.

Lucie la tomó de la mano y la guió por los mismos pasillos por los que Camille la había llevado. Pero contrario al trayecto anterior, no había un pesado silencio entre las chicas. Lucie iba señalándole cada lugar de la Casa, explicándole por qué cada cosa era de esta manera y estaba en tal lugar. La chica parecía muy cómoda cerca de Anne, por lo que esta trató de relajarse y de olvidarse de las cosas que le habían pasado en las últimas horas… sin lograrlo.

Por más bien que Lucie la tratase, por más mariposas que le trajese al estomago el sólo recordar el haber estado abrazada a Adrian, por más que se enfocase en no recordar lo cerca que había estado de Luke, lo tonta que había sido al pensar que ella podía ayudarlo, no podía, porque la imagen de un Luke congelado se había instalado en su cerebro y no parecía querer salir de ahí.

Y era algo comprensible y totalmente algo que iba a pasar porque, ¿cuántas veces eres capaz de ver a una persona convertido en un cubo de hielo frente a tus ojos?
Cuando llegaron al pasillo que llevaba al salón de Nadhia, las Hermanas que se movían de un lado al otro, obviamente esperando a que la nueva apareciese, se dieron la vuelta para verlas llegar. Anne sintió sus ojos fijos en ella, de una manera que le provocó escalofríos. Las sintió mirarla de arriba abajo, analizándola, evaluándola, preguntándose si ella era lo suficientemente buena como para estar en ese lugar. Lucie apretó el agarre que ejercía en su mano como una forma de darle apoyo moral. Quizás la joven había tenido que pasar exactamente por lo mismo cuando había llegado.

Las jovencitas, después de haber visto lo que habían querido, habían comenzado a moverse, volviendo a los lugares en los que se suponía que debían estar como si nada hubiese pasado. La evaluación no había durado más que unos segundos, pero para Anne fueron prácticamente horas; estaba empezando a preguntarse si su vida sería de esa forma cuando Lucie detuvo su caminata casi haciéndole perder el equilibrio.

Ya frente a la puerta, Lucie se giró y le puso las manos sobre los hombros a una muy nerviosa Anne.

—No dejes que te intimiden. Siempre son así con las nuevas. —le sonrió. —Y respecto a la Madre, no te dejes llevar por la primera impresión. Ella siempre trata de parecer muy recta y ruda, pero en realidad no lo es. —Después de dedicarle una última y alentadora sonrisa, quitó las manos de sus hombros, abrió la puerta y le dio un ligero empujoncito a Anne. —Suerte. —le susurró, y después se fue casi saltando pasillo abajo.

Anne tomó una profunda bocanada de aire antes de aventurarse a dar unos cuantos pasos hacia la habitación. Sus ojos se fijaron en cada detalle del lugar aun cuando ella hacía esfuerzos por mantener la vista baja. Ese salón, uno de los muchos que había en la Casa, estaba decorado con suaves tonos marrones y dorados, que le daban un particular aire mágico al lugar.

Anne se fijó en las múltiples y altísimas estanterías que cubrían las paredes, en lo hermosas que se veían repletas de libros de múltiples colores, en la mullida alfombra dorada que cubría el suelo y sobre la cual Nadhia estaba sentada toda llena de gracia y coquetería felina. Anne se detuvo a unos cuantos pasos de ella, quedando al otro lado de una pequeña y baja mesa de madera; por laguna extraña razón, quería tener algo en el medio de ambas mujeres.

— ¿Por qué será que siento que me tienes miedo? —le preguntó la Madre con una sonrisita en los labios que Anne registró como algo más que un gesto amable.

Había algo extraño con esa mujer, Anne estaba segura de eso; el terror que estaba empezando a sentir se lo demostraba. Y no era normal, ni lógico, ni común que se sintiese de esa forma. Y estaba segura de que no se debía al hecho de que la mujer frente a ella era una hellaveniana y ella una terrana (de ser así, se hubiese sentido de esa forma con los otros) carente de magia y habilidades. No, ella estaba segura de que tenía que ver con el hecho de que Nadhia parecía ser capaz de hacer cualquier cosa con tal de lograr sus objetivos; tenía que ver con el hecho de que sus ojos brillaban debido a algo siniestro y oscuro.

Anne dio unos cuantos pasos hacia atrás, sintiendo como el aire empezaba a llegar con dificultad a sus pulmones. Estaba asustada, mucho, y lo único que quería en esos momentos era poner miles de kilómetros de distancia entre esa mujer y ella. Lo único que quería en esos momentos era regresar a casa; su casa.

De pronto, tan rápido como había llegado el pensamiento de su hogar en la Tierra, habían llegado un sinfín de emociones y sensaciones que casi le sacaron un grito de dolor y la hicieron caer de rodillas al suelo. Tristeza, anhelo, melancolía, dolor, nostalgia. Emociones que hacía meses que había dejado de sentir y que ahora habían venido de golpe para atormentarla. Emociones que por alguna extraña razón ahora estaban saliendo a flote junto con los recuerdos a los que estaban ligados.

Recordó a sus padres, a su novio, a sus amigos… su vida. Cada recuerdo era tan vívido que podía jurar que los estaba viendo frente a ella, como si fuese una película. Cada sensación, cada emoción la rozaba como si fuese una fresca brisa de verano y le sacaban lágrimas cada vez que lo hacían.

Se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos fuertemente en un vano intento por dejar de ver, dejar de sentir. Ella había estado mejor cuando no había sido completamente dueña de sus emociones y recuerdos, cuando las personas que amaba y extrañaba no la atormentaban como si fuesen fantasmas de su memoria. Ella había estado mejor antes de ver los ojos de Nadhia.

De pronto, una onda de calor la azotó haciéndola caer hacia atrás. Un remolino se formó frente a ella, un cúmulo de brillantes partículas doradas que empezaron a tomar forma y a mostrarle imágenes completamente diferentes a las que había estado viendo en su cabeza.

Vio a una figura encapuchada caminando por un oscuro bosque y tropezándose con un brillante cuerpo que había estado tirando en medio de una cama de hojas secas. Vio su rostro, pálido y aparentemente carente de algún signo de vida siendo acariciado por la figura encapuchada. Luego la imagen giró en otro remolino de polvo brillante hasta convertirse en dos hombres rubios, uno más que el otro, caminando hacia una casa en medio de lo que parecía ser un sencillo vecindario.

Vio la puerta abrirse, vio como las personas mantenían una conversación, incluso escuchaba lo que decían pero no podía registrarlo en su cerebro. Se vio a sí misma nuevamente, vestida con una holgada camisa blanca, brillando en medio de toda la oscuridad de la imagen. Y vio a Luke acercándose a ella, hermoso, mortífero y frío como ella lo recordaba y algo dentro de ella se agitó al verlo tocarla, al escuchar su voz. “¿Qué hace una terrana aquí?” habían sido sus palabras aquella vez, cargadas de rabia e incredulidad. Y ella había sentido miedo, mucho, pero ahora sólo sintió una enorme tristeza al pensar que jamás volvería a verlo, a escucharlo.

El remolino siguió cambiando durante un rato más, girando y haciendo brillar el polvo dorado del que estaba hecho, mostrándole imágenes de su estadía en el Hellaven, clavándole cada vez más profundo el puñal que se había instalado en su peño cada vez que veía el hermoso y brillante rostro de Luke.

La última imagen en aparecer fue la de su último encuentro, sacándole lágrimas de dolor y culpa y arrancándole sollozos del pecho. No habían pasado más que unas cuantas horas desde que había aparecido en ese lugar y ya extrañaba a Luke, a la sensación de seguridad que sentía al saber que él estaba cerca.

Quería volver a su lado porque, aunque ella sabía que Luke quería deshacerse de ella la mayor parte del tiempo, no lo hacía porque había jurado no lastimarla. En cambio, en el Oráculo, no tenía ninguna certeza de que nadie iba a lastimarla. Además, ¿no era mejor estar con un malo conocido que con uno por conocer?

El remolino desapareció lentamente, desvaneciendo la congelada imagen de Luke y convirtiéndola en una lluvia de polvo dorado que se esparció por todo el lugar. Y así como había llegado, todo lo que sentía, todo lo que pasaba por su cabeza había desaparecido, dejándola confundida en su lugar en el suelo, sofocada e inexplicablemente adolorida. La ola de calor que había sentido cuando el remolino había aparecido frente a ella, volvió a azotarla, recorriéndola desde la cabeza hasta los pies, dejándola con una sensación extraña en el pecho y sacándole un suspiro en el proceso.

Cuando la sensación había desaparecido, abrió los ojos y miró hacia todos lados, tratando de adivinar cómo había llegado allí, por qué estaba en el suelo y por qué tenía las mejillas mojadas. Pero sobre todo, por qué le dolía tanto el pecho.

Nadhia se acercó a ella y la rodeó en un apretado abrazo, sacándole más lágrimas a una confundida Anne. Le susurraba cosas en el oído pero la jovencita no lograba entender qué era, así que se dejó llevar por la paz que estaba sintiendo en esos momentos, sin detenerse a buscar respuestas. Ya tendría tiempo para eso después.

—No te preocupes, Anne, Luke va a estar bien. —le dijo finalmente la madre en una lengua que ella podía identificar y Anne se separó de ella lo suficiente como para verla a los ojos.

Los ojos de Nadhia, verdes y rasgados como los de un gato, tenían un hermoso brillo dorado mientras miraban a Anne; y la jovencita podía jurar que había visto un remolino moverse entre sus pupilas. Anne movió la cabeza tratando de quitarse esa tonta idea de la mente y se concentró en las palabras que la mujer le había dicho.

“Luke va a estar bien”. Luke... Luke... Ese nombre le parecía conocido; ese nombre traía consigo un sin número de emociones cada vez que lo repetía en su mente. Cuando su mente se hubo aclarado y la neblina que la había estado eclipsando había desaparecido, recordó a Luke y todo lo que había pasado esa noche. Un suspiro de alivio salió de sus labios mientras cerraba los ojos y daba gracias mentalmente.

—Lo que pasó esta noche no fue nada malo, al contrario. Él sólo tiene que descansar y pronto estará mejor. Te lo aseguro.

Nadhia le dedicó una sonrisa a Anne y la joven no pudo evitar devolvérsela. La mujer, que aun mantenía a Anne cerca de ella, le pasó un brazo por los hombros y la guió hacia el único sofá que había en el lugar.

—Y ahora, sin más preámbulos, hablemos de ti.

Y esa frase fue el inicio de una larga charla sobre Anne desde que había aparecido en el Hellaven hasta el momento en el que Edna la había llevado al Oráculo, pero sobre todo, a lo que Anne tendría que hacer de ahora en adelante, porque, como había dicho la Madre, su vida había girado en otra dirección y no había forma de volver hacia atrás.

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