La Premonición

Capítulo 15

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Reencuentro


La noche en la que Adrian salió de su casa deseando enfriar sus pensamientos y calmar su inquieto espíritu, nunca pensó que iba a encontrarse con alguien que lo hiciese lograr su objetivo de una manera tan sencilla. Anne (porque aún podía recordar su nombre, a pesar de que habían pasado varios días desde que se habían encontrado) había sido como un bálsamo que había dejado una sensación bastante placentera en él.

Pero eso nada tenía que ver con romance o con que la chica tuviese algunas de las características que le gustaba que tuviesen las personas a su alrededor (él era muy selectivo, dada su posición en el Reino), sino con algo mucho más profundo y misterioso; algo que ni él podía explicar.

Adrian podía “alimentarse” de las emociones que crecían dentro de ella, a pesar de que estas no estaban basadas en el miedo y la desesperación. Generalmente estas eran las emociones más fuertes y las que tendían a ser captadas mucho más rápido por las personas que tenían la misma capacidad que él.

Ese tipo de emociones, como el miedo, la desesperación y la tristeza, se expanden en el cuerpo velozmente y dejan una fuerte impresión en la persona que las percibe. Quizás por eso, los que habían sido agraciados con su don (los cuales no eran muchos. En el Segundo Reino sólo existían cuatro hellavenianos con este don), tendían a buscar la manera de estar cerca de personas que estuviesen pasando por alguna situación dolorosa, ya que aunque estos estuviesen sufriendo, no importaba que fuese física o emocionalmente, ellos percibirían la sensación de una manera totalmente diferente.

Pero con Anne era completamente distinto. Las sensaciones que él podía percibir con mayor intensidad eran las agradables, las que no tenían nada que ver con penas y dolor. Era la primera vez que le pasaba y estaba de más mencionar que él no iba a desaprovechar la oportunidad de obtener lo que más le gustaba de la gente sin muchas complicaciones y sin hacer uso de su preciada magia.

No había tenido muchas oportunidades para comprobar su teoría de que Anne era “única y especial” debido a que se habían encontrado sólo una sola vez. Pero ese encuentro, en el que hablaron sin parar por horas hasta que había empezado a llover, él había estado captando y analizando todo lo que Anne le había dicho. Había estado haciendo un monitoreo de las emociones que había percibido de ella y de lo que esas emociones provocaban en él.

Por suerte, tenía muchísimos años haciendo ese tipo de cosas por lo que no le resultaba difícil, mucho menos complicado, hacerlo mientras trababa conversación con la chica.

Después de que Anne se había despedido de él, había sentido el aire a su alrededor moverse agitadamente, como si la ausencia de Anne le desagradase. Él se sentía de esa manera.

Pero, a pesar de que había deseado en más de una ocasión salir del castillo y ver si lograba encontrar a Anne en el mismo claro de la otra vez, no pudo hacerlo porque sus obligaciones como Príncipe eran mucho más importantes que sus distracciones. Una de ellas era la de estar pendiente de los asuntos que a su padre no le agradaba atender.

Gracias a eso había tenido que viajar hacia el Tercer Reino y atender una aburrida reunión con los miembros del Tercer Consejo, los cuales eran los que regían toda esa zona ya que esta, políticamente hablando, carecía de liderazgo.

La situación en aquél lugar era estable debido a que las reglas eran más estrictas y la Guardia mucho más temible que la de los demás Reinos; pero aun así debían mantenerse en constante vigilancia ya que un Reino sin Reinado no era prácticamente nada a los ojos de los demás. Los rumores sobre vandalismo y acciones inapropiadas (algunas veces eran más que rumores) siempre surgían cuando había problemas en algún Reino, provocando en los demás hellavenianos rechazo y odio.

Pero respecto al Tercer Reino las cosas eran diferentes. Los ciudadanos todavía padecían por la pérdida de su Rey y Reina, los cuales habían muerto de una forma bastante trágica e inesperada hacía más de cincuenta años, y quizás debido a eso no se habían rebelado ante su falta de líderes. El Tercer Consejo no tenía mucho de qué quejarse, en comparación con el Primer Reino, que era un desastre a pesar de tener un Reinado activo.

Cuando Adrian había vuelto al Segundo Reino después de varios días de agitación, se había visto inmerso en un sin número de reuniones y discusiones que no tenían otro fin más que lograr exterminar la amenaza que estaba azotando al Hellaven: el terrano vivo que, por alguna extraña razón, había sobrevivido al ataque del Recolector.

Sólo en esos precisos momentos, dos semanas después de su primer encuentro, bastante abatido y cansando debido al trajín por el que había tenido que pasar en los últimos días, Adrian era libre de salir del castillo y podía ir en busca de lo que necesitaba: una amena platica con la extraña chica del bosque.


Por su parte, Anne, había estado demasiado ocupada encargándose de Luke como para tener oportunidad de salir. Había pensando en Adrian un sin número de veces, era cierto, pero nunca se había animado a poner un pie fuera de la casa porque tenía miedo de que Luke necesitase algo y ella no pudiese ayudarlo.

Eso no significaba que él se había pasado los días ordenándole que hiciese cosas debido a su falta de magia. Es más, raras veces llegaron a intercambiar alguna palabra en medio de sus encuentros. Pero, de todas formas, a ella le gustaba estar cerca porque sentía que era su responsabilidad cuidar de él. Si ella no lo hacía, ¿entonces quién más lo haría?

Y había cumplido con su cometido desde que había empujado a Cecil fuera de la habitación con la excusa de que debían dejar a Luke dormir. Después de eso, ella había ido a la cocina, calentado la sopa y se la había llevado a Luke, sintiéndose un poco nerviosa e incómoda.

Después de muchas negativas por parte de joven y de una que otra mirada molesta por parte de Anne, Luke accedió a dejarse ayudar por ella, pintándole una pequeña sonrisa en el rostro en el proceso. Desde entonces habían estado juntos, sólo compartiendo el mismo espacio, raras veces diciendo una palabra (a menos que estuviesen en la biblioteca).

Luke había se había recuperado completamente después de varias horas de sueño. Su capacidad de recuperación era bastante asombrosa, ya Cecil se lo había dicho a Anne en más de una ocasión, siempre con un ligero tono de envidia de fondo, por lo que no se había sorprendido al encontrarlo caminando por los pasillos al día siguiente.

Ella siempre se unía a él a pesar de que sabía que posiblemente lo estaba incomodando, y lo perseguía por todos lados como una niña curiosa. Luke nunca se quejó o le ordenó que se alejase, por lo que Anne lo hacía cada vez con más frecuencia, pasando cada vez más tiempo con él. Se había puesto como meta, aprovechando el estado del chico, conocer más cosas sobre él y hacerse más cercana; ese era el único momento en el que ella podría limar las asperezas entre los dos así que no iba a desaprovecharlo.

En ese momento, ambos estaban en la biblioteca, ella sentada en una de las mesas con su mirada fija en un Luke más cubierto de lo normal. Él estaba buscando un libro en una de las estanterías. Tenía una expresión de concentración en el rostro y los labios ligeramente fruncidos hacia afuera, y pasaba su mano derecha sobre los coloridos lomos de los libros como si pudiese leer con la yema de sus dedos. Se le veía inmerso en un asunto mucho más complejo que una mera búsqueda.

Ella lo vio darse la vuelta y empezar nuevamente su trabajo en la estantería que había tenido detrás. La imagen de Luke en una biblioteca, sumergido en ese mar de conocimiento y letras aun le parecía extraña. Luke tenía la apariencia de todo, menos de una persona que se pasaba horas sentado en un sillón leyendo un libro. Era más el tipo de persona de acción, de las que parecían encontrar problemas incluso cuando no los estaban buscando. Iba a tener que dejar de hacer juicios sobre la gente sin conocerla; Luke le estaba dando una lección por eso.

— ¿Exactamente, qué libro estas buscando? —ella preguntó, con su voz cargada de curiosidad.

Estaba inclinada hacia delante en su asiento, con una de sus manos sirviéndole de apoyo a su cabeza. Cualquiera que la viese pensaría que ella estaba admirando y memorizando cada ínfimo detalle de una compleja obra de arte. O quizás que estaba viendo la cosa más maravillosa e interesante de todo el mundo; ambas cosas estaban bastante cerca de la realidad.

Era sólo en esos momentos en los cuales ambos estaban rodeados de libros y por la calidez del lugar, que ella podía atreverse a hacer una pregunta y saber que iba a recibir una respuesta. Quizás fuese por el ambiente reinante en aquel sitio o porque ella siempre preguntaba cosas relacionadas con libros; no lo sabía. El punto era que Luke, aunque con respuestas cortas, a veces demasiado inmerso en sus propios asuntos, siempre le respondía calmadamente.

Había veces en los que Anne no sabía si ponerse a bailar o reír de la emoción que le provocaba escucharlo. Saber que a pesar de todo lo que había pasado entre ellos, a pesar de lo que ella la había hecho hacía un par de semanas, él le hablaba y la trataba con algo de familiaridad, era demasiado para ella y su pobre y esperanzado corazón.

—Un libro de historia antigua. Es sobre los orígenes del Hellaven. — le respondió sin siquiera dignarse a mirarla.

Él había descubierto en la estantería que estaba revisando algo que había llamado su atención. Era un libro, grueso y de una brillante cubierta roja, que había estado colocado al revés, con el lomo hacia adentro, en el medio de otros dos libros más pequeños y delgados. Cuando lo había sacado para volver a ponerlo de forma correcta, había visto otros libros escondidos en el centro de la estantería. Puso el que tenía en la mano en el suelo y volvió a centrar su concentración en lo que había encontrado.

Sin dudarlo un solo segundo, metió la mano entre los dos libros y se dispuso a sacar los que estaban escondidos. Eran dos, pequeños y con brillantes cubiertas satinadas. Uno era azul oscuro, con el borde de las páginas de color plateado, y el otro era plateado y con el borde del mismo color. No tenían ningún título, pero en el lomo Luke vio que tenían el símbolo de un sol con una media luna en el centro.

No había rastro de polvo, mucho menos una señal de que el tiempo había pasado y los había afectado. Los libros estaban intactos, limpios y brillantes, como si hubiesen estado dentro de una caja de cristal y no escondidos en un lugar en el que hubiesen podido estropearse debido al polvo y los insectos.

Con su pequeña nueva adquisición en las manos se agachó para tomar el libro que había dejado en el suelo. Lo puso en la estantería con cuidado y gesto ausente y se dirigió hacia el lugar en el que estaba Anne sentada, con una curiosa expresión en el rostro. Luke puso los libros sobre la mesa, uno al lado del otro, y se puso a mirarlos fijamente, con sus codos sobre la mesa y la cabeza apoyada en una de sus manos.

Anne por un momento llegó a pensar que él estaba esperando que a los libros les saliese una boca en la cubierta y empezasen a contarles la historia de su vida; o en su defecto, los secretos que se escondían en su interior.

Luke, por su parte, no recordaba esos libros, mucho menos haberlos escondido. Cada libro en esa biblioteca había sido adquirido por él o regalado por Edna y Cecil en algún momento de su vida. Él mismo los había colocado en las estanterías, organizándolos por tema y color. Nadie más que él entraba a ese lugar, por lo menos fue así antes de que Anne llegase, por lo que encontrar esos dos peculiares libros era algo extraño, incluso para él.

Anne alargó una de sus manos y tocó la cubierta del libro plateado con gesto dubitativo; Luke la ignoró, estaba demasiado concentrado pensando en las formas en las que esos libros pudieron haber llegado hasta allí. Al ver su reacción, Anne tomó el libro en sus manos y empezó a revisarlo.

A pesar de su apariencia sedosa, la cubierta era ligeramente áspera al tacto, como si alguien hubiese utilizado el libro como apoyo para escribir. Por el contrario, el lomo era suave al tacto, excepto en la parte en la que estaba el logo, el cual era un alto relieve bastante detallado. Ella creyó ver al sol brillando ligeramente ante sus ojos, pero pensó que era un reflejo de la luz sobre el reluciente fondo satinado.

Cuando abrió el libro se encontró con un grabado del logo ocupando la página completa. Ella se fijó en los detalles, en los suaves bordes curveados de los rayos del sol, en las afiladas puntas de la luna. Anne había visto ese tipo de imágenes montones de veces ya que era muy común que alguien las dibujara o las diseñara en la Tierra.

El sol y la luna habían sido tema de discusión durante años, siendo también objeto de leyendas e historias relacionadas con romance entre ellos y la supuesta creación del día y la noche debido a su ruptura. Pero esta versión era un poco diferente a todas esas imágenes que ella había visto infinidades de veces.

En el lado de la luna, los rayos del sol habían perdido la suavidad de sus curvas para ser puntiagudos; parecían cristalizados, como si hubiesen sido congelados por la fuerza del otro astro. La luna estaba sobre el sol, cubriendo una gran parte de este y según lo que Anne podía percibir, parecía como si la luna estuviese expandiéndose sobre el sol, dándole la sensación de que lo estaba dominando.

Y en vez de parecer una relación afectuosa entre ambos astros, como solía parecer siempre, parecía más bien una guerra entre ellos, como si estuviesen peleando por poder. Anne se sorprendió al pensar en esto porque era improbable que la persona que hubiese hecho ese grabado lo hubiese hecho con esa idea en mente. Pero para ella, la palabra guerra era lo único que venía a su cabeza cuando veía la imagen. Y mientras más la veía más fuerte se hacía esa idea.

Cambió la página sintiéndose ligeramente incomoda con la idea y se encontró nuevamente con algo que la sorprendió. Había un extraño código, hecho con objetos y figuras, que cubría toda la página sin dejar ni un solo espacio en blanco. Parecía formar un complicado diseño pero ella no lograba verlo por más que trataba. Pensó que era una especie de patrón decorativo, ya que había objetos que se repetían varias veces, por lo que no le dio mucha importancia y cambió la página. La encontró en blanco, como el resto de las páginas del libro. Lo revisó un par de veces y no encontró nada más, ni códigos mucho menos figuras.

Con gesto rápido, tomó el siguiente libro y empezó a revisarlo también, sin ser consciente de que la mirada de Luke se había enfocado en ella de pronto. El libro, a pesar de que estaba prácticamente en blanco como el anterior, tenía dibujos del sol y la luna en algunas de las páginas. Por lo demás eran completamente iguales.

Parecían libros nuevos, que no habían sido tocados desde que habían sido creados (excepto por el curioso detalle de la portada), y que no tenían ningún tipo de función; era bastante improbable que alguien quisiese escribir en sus páginas debido a la delicadeza y fragilidad de las mismas. Pero había algo que no cuadraba en todo ese asunto.

¿Para qué alguien crearía un libro y no escribiría nada en sus páginas? Y lo más importante de todo, ¿por qué estaban escondidos si no había nada en ellos que pudiese verse? Anne apoyó esta vez ambos codos en la mesa, dejando que su brazo izquierdo reposase sobre esta y con el índice derecho empezó a darse ligeros golpecitos en la barbilla.

Algo muy dentro de ella le decía que esos pequeños objetos eran mucho más importantes de lo que parecían ser. Cuando Anne era pequeña había soñado con convertirse en una antropóloga famosa y descubrir todos los secretos escondidos en todo el mundo, como lo habían hecho los protagonistas de una de sus películas favoritas. Pero había tenido que conformarse con estudiar la otra carrera que la apasionaba ya que en su país ese tipo de estudios no se impartían.

Pero eso no le había impedido leer todo cuanto había encontrado sobre historia antigua. Era un tema que la apasionaba y que la había hecho pasarse largos ratos conjeturando sobre los porqués que habían llevado a los habitantes de aquella época a hacer lo que habían hecho, a saber todo lo que sabían. Tampoco le había quitado esa desbordante curiosidad que muchas veces la metió en serios problemas por estar queriendo saber cosas que no le incumbían. Como en esos momentos.

— ¿Qué es tan interesante en esos libros? — preguntó Luke haciéndola respingar.

Había estado tan concentrada en sus pensamientos, pensando en reyes vestidos con largas túnicas doradas recorriendo largos pasillos a la carrera en busca de un lugar seguro en donde esconder ese pequeño tesoro que ellos tenían sobre la mesa. A veces, su imaginación la llevaba muy, muy lejos.

—Lo siento. — Se acomodó en su asiento, algo incomoda, y volvió a colocar el libro sobre la mesa, justo al lado de su compañero. —Estaba tratando de descifrar por qué estaban estos libros allí escondidos. —le dijo.

Lo cual era una forma de esconder que prácticamente había estado soñando despierta.

—Yo también estaba pensando en eso y no llegué a ninguna conclusión. —Luke tomo el libro azul entre sus manos y lo abrió con gesto ausente. — Tendré que preguntarle a Cecil o a Edna si fueron ellos los que lo escondieron aquí.

—Si ellos hicieron eso dudo mucho que vayan a responderte. ¿No crees que si los escondieron fue por algún motivo importante? — se inclinó hacia delante, quedando más cerca de Luke.

—Quizás no. Y si (vamos a suponer que hay un motivo importante para hacerlo) lo hubiesen querido esconder, lo hubiesen hecho en otro sitio. Ellos saben que paso gran parte del tiempo aquí dentro; en algún momento iba a descubrirlos.

Ella asintió, dándole la razón. Pero, de todas formas, eso no le impidió que siguiese conjeturando.

—Pero, igual, ¿no piensas que hay algo raro en todo esto? ¿Quién iba a querer esconder un libro en blanco? Dos, en este caso. ¿Con qué fin harían algo como eso? —Hizo una pausa en la que miró el objeto en las manos de Luke. Luego, con voz baja, como si le estuviese contando un secreto muy importante, le dijo: — ¿No crees que esos libros estén hechizados?

Luke rodó los ojos y suspiró, cansado. En los días que llevaban juntos había descubierto que Anne sentía una extraña y molesta fascinación hacia la magia. Para ella, todo lo que no comprendía estaba hechizado. Él ya no encontraba la forma de decirle que no todo lo que había a su alrededor era producto de la magia.

Las cosas en el Hellaven no siempre se resolvían con un chasquido de dedos o un poco de luz mágica. Pero Anne, como terrana al fin, pensaba que por el siempre hecho de tener magia, ellos se pasaban los días lanzando hechizos a diestra y siniestra, volando sobre una escoba o derrotando a los malos sólo con una varita mágica en la mano. Esas cosas no sucedían en el Hellaven.

— ¿Y para qué estaría hechizado? — preguntó con un tono de voz que dejaba más que claro que él pensaba que ella era tonta; muy tonta. Anne no se dio cuenta de este detalle.

—Para esconder un secreto, por ejemplo. Suele pasar en las películas.

—Ni siquiera voy a preguntar qué es eso. —Luke se puso de pie y volvió a su tarea de rebuscar en las estanterías. Quizás de esa forma pudiese impedir que la terrana empezase con una diatriba de cosas que él no entendía y que no quería saber.

— ¡Por favor! —musitó, incrédula, antes de ponerse de pie y seguirlo. —Me vas a decir que tú nunca escribiste una nota con tinta invisible o que nunca hechizaste una página para que sólo tú pudieras leer lo que dice.

Luke volvió a rodar los ojos al escuchar la emoción en la voz de Anne. Pero aun así no dejó de rebuscar en las estanterías. Quería creer que si la ignoraba ella iba a dejarlo en paz aunque sea por dos minutos.

— ¿Para qué iba a hacer algo como eso? Si no quería que alguien leyese lo que escribí mejor no lo escribía y punto.

—Puede que tu pienses de esa manera pero qué pasaría si la persona que escribió esos dos libros —estiró el brazo derecho y señaló hacia la mesa— no pensaba igual que tu. Esos libros pueden estar llenos de secretos y nos los estamos perdiendo por tu incredulidad.

Luke pensó que la emoción de su voz iba a terminar por provocarle una migraña. ¿Cómo alguien tan pequeño podría ser tan molesto cuando se lo proponía?

— ¿Por qué no haces una prueba y les lanzas un hechizo revelador, o lo que sea, para ver su contenido? —le dijo, con los ojos brillantes ante la perspectiva de descubrir cosas nuevas.

Luke se dio la vuelta, esta vez con una expresión de molestia en el rostro. Se cruzó de brazos frente a ella y la miró como si fuese la causante de todos los males del universo. Y no era por haberse dedicado a fastidiarle la existencia desde que había llegado a esa casa, habiendo incrementado el nivel de fastidio en los últimos días. No. Era debido al hecho de que le había metido el dedo en la llaga, quizás, sin proponérselo. Dioses, como la detestaba.

— ¿Será porque ya no puedo hacer magia? — le respondió con toda la mordacidad y acidez que podía. Anne palideció frente a él y dio un paso hacia atrás. — ¿O porque me parece una idea completamente estúpida y ridícula?

Era bueno saber que, a pesar de que ella se había dedicado los últimos días a rondarlo como una molesta abeja, zumbando a todas horas cerca de su oído, seguía teniéndole miedo. Y esa era la única cosa a la que él podía aferrarse cuando quería lanzarla lejos de él.

Luke no quería hacerse más cercano a Anne, no quería apreciarla ni verla como algo más que una molestia. Y si ella seguía comportándose de esa forma, si seguía abriéndose a él, y si él le permitía acercarse más, no iba a haber forma de cortar los lazos entre ellos.

A pesar de todo, para Luke no era difícil encariñarse con las personas a su alrededor; siempre y cuando él se diese la oportunidad de hacerlo, por supuesto. Y él tendría que ser estúpido para no haberse dado cuenta de que la terrana hacía tiempo que había dejado de ser el blanco de todo su odio. Ahora él sólo se limitaba a molestarla, a dedicarle todo el rencor que sentía hacia sí mismo sólo porque era la única forma que tenía para mantenerse alejado de ella, para protegerse.

Pero, al parecer, no le estaba resultando muy bien porque cada vez que veía los ojos de Anne empañados por la tristeza, se sentía miserable. Mucho más si él era el responsable.

—Lo siento. —Ella le respondió, con su vocecita aniñada, baja y cargada de pena. —Se me había olvidado que ya no podías hacer magia y que yo era la causante.

Ella daba por sentando que había sido la que le había quitado todos sus poderes aun cuando no había hecho nada extraordinario, algo que pudiese tomarse como un “sí, eso fue lo que lo causó”. Luke, en cambio, estaba seguro de que habían sido las palabras de Anne la que lo habían trastornado de tal manera que le estaba impidiendo hacer hasta el conjuro más sencillo. El problema radicaba en que no sabía cómo revertirlo.

—Para la próxima, más te vale que no lo olvides. Y ya, déjame en paz que necesito encontrar ese libro.

Ella se dio la vuelta, con la cabeza gacha, y se dirigió hacia la salida. Sólo cuando escuchó la puerta cerrarse con un ligero “clic”, Luke pudo darse el lujo relajarse. Soltó un profundo suspiro y apoyó la espalda en la estantería más cercana, abrazando el libro que tenía en las manos.

Cada vez que Anne estaba cerca él sentía la imperiosa necesidad de pararse recto y de contener el aire. Se sentía como si debiese mostrarse ante ella como la perfecta imagen de la rectitud y la rudeza; como una fría estatua de mármol. Anne podía ser muy inocente para muchas cosas, incluso hasta despistada, pero tendía a descubrir lo que pasaba por la cabeza de las demás personas con sólo mirarlas a los ojos.

Ella era una simple terrana pero había momentos, mucho más ahora que no tenía poderes y era vulnerable, por decirlo de alguna manera, en los que pensaba que ella era demasiado poderosa para ser una persona que nunca en su vida había hecho un conjuro. Con sólo mirarlo o tocarlo ella lograba hacerle sentir demasiadas cosas, todas ellas confusas, todas ellas lo suficientemente intensas como para asustarlo.

La puerta de la biblioteca volvió a abrirse y él desde su lugar pudo ver a Anne con un grueso libro entre sus delgados brazos. Lo puso sobre la mesa y salió de la biblioteca sin detenerse a mirar a ningún lado. Cuando la puerta volvió a cerrarse, esta vez quizás de forma definitiva, él se encaminó hacia donde Anne había dejado el libro, justo en el centro de la mesa que ellos habían estado ocupando minutos antes.

Las sensaciones y emociones que se apoderaron de él cuando vio que el libro que Anne había dejado allí era el mismo que él había estado buscando desde hacía rato, eran tan confusas y estaban dando tantas vueltas en su pecho, que no pudo definirlas. Quizás era mejor así. Mientras menos supiese y comprendiese sobre lo que la terrana le hacía sentir, sería mucho mejor.


***

Luke quería que lo dejasen solo y eso era lo que ella iba a hacer. Y no lo hacía porque se sintiese molesta, Dios sabía que eso era lo menos que sentía en esos momentos, sino porque sentía la extraña necesidad de complacerlo, de pagarle por todo lo que le había hecho. Ella suponía que ser un hellaveniano y no tener magia era lo mismo que ser un artista incapaz de expresar su arte.

Ella le había quitado a Luke una parte importante de él, eso que lo definía como hellaveniano y lo diferenciaba de ella, así que lo menos que podía hacer era complacerlo cuando le pedía que lo dejase en paz. Por esa razón, guiada por ese deseo, fue a su habitación (que había vuelto a ser de ella en cuanto Luke se había despertado después de su “sueño reparador”), buscó el largo y protector abrigo con capucha que Edna le había regalado el día que la había dejado en casa de Luke, se puso el collar que siempre llevaba en el bolsillo, y después de cubrir su cabeza con la capucha, salió de la casa.

Caminó por el bosque con pasos rápidos, sin detenerse a mirar nada a su alrededor. Tenía que llegar a aquel claro rápido, y si se detenía a apreciar la belleza a su alrededor no lo lograría.

Cada pisada suya venia acompañada del crujido de las piedras y las hojas secas. La brillante luz de la luna, la cual se colaba intensamente a través de la copa de los arboles, formaba un luminoso y casi fantasmal camino por el bosque; parecía estar guiándola hacia su destino. La fría brisa agitaba la copa de los árboles y su ropa, llenando el bosque con el ruido de las hojas al ser azotadas.

Ella no podía sentir frío en esos momentos, pero por la forma en la que su ropa se agitaba a sus pies, era bastante probable que, de haber salido con algo menos abrigador, cuando regresase a la casa tendría otro episodio como el de semanas anteriores. Y si quería mantener sus salidas ocultas eso no debía pasar. Además, enfermarse cuando Luke no podía hacer magia para curarla no era una buena idea.

Cuando llegó al claro, unos cuantos minutos más tarde, Adrian ya estaba allí. Él se dio la vuelta cuando la había sentido (ella supuso que eso había sido lo que lo había impulsado a hacerlo) y dirigió su mirada hacia el lugar por el que ella saldría. Anne pudo ver como su larga capa oscura se agitaba con el viento y como él se llevaba las manos a la cabeza para impedir que la enorme capucha se moviese de lugar.

—Bienvenida— le escuchó decir, y su corazón no pudo evitar iniciar una carrera en su pecho al escuchar el tono de su voz. Había algo en su voz que parecía acariciarla, provocándole cosquillas en el proceso.

Adrian le tendió la mano y ella acortó la distancia que los separaba para tomarla. Estaba fría, al igual que la tendría cualquier hellaveniano, pero Anne no logró sentir esto. Como llevaba puesto el collar era inmune a ese tipo de cosas.

Se dejó guiar por Adrian, el cual la llevó hacia un gran árbol caído que se encontraba del otro lado del claro. Se sentaron en silencio sobre el grueso y frío tronco, y se dedicaron a mirar a su alrededor.

Era una situación extraña y quizás demasiado ilógica. Estaban ellos dos en medio de la nada, rodeados por árboles que parecían soldados gigantes, siendo custodiados por una enorme luna que los observaba por encima de las nubes; ambos con los rostros cubiertos por sus respectivas capuchas, rodeados por el silencio y tomados de la mano.

Anne dirigió su vista hacia donde se encontraban sus manos. La de Adrian era mucho más grande que la de ella, pero ambas encajaban perfectamente. Era pálida y gracias a la luz de la luna tenía un cierto resplandor plateado, como si su piel fuese de porcelana. Era una mano bonita, suave y quizás demasiado delicada para ser la mano de un hombre.

En esos momentos empezó a preguntarse cómo sería el rostro de Adrian, como luciría su piel. ¿Sería tan atractivo como Luke? ¿Tendría ese hermoso resplandor plateado aun cuando no estuviese bajo la luz de la luna?

Ella no tenía dudas de que él sería atractivo. Edna le había contado, y le había tocado leerlo cientos de veces en el libro de historia que le había dejado a Luke en la biblioteca, que todos los terranos eran atractivos. En ese mundo no existía la fealdad, ni siquiera en los objetos. Esa era una de las grandes diferencias entre el Hellaven y la Tierra y era algo que los tenía muy orgullosos.

Pero a pesar de saberlo, no podía dejar de pensar en cómo sería o qué tan atractivo era. Ella no era una chica superficial, por lo menos lo había sido antes de llegar al Hellaven, pero en esos momentos conocer la apariencia de Adrian se le hacía algo bastante indispensable.

Ella podía pedirle que le permitiese ver su rostro y era probable que él lo hiciese. El problema radicaba en que ella no podía permitir que nadie viese el suyo. En algún lugar del Hellaven estaba el hombre que había intentado matarla y, puede que él pensase que ella estaba muerta y que él había cumplido con su trabajo, pero si veía su rostro alguna vez era bastante probable que no dudase por un segundo que ella en realidad estaba viva e intentase terminar con su misión.

Así que, a pesar de su curiosidad, se reprimió de hacer esa petición, diciéndose a sí misma que era mucho mejor que ambos se mantuviesen en la incógnita, porque era seguro de que si Adrian se quitaba la capucha él iba a querer que ella hiciese lo mismo.

Sintió qué su mano izquierda se movía y eso fue suficiente como para sacarla de sus pensamientos y llevarla de vuelta a la realidad. Giró la cabeza y se concentró en el hombre a su lado, el cual estaba concentrado estudiando sus manos juntas.

—Esto es extraño. —Musitó Anne, sin hacer el más mínimo movimiento por soltarse, preguntándose si había estado bien el decir eso. Adrian levantó la cabeza y Anne supuso que la estaba mirando con curiosidad. Realmente era una situación extraña. Lo único que ella podía ver de Adrian era el pozo de oscuridad en el que estaba sumido su rostro gracias a la capucha; la visión de él no era diferente. Por alguna extraña razón, le pareció estar mirando a la muerte. Movió la cabeza para quitarse ese pensamiento de la mente.

— ¿Por qué lo dices?

—Por todo. Nosotros aquí sentados sin decir una palabra, sólo mirando a nuestro alrededor o estudiando nuestras manos juntas. —Ella movió los dedos de su mano izquierda y Adrian apretó aun más el agarre que ejercía sobre la pequeña mano de Anne.

— ¿Te sientes incomoda? — él había tomado su mano en un principio porque suponía que este gesto iba a hacerla sentir algo incomoda y quizás avergonzada, pero nada de eso había pasado.

—No. Y puede que esto suene extraño pero… se siente bien. Es como si llevásemos tanto tiempo haciendo esto que ya es una costumbre para nosotros. Así lo siento.

Y era verdad. Toda esa situación en vez de hacerla sentir incomoda o fuera de lugar, lo único que le provocaba era una extraña sensación de aceptación y bienvenida; como si su lugar en el mundo estuviese justo a la derecha de Adrian.

Él no le dijo nada, mas porque no sabía qué decir que porque pensase que las palabras de Anne eran tontas o extrañas. Anne se estaba convirtiendo en algo que él quería descifrar, especialmente debido a la forma en la que él percibía sus emociones. Su forma de pensar, de ser, de expresarse, no era parecida a la de nadie que él conociese. Era bastante peculiar, como un raro juguete que al principio no sabes cómo funciona y que tiene las instrucciones en un idioma que no entiendes.

Tienes que tantear, probar varias formas hasta que logras averiguar cómo es que funciona. Y como él era un niño curioso y deseoso por conocer la mecánica de su nuevo juguete, decidió que era hora de que empezase a probar.

Se giró un poco en su lugar, para quedar de cara hacia Anne. Con su mano libre empezó a acariciar la piel de la mano de la chica con gestos suaves y lentos. Ella dio un respingo, como si con este gesto él la hubiese sacado de sus pensamientos. Se giró lentamente, como si temiese que él fuese a hacerle algo (o quizás a dejar de hacer lo que hacía) y se enfocó en las manos de ambos, pálidos miembros sobre el oscuro árbol muerto.

Adrian sólo quería probar hasta qué punto las emociones de Anne lo afectaban. En esos momentos, cada gesto de ella, por mas mínimo que fuese, le provocaba un cosquilleo en el estomago, que lo único que hacía era impulsarlo a seguir tanteando. Se sentía como un adolescente inexperto, pero igual no se detenía. Su juguete nuevo estaba demostrando ser muy divertido.

La mano de Adrian se coló lentamente por debajo de la manga del abrigo y el corazón de Anne empezó a latir mucho más rápido, enviando sangre a sus mejillas en el proceso y de paso, enviando una descarga de adrenalina al chico a su lado. El tacto de Adrian era suave, como seda deslizándose sobre su piel. Sus dedos se movían hacia adelante y hacia atrás, haciendo círculos y provocándole deliciosas cosquillas. Era un gesto bastante intimo, si le preguntaban, pero ella no estaba en esos momentos en la capacidad mental para quejarse.

Anne se removió en su asiento, pero no se alejó de él o soltó sus manos. Sólo se quedó ahí, esperando que algo pasase. Lo que fuese. De pronto, la mano de Adrian dejó de jugar con la piel de su brazo y se decidió por un objetivo mucho más fácil de alcanzar: su rostro. Hizo su camino hacia su rostro acariciando su brazo por encima de la tela, pero de todas formas Anne sintió las mismas cosquillas que le habían provocado su tacto directamente sobre su piel desnuda.

Los dedos de Adrian acariciaron su frente, bajando por el puente de su nariz en una ruta directa hacia sus labios. Un suspiro se escapó por entre ellos cuando sus fríos dedos los rozaron y el deseo de que fuesen los labios de Adrian los que rosasen los suyos se instaló en su sistema con gran intensidad. Se hubiese inclinado hacia adelante y acortado la distancia que los separaba si no hubiese sido por el pensamiento de que si ella hacía eso era probable que Adrian parase.

Sus ojos se habían cerrado en algún momento de todo aquel tentador recorrido por su piel y cuando Anne volvió a abrirlos pudo ver la figura encapuchada de Adrian acercándose a ella lentamente, mientras su mano izquierda descendía por su mejilla hacia su cuello con una lentitud que le estaba hirviendo la sangre, y la derecha se posaba en su cintura. Si las cosas seguían así, no iba a tener que esperar mucho para cumplir su deseo de ser besada por Adrian. Inconscientemente se lamió los labios resecos.

Sólo cuando sus rostros estuvieron a escasos centímetros de distancia, y antes de que sus sentidos colapsasen debido al perverso juego de Adrian, Anne cayó en la cuenta de que los ágiles dedos del hombre estaban peligrosamente cerca del dije de su collar. Las palabras que Luke le había dicho cuando la había sermoneado por haber salido y haberlos puesto en peligro llegaron a su cabeza con tanta intensidad que casi se cae de su asiento. La neblina que se había estado apoderando de su cerebro se había dispersado rápidamente, como si las palabras de Luke hubiesen tenido la fuerza arrolladora del sol.

Se puso de pie torpe y rápidamente, poniendo una prudente distancia entre Adrian y ella. Gracias al brusco movimiento, la mano de Adrian se había deslizado sobre su piel y casi había tocado el dije. Ella se llevó inmediatamente la mano al pecho, cubriendo la zona en la que estaba el tibio cristal en forma de corazón.

Estaba asustada. Si Adrian se daba cuenta de que ella estaba ocultando algo sería el fin, no sólo para ella sino también para los que la habían ayudado. Ella no sabía mucho de magia, pero era probable que los hellavenianos tuviesen algún hechizo para rastrear personas o para escanear su cerebro en busca de respuestas a la incógnita: ¿quién la habrá estado protegiendo?

Su corazón latía en su pecho a un ritmo desesperante y doloroso. Adrian no había demostrado ser una persona de temer, al contrario, siempre había sido muy educado y gentil, pero si se trataba de un terrano deambulando por los bosques del Hellaven era bastante seguro que el hombre no fuese a quedarse tranquilo y sin hacer nada.

Se imaginó las lindas manos de Adrian rodeando su cuello con el expreso deseo de estrangularla. Se imaginó en el suelo, con el inclinado sobre ella, forcejeando y dando manotazos para tratar de liberarse de su captor. Se llevó las manos al cuello en un acto reflejo.

Adrian, desde su lugar, veía a Anne llevarse las manos al pecho y al cuello y en lo único que él podía pensar era en que su contacto la había afectado demasiado para haber sido tan poca cosa. Para suerte de Anne, sus pensamientos estaban muy lejos de los de la chica. Haber estado tanteando, probando a ver hasta dónde llegaban las emociones de Anne, lo habían dejado ligeramente adormecido y perezoso.

Las sensaciones que Anne le había provocado habían tenido en él el mismo efecto que un atracón de chocolate hubiese tenido en alguna mujer ansiosa. Se sentía ligero, como si le hubiesen quitado una pesada carga de encima, y una sonrisita de satisfacción había aparecido en su rostro y amenazaba con estar ahí durante un largo rato. Se sentía drogado y la sensación era demasiado buena y totalmente diferente a lo que había sentido antes. Nadie lo había dejado en tal estado antes.

Ese hecho le hizo darse cuenta de que había encontrado la cura de todos sus males. Anne era como una droga, una bastante placentera, y él se iba a encargar de que ella se mantuviese cerca de él aunque fuese lo último que hiciese. Semejante mina de oro no podía desperdiciarse, y él se encargaría de que fuese así. Estaba pensando y actuando como un adicto pero no le importaba en lo más mínimo.

—Cre-creo que es hora de que vu-vuelva a casa. — Dijo Anne con voz temblorosa y cargada de nerviosismo y él casi ni la escuchó. Se estaba sumiendo en el sopor y la vocecita de Anne lo único que hacía era tomarlo de la mano y llevarlo aun más rápido.

—Sí, será lo mejor. Ya es tarde.

Él no se enteró de si ella dijo algo más o de si asintió, mucho menos de cuando dio la vuelta y emprendió el recorrido hacia su casa. El sueño se estaba apoderando de él y lo estaba empujando hacia los brazos de Morfeo. Se quedó sentado sobre su duro y rustico asiento un rato más, sintiendo como la fría brisa azotaba cruelmente su oscura ropa.

Se bajó la capucha y mientras lo hacía su capa y toda su vestimenta se tornó blanca, como debía ser. El susurro del viento atacando las copas de los arboles parecía estar diciéndole que ya era hora de que volviese a casa y se dedicase a descansar. Él era un príncipe, y como tal, tendría muchas obligaciones que atender el día siguiente.

Con un suspiro cargado de cansancio, se desapareció del frío bosque para aparecer en su nívea habitación segundos más tarde. Cuando se metió en su cama, después de una larga ducha caliente, el efecto de “la droga” ya había pasado, dejándole una extraña sensación de vacío en el pecho. Vacío que amenazaba con permanecer en su pecho durante un largo tiempo.


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