La Premonición

Capítulo 12

Published by La Premonición under on 15:53
El Collar

Cuando Anne llegó a la casa de Luke, se sorprendió al no encontrarlo en el vestíbulo esperándola. Ella había estado pensando todo el camino de regreso a la casa en que iba a recibir una gran reacción por su parte, que le lanzaría gritos y amenazas como solía hacerlo por cualquier cosa que ella hiciese. Pero, en esta ocasión, Luke no parecía estar de humor para hacer acto de presencia y cumplir sus expectativas.

“Quizás todavía está enojado por lo que pasó en la cocina”, pensó, pero llegó a la conclusión de que esto sería un detonante más para el explosivo carácter de su compañero de vivienda.

En realidad, no estaba deseando una reprimenda por parte de él. Dios sabía que eso era lo menos que quería en el mundo, teniendo en cuenta lo que había sucedido en la cocina un par de horas atrás. No, sólo estaba sorprendida de que algo que sucedía con mucha frecuencia, aun cuando ella no hacía nada para merecerlo, no pasase la noche en la que justamente había roto una de las reglas básicas que le habían impuesto: no salgas de la casa.

Con una extraña sensación en el pecho, se encaminó hacia el salón con paso lento para ver si él estaba ahí leyendo o esperándola con una adusta expresión en su rostro, esa que siempre tenía cuando ella estaba cerca. Nada. Su preocupación iba en aumento por segundos. Luke no era de esa forma, ella lo sabía. Si él no le había reclamado todavía, tal vez se debía a que tenía planes mucho peores para ella.

Un escalofrío recorrió su cuerpo al pensar en ese hecho, haciéndola abrazarse a sí misma y frotarse los brazos para darse calor. Caminó por los pasillos rumbo a su habitación, sintiendo como la temperatura de la casa bajaba considerablemente con cada paso que daba. El pensamiento de que Luke había salido de la vivienda después de haberla dejado sola en la cocina hacía horas, llegó a su mente. Eso, sin duda, sería de gran ayuda.

Pero cuando empezó a ver el vaho que salía de su boca con cada respiración, cambió de idea. ¿Acaso esta era la forma que él tenía de decirle que la tenía en sus manos, que su vida pendía de una cadena muy delgada? ¿Acaso pensaba matarla de frío?

La casa se estaba tornando cada vez más fría, haciéndole difícil respirar, incluso moverse. El aire que trabajosamente llegaba a sus pulmones parecía congelarla por dentro, provocándole toses y escalofríos que la hacían estremecerse fuertemente e impedían el correcto funcionamiento de sus piernas. Tuvo que apoyarse de la pared más cercana al sentir que sus estas le fallaban mientras se dirigía con paso lento y desgarbado hacia su habitación.

De todas formas, no se detuvo; tenía que llegar hasta su habitación y abrigarse con toda la ropa que encontrase ahí dentro. Incluso se encerraría en el cuarto de baño, en donde abriría la ducha para que el vapor del agua caliente caldeara un poco el ambiente.

Pero, como era de esperarse, no pudo cumplir su cometido. El causante de su sufrimiento apareció al final de ese pasillo como si nada estuviese pasando, con su hermoso rostro carente de expresión, lo cual no era extraño. Ella ni siquiera trató de huir. No tenía las fuerzas necesarias para moverse con la rapidez suficiente como para lograr escapar. Además, él era mucho más rápido que ella y tenía la ventaja de que podía hacer magia; así que, por más que tratase, no lograría nada.

Cuando los grises y fríos ojos de él se posaron en ella, fue como si un balde de agua helada le recorriese el cuerpo, lo que no la ayudaba mucho en esos momentos en los que su cuerpo carecía de calor. Trató de fingir que no le pasaba nada, que lo que él estaba haciendo no le afectaba en lo más mínimo, pero falló en el intento; esa era una tarea extremadamente dura en la que necesitaba toda la ayuda de su cuerpo, el cual, no estaba dispuesto a ayudarla.

— ¿Y a ti qué demonios te pasa?— le preguntó Luke, mientras se acercaba. Ella, de haber podido, se hubiese reído de su cinismo. ¿Cómo era posible que no supiese lo que le pasaba cuando él era el causante?

Anne intentó responderle, pero lo único que salió de sus labios fue su helado aliento. La expresión del rostro de Luke cambió a una de claro desconcierto cuando lo vio; expresión a la que se le sumó la preocupación cuando vio los temblores que azotaban el cuerpo de la joven. Anne, debido a su estado de aturdimiento por la falta de aire, no lo notó.

Luke tomó a la muchacha entre sus brazos antes de que cayese al suelo. Aun estaba consciente, sus piernas sólo habían dejado de responderle y no lograban sostener su cuerpo. En lo que a Anne le pareció una exhalación (y realmente lo que sintió fue un soplo de aire frío), Luke la llevó a su habitación y la recostó en su cama en medio de maldiciones y otras palabras que no lograba entender.

— ¿Se puede saber qué hiciste ahora? Porque está más que claro que no te pusiste así por estar leyendo en tu habitación.

Montones de sábanas volaron por la habitación, mientras él hablaba, como si fuesen soldados convocados por su capitán para salir a una misión. Él se cruzó de brazos y sólo miraba como las mismas se desdoblaban y colocaban sobre el cuerpo de la chica, una sobre la otra. Anne, a pesar de toda la tela que la cubría y de que él había subido la temperatura de su habitación al sentir lo fría que estaba su piel cuando la había cargado, seguía pálida y temblorosa, y respiraba con dificultad.

Luke se puso a pensar en algo que hubiese provocado tal estado en ella pero no llegó a ninguna conclusión. Dentro de su casa no abundaban las cosas frías debido a su don y a su afición por el fuego, además de que la temperatura del lugar era lo suficientemente alta como para que ella se sintiese a gusto y no tuviese que abrigarse tanto.

Por lo que al ver el aliento de la chica convirtiéndose en una nube blanquecina frente a ella, supo que las cosas no andaban bien… y no porque él tuviese la culpa. A pesar de lo enojado que había estado, no había hecho nada en contra de la chica. No había quitado los hechizos de calor de la casa, mucho menos le había lanzado un hechizo a ella. Había optado por salir de la casa a dar un paseo para calmarse, nada más. Lo que había causado tal reacción en Anne, lo había conseguido ella misma en el tiempo que no había estado cerca.

Maldijo por lo bajo. Edna lo mataría si se enterase de eso. La mujer le había ordenado expresamente cuidar a la terrana, y eso incluía ser su enfermero en caso de que se enfermase (lo cual a él no le gustaba en lo más mínimo). Y ahora Anne, que estaba tomando un ligero tono azulado, se enfermaba de algo que él no sabía que era (y si no sabía que era, no podría curarla).

Volvió a maldecir, antes de dirigirse a la joven.

— Haz un esfuerzo y dime qué hiciste. Es muy importante que lo hagas ya que si no sé cómo o dónde te pusiste así, no podré hacer nada para ayudarte.

Ella se lamió los secos y agrietados labios y trató de hablar. Tuvo que intentarlo un par de veces, ya que la voz no parecía querer salir de su garganta. Cuando habló, con la voz ronca y temblorosa, el logró captar las palabras afuera y bosque antes de que empezase a toser.

—Espero haber entendido mal lo que dijiste y que tu, en realidad, no saliste de la casa. —Ella asintió lentamente, temiendo la reacción del hombre. — ¿Lo hiciste? — Volvió a asentir de la misma manera, esta vez entre estremecimientos, y él maldijo tan alto y claro que Anne volteó la cabeza y lo miró asustada. — ¿Acaso eres estúpida? ¿No te dijeron claramente que no podías salir de la casa?

Ella no respondió, sólo se limitó a llevarse la mano al pecho, en donde estaba el colgante que le había regalado Cecil. Los ojos de Luke siguieron el movimiento de su mano, centrándose segundos más tarde en lo que la joven aferraba entre sus temblorosos dedos. Nuevamente, la idea de que el collar era el causante de todas las cosas extrañas que le pasaban a la muchacha, pasó por su cabeza.

Cuando empezó a acortar la distancia que había entre los dos, Anne se encogió en la cama y trató de alejarse de él. Luke se inclinó sobre ella y la miró directo a los ojos; dos miradas, una de un azul desvaído y la otra de un gris intenso, enfrentándose en una dura batalla que no declaraba como ganador a ninguno de los dos.

Anne no tenías fuerzas en su pequeño cuerpo para enfrentarse a él, pero en esos momentos en los que se sentía tan indignada y herida (aunque no sabía por qué), no podía evitar mostrarse ruda con él. Luke era el causante de cada cosa mala que le sucedía, y aunque la salvaba al final, lo hacía porque le tenía miedo a Edna. Anne, que a pesar de todo había aprendido a apreciar al joven en los momentos en los que se había comportado agradable con ella (a pesar de todo lo que le hacía y de que tenía cierta tendencia a ser bipolar respecto a ella), nunca le hubiese hecho algo malo a él de haber estado en su lugar.

Anne no era una santa, era cierto, pero para ella sus amigos y personas más cercanas eran realmente importantes. Era capaz de hacer cualquier cosa por ellos, mucho más si necesitaban ayuda y ella era capaz de dársela. Luke, de haber estado en la misma situación que Anne, perdido en un mundo totalmente diferente del suyo, a expensas de otras personas, hubiese recibido un mejor trato; ella se hubiese encargado de que fuese así.

Luke acercó su mano derecha hacia el lugar en el que Anne aferraba el dije del collar entre sus dedos. No le dijo ni una sola palabra, sólo trató de quitárselo. Anne no suponía ningún problema ya que estaba demasiado temblorosa y débil como para impedírselo, por lo que no tomó ninguna precaución al hacerlo; el golpe que recibió cuando su espalda chocó contra una de las paredes de la habitación, le hizo darse cuenta de su grave error.

Como era de esperarse, Cecil no había dejado el collar en manos de la joven sin alguna protección. Raras veces el menor de los Williams daba puntada sin dedal, por lo que ser lanzado por toda la habitación no le sorprendió. Era bastante probable que Cecil hubiese pensado que Luke iba a tener intención de quitarle el collar en algún momento, y lanzar a Anne hacia el bosque para que la guardia cayese sobre ella como una jauría de animales hambrientos.

Luke se puso de pie y se sacudió la ropa, mientras mascullaba un débil “debí haberlo imaginado”. Después de estirarse y exhalar un suspiro repleto de cansancio, chascó los dedos y el collar que aún seguía entre los dedos de la joven, salió volando hacia él. No lo tomó cuando llegó hasta él, sabiendo de sobra lo que pasaría. Lo dejó flotando en el aire, mientras buscaba con la mirada donde ponerlo.

Anne lo miraba con sus grandes ojos cargados de miedo y resentimiento. Luke hacía caso omiso de ella, concentrado como estaba en poner esa cosa en un lugar seguro. En su búsqueda, encontró una pequeña cajita azul brillante sobre la cómoda y se encaminó a buscarla. La abrió, y el collar voló por el aire hasta depositarse sobre el forro de satín blanco que recubría el interior de la misma.

Esta vez sí le dirigió una mirada a la chica, y vio con alivio como su piel volvía a tener su característico brillo dorado; incluso el intenso olor a caramelo que la rodeaba, que delataba su naturaleza de terrana, volvía a inundar el aire y todo su ser con cada inhalación. Anne volvía a ser Anne, y él se sentía bastante bien con eso.

—Al parecer, toda la culpa la tenía el collar. No quería decir esto, pero Cecil se equivocó esta vez.

—Supongo que está feliz por todo esto, ¿verdad? —la voz de Anne seguía ronca y áspera, pero eso a ella no le importaba en lo mas mínimo. Ya no tenía el collar, lo que significaba que volvía a estar en problemas. —Yo vuelvo a estar desprotegida y usted tiene más posibilidades de deshacerse de mí.

Luke se sorprendió al escucharla hablarle de usted otra vez, pero no dio muestras de ello; ni siquiera se dignó a responderle. No tenía una respuesta lógica para darle, de todas formas. ¿Qué iba a decirle, que prefería que no tuviese esa cosa en su cuello porque lo hacía comportarse y sentirse de una manera extraña? ¿Qué eso lo hacía verla diferente, que lo hacía odiarla menos? No, gracias, no iba a hacerlo.

No quería dar pie a más conversaciones extrañas e intercambios de gestos que lo único que harían sería atormentarlo más de lo que ya estaba. Prefería cerrar ese capítulo de su vida y hacer de cuentas como que el collar nunca existió y de que lo que pasaba entre la terrana y él no era más que una pesadilla. Es más, iba a decirse hasta el cansancio que todo era producto del collar, aunque ni el mismo estaba seguro de eso.

Dándose la vuelta, todavía ignorando a Anne —la cual lo miraba con rabia—, salió de la habitación; el dulce olor que impregnaba el ambiente no le dejaba pensar con claridad. Lo estaba mareando, haciéndolo sentir confundido.

Cecil; tengo que hablar con él, se dijo, antes de desaparecer en medio del pasillo sin siquiera pensarlo dos veces.

No habían pasado dos segundos de haber puesto un pie en esa casa, cuando Cecil ya lo había arrinconado contra una pared. Lo miraba amenazante y apretaba el agarre que ejercía sobre las solapas de su chaqueta. Luke estaba con la mirada perdida, fija en algún punto de la pared que estaba detrás de su atacante.

— ¿Qué quieres? —preguntó el mayor, sin quiera soltarlo. Luke fijó sus ojos en los azules de Cecil, pero la conexión duró muy poco; Luke había desviado su mirada y la tenía fija en las pecas que empolvaban la nariz aguileña de su amigo. Las miraba con curiosidad, con una tonta expresión en su hermoso rostro.

—No me había fijado en que tienes pecas, al igual que la terrana. —había ladeado la cabeza y había acortado aún más la poca distancia que separaba sus rostros.

Cecil lo soltó en el acto y se alejó de él unos cuantos pasos. Luke estaba extraño, como si lo hubiesen drogado. Incluso parecía no tener el control total de su cuerpo porque se balanceaba de un lado al otro como un borracho, mientras sus ojos vagaban sin descanso por todo el vestíbulo.

— ¿Tocaste el collar, verdad?

Cecil seguía enojado con el joven, Dios sabía que iba a pasar un largo tiempo antes de que él pudiese controlar las ganas que tenía de molerlo a golpes, pero aún así le preocupaba el estado en el que se encontraba. Él había puesto en el collar el hechizo aturdidor más fuerte que conocía, que era capaz de dejar inconsciente a un centenar de personas durante horas, para que si algún hellaveniano tuviese la intención de tocar el collar, quedase fuera de juego y le diese la oportunidad a Anne de escapar.

También había puesto un hechizo repelente, como medida de seguridad. Él sabía que había exagerado un poco (ya que había utilizado hechizos defensivos bastante fuertes), pero como se trataba de una terrana a la que tenían que mantener a salvo, ninguna exageración de ese tipo venia mal o era mal vista.

Y debía admitir que lo había hecho pensando en Luke, precisamente. Sabía que de un momento a otro, Luke iba a perder la compostura e iba a querer deshacerse del collar. Lo que nunca pensó que sucedería sería que el muchacho iba a terminar en ese estado. Se suponía que debería estar inconsciente, tirado en el suelo como si de un cadáver se tratase, no en su casa comportándose como un enajenado mental. Eso le daba una pista de lo poderoso que era el chico, lo cual, cabía mencionar, no le gustaba en lo mas mínimo.

— ¿Tocaste el collar, Luke? —volvió a preguntar, esta vez acercándose al joven, que en esos momentos, había encontrado muy interesante una mancha en el suelo.

Cecil se acuclilló a su lado y tomó su rostro entre sus manos. La piel de Luke estaba cálida y ligeramente sonrojada. Sus cabellos rubios estaban desordenados y caían sobre su frente y cuello en delicadas y suaves ondas que a él le dieron ganas de tocar. Sus ojos estaban entrecerrados y sus parpados se movían como si Luke estuviese luchando contra el sueño. El corazón de Cecil se aceleró cuando lo vio lamerse el labio inferior, y el impulso de soltarlo y salir corriendo lo azotó.

Por cosas como esas, odiaba estar cerca de Luke. Por cosas como esas, odiaba a Luke. Lo odiaba por ser más fuerte que él, por ser tan endemoniadamente atractivo, por gustarle a todo el mundo. Por gustarle a él. Lo odiaba por quitarle a la mujer que quería. Lo odiaba por quererlo.

Luke había llegado a su vida cuando él tenía doce años. Para ese entonces, era un niño que luchaba por ser tratado como un adulto, que quería hacerse cargo de su familia de la misma forma que lo hacía su hermana y lo había hecho su padre. Cuando Edna había entrado a la casa, con el bebé en brazos, se sintió amenazado. Pensaba que el cariño que su hermana le profesaba iba a ser robado por la “fea y diminuta” criatura que, envuelta en una manta blanca, Edna había puesto sobre la cama.

Pero cuando vio su rostro, cuando sus ojos grises se fijaron en él, cuando su manita se enroscó en su índice derecho, todos los malos pensamientos que tuviese se vinieron abajo. Luke era la cosita más hermosa que hubiese visto en toda su vida. Era tan suave, tan delicado, tan brillante. Luke parecía estar rodeado por un aura dorada, que le daba la apariencia de un ángel. Incluso en esos momentos, en los que no era consciente de lo que hacía, y en los que luchaba por mantenerse a flote en ese mar de confusión que lo consumía, era el ser más brillante y perfecto que hubiese visto.

Desde ese día, Cecil se había hecho cargo del bebé. No había momento del día en el que no estuviese pendiente de él, o pensando en él. Decía que era su forma de demostrar que ya era un adulto responsable, pero muy en el fondo sabía que no era debido a eso. Pero cuando Luke empezó a crecer, a desarrollar ese arrollador atractivo del que era dueño, Cecil se alejó, como la mayoría de las personas; nadie se sentía a gusto estando al lado de una persona que te hacía sentir de la forma en la que Luke lo hacía.

Todos se alejaban de él, y no sólo por su apariencia (que era demasiado para ser la de un hellaveniano común) sino también por su capacidad de resistencia. Nadie dominaba los hechizos tan rápido como Luke; nadie lograba pasar más tiempo entrenando que Luke; nadie tenía la misma cantidad inagotable de energía que Luke. Y eso a los hellavenianos comunes no les gustaba. Luke no era normal, y por eso ellos lo denigraban y detestaban.

Y cuando Luke llegaba a casa llorando porque los niños se burlaban de él, Cecil lo acunaba entre sus brazos y le decía que todo estaba bien, que él estaba bien. Y siempre le daba un beso en la frente y secaba sus lágrimas, y Luke siempre le respondía con una sonrisa radiante, de esas que te dejan sin aliento.

Eso pasaba, por supuesto, antes de que Cecil cortara sus relaciones con el chico. Nada de besos, nada de abrazos, nada de gestos cariñosos. Luke hacía estragos en los corazones y voluntades de las personas. Por eso Cecil lo acusaba de “hechizar” a la gente, ya que era imposible resistirse a él y sus encantos. Por suerte, Luke desarrolló la tendencia de “no me gusta que me miren-no quiero tener a nadie cerca de mi” y empezó a aislarse y a comportarse como la persona gruñona que era en esos momentos. Cecil le daba gracias a todos los dioses por eso.

Debido a este aislamiento, la convivencia y el trabajo con el chico se habían hecho más amenos y menos forzosos. Y esos extraños sentimientos que arrasaban el cuerpo de Cecil cuando Luke estaba cerca, no habían salido a flote…hasta esa noche.

Cecil maldijo por lo bajo. Zarandeó un poco a Luke para sacarlo de su ensoñación y logró que el joven abriese los ojos. Ojos brillantes y muy similares a la plata fundida se posaron sobre él como si tuviese tiempo que no lo veía. El corazón de Cecil latía tan rápido que se sorprendía de que no despabilase a Luke.

El menor, completamente ajeno a lo que pasaba, totalmente perdido en el remolino del aturdimiento, se abrazó a él, posando la cabeza en su cuello, y volvió a cerrar los ojos con la clara intención de dormirse. Bien, ese era un problema.

—Lu-Luke, dime, ¿tocaste el collar que le di a Anne? —esta vez Luke asintió con la cabeza, y sus cabellos le hicieron cosquillas en el cuello.

Había preguntado porque había querido, realmente. Desde hacía tiempo que se había dado cuenta de que el collar era el causante del estado del joven.

Inconscientemente, llevó su mano derecha hasta la cabeza de Luke y empezó a jugar con su cabello, enredándolo entre sus dedos. Cecil pensaba en la forma idónea de hacer volver al joven a la normalidad, pero debido a todo lo que estaba pasando, no lograba conectar correctamente dos ideas. Así que, después de unos minutos de vana reflexión, optó por tratar de ponerse de pie y llevar a Luke hacia una de las habitaciones.

La tarea no resultó ser nada fácil. El chico era bastante pesado y tenía la clara intención de no soltarlo. Además, tuvo que luchar contra el impulso de besar esos labios que estaban tan escasamente cerca de los suyos. Tuvo que recurrir a la magia para poder terminar rápido con esa tarea. Con sólo dos hechizos Luke estaba en la habitación más cercana, debajo de las sabanas.

Totalmente agotado y agitado, se puso de pie y se encaminó hacia su habitación, en donde tenía, sobre la mesita de noche izquierda, un cuaderno de apuntes en donde estaban los hechizos que había utilizado en el collar, y sus correspondientes contra hechizos. Esperaba poder encontrar el remedio lo más rápido posible, para alejar esa amenaza de su casa.


***

Al otro día, sin haber podido dormir en toda la noche, después de haber estado estudiando sus apuntes sobre los hechizos, Cecil decidió llevar a Luke hasta su casa. Él joven seguía bajo los efectos del hechizo aturdidor, y era probable que siguiese así durante un buen tiempo, por lo que no había necesidad de tenerlo en su casa más tiempo.

Había entrado hasta la habitación donde un muy despreocupado Luke dormía a pierna suelta sobre la cama. Lo había despertado con unos cuantos zarandeos, y lo había encaminado hacia el baño. Cuando el joven había salido media hora después, con el cabello mojado y cara de no entender nada de lo que estaba pasando, Cecil los transportó a ambos hasta la casa de Luke sin muchos miramientos.

El menor, inmediatamente, se puso a dar vueltas por el lugar, como un niño curioso dispuesto a conocer cada rincón de la casa. Cecil lo había dejado sólo y se había dirigido al área de las habitaciones para buscar a Anne; aunque cabía mencionar que no sabía cuál era su habitación.

No tuvo que buscar mucho; el fuerte olor a caramelo inundaba el pasillo, haciéndole muy fácil el saber cuál era la habitación de la chica. Entró sin tocar y sin detenerse a pensar en que Anne podría estar cambiándose de ropa o no dispuesta a verlo.

La encontró dormida sobre su cama, con una ligera expresión de dolor en el rostro. Aferraba las sábanas fuertemente con sus manos hechas puños. Su rostro estaba de un ligero tono rojizo que no era para nada saludable. Su respiración era algo agitada y forzada.

Se acercó a la cama y se sentó en el borde, tratando de no incomodar o despertar a la desprotegida durmiente. Llevó sus manos hacia el rostro de la joven y acarició lenta y suavemente sus redondeadas y pecosas mejillas. Anne era tan frágil, tan delicada, tan pequeña. Sería tan fácil acabar con su vida, tan fácil liberarla de todo lo que estaba pasando.

Él sólo tenía que poner sus manos alrededor de su cuello y apretar durante unos instantes. Sólo eso bastaría para acabar con toda esa tonta y molesta situación. Y estuvo tentado a hacerlo. Incluso la mano que acariciaba su rostro descendió hasta el níveo cuello y lo rodeó. Captó el acelerado latido de su corazón, el calor y la suavidad de su piel. Pero el agarre no cambió, ni para aflojar ni apretar.

Cecil estuvo así durante un rato, probándose a sí mismo, comprobando que tan fuerte era su fuerza de voluntad y su poder sobre sus instintos más básicos. Sólo soltó a la joven y se alejó de ella cuando Luke entró a la habitación, en medio de tambaleos y risas tontas. Cecil de puso de pie y se dirigió hacia la cómoda, pero antes de hacerlo pudo captar como la expresión en el rostro de Luke cambiaba de la confusión a algo más profundo, algo que él no podía identificar.

Luke, incluso, parecía más lucido y dueño de sí mismo que segundos antes, cuando había entrado a la habitación seguramente guiado por el olor.

— ¿No es esa la terrana? ¿Qué hace dormida a estas horas?

Se acercó a la cama y, contrario a Cecil, se arrodilló al lado de esta. Ladeó un poco la cabeza y miró fijamente a la chica, como si ella fuese una complicada pintura que él no lograba entender. Cecil se desentendió del asunto y se enfocó en la pequeña cajita azul que reposaba sobre la cómoda. La abrió y sacó el collar para examinarlo de cerca.

Estaba exactamente igual que cuando se lo había regalado a Anne, con sus diminutas partículas rojas y doradas navegando en el centro liquido del mismo, moviéndose de un lado al otro como barquitos en medio del mar. Cecil aferró el pequeño y redondeado corazón de cristal en su puño y pudo percibir que estaba cálido, como si hubiese succionado todo el calor del cuerpo de Anne.

Abrió la mano, la acercó un poco hasta su rostro y observó el dije mientras pensaba en esto. El había hecho todos los cálculos y había revisado una y otra vez la combinación de hechizos y elementos para que no ocurriese ningún error. Incluso, en una de las noches que había salido a cumplir su trabajo como Encargado de la Limpieza, había colocado el dije sobre el pecho inerte y ensangrentado del terrano que tenía que desaparecer, comprobando que el olor y todas las características propias de su especie desaparecían.

Por eso no había hecho más pruebas y no había indagado más en el asunto, pensando que todo estaba bien de esa forma. Craso error. Anne en cama y Luke aturdido eran los resultados de su error.

Cecil se encogió de hombros antes de meterse el collar en el bolsillo de la chaqueta y darse la vuelta para vigilar a los dos jóvenes.

Luke se había sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, justo al lado de la cama. Su espalda estaba apoyada de la misma y la expresión de su rostro era ausente, como si se hubiese puesto a pensar en algo y se hubiese perdido en sus propios pensamientos. Anne había girado en la cama y se había colocado de lado, buscando inconscientemente estar más cerca de la fuente de calor que tenía al lado. Luke, en algún momento, había tomado la mano de Anne y la mantenía aferrada entre la suya, justo por encima de su hombro izquierdo.

Cecil los veía con una clara expresión de incomprensión en el rostro. Luke odiaba a Anne, él mismo no paraba de decirlo, pero en esos momentos en los que no era completamente dueño de su cuerpo y sus actos, buscaba estar cerca de ella como si esta fue la fuente de todo su poder, o todo lo que necesitase en la vida. Anne también, aunque inconscientemente, se había movido para estar más cerca de esa persona que ella decía odiar.

Cecil siguió mirándolos, tratando de descubrir en la imagen algo que le revelase las respuestas a las preguntas que en esos momentos repiqueteaban en su cabeza. Sus ojos se fijaron en las manos de los jóvenes, esas que estaban entrelazadas y que parecían estar unidas por algo muy fuerte y profundo, y pudo fijarse de un detalle bastante característico: Anne y Luke tenían el mismo resplandor dorado. Ambos chicos parecían brillar con una extraña luz que venía desde el centro de sus cuerpos, como la pequeña niña que aparecía en Ronda de Noche, aquella famosa pintura de Rembrandt.

Cecil se acercó a ambos y tocó sus frentes; ambos tenían la misma temperatura corporal. Ambos eran cálidos, cuando todo el mundo en el Hellaven era frío debido a la temperatura del lugar.

El impacto con el que la duda y la suposición lo golpearon, le hizo dar varios pasos hacia atrás y llevarse una mano a la boca, mientras sus ojos se abrían como platos. No, no podía ser. Esa idea que estaba instalándose en su cabeza no podía ser cierta; no tenía bases ni fundamentos. Era una estupidez y mientras más rápido se olvidase de eso, mucho mejor.

Luke no podía ser un terrano, por la simple y llana razón de que no parecía uno. Que resplandeciese como ellos o que su piel fuese cálida no lo hacía uno de ellos. Cecil se repetía esto una y otra vez, mientras se paseaba por la habitación. Una de sus manos había ido a parar a su cabeza y aferraba fuertemente sus rizos rubios. Sus piernas no dejaban de moverlo de un lado al otro y su corazón de dejaba de latir de esa forma tan escandalosa.

Y esa estúpida idea no salía de su cabeza por más que tratase.

“No, él no es un terrano. Punto. Él no puede ser uno de ellos. Él no puede ser como ellos. Esto es sólo una coincidencia. Sí, una coincidencia”, dijo, antes de acuclillarse al lado de Luke y sacarlo de su ensimismamiento con un ligero movimiento. Él chico abrió sus hermosos ojos grises lentamente, parpadeando un par de veces para disipar la neblina que se había apoderado de ellos.

Cecil se fijó en que estaba algo menos confundido, como si el estar cerca de Anne lo hubiese liberado del hechizo… Pero su mano aun no soltaba la de la chica.

—Luke, vamos, tienes que ir a descansar a tu habitación. Mientras más descanses, mejor será para todos. —Lo tomó por los antebrazos y lo ayudó a ponerse de pie. Con delicadeza, para que Luke no se diese cuenta, separó su mano de la de Anne y se lo llevó para la habitación contigua.

Después de dejar a Luke en su habitación y de repetirle hasta el cansancio que no se le acercase a Anne hasta que estuviese completamente recuperado, desapareció del lugar para aparecerse en otro sitio, un bosque oscuro que flaqueaba una construcción cuadrada de color dorado.

Tenía dudas, serias dudas, y sólo había una persona capaz de aclararlas. Y ese alguien no era nadie más que Nadhia, la única persona que conocía la procedencia exacta de Luke.

0 Estrellas:

Publicar un comentario

 

Archivo

Labels

Seguidores