La Premonición

Capítulo 24

Published by La Premonición under on 18:05
El Fin


Luke se quedó en su lugar en la puerta mirando fijamente al hombre frente a él. Leus, con una expresión de consternación y asombro en el rostro, esperaba que el menor empezase a hablar. Podía hacerlo él, teniendo en cuenta que sabía exactamente de qué Luke quería hablar con él, pero por alguna extraña razón las palabras no querían salir de su boca sin ayuda.

Lo mismo le había pasado aquel día, cuando había hechizado a Luke en medio del Centro; cuando había estado jugando con fuego, pensando que nada malo iba a pasar al final. Pero cuando se quemó, cuando sintió las llamas lamer su piel, supo que se había equivocado… una vez más. Él no solía hacerlo muy a menudo, equivocarse era para personas que no pensaban bien antes de actuar, pero cuando se equivocaba, lo hacía de la manera más tonta y horrible posible.

En esta ocasión, estando él callado y mirando a Luke como si este tuviese una segunda cabeza o un tercer ojo, no fue diferente de aquel día. Luke, por el contrario, lo miraba con recelo, como si no confiara en lo que el hombre que había logrado dominarlo pudiese hacerle. Y tenía todo el derecho de hacerlo. Leus no le había dado motivos para confiar, y en su último encuentro no había sido, precisamente, una persona digna de confianza.

Luke había crecido siendo consciente y teniendo la seguridad de que nadie a su alrededor podía dominarlo fácilmente. No porque creyese que era mejor que los demás sino porque con el pasar de los años, mientras fue aprendiendo hechizos con los demás chicos, se fue dando cuenta de que la magia en él funcionaba de manera diferente.

Dominaba los hechizos más rápido que los demás y sus ataques eran más poderosos y efectivos. A lo largo de su vida nadie nunca había logrado hechizarlo, por lo menos no realmente. Quizás uno o dos hechizos, los más fuertes, los prohibidos, lograban derribarlo y dejarlo inconsciente (eso era lo máximo que podían hacerle, sin importar el tipo de hechizo que fuese), pero nunca antes había sido víctima de alguien tan poderoso como Leus.

Así que, Luke tenía varias razones anotadas en su lista de “por qué no debo confiar en Leus”. La primera, porque la forma en la que lo miraba no era agradable en ningún sentido. La segunda, porque podía hechizarlo con pasmosa velocidad. Y la tercera y más importante, porque parecía saber cosas, cosas sobre él especialmente, que nadie más sabía. Pero a pesar de todo, ahí estaba él, frente al mayor, esperando que todas sus dudas y preguntas fuesen contestadas.

Leus no pudo soportar ni un segundo más el estar cerca de Luke, mirándolo fijamente a los ojos, por lo que con un suspiro se dio la vuelta y se sentó sobre su alto taburete detrás del mostrador.

— ¿Por qué no me atacaste aquél día?— preguntó al fin, rompiendo el pesado silencio que se había creado en el lugar. —Yo fui el que empezó con todo ese asunto. Yo fui el que descubrió tu rostro.

—Pero fue el único que no me miró… de esa forma.

Dudó unos segundos, y esperó que esa pausa no lo hiciese parecer débil o temeroso. Lo que menos quería era verse de esa forma delante de una persona que con un chasquido de dedos podía tenerlo de rodillas. Así que, para mantener su pantalla, decidió ponerse a la defensiva.

—Usted estaba aterrado, como si hubiese visto un fantasma. ¿Por qué? —dijo, mientras entrecerraba los ojos y lo miraba con sospecha.

—Es porque no esperaba que fueses así de atractivo.

Luke ni siquiera reaccionó ante sus palabras. ¿Cómo hacerlo, cuando estas habían salido tan monótonas y carentes de sentimientos? Leus las había dicho sólo por decirlas, por lo que Luke no se sintió amenazado en ningún momento.

— ¿Usted pretende que yo me crea eso? Dígame la verdad.

Le ordenó sin siquiera alterarse o alzar la voz, y por un momento pensó que Leus iba a hacerle caso. El hombre se movió ligeramente hacia delante, como si estuviese tomando impulso para contarle un gran secreto. Pero con un suspiro se encogió en su asiento y movió la cabeza de un lado al otro en gesto negativo.

—Tengo órdenes de no hacerlo. —Su voz salió cargada de pena, demostrándole con eso que realmente lamentaba no poder decirle nada.

— ¿Órdenes? ¿De quién? —lo interrumpió, apoyando ambas manos en el mostrador e inclinándose hacia delante, pero Leus ignoró la interrupción y continuó hablando:

—Pero puedo ayudarte a encontrar a tu amiga.

Los ojos negros del hombre se posaron en los grises de Luke y el menor no pudo evitar sentir como si estuviese cayendo en un remolino plagado de oscuridad. Ya no había lujuria o deseo en sus ojos, sólo miedo y algo que Luke identificó como culpa, pero que no estaba completamente seguro de que fuese eso. Leus parecía asustado y afligido por algo, había perdido esa picardía que lo caracterizaba y hacia que Luke tuviese ganas de matarlo cada vez que iba a su tienda.

Y estaba confundido, porque no entendía como de la noche a la mañana, más bien, de un momento a otro, una persona pudiese cambiar tanto.

—Deja de hacerte preguntas tontas. Aquí lo importante es encontrar a tu amiga, ¿no?

— ¿Qué amiga? ¿De qué me habla? Yo sólo quier-¡ah!

Se quejó fuertemente un sorprendido Luke cuando sintió una dolorosa punzada en el pecho. Dio un paso atrás y se dobló ligeramente debido al impacto, apoyando su mano derecha sobre el mostrador para no perder el equilibrio y caerse.

Cuando abrió los ojos, encontró a Leus mirándolo fijamente, con sus ojos de un extraño y brillante tono entre negro y azul oscuro, apuntándolo justo encima de su corazón con su índice derecho. El hombre no hacía nada más que presionar su dedo lenta y ligeramente sobre su cuerpo, pero Luke sentía como si le estuviese clavando una daga ardiendo en el corazón. Dolía, dolía mucho, y Luke tenía que hacer esfuerzos titánicos para no ponerse a gritar como un niño de tres años.

Trató de moverse, de alejarse de lo que le producía dolor, de gritarle que parara, pero no pudo hacer nada. Sus miembros no reaccionaban, sus labios no formaron palabras, y su voz no salió de su garganta. Trató de hacer magia, pero Leus había sido más inteligente y había bloqueado su magia en algún momento, sin que él se diese cuenta.

Estaba paralizado igual que aquella vez, siendo torturado física y emocionalmente, porque aunque no le importase en lo más mínimo tener un altísimo nivel y dominio de la magia, su orgullo había sido pisado dos veces por la misma persona, con una facilidad que hasta daba risa.

De pronto, Leus presionó más su dedo sobre su piel, sacándole un alarido de dolor, y antes de que él pudiese reaccionar, el hombre movió su mano derecha y le dio un fuerte golpe con la palma abierta justo en el centro del pecho, dejándolo sin aliento y haciéndole perder el sentido.

Cuando despertó, se encontró tirado en el suelo, con la cabeza apoyada sobre las piernas de Leus, el cual lo sostenía cuidadosamente como si fuese un niño pequeño, mientras movía en movimientos circulares su mano derecha sobre el adolorido pecho de Luke. Luke ni siquiera tuvo tiempo de moverse, cuando los labios de Leus se movieron formando una pregunta que trajeron un sinfín de emociones y sensaciones a su cuerpo y le hicieron abrir los ojos como platos.

— ¿Ahora sí recuerdas a tu amiga?

Luke sintió una punzada de dolor y se encogió un poco, haciendo una mueca. Recordaba, ahora sí podía hacerlo. Todos y cada uno de los recuerdos que estaban relacionados con Anne —en algunos de ellos esta ni siquiera aparecía—, empezaron a llegar a su mente como salidos de una cascada.

Podía recordarla, podía sentir otra vez todas las cosas que había sentido cuando la había tenido cerca, cuando la había mirado por primera vez y no había visto a una molesta terrana. Podía sentir otra vez lo que había sentido cuando ella, con ojos tristes y voz temblorosa le había pedido que confiara en ella.

Y ahora que tenía todas esas emociones revoloteando en su pecho, ahora que volvía a tener la imagen de su pecoso rostro en la cabeza, o de las sonrisas que a escondidas le vio regalar a Cecil, se daba cuenta de que ella ya no estaba a su lado, de que la extrañaba y de que quería, necesitaba volver a verla.

Y era algo extraño porque él no sentía nada por ella. “Ella es sólo una terrana y yo no soporto a los terranos”, se dijo, pero su corazón se encogió demostrándole que no valía la pena que siguiese ocultando y negando lo que ambos ya sabían.

“…Puedo ayudarte a encontrar a tu amiga”Las palabras que Leus le había dicho hacía un rato revolotearon en su cabeza, haciéndolo volver a la realidad. Lentamente se llevó una temblorosa mano al pecho y sintió su corazón latiendo rápidamente debido a la expectación. Movió la cabeza lo suficiente como para poder mirar al hombre que tenía la vista perdida, pero que aún seguía frotando su pecho como si de esa forma pudiese aliviar el dolor que Luke sentía. — ¿Cómo…? ¿Cómo es que…?—Los “cómo” no importan. Lo importantes son los “por qué”. —Esbozó una pequeña y temerosa sonrisa, como si dudase que sonreír en frente de Luke era una buena idea. —Pero no puedo decirte nada, tampoco. Lo que sí puedo asegurarte es que no le diré nada a nadie sobre Anne. Aunque ya esto se está convirtiendo en un secreto a voces. Demasiadas personas saben de su existencia.Luke no entendía nada de lo que estaba pasando, sólo sabía que ese hombre sabía dónde estaba Anne y podía ayudarlo a encontrarla. Removiéndose, logró que Leus lo soltara y se sentó frente al hombre con un sinfín de preguntas pintadas en el rostro.— ¿Por qué lo hace? —Porque no gano nada diciéndole a la gente que hay una terrana siendo maltratada en el Hellaven. —Se encogió de hombros. —De todas formas, ¿crees que la gente lo creería? ¿Crees que le creerían a un Ratero? Luke iba a seguir haciendo preguntas, y por el estado en el que se encontraba, Leus estaba seguro de que iban a ser todas del tipo “por qué” y “cómo”. Luke estaba tan confundido y aturdido debido a la sorpresa y al hechizo que estaba actuando de una forma extraña. Leus podía haberlo encontrado adorable en cualquier otro momento, pero no en ese en el que necesitaba a Luke en sus cinco sentidos y dispuesto a utilizar toda su magia con tal de encontrar a Anne.Como una forma de hacer que el joven enfocara toda su atención en él, Leus acunó el rostro de Luke entre sus manos y lo obligó a mirarlo fijamente. El menor se tensó, como era de esperarse, pero no hizo nada para separarse del hombre. —Mira, tienes que sacarla de ahí si quieres que llegue al final de todo este circo. —Luke puso cara de no entender. Leus, contento de que el joven le estaba prestando atención, movió sus manos hasta posarlas sobre los hombros de Luke. —Cuando la veas lo entenderás. Trata de hacerla entrar en razón. Haz hasta lo imposible por hacerla volver en sí, ¿de acuerdo? Ella va a estar actuando extraño por un tiempo, y tú necesitas hacer que vuelva a la normalidad.— ¿Y cómo se supone que voy a hacer eso? —preguntó con sarcasmo— ¿Hechizándola hasta que vuelva en sí? ¿Encerrándola en una habitación? —Se tu mismo, eso bastará. —Se puso de pie rápidamente y ayudó a Luke a hacer lo mismo, ignorando las protestas del menor. —Y ahora ve a buscarla. Acabas de tropezar con ella hace unos… —Miró su reloj— hace una hora. De seguro debe estar en el Hogar. Y no es conveniente que vayas a ese sintió…Luke abrió los ojos como platos al escuchar las palabras del hombre, no siendo consciente de las últimas, que fueron prácticamente susurradas. — ¿Qué? ¿La persona con la que tropecé…?—Sí, sí, era ella. Lo interrumpió, diciendo con insistencia. Él hombre parecía realmente agitado, como si estuviese actuando contra reloj y se le estuviesen acabando los minutos. Con un movimiento de su mano la puerta de la tienda se abrió mostrando la agitada vida del Centro. Al parecer, los demás Rateros se habían despertado y habían comenzado con su rutina de todos los días: molestar a todo el que se atreviese a ir por allí.—Ahora, ¡corre! —Prosiguió Leus, prácticamente sacando a Luke del lugar a empujones— Ve al Oráculo y espérala ahí. Puedes preguntar por Anne y te van a llevar donde ella esté. Amárrala, amordázala, noquéala si es necesario, pero sácala-de-ahí, ¿de acuerdo?Luke asintió y sin siquiera detenerse a ponerse la capucha salió corriendo de la tienda. Leus se encaminó hacia la puerta y se apoyó en el marco. Cruzó los brazos y con una esperanzada sonrisa observó a Luke correr hacia la salida del Centro, sintiendo como algo dentro de él se agitaba al ver la reacción de la gente al ver el rostro de Luke. Con un suspiro, cuando Luke se había perdido de vista, el hombre se dio la vuelta y entró en la tienda.—Crecen tan rápido…—Se dijo, con pesar pintando cada una de sus palabras de gris, y otro suspiro se escapó de sus labios. Realmente esperaba que Luke encontrase a Anne. Ya era hora que las cosas empezasen a moverse en su curso natural, y no gracias a los deseos de gente perversa y sin escrúpulos. Ya era hora de que esa historia empezase a avanzar.


***


Inmediatamente Anne salió del Centro, sintió como la paz y la tranquilidad que había sentido en el lugar se desvanecían y transformaban en el sin número de extrañas y confusas emociones y sensaciones que venían acosándola desde que había abierto los ojos esa mañana.

Sus pensamientos revoloteaban de un lado al otro dentro de su cabeza, repicando como pelotitas de ping-pong, confundiéndola, mareándola. En su camino, más lento de lo normal debido a su estado de aturdimiento y dolor, tropezó con cuanta raíz se apareció en su camino, haciéndola trastabillar y caer varias veces.

En una de sus tantas caídas, ya demasiado cansada y adolorida como para levantarse, se quedó tirada en el suelo sobre una cama de hojas secas. Tenía la respiración agitada, como si hubiese estado corriendo en un maratón en vez de estar caminando a paso de tortuga, y cada parte del cuerpo le dolía como si la hubiesen apaleado.

Anne se quedó en el suelo, rodeada de tierra y el olor de las hojas secas, mirando el trozo de oscuro cielo que se percibía a través de las huesudas ramas de los arboles. Aun estaba lejos del Hogar, incluso del Oráculo, y a pesar de que ya habían pasado algunas horas desde que se había despertado y de que iba tarde al trabajo, no se movió de su lugar. Era más debido a que no podía moverse a que no tenía ganas de hacerlo.

Una ola de cansancio la abatió de pronto, haciéndola bostezar sonoramente sin siquiera preocuparse por cubrirse la boca. Se estiró un poco, esperando quizás que eso le diese un poco de fuerzas para poder levantarse, pero no lo consiguió; el sueño se había apoderado de ella y no tenía intenciones de dejarla ir.

Sus ojos se fueron cerrando lentamente a pesar de que ella trataba de no quedarse dormida. Así que así, tirada en el suelo, sin fuerzas para hacer nada, como si estuviese bajo un hechizo, se dejó acunar por los brazos de Morfeo.

Y cuando despertó lo hizo porque las gotas de lluvia habían empezado a caer fuertemente sobre ella, empapándola a los pocos minutos. Asustada y bastante espantada, se sentó de pronto y miró hacia todos lados, como si temiese que alguien fuese a atacarla. Con la respiración agitada, al igual que los latidos de su corazón, Anne se puso de pie después de varios intentos en los que cayó de bruces sobre el fangoso suelo.

Ya de pie, con el respaldo de un árbol y congelándose hasta los huesos, Anne se encaminó hacia donde ella creía que estaba el Hogar.

La lluvia caía copiosa sobre ella, haciéndole casi imposible ver por donde andaba. Y a pesar de que se sostenía de cuanto árbol apareció en su camino para no caerse, pasó más tiempo en el suelo que de pie, por lo que terminó espantosamente cubierta de fango. En realidad no le importaba. Estar cubierta de fango era lo que menos le preocupaba cuando el miedo a volver a enfermarse por exponerse a las altas temperaturas la estaba acosando.

Ella ya se había enfermado una vez, no hacía poco, lo que había armado un revuelo en la Casa Dorada debido a que las Hermanas no se enfermaban. En realidad, los hellavenianos no solían contraer enfermedades con la misma facilidad que un terrano, por lo que si Anne se enfermaba dos veces seguidas, de la misma cosa, en menos de un año, la gente iba a empezar a sospechar.

Porque ya bastante tenía ella en su contra para que los demás la apuntasen y dijesen que ella era extraña.

Ya cerca de las inmediaciones del Hogar, Anne se cayó por última vez, en esta ocasión de frente, lastimándose las manos y las rodillas. Dejando que una maldición saliese de sus labios debido a que estaba demasiado cansada y frustrada como para no hacerlo, se puso de pie y fijó su atención en la figura que apareció frente a ella.

La joven tenía una sombrilla en las manos la cual la cubría de la copiosa lluvia que aun no había cesado y la miraba desde arriba con altanería y una sonrisa de satisfacción en los labios. Estaba bastante claro que la idea de ver a Anne en el suelo, sucia y lastimada la hacía realmente feliz.

Sin siquiera dignarse a ayudarla a levantarse, Amy se dio la vuelta y emprendió el camino hacia la Casa. Anne, con un silbido de dolor saliendo de sus labios con cada paso que daba, se encaminó cojeando hacia donde una divertida Amy la esperaba. Algún día Anne iba a cobrarse todas las que le había hecho esa chica. Algún día.

En el vestíbulo un grupo de niños, entre los que se encontraba Aileen, las estaban esperando como si ellas hubiesen salido a comprarles helado. La señora Jettkins no estaba muy lejos, observando la escena desde el umbral de la puerta del salón.

—Amy, ¿qué rayos estás haciendo que no estás ayudando a Anne?— Se quejó la mujer al ver a Amy quitándose su capa y dejando la sombrilla en el sombrillero de la esquina con toda la tranquilidad del mundo. — ¿Acaso no ves el estado en el que se encuentra?

— ¿Y qué quiere que haga, señora Jettkins? ¿Qué me ponga a llorar? ¿Qué empiece a correr como loca para buscarle ropas a la reina? —Eso último lo dijo haciendo la pantomima de una reverencia y con un tono de voz bastante maleducado.

Anne, temblando como una hoja, con los dientes castañeando, le lanzó una mirada cargada de desprecio. Ese día, realmente, no estaba por soportarle nada a esa niña.

Ignorando a todo el mundo, incluso a la señora Jettkins que estaba reclamándole a Amy por su falta de respeto, Anne se encaminó a trompicones hacia el baño. Su prioridad era quitarse toda esa mojada y fangosa ropa y meterse en la bañera llena de agua hasta que su cuerpo recuperase parte de su calor. Su prioridad era no enfermarse.

La señora Jettkins, ya notoriamente cansada de escuchar a la joven, silenció a Amy con un movimiento de su mano, y la chica se quedó gesticulando exageradamente hasta que se percató de este hecho. Los niños miraban la escena la escena entre sorprendidos y divertidos, no moviéndose de sus lugares no fuese que la señora Jettkins usara su escasa magia también en ellos.

—Vas a hacer lo que te ordeno y punto. —Su voz fue dura y firme, cargada de una autoridad impresionante, retumbando esta por toda la casa. Cualquier persona que la escuchase dudaría que era la dulce y serena anciana que era normalmente. —Tú todavía no tienes, ni vas a tener, la edad y el estatus suficiente como para reclamarme o refutar lo que digo. Así que más te vale que te comportes y hagas lo que te ordeno sin chistar, ¿entendido?

A Amy no le quedó más que asentir, a pesar de que se moría de ganas de reclamar un poco más. La señora Jettkins no era del tipo de persona que encontraba placer en hacer notar su autoridad. Siempre fue amable y cariñosa con los niños y todo el que se pasaba por el Hogar.

Siempre había mostrado saber más cosas de las que una simple Abandonada debía saber, y quizás por eso las personas la trataban con un poco de respeto, para ser quien era. Y contrario a su desgastada apariencia, la mujer tenía la capacidad para hacer magia. Lo cual hacía en muy contadas ocasiones, debido a que tenía una muy limitada cantidad de magia con la que contar.

Y el hecho de que la hubiese usado en ese momento para silenciar a Amy, le daba una idea a la joven de que había metido la pata hasta el fondo y había hecho enojar a la única persona que realmente se preocupaba porque las personas que vivían en esa casa estuviesen seguras y felices.

Así que, sabiendo que no ganaba nada discutiendo con la anciana, y sabiendo que se había equivocado de más esa noche, se dio la vuelta y se dirigió hacia su habitación a buscarle algo de ropa seca a Anne, como le habían ordenado.

—Yo espero que ustedes no le están haciendo mucho caso a Amy. —Dijo la mujer con voz dulce pero firme, dirigiendo su atención esta vez a los niños, los cuales aun no salían de su asombro; cosas como esa no pasaban muy a menudo en el Hogar. —A Amy no le agrada la Hermana Anne por lo que se inventa muchas cosas malas sobre ella. Pero ella es una buena chica y estoy segura de que en el fondo todos ustedes lo saben.

Aileen asintió y decidió ayudar a la mujer a convencer a los demás chicos. Se dio la vuelta para encarar a los niños, como si pudiese verlos, abrazando su muñeco de felpa.

—Ella es buena. Ella me dejó dormir en sus brazos ayer.

—Pero tú le tenías miedo— Musitó una de las niñas, mirando a Aileen con duda.

—No le tenía miedo— Las palabras salieron de los labios de la niña con un tono de voz que pretendía demostrar que ella no le tenía miedo a nada. La anciana sonrió. —Es sólo que ella es muy brillante para mí. Tenía que acostumbrarme a ella.

Se escuchó un colectivo “Ah”, como si los niños hubiesen entendido de lo que Aileen hablaba.

— ¿Entonces podemos jugar con ella y ella no nos va a hacer nada?

—Por supuesto que no, cielo. —Agnes sonrió amablemente y estiró una mano para acariciar la cabeza de Jules, el pequeño niño que había preguntado.

Jules tenía sólo cinco años, siendo uno de los niños más pequeños que había en el Hogar, junto con Aileen que sólo tenía cuatro. Jules, contrario a la niña, no había nacido siendo agraciado con un don, por lo que, aparte de su defecto congénito, su falta de magia lo hacía un Abandonado de primera línea. Pero a pesar de su ligera cojera, era el niño más activo y juguetón de la casa, el que se la pasaba moviéndose de un lado al otro todo el día, dándole serios disgustos a una Amy que a veces no podía controlar once niños por sí sola.

—Entonces, ¿qué me dicen? ¿Van a tratar mejor a la Hermana Anne ahora que saben que ella no es mala? —Los niños asintieron al unísono y la anciana los premió con una sonrisa y unas cuantas caricias a los que estaban más cerca. —Bien. Ahora, como todos sabemos que la Hermana Anne vino muy cansada y mojada, ¿por qué no la ayudamos un poco mientras ella descansa? ¿Por qué no van al salón y recogen todos sus juguetes y sus libros? Lauren, encárgate de que ninguno de los niños vaya a molestar a Anne, ¿de acuerdo?

Lauren, la cual tenía sólo doce años y era una de las mayores junto con Amy, asintió una sola vez y empezó a llevarse a los niños al salón para que la ayudasen con el desastre que habían dejado antes de salir corriendo a recibir a la Hermana. Lauren también había nacido con un defecto congénito: su falta de voz. Aparte de eso, su apariencia, era bastante aceptable.

No era una gran belleza como Aileen, que era la viva imagen de la niña perfecta, pero de haber nacido con voz hubiese podido vivir una vida tranquila y segura en la comunidad, y no alejada de la civilización como todos los demás.

Cuando los niños habían entrado al salón, la anciana murmuró un “Aileen, quiero hablar contigo”, antes de darse la vuelta y dirigirse a su habitación.

Estaba de más decir que la niña, donde se encontraba escondida, la había escuchado.


***

Anne, la cual había empezado a quitarse la ropa inmediatamente había cerrado la puerta del baño detrás de sí, castañeaba los dientes y temblaba exageradamente mientras esperaba que la modesta bañera se llenase de agua. Al final, no soportando la espera y el frío que parecía colarse por sus huesos, se metió en la bañera parcialmente llena con un silbido saliendo por sus labios entreabiertos. Cuando el agua llegaba a una altura considerable, cerró la llave.

El olor a vainilla de los jabones que había utilizado impregnaba el aire y la hacía sentirse mucho mejor. La relajaba, por lo que cerró los ojos y se quedó quieta, esperando que la calidez del agua y el silencio que había en el baño la ayudasen a librarse de todos los malos pensamientos y de los dolores que desde temprano venían acosándola.

Así que así, debido a su estado de relajación, no se dio cuenta cuando la puerta se abrió y Amy entró en el baño con una muda de ropa limpia en las manos. Anne estaba dándole la espalda y todo su cabello rojo caía sobre su espalda y el borde de la bañera en una llamarada roja que hizo que Amy contuviese el aliento durante unos instantes y se quedara mirando la escena frente a ella con ojos asustados.
Lo sabía, siempre lo había sabido. Anne no era una hellaveniana común y corriente. Anne estaba maldita, su cabello era la prueba de ello. Acercándose lenta y silenciosamente, dejando caer la ropa cerca de la puerta, y aun algo asustada y sorprendida, se colocó detrás de Anne y posó una mano sobre la boca de la joven y la otra sobre su hombro y la empujó hacia abajo.

Tenía que acabar con ella. Tenía que matarla porque si no, Anne iba a traerle más miseria a ese mundo. Anne iba a destruirlo todo.

La joven en la bañera soltó un alarido cuando sintió que alguien la agarraba quedando este ahogado por la mano que cubría su boca. Amy, después de unos instantes, y al darse cuenta de que con una sola mano no iba a poder retener a Anne bajo el agua, colocó su otra mano en el hombro libre de la joven y presionó más fuerte.

Las manos de Anne volaron en diferentes direcciones, tratando de soltarse del agarre de quien la atacaba y tratando de quitarse la mano que le cubría la boca y la nariz al mismo tiempo que trataba de respirar. Cuando su atacante había dejado de cubrirle la boca, Anne había aprovechado esta oportunidad para tratar de impulsarse hacia arriba y gritar lo más fuerte que pudiese, pero quien la atacaba era mucho más fuerte que ella, y ahora que ejercía más presión sobre su cuerpo, le había impedido hacer lo que había querido.

El agua salpicaba por todos lados y los movimientos frenéticos de una Anne que lo único que quería era liberarse hicieron que la joven se golpeara por todo el cuerpo en el intento. Amy solo presionaba, utilizando su peso para darle más énfasis, mientras murmuraba frenéticamente disculpas a los dioses esperando que la perdonasen por hacer lo que estaba haciendo.

El pacifico y relajante silencio que había estado llenado la estancia minutos antes ahora estaba lleno de quejidos y de susurros que esperaban ser escuchados. El ambiente se llenó de las ganas que tenía Anne de salvarse y de las Amy de ser escuchada y perdonada. El aire se llenó de las ganas que tenía Anne de que todo eso no fuese más que otra de sus horribles pesadillas.

La puerta del baño se abrió con un estruendo, chocando contra la pared fuertemente, y Aileen apareció en el umbral, seguida por la señora Jettkins. La pequeña corrió hacia donde estaba Amy, dejando que el muñeco cayese al suelo cerca de la entrada, no muy lejos de donde Amy había dejado caer la ropa, y empezó a tirar de la joven, esperando poder hacer algo con eso.

— ¡Suéltala! ¡Suéltala, Amy! —Gritaba la niña mientras tiraba con todas sus fuerzas, su gesto no surtiendo ningún gesto.

Los movimientos de Anne se hicieron más lentos y pesados, la falta de aire por fin haciendo mella en su cuerpo. Más niños entraron corriendo al baño, siendo atraídos por los gritos de Aileen, y ayudaron a la niña a tirar de Amy, gritándole las mismas cosas. Amy no los escuchaba, poseída como estaba por el demoniaco deseo que sentía de acabar con Anne.

—Háganse a un lado, niños. —Dijo la anciana de pronto, viendo que de otra forma Amy no iba a entrar en razón. Los niños se hicieron a un lado rápidamente y Agnes actuó de inmediato.

Haciendo uso de la poca magia que poseía, le lazó un hechizo a Amy que la hizo salir volando por los aires y caer unos cuantos pies más adelante. Lauren se acercó corriendo a la chica y la ayudó a sentarse, agarrándola por los hombros, manteniéndola segura en su agarre.

Los demás niños, por el contrario, corrieron hacia la bañera y metiendo sus manitos dentro de la misma, levantaron lo más que pudieron a una inmóvil Anne, asegurándose de que su cabeza fuese lo primero que saliese del agua.

—Ella debe morir. —Musitó Amy con voz adolorida, agarrándose la cabeza, desde el lugar en el que había caído. —Está maldita. Debe morir o todos lo haremos en su lugar.

— ¡Cállate! —Le gritó la anciana, presa de una rabia y desesperación que dejaron muda a la chica. —Tú no sabes lo que estás diciendo.

La mujer se acercó rápidamente hacia el lugar en el que los niños hacían esfuerzos por mantener a Anne fuera del agua, haciendo uso de la fuerza que le quedaban a sus brazos para mover la silla de ruedas lo más rápido posible. Aileen estaba sollozando justo en la cabecera de la bañera, asustada, y agarraba la cabeza de Anne con manitas temblorosas. Le daba golpecitos en el rostro y la llamaba desesperadamente por su nombre, esperando que eso la hiciese volver en sí.

— ¿Se va a poner bien, señora Jettkins? —Preguntó, y el tono de su voz asustó a los demás niños, que al parecer no se habían dado cuenta de la magnitud del problema. — ¿Amy no le hizo nada, verdad?

La anciana no dijo nada, sólo estiró una de sus manos y tocó el pecho de Anne, justo sobre su corazón, comprobando sus latidos y esperando que la magia que le quedaba pasase de su mano al cuerpo de la chica.

Amy trató de levantarse e impedir que la anciana ayudase a la joven, Lauren tratando de impedirlo en el acto, pero cuando vio que una oscura y triste expresión se apoderaba del rostro de la mujer, todo movimiento en su cuerpo cesó y un suspiro de alivio salió de sus labios.

La anciana retrajo su mano y la dejó reposar sobre su regazo lentamente, como si le doliese moverse.

— ¿Señora Jettkins? —Preguntó Aileen lentamente. —Señora Jettkins, ¿por qué no está haciendo nada para ayudar a Anne?

La anciana sólo pudo hacer un movimiento negativo con la cabeza y Amy se puso de pie lentamente, librándose del lánguido agarre que una anonadada Lauren ejercía sobre ella.

—No hace nada porque no vale la pena hacerlo, Aileen. —La niña giró la cabeza en dirección a Amy la cual lucía una aliviada sonrisa en su destruido rostro, con una expresión mezcla de curiosidad y miedo, esto último agravándose cuando Amy dijo unas últimas palabras. — Anne está muerta.

0 Estrellas:

Publicar un comentario

 

Archivo

Labels

Seguidores